¿CÓMO ES DIOS SEMEJANTE A NOSOTROS EN SU SER Y EN SUS ATRIBUTOS MENTALES Y MORALES?
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
En
este capítulo consideraremos los atributos de Dios que son «comunicables», o de
los que nosotros participamos más que de los mencionados en el capítulo previo.
Hay
que recordar que esta división en «incomunicables» y «comunicables» no es una
división absoluta, y hay campo para diferencia de opinión respecto a cuáles
atributos encajan en cual categoría.' La lista de atributos que se pone en la
categoría de «comunicables» es común, pero entender la definición de cada
atributo es más importante que poder catalogarlos exactamente de la manera que
se presenta en este libro.
Es
más, cualquier lista de los atributos de Dios se debe basar en alguna
comprensión de cuán detalladamente quiere uno hacer distinciones entre los
varios aspectos del carácter de Dios. ¿Son el amor y la bondad de Dios dos atributos
o uno? ¿Qué en cuanto a conocimiento y sabiduría, o espiritualidad e
invisibilidad?
En
este capítulo cada uno de estos atributos se trata separadamente, y el
resultado es una lista más bien larga de varios atributos. Sin embargo, en
varios casos no hará gran diferencia si alguien tratara estos pares como varios
aspectos del mismo atributo. Si recordamos que es la persona total y
completamente integrada de Dios de quien estamos hablando, será evidente que la
división en varios atributos no es cuestión de gran significación doctrinal,
sino que es algo que se debe basar en el juicio de uno respecto a la manera más
eficaz de presentar el material bíblico.
Este
capítulo divide los atributos «comunicables» de Dios en cinco categorías
principales, y menciona cada atributo individual bajo cada categoría como
sigue:
A. ATRIBUTOS QUE DESCRIBEN EL SER DE DIOS
1.
Espiritualidad, 2. Invisibilidad
B. ATRIBUTOS MENTALES
3. Conocimiento (u omnisciencia),4.
Sabiduría
5. Veracidad (y fidelidad),
C. ATRIBUTOS MORALES
6. Bondad, 7. Amor
8. Misericordia (gracia, paciencia),
9. Santidad, 10. Paz (u orden),
11. Justicia (o rectitud), 12.
Celo, 13. Ira
D. ATRIBUTOS DE PROPÓSITO
14. Voluntad, 15. Libertad,
16. Omnipotencia (o poder y soberanía)
E. ATRIBUTOS «SUMARIOS»
17. Perfección, 18.
Bienaventuranza,
19. Belleza, 20. Gloria
Debido
a que debemos imitar en la vida los atributos comunicables de Dios, cada una de
estas secciones incluirá una breve explicación de la manera en que debemos
imitar el atributo en cuestión.
A. ATRIBUTOS QUE DESCRIBEN EL SER DE DIOS
1. ESPIRITUALIDAD.
Los
seres humanos a menudo se han preguntado de qué está hecho Dios. ¿Está hecho de
carne y sangre como nosotros? Ciertamente que no. ¿Cuál es, entonces, el
material que forma su ser? ¿Está Dios hecho de alguna materia? ¿Acaso es Dios
pura energía? ¿Acaso es en algún sentido puro pensamiento?
La
respuesta de la Biblia es que Dios no es nada de esto. Más bien, leemos que
«Dios es espíritu» Gn 4: 24). Esta afirmación la hizo Jesús en el contexto de
un diálogo con la mujer junto al pozo de Samaria. La conversación giraba en
cuanto al lugar donde la gente debía adorar a Dios, y Jesús le dijo que la
verdadera adoración a Dios no exige que uno esté presente ni en Jerusalén ni en
Samaria Gn 4: 21), porque la verdadera adoración no tiene que ver con un lugar
fisico sino con la condición espiritual interior de uno. Esto se debe a que
«Dios es espíritu» y esto evidentemente significa que Dios no está limitado de
ninguna manera a un lugar espacial.
De
este modo, no debemos pensar que Dios tiene tamaño o dimensiones aunque sean
infinitas (vea la explicación de la omnipresencia de Dios en el capítulo
anterior). No debemos pensar que la existencia de Dios como espíritu significa
que Dios es infinitamente grande, por ejemplo, porque no es una parte de Dios
sino el todo de Dios lo que está en todo punto del espacio (vea Sal 139: 7-10).
Tampoco
debemos pensar que la existencia de Dios como espíritu quiere decir que Dios es
infinitamente pequeño, porque ningún lugar del universo puede rodearlo ni
contenerlo (vea 1ª R 8: 27). Así que no se puede pensar correctamente del ser
de Dios en términos de espacio, como quiera que sea que entendamos su
existencia como «espíritu».
NOTA: Note que Ef. 5: 1 nos dice: «imiten a Dios,
como hijos muy amados». Vea también la explicación del hecho de que Dios nos
creó para que reflejemos su carácter en nuestras vidas, en el capítulo 21.
También
hallamos que Dios le prohíbe a su pueblo que piense que su existencia misma es
similar a alguna otra cosa en la creación fisica. Leemos en los Diez
Mandamientos:
No Te Hagas Ningún Ídolo, Ni Nada Que Guarde Semejanza Con Lo Que Hay
Arriba En El Cielo, Ni Con Lo Que Hay Abajo En La Tierra, Ni Con Lo Que Hay En
Las Aguas Debajo De La Tierra. No Te Inclines Delante De Ellos Ni Los Adores.
Yo, El Señor Tu Dios, Soy Un Dios Celoso.
Cuando Los Padres Son Malvados Y Me Odian, Yo Castigo A Sus Hijos Hasta
La Tercera Y Cuarta Generación. Por El Contrario, Cuando Me Aman Y Cumplen Mis
Mandamientos, Les Muestro Mi Amor Por Mil Generaciones (Éx 20: 4-6).
El
lenguaje de la creación en este mandamiento (<<arriba en el cielo o abajo
en la tierra, o en las aguas debajo de la tierra») es un recordatorio de que el
ser de Dios, su modo esencial de existencia, es diferente de todo 10 que él ha
creado. Concebir su ser en términos de alguna otra cosa en el universo creado
es representarlo erróneamente, limitarlo, pensar que es menos de lo que
realmente es.
Hacer
un ídolo (o «imagen tallada» o «esculpida») de Dios tal como un becerro de oro,
por ejemplo, puede haber sido un esfuerzo de pintar a Dios como un Dios fuerte
y lleno de vida (como un becerro), pero decir que Dios es como un becerro era
una afirmación horriblemente falsa en cuanto al conocimiento, sabiduría, amor, misericordia,
omnipresencia, eternidad, independencia, santidad, justicia, rectitud de Dios,
y cosas por el estilo.
En
verdad, en tanto que podemos decir que Dios ha hecho toda la creación para que
cada parte de ella refleje algo del mismo carácter de Dios, ahora debemos
afirmar que pintar a Dios como si existiera en una forma o modo de ser que se
parezca a alguna otra cosa en la creación es pensar de Dios de una manera
horriblemente desorientadora y deshonrosa.
Por
eso se menciona el celo de Dios como el porqué de la prohibición de hacer
imágenes de él: «Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso» (Éx 20: 5). Dios es
celoso para proteger su honor. Anhelantemente busca que los seres humanos
piensen que él es como es y lo adoren por toda su excelencia, y se enoja cuando
se disminuye su gloria o se representa falsamente su carácter (Dt 4: 23-24, en
donde el intenso celo de Dios por su honor de nuevo se da como el porqué de la
prohibición de hacer imágenes de Él).
Así
que Dios no tiene un cuerpo fisico, ni tampoco está hecho de materia como el
resto de la creación. Todavía más, Dios no es meramente energía, pensamiento ni
ningún otro elemento de la creación. Él no es como vapor, neblina, aire ni
espacio, todos los cuales son cosas creadas; el ser de Dios no se parece a nada
de esto.
El ser
de Dios ni siquiera es exactamente como nuestro espíritu, porque este es algo
creado que evidentemente puede existir sólo en un lugar a la vez.
En
lugar de todos estos conceptos acerca de Dios, debemos decir que Dios es
espíritu. Signifique lo que signifique, es una clase de existencia diferente a
todo lo demás de la creación. Es una clase de existencia muy superior a toda
nuestra existencia material. Podemos decir que Dios es «puro ser» o «la
plenitud o esencia de su ser».
Además,
esta clase de existencia no es menos real ni menos deseable que nuestra propia
existencia. Más bien, es más real y más deseable que la existencia material e
inmaterial de toda la creación. Antes de que hubiera alguna creación, Dios ya
existía como espíritu. Su propio ser es tan real ¿qué puede hacer que todo lo
demás cobre existencia?
En
este punto podemos definir la espiritualidad de Dios: La espiritualidad de Dios
quiere decir que Dios existe como un ser que no está hecho de materia alguna,
no tiene ni partes ni dimensiones, nuestros sentidos corporales no lo pueden
percibir, y es más excelente que cualquier otra clase de existencia.
Podemos
preguntar por qué el ser de Dios es así. ¿Por qué Dios es espíritu?
Todo
lo que podemos decir es que ¡esta es la manera mejor y más excelente forma de
existencia! Es una existencia muy superior a todo lo que conocemos. Es
fascinante meditar en este hecho.
Estas
consideraciones nos hacen preguntarnos si la espiritualidad de Dios no debiera
considerarse un atributo «incomunicable». Hacerlo así sería en verdad apropiado
en ciertas maneras, puesto que el ser de Dios es tan diferente del nuestro.
No
obstante, permanece el hecho de que Dios nos ha dado un espíritu en el Cual le
adoramos (Jn 4: 24; 1ª Co 14: 14; Flp. 3: 3), en el cual nos unimos con el
espíritu del Señor (1ª Co 6:12), al cual el Espíritu Santo da testimonio de
nuestra adopción en la familia de Dios (Ro 8: 16), y en el cual pasamos a la
presencia del Señor cuando morimos (Lc 23: 46; Ec 12: 7; Heb 12: 23; Flp 1:
23-24).
Por
consiguiente, se ve que hay cierta comunicación de Dios con nosotros de
naturaleza espiritual que es semejante a su propia naturaleza, aunque
ciertamente no en todo respecto. Por esto parece apropiado pensar que la
espiritualidad de Dios es un atributo comunicable.
2. INVISIBILIDAD.
Relativo
a la espiritualidad de Dios es el hecho de que Dios es invisible; sin embargo
podemos también hablar de las maneras visibles en que Dios se manifiesta. La
invisibilidad de Dios se puede definir como sigue:
La
invisibilidad. De Dios quiere decir que nosotros jamás podremos ver la esencia
total de Dios, todo su ser espiritual, y sin embargo Dios se nos muestra
mediante cosas visibles y creadas.
Muchos
pasajes hablan del hecho de que no se puede ver a Dios. «A Dios nadie lo ha
visto nunca» (Jn 1: 18). Jesús dice: «Al Padre nadie lo ha visto, excepto el
que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre» (Jn 6: 46). Pablo da las
siguientes palabras de alabanza: «Al Rey eterno, inmortal, invisible, al único
Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén» (1ª Ti 1: 17).
Dice de Dios que es el «único inmortal, que vive en luz inaccesible, a quien
nadie ha visto ni puede ver» (1ª Ti 6: 16).Juan dice: «Nadie ha visto jamás a
Dios» (1ª Jn 4: 12).
Debemos
recordar que estos pasajes se escribieron después de ocasiones en la Biblia en
que algunos vieron alguna manifestación visible de Dios. Por ejemplo, muy
temprano en la Biblia leemos: «y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como
quien habla con un amigo» (Éx 33: 11). Sin embargo Dios le dijo a Moisés:
«Nadie
puede verme y seguir con vida» (Éx 33: 20). No obstante, Dios hizo que su
gloria pasara frente a Moisés mientras escondía a Moisés en una grieta de la
peña, y Dios le permitió a Moisés que le viera la espalda después de haber
pasado, pero dijo: «Mi rostro no lo verás» (Éx 33: 21-23). Esta secuencia de
versículos y otros parecidos del Antiguo Testamento indican que en cierto
sentido no se podía ver a Dios, pero también hubo alguna forma o manifestación
de Dios que por lo menos en parte era posible que el hombre viera.
Es
correcto, por consiguiente, decir que aunque nosotros jamás podremos ver la
esencia total de Dios, Dios nos mostrará algo de sí mismo mediante cosas
visibles y creadas. Esto sucede de diferentes maneras.
Para
pensar en Dios, es necesario concebirlo de alguna manera. Dios entiende esto y
nos da cientos de analogías diferentes tomadas de nuestra vida humana y del
mundo creado.' Esta gigantesca diversidad de analogías de todas partes de la
creación nos recuerda que no debemos enfocamos demasiado en alguna de esas
analogías.
Sin
embargo, si no nos enfocamos exclusivamente en alguna de estas analogías, todas
en conjuntos nos ayudan a ver a Dios de alguna manera en cierto sentido
«visible» (Gn 1: 27; Sal 19: 1; Ro 1: 20).
El
Antiguo Testamento también registra varias teofanías. Una teofanía es «una
aparición de Dios». En estas teofanías Dios tomó varias formas visibles para
mostrarse a algunos individuos. Dios se apareció a Abraham (Gn 18: 1-33), Jacob
(Gn 32:28-30), al pueblo de Israel (como columna de nube de día y de fuego de
noche; Éx 13: 21-22), a los ancianos de Israel (Éx 24: 9-11), Manoa y su esposa
Que 13: 21-22), Isaías (Is 6 :1) y a otros.
Una
manifestación visible de Dios mucho más grande que estas teofanías del Antiguo
Testamento fue en la persona de Jesucristo mismo. Él pudo decir: «El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre» Jn 14:9). Y Juan contrasta el hecho de que nadie
ha visto jamás a Dios con el hecho de que el unigénito Hijo de Dios nos lo ha
dado a conocer: «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Dios unigénito: que está en
el seno del Padre, él le ha dado a conocer» Jn 1: 18, traducción del autor).
Es
más, Jesús es «la imagen del Dios invisible» (Col 1:15), y es «el brillante
resplandor de la gloria de Dios» y también «la exacta representación de su
naturaleza» (Heb 1: 3, traducción del autor).
Así
que en la persona de Jesús tenemos una manifestación visible única de Dios en
el Nuevo Testamento que no estaba disponible para los creyentes que vieron
teofanías en el Antiguo Testamento.
Pero
¿cómo veremos a Dios en el cielo? Nunca podremos ver o conocer todo de Dios,
porque «su grandeza es insondable» (Sal 145: 3; Jn 6: 46; 1ª Ti 1: 17; 6: 16;
1ª Jn 4: 12, que se mencionó arriba). Y no podremos ver, por 10 menos con
nuestros ojos físicos, el ser espiritual de Dios. No obstante, la Biblia dice
que veremos a Dios mismo. Jesús dijo: «Dichosos los de corazón limpio, porque
ellos verán a Dios» (Mt 5: 8).
Podremos
ver la naturaleza humana de Jesús, por supuesto (Ap 1: 7); pero no es claro
exactamente en qué sentido podremos «ver» al Padre y al Espíritu Santo, o la
naturaleza divina de Dios Hijo (Ap 1: 4; 4: 2-3, 5; 5: 6). Tal vez no sabremos
la naturaleza de este «ver» sino cuando lleguemos al cielo.
Aunque
lo que veamos no será una visión exhaustiva de Dios, será una visión
completamente verdadera, clara y real de Dios. Veremos «cara a cara» (1ª Co
13:12) y «lo veremos tal como él es» (1ª Jn 3: 2). La descripción más asombrosa
de la comunión abierta e íntima con Dios que experimentaremos se ve en el hecho
de que en la ciudad celestial «El trono de Dios y del Cordero estará en la
ciudad. Sus siervos lo adorarán; lo verán cara a cara, y llevarán su nombre en
la frente» (Ap 22: 3-4).
Cuando
nos damos cuenta de que Dios es la perfección de todo lo que anhelamos o
deseamos, que él es la suma de todo lo hermoso o deseable, nos damos cuenta de
que el más grande gozo de la vida venidera será que «le veremos cara a cara». A
este ver a Dios «cara a cara» se le ha llamado visión beatifica, lo que quiere
decir «visión que nos hace bienaventurados o felices» (beatífica» tiene dos
palabras latinas, beatus «bienaventurado», y facere «hacer»).
Mirar
a Dios nos cambia y nos hace como él: «seremos semejantes a él, porque lo
veremos tal como él es» (1ª Jun. 3: 2; 2ª Co 3: 18). Esta visión de Dios será
la consumación de nuestro conocer a Dios y nos dará pleno deleite y gozo por
toda la eternidad: «Me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a
tu derecha» (Sal 16: 11).
B. ATRIBUTOS MENTALES
3. CONOCIMIENTO (U OMNISCIENCIA).
El
conocimiento de Dios se puede definir como sigue: Dios se conoce plenamente a
sí mismo y todas las cosas reales y posibles en un solo acto sencillo y eterno.
Eliú
dijo que Dios es «conocimiento perfecto») (Job 37: 16), y Juan dice que Dios
«lo sabe todo» (1ª Jn 3:20). A la cualidad de saberlo todo se llama
omnisciencia, y debido a que Dios lo sabe todo, se dice que es omnisciente (es
decir: «lo sabe todo»).
La
definición dada arriba explica la omnisciencia con más detalle. Dice primero
que Dios se conoce completamente a sí mismo. Este es un hecho asombroso puesto
que el propio ser de Dios es infinito e ilimitado. Por supuesto, sólo el que es
infinito puede' conocerse a sí mismo completamente en todo detalle.
Este hecho lo implica Pablo cuando dice: «El
Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién
conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él?
Asimismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios» (1ª
Co 2: 10-11).
Esta
idea también la sugieren la afirmación de Juan de que «Dios es luz y en él no
hay ninguna oscuridad» (1ª Jn 1:5). En este contexto «luz» parece sugerir
pureza moral y pleno conocimiento o conciencia. Si «no hay ninguna oscuridad» en
Dios, sino que él es enteramente «luz», entonces Dios en sí mismo es a la vez
santo y también enteramente lleno de conocimiento propio.
La
definición también dice que Dios sabe «todas las cosas presentes». Esto quiere
decir todas las cosas que existen y todo 10 que sucede. Esto se aplica a la
creación, porque Dios es el único de quien se dice: «Ninguna cosa creada escapa
a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a
quien hemos de rendir cuentas» (Heb 4: 13; 2ª Cr 16: 9; Job 28: 24; Mt 10:
29-30).
Dios
conoce también el futuro, porque él es el que puede decir: «Yo soy Dios, y no
hay ningún otro, yo soy Dios, y no hay nadie igual a mí. Yo anuncio el fin
desde el principio; desde los tiempos antiguos, lo que está por venir» (Is 46:
9-10; 42: 8-9 y frecuentes pasajes en los profetas del Antiguo Testamento). Él
sabe los detalles más diminutos de cada uno de nosotros, porque Jesús nos dice:
«su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan» (Mt 6: 8), y,
«él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza» (Mt 10: 30).
En el
Salmo 139 David reflexiona sobre el asombroso detalle con que Dios conoce
nuestras vidas. Él conoce nuestras acciones y pensamientos: «Señor, tú me
examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la
distancia me lees el pensamiento» (Sal 139: 1-2).
Él
sabe las palabras que hemos de hablar antes de que las digamos: «No me llega
aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda» (Sal 139: 4). Él
conoce los días de nuestra vida incluso antes de que nazcamos: «Tus ojos vieron
mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se
estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos» (Sal 139: 16).
La
definición de conocimiento de Dios que se da arriba especifica que Dios sabe
«todas las cosas posibles». Esto es porque hay algunas ocasiones en la Biblia
en las que Dios da información sobre acontecimientos que pudieran suceder pero
que en realidad no tuvieron lugar.
Por
ejemplo, cuando David huía de Saúl rescató a la ciudad de Queilá de los
filisteos y se quedó por un tiempo allí. Decidió preguntarle a Dios si Saúl
iría a Queilá para atacarlo y, si Saúl iba, si los hombres de Queilá lo
entregarían en manos de Saúl. David dijo:
¿Es Verdad Que Saúl Vendrá, Según Me Han Dicho? Yo Te Ruego, Señor, Dios
De Israel, Que Me Lo Hagas Saber. Sí, Vendrá Le Respondió El Señor. David
Volvió A Preguntarle:
¿Nos Entregarán Los Habitantes De Queilá A Mí Ya Mis Hombres En Manos De
Saúl? Y El Señor Le Contestó: Sí, Los Entregarán.
Entonces
David y sus hombres, que eran como seiscientos, se fueron de Queilá y
anduvieron de un lugar a otro. Cuando le contaron a Saúl que David se había ido
de Queilá, decidió suspenderla campaña (1ª S 23: 11-13).
De
modo similar, Jesús pudo decir que Tiro y Sidón se hubieran arrepentido si los
milagros que había estado haciendo los hubiera realizado allí: «¡Ay de ti,
Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Si se hubieran hecho en Tiro y en Sidón los
milagros que se hicieron en medio de ustedes, ya hace tiempo que se habrían
arrepentido con muchos lamentos» (Mt 11: 21). De modo similar dijo: «y tú,
Capernaum, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No, sino que descenderás
hasta el abismo.
Si los
milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodoma, ésta habría
permanecido hasta el día de hoy» (Mt 11: 23; 2ª R 13: 19, en donde Eliseo dice
lo que habría sucedido si el rey Joás hubiera golpeado la tierra cinco o seis
veces con las flechas).
El
hecho de que Dios conoce todas las cosas posibles también se puede deducir del
pleno conocimiento de Dios de sí mismo. Si Dios se conoce plenamente a sí
mismo, también sabe todo lo que puede hacer, lo que incluye todas las cosas que
son posibles. Este hecho es en verdad asombroso.
Dios
ha hecho un universo increíblemente complejo y variado. Pero hay miles sobre
miles de otras variaciones o clases de cosas que Dios podría haber creado, pero
que no creó. El conocimiento infinito de Dios incluye conocimiento detallado de
lo que cada una de esas otras posibles creaciones pudiera haber sido.
Y lo
que podría haber sucedido a cada una de ellas! «Conocimiento tan maravilloso
rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo» (Sal 139: 6).
«Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos
que los cielos sobre la tierra!» (Is 55: 9).
Nuestra
definición del conocimiento de Dios afirma que Dios conoce todo en un «acto
sencillo». Aquí de nuevo la palabra sencillo se usa en el sentido de «no
dividido en partes». Esto quiere decir que Dios siempre está plenamente
consciente de todo. Si él quisiera decirnos el número de granos de arena en la
orilla del mar o el número de estrellas del cielo, no tendría que contarlas
rápidamente como una especie de computadora gigantesca, y tampoco tendría que
recordar su número porque fue algo en lo que no había pensado por un tiempo.
Más
bien, Él sabe todas las cosas al mismo tiempo. Todos estos hechos y todas las
otras cosas que Él sabe siempre están presentes en su conciencia. Él no tiene
que razonar y llegar a conclusiones ni meditar cuidadosamente antes de
responder, porque sabe el fin desde el principio, y nunca aprendió ni ha
olvidado nada (Sal 90: 4; 2ª P 3: 8; y los versículos citados arriba sobre el
conocimiento perfecto de Dios).
Todo
ápice del conocimiento de Dios siempre está plenamente presente en su
conciencia; nunca se opaca ni desvanece en su memoria inconsciente. Finalmente,
la definición habla del conocimiento de Dios no sólo como un acto sencillo sino
también como un «acto eterno». Esto quiere decir que el conocimiento de Dios
nunca cambia o crece.
Si él
jamás hubiera tenido que aprender algo nuevo, no habría sido omnisciente de
antemano. Así que desde toda la eternidad Dios ha sabido todas las cosas que
sucederían y todas las cosas que él haría.
Alguien
podría objetar que Dios promete olvidar nuestros pecados. Por ejemplo, Él dice
que «no se acuerda más de tus pecados» (Is 43: 25). Sin embargo, pasajes como
este ciertamente se pueden entender como que quieren decir que Dios nunca más
permitirá que el conocimiento de estos pecados jueguen alguna parte en la
manera en que se relaciona con nosotros: Él los «olvidará» en su relación con
nosotros.
Otra
objeción a la enseñanza bíblica en cuanto a la omnisciencia de Dios se ha derivado
de Jeremías 7: 31; 19: 5; y 31: 35, en donde Dios se refiere a las horribles
prácticas de los padres que ofrecen a sus hijos en sacrificio al dios pagano
Baal, y dice: «cosa que jamás ordené ni me pasó siquiera por la mente) (Jer 7:
31).
¿Quiere
decir esto que antes del tiempo de Jeremías Dios nunca había pensado en la
posibilidad de que los padres sacrificarían a sus hijos? Claro que no, porque
esa práctica había ocurrido un siglo antes en los reinados de Acaz (2ª R 16: 3)
y Oseas (2ª R 17:17), y Dios mismo había prohibido la práctica ochocientos años
antes bajo Moisés (Lv 18: 21). Los versículos de Jeremías probablemente se
entienden mejor traduciendo muy literalmente: «Ni subió en mi corazón» (así
dice Jer 7: 31 en la RV-60 y la traducción literal de la LBLA al margen; la
palabra hebrea es leb, que más frecuentemente se traduce «corazón»), dando el
sentido de «yo no 10 quise, ni lo deseé, ni pensé en eso de una manera
positiva».'
NOTA: La misma frase (tener un pensamiento que
entra al corazón» parece tener el sentido de «desear, querer, anhelan), en
todas las cinco ocasiones que aparece en el Antiguo Testamento: Is 65: 17; Jer
3: 16 (en donde no puede.
Otra
dificultad que surge en conexión con esto es la cuestión de la relación entre
el conocimiento de Dios de todo lo que sucederá en el futuro y la realidad y el
grado de libertad que tenemos en nuestras acciones. Si Dios sabe todo lo que
sucederá, ¿cómo pueden nuestras decisiones ser «libres»?
De
hecho, esta dificultad es tan importante que algunos teólogos han concluido que
Dios no conoce todo el futuro. Han dicho que Dios no sabe cosas que no pueden
(en opinión de ellos) ser conocidas, tales como los actos libres de personas
que todavía no han tenido lugar (a veces la frase que se usa es «actos contingentes
de agentes morales libres», en donde «contingentes» quiere decir «posibles pero
no ciertos»).
Pero
tal posición es insatisfactoria porque esencialmente niega el conocimiento de
Dios del futuro de la historia humana en algún punto en el tiempo y por lo
tanto no concuerda con los pasajes mencionados arriba en cuanto al conocimiento
de Dios del futuro y con docenas de otros pasajes proféticos del Antiguo
Testamento en donde Dios predice el futuro con mucha antelación y con gran
detalle.
¿Cómo,
entonces, resolvemos esta dificultad? Aunque esta cuestión se tratará con mucho
más detalle en el capítulo 16 sobre la providencia de Dios, puede ser útil en
este punto notar la sugerencia de Agustín, que dijo que Dios nos ha dado
«autodeterminación razonable». Su declaración no incluye los términos libre o
libertad, porque estos términos son excepcionalmente difíciles de definir de
manera que satisfactoriamente tome en cuenta el conocimiento completo de Dios
de acontecimientos futuros.
Pero
esta declaración sí afirma lo que es importante para nosotros y lo que
percibimos ser cierto en nuestra experiencia, que nuestras decisiones son
«razonables». Es decir, pensamos lo que hacemos, conscientemente decidimos lo
que hacemos, y después seguimos el curso de acción que hemos escogido.
La
declaración de Agustín también dice que tenemos «autodeterminación».
Esto
es simplemente que nuestras decisiones en realidad determinan lo que sucederá.
No es que los acontecimientos tuvieran lugar independientemente de lo que
decidamos o hagamos, sino más bien que tienen lugar debido a lo que en efecto
decidimos y hacemos. Esta afirmación no intenta definir el sentido en el que
somos «libres» o «no libres», pero ese no es el asunto realmente importante.
Para
nosotros, es importante que pensamos, escogemos y actuamos, y que estos
pensamientos, decisiones y acciones son reales y en verdad tienen significación
eterna. Si Dios conoce todos nuestros pensamientos, palabras y acciones mucho
antes de que ocurran, debe haber algún sentido en el cual nuestras decisiones
no son absolutamente libres. Pero es mejor dejar una definición ulterior de
este asunto hasta que podamos tratarlo más completamente en el capítulo 4.
4. SABIDURÍA.
La
sabiduría de Dios quiere decir que Dios siempre escoge las mejores metas y los
mejores medios para alcanzar esas metas. Esta definición va más allá de la idea
de que Dios sabe todas las cosas y especifica que las decisiones de Dios sobre
lo que él hará siempre son decisiones sabias; es decir, siempre producen los mejores
significar sencillamente «tener conocimiento factual de»); 7:31; 19:5; 32:35;
así como en la frase griega anebé epí ten kardían en Hch 7: 23.
Equivalentes
resultados (desde la perspectiva suprema de Dios), y producirán esos resultados
mediante los mejores medios posibles.
La
Biblia afirma la sabiduría de Dios en general en varios lugares. Se le llama el
«único sabio Dios» (Ro 16: 27). Job dice que Dios «es sabio de corazón» Job 9:
4, RV-60), y «Con Dios están la sabiduría y el poder; suyos son el consejo y el
entendimiento » Job 12: 13). La sabiduría de Dios se ve específicamente en la
creación. El salmista exclama: «¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas
ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas!»
(Sal 104: 24).
Al
crear Dios el universo, fue perfectamente adecuado para que le diera gloria,
tanto en el proceso dia tras día y en las metas para los cuales 10 creó.
Incluso ahora, aunque todavía vemos los efectos del pecado y la maldición sobre
el mundo natural, deberíamos asombramos lo armoniosa e intrincada que es la
creación divina.
La
sabiduría de Dios también se ve en su gran plan de redención. Cristo es
«sabiduría de Dios» para los llamados (1ª Co 1: 24,30), aunque la palabra de la
cruz es «locura» para los que la rechazan y se creen sabios en este mundo (1ª
Co 1: 18-20).
Sin
embargo, incluso esto es una reflexión del sabio plan de Dios: «Ya que Dios, en
su sabio designio, dispuso que el mundo no 10 conociera mediante la sabiduría
humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que
creen. '"
Pero
Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios a fin de que
en su presencia nadie pueda jactarse» (1ª Co 1: 21, 27, 29). Pablo sabe que lo
que ahora pensamos que es el mensaje «sencillo» del evangelio, entendible
incluso para los más pequeños, refleja un asombroso plan de Dios, que en su
profunda sabiduría supera cualquier cosa que el hombre jamás podría haber
imaginado.
Al fin
de once capítulos de reflexión sobre la sabiduría del plan divino de redención,
Pablo irrumpe en alabanza espontánea: «¡Qué profundas son las riquezas de la
sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e
impenetrables sus caminos!» (Ro 11: 33).
Cuando
Pablo predica el evangelio 10 mismo a judíos que a gentiles y estos se
convierten en uno en un solo cuerpo, el de Cristo (Ef 3: 6), el increíble
«misterio» que «desde los tiempos eternos se mantuvo oculto en Dios, creador de
todas las cosas» (Ef3:9) es claro para que todos lo vean, es decir, que en
Cristo personas tan totalmente diversas llegan a unirse.
Cuando
grupos tan diferentes racial y culturalmente llegan a ser miembros de un solo
cuerpo, el de Cristo, se cumple el propósito de Dios, de que «que la sabiduría
de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia,
a los poderes y autoridades en las regiones celestiales» (Ef. 3: 10).
Hoy
esto quiere decir que la sabiduría de Dios se muestra incluso a los ángeles y
demonios (poderes y autoridades) cuando individuos de diferentes trasfondos
raciales y culturales se unen en Cristo en la iglesia. Si la iglesia cristiana
es fiel al sabio plan de Dios, siempre estará en el mismo frente para derribar
barreras raciales y sociales en las sociedades en todo el mundo, y de este modo
será una manifestación visible del asombrosamente sabio plan de Dios de
producir unidad de nuestra gran diversidad y por ello hacer que toda la
creación le honre.
La
sabiduría de Dios también se muestra en nuestra vida como individuos. «Sabemos
que Dios hace que todo contribuya para el bien de los que le aman, los que son
llamados de acuerdo a su propósito (Ro 8:28, traducción del autor). Aquí Pablo
afirma que Dios en efecto obra sabiamente en todo lo que sucede en nuestra
vida, y que mediante todas estas cosas él nos hace avanzar hacia la meta de
conformamos a la imagen de Cristo (Ro 8: 29).
Debería
ser nuestra gran confianza y fuente de paz día tras día saber que Dios hace que
todo nos haga avanzar hacia la meta suprema que él tiene para nuestra vida, es
decir, que podamos ser como Cristo y que por ello le demos gloria. Tal
confianza capacitó a Pablo para que aceptara su «espina en el cuerpo» (2ª Co
12: 7) como algo que, aunque doloroso, Dios en su sabiduría había decidido no
quitarle (2ª Co 12: 8-10).
Todos
los días de nuestra vida podemos acallar nuestro desaliento con el consuelo que
viene del conocimiento de la infinita sabiduría de Dios; si somos sus hijos,
podemos saber que él está obrando sabiamente en nuestra vida, incluso hoy
mismo, para llevamos a una mayor conformidad a la imagen de Cristo.
La
sabiduría de Dios es, por supuesto, en parte comunicable a nosotros. Con
confianza podemos pedirle a Dios sabiduría cuando la necesitamos, porque él
promete en su palabra: «Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a
Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a
nadie» (Stg 1: 5).
Esta
sabiduría, o capacidad para vivir una vida que agrada a Dios, viene
primordialmente al leer y obedecer su palabra: «La ley del Señor es perfecta:
infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría
al sencillo» (Sal 19: 7; Dt 4: 6-8).
«El
principio de la sabiduría es el temor del Señor» (Sal 111: 10; Pr 9: 10; Pr 1:
7), porque si tememos deshonrar a Dios o desagradarle, si tememos su disciplina
paternal, tendremos la motivación que nos hace querer seguir sus caminos y
vivir de acuerdo a sus sabios mandamientos. Es más, la posesión de sabiduría de
Dios no resultará en orgullo sino en humildad (Pr 11: 2; Stg 3: 13), no en
arrogancia sino en un espíritu manso y pacífico (Stg 3: 14-18). Él que es sabio
según las normas de Dios continuamente andará en dependencia del Señor y con
deseo de exaltarle.
Sin
embargo, también debemos recordar que la sabiduría de Dios no es enteramente
comunicable; nunca podremos participar por completo de la sabiduría de Dios (Ro
11: 33). En términos prácticos, esto quiere decir que frecuentemente habrá
ocasiones en la vida cuando no podremos entender por qué Dios permite que algo
suceda.
Entonces
simplemente tenemos que confiar en él y seguir obedeciendo sus sabios
mandamientos para nuestras vidas: «Así pues, los que sufren según la voluntad
de Dios, entréguense a su fiel Creador y sigan practicando el bien» (1ª P 4:
19; Dt 29: 29; Pr 3: 5-6). Dios que es infinitamente sabio y nosotros no, y le
agrada cuando tenemos fe para confiar en su sabiduría aun cuando no entendamos
lo que él está haciendo.
5. VERACIDAD (Y FIDELIDAD).
La
veracidad de Dios quiere decir que él es el Dios verdadero, y que todo su
conocimiento y palabras son a la vez verdad y la norma suprema de la verdad.
A
veces se ha usado el término confiabilidad o también verdad como sinónimo de la
veracidad de Dios.
La
primera parte de esta definición indica que el Dios revelado en la Biblia es el
Dios verdadero y real, y que todos los demás que se llaman dioses son ídolos.
«El Señor es el Dios verdadero, el Dios viviente, el Rey eterno. "Los
dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de
debajo del cielo"» (Jer 10: 1O-11). Jesús le dijo a su Padre: «y ésta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien tú has enviado> (Jn 17: 3; 1ª Jn 5:20).
Podríamos
preguntar qué significa ser el Dios verdadero a diferencia de otros seres que
no son Dios. Debe querer decir que Dios en su propio ser o carácter es el único
que plenamente se ajusta a la idea de lo que Dios tiene que ser; es decir, un
ser que es infinitamente perfecto en poder, en sabiduría, en bondad, en señorío
sobre el tiempo y el espacio, y cosas por el estilo. Pero podríamos preguntar
también, ¿idea de quién es esta idea de Dios? ¿A qué idea de Dios debe uno
ajustarse a fin de que sea el Dios verdadero?
En
este punto el curso de nuestro pensamiento se vuelve en cierto sentido
circular, porque no debemos decir que un ser debe ajustarse a nuestro concepto
de lo que Dios debería ser a fin de que sea el Dios verdadero. ¡Nosotros no
somos más que criaturas! ¡Nosotros no podemos definir cómo debe ser el
verdadero Dios! Así que debemos decir que es Dios mismo quien tiene la única
idea perfecta de cómo debe ser el verdadero Dios.
Y él
mismo es el verdadero Dios porque en su ser y carácter perfectamente se ajusta
a su propio concepto de lo que debe ser el verdadero Dios. Además, él ha
implantado en nuestras mentes un reflejo de su propia idea de lo que debe ser
el verdadero Dios, y nos capacita para reconocerlo como Dios.
La
definición dada arriba también afirma que todo el conocimiento de Dios es
verdadero y es la norma final de la verdad. Job nos dice que Dios es «perfecto
en conocimiento» (Job 37: 16; vea también los versículos citados anteriormente
bajo la explicación de la omnisciencia de Dios). Decir que Dios sabe todas las
cosas y que su conocimiento es perfecto es decir que él nunca se equivoca en su
percepción o comprensión del mundo; todo lo que él sabe y piensa es verdadero y
es una percepción correcta de la naturaleza de la realidad.
Es
más, puesto que Dios sabe todas las cosas infinitamente bien, podemos decir que
la norma del verdadero conocimiento es la conformidad al conocimiento de Dios.
Si pensamos lo mismo que Dios piensa en cuanto a algo en el universo, estamos
pensando lo que es cierto al respecto.
Nuestra
definición también afirma que las palabras de Dios son a la vez verdad y la
norma suprema de la verdad. Esto quiere decir que Dios es confiable y fiel en
sus palabras. Con respecto a sus promesas Dios siempre hace lo que promete
hacer, y podemos depender que nunca será infiel a sus promesas. Por tanto,
«Dios es fiel» (Dt 32: 4). De hecho, este aspecto específico de la veracidad de
Dios a veces se considera un atributo distinto:
La
fidelidad de Dios quiere decir que Dios siempre hará lo que ha dicho y cumplirá
lo que ha prometido (Nm 23: 19; 2ª S 7: 28; Sal 141: 6,). Se puede confiar en
él, y él nunca será infiel a los que confían en lo que él ha dicho.
Ciertamente,
la esencia de la verdadera fe es tomarle la palabra a Dios y confiar en que
hará lo que ha prometido.
Además
del hecho de que Dios es fiel a sus promesas, también debemos afirmar que todas
las palabras de Dios en cuanto a sí mismo y en cuanto a su creación
corresponden completamente a la realidad. Es decir, Dios siempre dice la verdad
cuando habla. Él es «el Dios que no miente» (Tit 1: 2; traducción del autor),
el Dios para quién es imposible mentir (Heb 6: 18), el Dios cuyas palabras
todas son perfectamente «puras» (Sal 12: 6), el único de quien se puede decir:
«Toda palabra de Dios es digna de crédito» (Pr 30: 5).
Las
palabras de Dios no son simplemente verdad en el sentido de que se ajustan a
alguna norma de veracidad fuera de Dios. Más bien, son la verdad misma; son la
norma y definición final de la verdad. Por eso Jesús puede decirle al Padre:
«Tu palabra es la verdad» Gn 17: 17).
Lo que
se dice de la veracidad del conocimiento de Dios también se puede decir de las
palabras de Dios, porque se basan en su conocimiento perfecto y reflejan
exactamente ese conocimiento perfecto; las palabras de Dios son «verdad» en el
sentido de que son la norma final por la cual se debe juzgar la veracidad;
cualquier cosa que se ajusta a las palabras de Dios también es verdad, y lo que
no se ajusta a sus palabras no es verdad.
La
veracidad de Dios también es comunicable porque nosotros podemos en parte
imitarlo al procurar tener conocimiento verdadero en cuanto a Dios y en cuanto
a su mundo. Es más, al empezar a pensar pensamientos verdaderos en cuanto a
Dios y la creación, pensamientos que aprendemos en la Biblia y al permitir que
la Biblia nos guíe en nuestra observación e interpretación del mundo natural,
¡empezamos a pensar pensamientos de Dios como él! Podemos exclamar con el
salmista: «¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es
la suma de ellos!» (Sal 139: 17).
El damos
cuenta de esto debe animamos en la búsqueda del conocimiento en todas las ramas
de las ciencias naturales, sociales y las humanidades. Cualquiera que sea el
campo de nuestra investigación, cuando descubrimos más verdad en cuanto a la
naturaleza de la realidad descubrimos más de la verdad que Dios ya sabe. En
este sentido podemos afirmar que «toda verdad es verdad de Dios»' y regocijamos
cada vez que el aprendizaje o descubrimiento de esta verdad se usa de maneras
que agradan a Dios.
Crecer
en conocimiento es parte del proceso de llegar a ser más semejantes a Dios o de
llegar a ser las criaturas que se ajustan más completamente a la imagen de
Dios. Pablo nos dice que cuando nos vestimos de la «nueva naturaleza», esta «se
va renovando en conocimiento a imagen de su Creador»
(Col
3: 10).
En una
sociedad que es extremadamente descuidada respecto a la veracidad de las
palabras habladas, nosotros como hijos de Dios debemos imitar a nuestro Creador
y tener gran cuidado de que nuestras palabras sean siempre veraces. «Dejen de
mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja
naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza» (Col 3:
9-10). En otro lugar Pablo amonesta: «Por lo tanto, dejando la mentira, hable
cada uno a su prójimo con la verdad» (Ef. 4: 25).
Pablo
dice que en su propio ministerio procuraba practicar la absoluta verdad: «Más
bien, hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas; no
actuamos con engaño ni torcemos la palabra de Dios. Al contrario, mediante la
clara exposición de la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana en la
presencia de Dios» (2ª Ca 4: 2). Dios se agrada cuando su pueblo aleja de sí
«la perversidad» (Pr 4: 24) y habla con palabras que son aceptables no sólo a
la vista de la gente sí no también a la vista del Señor mismo (Sal 19: 14).
Todavía
más, debemos imitar la veracidad de Dios en nuestra reacción a la verdad y a la
falsedad. Como Dios, debemos amar la verdad y aborrecer la falsedad.
El
mandamiento de no dar falso testimonio contra nuestro prójimo (Éx 20: 16), cómo
los demás mandamientos, requiere no meramente conformidad externa, sino también
conformidad en actitud de corazón, El que agrada a Dios «de corazón dice la
verdad» (Sal 15: 2), y procura ser como el justo que «aborrece la mentira» (Pr
13: 5)
Dios
ordena a su pueblo por medio de Zacarias: «No maquinen el mal contra su
prójimo, ni sean dados al falso testimonio, porque yo aborrezco todo eso,
afirma el Señor,"» (Zac 8: 17).
Estos
mandamiento se nos dan porque Dios mismo ama la verdad y aborrece la falsedad:
«El Señor aborrece a los de labios mentirosos, pero se complace en los que
actúan con lealtad» (Pr 12: 22; Is 59: 3-4). La falsedad y la mentira no
proceden de Dios sino de Satanás, el cual se deleita en la falsedad: «Cuando
miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de
la mentira!» Gen 8: 44).
Es
apropiado, entonces, que con «los cobardes, los incrédulos, los abominables,
los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes
mágicas, [y] los idólatras» que se hallan en «el lago de fuego y azufre» lejos
de la ciudad celestial, también se hallen «todos los mentirosos» (Ap 21: 8).
Así
que la Biblia nos enseña que mentir es malo no sólo debido al gran daño que
produce (y a menudo mucho más daño viene debido a la mentira de lo que nos
damos cuenta), sino también por una razón incluso más honda y más profunda:
cuando mentimos deshonramos a Dios y rebajamos su gloria, porque nosotros, como
creados a imagen de Dios y creados con el propósito de reflejar la gloria de
Dios en nuestras vidas, estamos actuando de una manera que es contraria al
carácter de Dios.
C. ATRIBUTOS MORALES
6. BONDAD.
La
bondad de Dios quiere decir que Dios es la norma suprema del bien, y que todo
lo que Dios es y hace es digno de aprobación.
En
esta definición hallamos una situación similar a la que enfrentamos al definir
a Dios como el Dios verdadero. Aquí «bien» se puede entender que es «digno de
aprobación», pero no hemos contestado a la pregunta: ¿aprobación de quién? En
cierto sentido, podemos decir que cualquier cosa que es verdaderamente buena
debe ser digna de nuestra aprobación. Pero al final nosotros no somos libres
para decidir por nosotros mismos lo que es digno de aprobación y lo que no lo
es.
En
última instancia, por consiguiente, el ser y las acciones de Dios son
perfectamente dignos de su propia aprobación. Él es, por consiguiente, la norma
suprema del bien. Jesús implica esto cuando dice: «Nadie es bueno sino solo
Dios» (Lc 18: 19).
Los
Salmos muchas veces afirman que «el Señor es bueno» (Sal 100: 5) o exclaman:
«Den gracias al Señor, porque él es bueno» (Sal 106: 1; 107: 1;). David nos
anima: «Prueben y vean que el Señor es bueno» (Sal 34: 8).
Pero
si Dios es bueno en sí mismo y por consiguiente es la suprema norma del bien,
tenemos una definición del significado de «bueno» que nos ayudará grandemente
en el estudio de ética y estética. ¿Qué es «bueno»? «Bueno» es lo que Dios
aprueba. Entonces podemos preguntar: ¿Por qué es bueno lo que Dios aprueba?
Debemos
contestar: «Porque él lo aprueba». Esto quiere decir que no hay norma más alta
de bondad que el propio carácter de Dios y su aprobación de lo que concuerda
con ese carácter. Con todo, Dios nos ha dado algún reflejo de su sentido de
bondad, de modo que cuando evaluamos las cosas de la manera que Dios nos creó
para que las evaluáramos, también aprobamos lo que Dios aprueba y nos
deleitamos en lo que él se deleita.
Nuestra
definición también expresa que todo lo que Dios hace es digno de aprobación.
Vemos
evidencia de esto en el relato de la creación: «Dios miró todo lo que había
hecho, y consideró que era muy bueno» (Gn 1: 31). El salmista conecta la bondad
de Dios con la bondad de lo que hace: «Tú eres bueno, y haces el bien; enséñame
tus decretos» (Sal 119: 68).
El
Salmo 104 es un ejemplo excelente de alabanza a Dios por su bondad en la
creación, en tanto que muchos salmos, como el Salmo 106 y 107, alaban a Dios
por su bondad en todas sus acciones hacia su pueblo. Pablo nos anima a
descubrir en la práctica cómo la voluntad de Dios en cuanto a nosotros es
«buena, agradable y perfecta» (Ro 12: 2).
La
Biblia también nos dice que Dios es la fuente de todo bien en el mundo.
«Toda
buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que
creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como
las sombras» (Stg 1:17; cf. Sal 145:9; Hch 14: 17). Es más, Dios hace sólo
cosas buenas por sus hijos. Leemos: «El Señor brinda generosamente su bondad a
los que se conducen sin tacha» (Sal 84: 11).
En el
mismo contexto en el que Pablo nos asegura que «Dios dispone todas las cosas
para el bien de quienes lo aman» (Ro 8: 28), también dice: «El que no escatimó
ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de
darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (Ro 8:32).
Mucho
más que un padre terrenal, nuestro Padre celestial «dará cosas buenas alas que
le pidan» (Mt 7: 11), e incluso su disciplina es una manifestación de su amor y
es para nuestro bien (Heb 12:10). Este conocimiento de la gran bondad de Dios
debería impulsarnos a dar «gracias a Dios en toda situación» (1ª Ts 5: 18).
En
imitación de este atributo comunicable debemos nosotros mismos hacer lo bueno
(es decir, debemos hacer lo que Dios aprueba) y con eso imitar la bondad de
nuestro Padre celestial. Pablo escribe: «Por lo tanto, siempre que tengamos la
oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe»
(Ge 6: 10; Lc6:27, 33-35; 2ª Ti 3: 17).
Es
más, cuando nos damos cuenta de que Dios es la definición y fuente de todo lo
bueno, nos daremos cuenta de que Dios mismo es el bien supremo que buscamos.
Diremos con el salmista: «¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy
contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi
espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna» (Sal 73:
25-26; 16: 11; 42: 1-2).
La
bondad de Dios se relaciona estrechamente con varias otras características de
su naturaleza, entre ellas amor, misericordia, paciencia y gracia. A veces
estas se consideran atributos separados y se tratan individualmente.
En
otras ocasiones se consideran parte de la bondad de Dios y se tratan como
varios aspectos de la bondad de Dios. En este capítulo trataremos el amor como
un atributo separado puesto que es tan prominente en la Biblia. Las otras tres
características (misericordia, paciencia y gracia), aunque también prominentes
en la Biblia, las trataremos juntas como aspectos de la bondad de Dios hacia
personas en situaciones específicas.
Así Que La Misericordia De Dios Es Su Bondad Hacia Los Afligidos, Su
Gracia Es Su Bondad Hacia Los Que Merecen Sólo Castigo, Y Su Paciencia Es Su
Bondad Hacia Los Que Continúan Pecando En Un Período De Tiempo (Vea Más
Adelante, En La Sección C.8, Lo Que Decimos Sobre La Misericordia, Paciencia Y
Gracia).
7. AMOR.
El
amor de Dios quiere decir que eternamente Dios se da a otros.
Esta
definición entiende el amor como entrega de sí mismo para beneficio de otros.
Este atributo de Dios muestra que es parte de su naturaleza dar de sí mismo a
fin de dar bendición o bien a otros.
Juan
nos dice que «Dios es amor» (1ª Jn 4: 8). Vemos evidencia de que este atributo
de Dios estaba activo incluso antes de la creación, entre los miembros de la
Trinidad. Jesús le habla a su Padre de «la gloria que me has dado porque me
amaste desde antes de la creación del mundo» Gn 17: 24), indicando así que
había amor y honra recíproca entre Padre e Hijo desde toda la eternidad. Eso
continúa en el presente, porque leemos: «El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo
en sus manos» Gen 3: 35).
Este
amor es también recíproco, porque Jesús dice: «el mundo tiene que saber que amo
al Padre, y que hago exactamente lo que él me ha ordenado que haga» Gen 14: 31).
El amor entre el Padre y el Hijo también presumiblemente caracteriza su
relación con el Espíritu Santo, aunque no se menciona esto en forma explícita.
Este
amor eterno del Padre por el Hijo, del Hijo por el Padre y de ambos por el
Espíritu Santo hace del cielo un mundo de amor y gozo porque cada persona de la
Trinidad procura dar gozo y felicidad a las otras dos.
Esta
entrega de sí misma que caracteriza a la Trinidad halla clara expresión en las
relaciones de Dios con la humanidad, especialmente con los pecadores. «En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó a nosotros, y envió a su Hijo para que sea propiciación por nuestros
pecados» (1ª Jn 4: 10, traducción del autor). Pablo escribe: «Dios demuestra su
amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió
por nosotros» (Ro 5:8).
Juan
también escribe: «Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para
que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» Gn 3: 16).
Pablo también habla de «el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí» (Gá
2: 20), con lo que muestra que se da cuenta de la aplicación personal directa
del amor de Cristo a los pecadores como individuos. Debe ser motivo de gran
gozo saber que es el propósito de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo darse a sí
mismos a nosotros para damos verdadero gozo y felicidad.
Es la
naturaleza de Dios actuar de esa manera hacia los que ha decidido amar, y
continuará actuando de esa manera hacia nosotros por toda la eternidad.
Nosotros
imitamos este atributo comunicable de Dios primero amando a Dios en
reciprocidad, y segundo, al amar a otros imitando la manera en que Dios los
ama. Todas nuestras obligaciones a Dios se pueden resumir en esto: «Ama al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. Ama a
tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22: 37-38). Si amamos a Dios obedeceremos sus
mandamientos (1ª Jn 5:3) y de esa manera haremos lo que le agrada. Amaremos a
Dios, y no al mundo (1ª Jn 2: 15), y haremos esto porque él nos amó primero (1ª
Jn 4:19).
Uno de
los más asombrosos hechos de toda la Biblia es que así como el amor de Dios
incluye el darse a sí mismo para hacemos felices, nosotros podemos en
reciprocidad damos nosotros mismos y alegrar el corazón de Dios. Isaías le
promete al pueblo de Dios: «Como un novio que se regocija por su novia, así tu
Dios se regocijará por ti» (Is 62: 5), y Sofonías le dice al pueblo de Dios:
«el Señor tu Dios está en medio de ti. Se deleitará en ti con gozo, te renovará
con su amor, se alegrará por ti con cantos como en los días de fiesta» (Sof 3:
17-18).
Nuestra
imitación del amor de Dios también se ve en nuestro amor a otros.
Juan
lo dice explícitamente: «Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así,
también nosotros debemos amamos los unos a los otros» (1ª Jn 4: 11). Es más,
nuestro amor a otros dentro de la comunión de los creyentes es tan
evidentemente una imitación de Cristo que por ella el mundo nos reconocerá como
de Cristo: «De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los
unos a los otros» Gen 13: 35; 15: 13; Ro 13: 10; 1ª Co 13: 4-7; Heb 10: 24).
Dios
mismo nos da su amor para capacitamos para que nos amemos unos a otros Gn
17:26; Ro 5:5). Es más, nuestro amor por nuestros enemigos refleja de una
manera especial el amor de Dios (Mt 35:46-48).
8. MISERICORDIA, GRACIA, PACIENCIA.
La
misericordia, paciencia y gracia de Dios se pueden ver como tres atributos
separados, o como aspectos específicos de la bondad de Dios. Las definiciones
que se dan aquí muestran estos atributos como ejemplos especiales de la bondad
de Dios cuando los usa para beneficio de clases específicas de personas.
La
misericordia de Dios es la bondad de Dios hacia los que están afligidos y
angustiados.
La
gracia de Dios es la bondad de Dios hacia los que merecen sólo castigo.
La
paciencia de Dios es la bondad de Dios al retener el castigo de los que pecan
por un período de tiempo.
Estas
tres características de la naturaleza de Dios a menudo se mencionan juntas,
especialmente en el Antiguo Testamento. Cuando Dios le declara a Moisés su
nombre, proclama: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la
ira y grande en amor y fidelidad» (Éx 34:6). David dice en el Salmo 103:8: «El
Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor».
Debido
a que estas características de Dios a menudo se mencionan juntas, puede parecer
dificil distinguirlas. Sin embargo la característica de misericordia a menudo
se recalca en donde las personas están afligidas y sufriendo. David dice, por
ejemplo: «En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque
sus misericordias son muchas» (2ª S 24: 14, RVR 1960).
Los
dos ciegos que querían que Jesús viera su aflicción y los sanara clamaron:
«¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9: 27). Cuando Pablo habla del
hecho de que Dios nos consuela en la aflicción, llama a Dios «Padre
misericordioso y Dios de toda consolación» (2ª Co 1: 3). En tiempo de necesidad
debemos acercamos al trono de Dios para recibir misericordia y gracia (Heb 4:
16; 2: 17; Stg 5: 11). Debemos imitar la misericordia de Dios en nuestra
conducta hacia otros: «Dichosos los compasivos, porque serán tratados con
compasión» (Mt 5:7; 2ª Co 1:3-4).
NOTA: Este versículo usa oiktinnós «compasión,
misericordia» antes que él eos «misericordia», pero los términos están
estrechamente relacionados en significado y ambos se refieren a compasión o
bondad hacia los afligidos.
Con
respecto al atributo de gracia, hallamos que la Biblia recalca que la gracia de
Dios, o su favor hacia los que no merecen favor sino sólo castigo, nunca es una
obligación sino que Dios siempre la da voluntariamente. Dios dice: «Tengo
clemencia de quien quiero tenerla, y soy compasivo con quien quiero serlo» (Éx
33: 19; citado en Ro 9: 15).
Sin
embargo Dios regularmente obra con gracia hacia su pueblo: «Vuélvete a mí, y
tenme compasión como haces siempre con los que aman tu nombre» (Sal 119: 132).
Es más, Pedro llama a Dios «el Dios de toda gracia» (1ª P 5:10).
La
gracia de Dios como bondad especialmente demostrada a los que no la merecen se
ve frecuentemente en los escritos de Pablo. Pablo recalca que la salvación por
gracia es lo opuesto a la salvación por esfuerzo humano, porque la gracia es
algo que se da de gratis. «Todos han pecado y están privados de la gloria de
Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención
que Cristo Jesús efectuó» (Ro 3: 23-24).
La
distinción entre gracia y salvación ganada por obras que merecen una recompensa
también se ve en Romanos 11: 6: «y si es por gracia, ya no es por obras; porque
en tal caso la gracia ya no sería gracia». La gracia, entonces, es el favor que
Dios concede gratuitamente a los que no merecen ese favor.
Pablo
también ve que si la gracia es inmerecida, hay sólo una actitud humana
apropiada para recibir esa gracia; esto es, la fe: «Por eso la promesa viene
por la fe, a fin de que parla gracia quede garantizada» (Ro 4:16). La fe es la
única actitud humana que es opuesta a depender de uno mismo, porque incluye
confianza o dependencia en otro.
Por
tanto, está desprovista de confianza propia o intentos de ganar justicia por
esfuerzo humano. Si el favor de Dios va a venirnos sin nuestro propio mérito,
debe venir cuando dependemos no de nuestro propio mérito sino de los méritos de
otro, y allí es precisamente cuando tenemos fe.
En el
Nuevo Testamento, y especialmente en Pablo, se puede ver, no sólo el perdón de
pecados, sino también toda la vida cristiana como resultado de la continua
concesión divina de su gracia. Pablo puede decir: «por la gracia de Dios soy lo
que soy» (1ª Co 15: 10). Lucas habla de Antioquía como el lugar en donde a
Pablo y
Bernabé
«los había encomendado a la gracia de Dios para la obra que ya habían
realizado» (Hch 14:26), indicando que la iglesia allí, al enviar a Pablo y a
Bernabé, comprendieron que el éxito de su ministerio dependía de la continua
gracia de Dios. Todavía más, las bendiciones de «gracia» en los lectores de
Pablo es la bendición apostólica más frecuente en sus canas (vea, por ej., Ro
1:7; 16:20; 1ª Co 1:3; 16: 23; 2ª Co 1:2; 13:14; Gá 1: 3; 6: 18).
De
modo similar, la paciencia de Dios se menciona en algunos de los pasajes
citados arriba en conexión con la misericordia de Dios. El Antiguo Testamento
frecuentemente habla de Dios como «lento para la ira» (Éx. 34: 6; Nm 14: 18;
Sal 86: 15; 103:8; 145:8; Jon 4: 2; Nah 1:3;).
En el
Nuevo Testamento Pablo habla «de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su
paciencia» (Ro 2:4), y dice que Jesucristo mostró su «perfecta paciencia» hacia
Pablo mismo como ejemplo para otros (1ª Ti 1: 16; Ro 9: 22; 1ª P 3: 20).
Nosotros
también debemos imitar la paciencia de Dios y ser lentos para enojarnos (Stg 1:
19), y ser pacientes en el sufrimiento como lo fue Cristo (1ª P 2: 20).
Debemos
llevar la vida «con paciencia» (Ef. 4: 2), y en Gálatas 5:22 se incluye la
«paciencia» en la lista de los frutos del Espíritu (vea también Ro 8:25; 1ª Co
13:4; Col 1: 11; 3: 12; 2a Ti 3: 10; 4:2; Stag 5: 7-8; Apo 2: 2-3;). Como con
la mayoría de los atributos de Dios que debemos imitar en la vida, la paciencia
exige confianza momento tras momento en que Dios cumplirá sus promesas y
propósitos en nuestras vidas en el tiempo que él ha escogido.
Nuestra
confianza que el Señor pronto cumplirá sus propósitos para nuestro bien y su
gloria nos permitirá ser pacientes. Santiago hace esta conexión cuando dice:
«Así también ustedes, manténganse firmes y aguarden con paciencia la venida del
Señor, que ya se acerca» (Stg 5:8).
9. SANTIDAD.
La
santidad de Dios quiere decir que él está separado del pecado y dedicado a
mantener en alto su honor. Esta definición contiene tanto una cualidad
relacional (separación) y una cualidad moral (la separación es del pecado o
mal, y la devoción es al bien del honor o gloria de Dios). La idea de santidad
que incluye la separación del mal y devoción a la gloria de Dios se halla en
varios pasajes del Antiguo Testamento.
La
palabra santo se usa para describir ambas partes del tabernáculo, por ejemplo.
El tabernáculo mismo era un lugar separado del mal y del pecado del mundo, y el
primer aposento en él se llamaba «Lugar Santo». Estaba dedicado al servicio de
Dios. Pero luego Dios ordenó que hubiera un velo que separara el Lugar Santo
del Lugar Santísimo (Éx 26: 33). El Lugar Santísimo, en donde se guardaba el
arca del pacto, era el lugar más separado del pecado y del mal, y más
plenamente dedicado al servicio de Dios.
El
lugar en donde Dios mismo moraba era en sí mismo santo: «¿Quién puede subir al
monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo?» (Sal 24: 3). El
elemento de dedicación al servicio de Dios se ve en la santidad del sabbat: «El
Señor bendijo y consagró el día de reposo» (o «lo santificó»; el verbo es una
forma de qadash y quiere decir «santificar») (Éx. 20: 11; Gn 2:3). El sabbat
fue santificado porque fue separado de las actividades ordinarias del mundo y
dedicado al servicio de Dios.
De la
misma manera el tabernáculo y el altar, así como también Aarón y sus hijos,
debían ser «santificados» (Éx 29: 44), es decir, apartados de las tareas
ordinarias y de la maldad y pecados del mundo y dedicados al servicio de Dios
(Éx 30: 25-33).
Dios
mismo es el Santísimo. Se le llama «el Santo de Israel» (Sal 71:22; 78:41;
89:18; Is 1:4; 5:19, 24; et al.). Los serafines alrededor del trono de Dios
claman: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está
llena de su gloria» (Is 6:3). «Santo es el Señor nuestro Dios!» exclama el
salmista (Sal 99: 9; 99: 3, 5; 22: 3).
La
santidad de Dios provee el patrón para que su pueblo imite. Él les ordena:
«Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo» (Lv 19:2; 11: 44-45;
20:26; 1ª P 1: 16). Cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto, los atrajo a sí
mismo y les ordenó que obedecieran su voz, les dijo: «Ustedes serán para mí un
reino de sacerdotes y una nación santa» (Éx 19: 4-6).
En
este caso el concepto de la separación del mal y del pecado (que aquí incluyó
de una manera muy contundente la separación de la vida en Egipto) y el concepto
de la devoción a Dios (al servirle y obedecer sus estatutos) se ven en el
ejemplo de una «nación santa».
Los
creyentes del nuevo pacto también deben buscar «la santidad, sin la cual nadie
verá al Señor» (Heb 12: 14) y saber que Dios nos aplica disciplina «a fin de
que participemos de su santidad» (Heb 12: 10). Pablo anima a los creyentes a
separarse de la influencia dominante que produce la asociación estrecha con los
que no creen (2ª Co 6: 14-18) y después los anima diciéndoles: «Purifiquémonos
de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de
Dios la obra de nuestra santificación» (2ª Co 7: 1; Ro 12: 1).
Dios
quiere que la iglesia crezca hasta «llegar a ser un templo santo en el Señor»
(Ef. 2: 21), y la obra presente de Cristo por la iglesia es «para hacerla santa
para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, santa e intachable»
(Ef 5: 26-27). ¡No sólo los individuos, sino también la iglesia misma debe
crecer en santidad!
Zacarías
profetiza el día cuando todo lo de la tierra será «consagrado al Señor.».
Dice: En Aquel Día Los Cascabeles De Los Caballos Llevarán Esta Inscripción:
Consagrado Al Señor. Las Ollas De Cocina Del Templo Del Señor Serán Como Los
Tazones Sagrados Que Están Frente Al Altar Del Sacrificio. Toda Olla De
Jerusalén Y De Judá Será Consagrada Al Señor Todopoderoso» (Zac 14: 20-21).
Cuando
llegue ese tiempo, todo en la tierra será separado del mal, purificado del
pecado, y dedicado al servicio de Dios en verdadera pureza moral.
10 PAZ (O ORDEN).
En 1ª
Corintios 14:33 Pablo dice: «Dios no es Dios de confusión, sino de paz». Aunque
tradicionalmente no se ha clasificado la «paz» y el «orden» como atributos de
Dios, aquí Pablo indica otra cualidad que pudiéramos pensar como atributo
particular de Dios.
Pablo
dice que las acciones que se caracterizan por «paz» y no por «confusión»
(griego akatastasía palabra que significa «desorden, confusión,
intranquilidad». Dios mismo es «el Dios de paz» «Ro 15: 33; 16: 20; Flp 4:9; 1a
Ts 5:23; Heb 13: 20; Ef 2:14; 2A Ts 3:16). Pero los que andan en maldad no
tienen paz: «No hay paz para el malvado», dice e1SeñoT» (Is 48: 22; 57: 21; 59:
8).
Sin
embargo, cuando Dios mira con compasión a la gente que ama, la ve como
«afligida, atormentada (LXX, akatástatos, «en desorden, en confusión»), y sin
consuelo» (Is 54: 11), Y promete establecer sus cimientos con piedras preciosas
(Is 54: 11-12) y conducirlos en «paz» (ls 55: 12).
La
proclamación del plan divino de redención contiene la promesa de paz para el
pueblo de Dios (Sal 29: 11; 85: 8; 119: 165; Pr 3: 17; ls 9: 6-7; 26: 3; 57:19;
Jn 14: 27; Ro 8: 6; 2ª Ts 3: 16;). Es más, el tercer elemento que Pablo da en
la lista como parte del fruto del Espíritu es «paz» (Gá 5: 22).
La paz
ciertamente no implica inactividad, porque fue en un tiempo de tan intenso
crecimiento y actividad que Lucas pudo decir que «la iglesia disfrutaba de paz a
la vez que se consolidaba en toda Judea, Galilea y Samaria, pues vivía en el
temor del Señor. E iba creciendo» (Hch 9: 31).
Todavía
más, aunque Dios es un Dios de paz también es el que “jamás duerme ni se
adormece» (Sal 121:4). Es el Dios que está obrando continuamente Gn 5:17); y
aunque el cielo es un lugar de paz, es un lugar también de alabanza continua a
Dios y de servicio a él. En toda Judea,
Así
que la paz de Dios se puede definir como sigue: La paz de Dios quiere decir que
en su ser y en sus acciones Dios está separado de toda confusión y desorden, y
sin embargo está continuamente activo en innumerables acciones bien ordenadas,
plenamente controladas y simultáneas.
Esta
definición indica que la paz de Dios no tiene que ver con inactividad, sino con
actividad ordenada y controlada. Intervenir en actividad infinita de esta
suerte, por supuesto, requiere la infinita sabiduría, conocimiento y poder de
Dios.
Cuando
entendemos de esta manera la paz de Dios, podemos ver una imitación de este
atributo de Dios no sólo en «paz» como parte del fruto del Espíritu, según
Gálatas 5:22-23, sino también en el último elemento mencionado en el fruto del
Espíritu, es decir, «dominio propio» (Gá 5: 23).
Cuando
nosotros, como pueblo de Dios, andamos en sus caminos, llegamos a conocer por
experiencia mejor y más completamente que el reino de Dios en verdad es
<justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Ro 14: 17), y podemos decir
del camino de sabiduría de Dios: «Sus caminos son placenteros y en sus senderos
hay paz» (Pr 3: 17).
11. JUSTICIA (O RECTITUD).
En
español los términos rectitud y justicia son palabras diferentes, pero en el
Antiguo Testamento hebreo y en el Nuevo Testamento griego hay sólo una palabra
detrás de estos dos términos castellanos. (En el Antiguo Testamento los
términos traducen primordialmente formas del grupo de palabras tsedec, y los
del Nuevo Testamento del grupo de palabras dikaíos). Por consiguiente, estos
dos términos se considerarán juntos al hablar de este atributo de Dios.
Lajusticia
de Dios quiere decir que Dios siempre actúa de acuerdo con lo que es recto y él
mismo es la norma final de lo que es recto.
Hablando
de Dios, Moisés dice: «todos sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica
la injusticia. Él es recto y justo» (Dt 32: 4). Abraham apela con éxito al
propio carácter de justicia de Dios cuando dice: «Tú, que eres el Juez de toda
la tierra, ¿no harás justicia?» (Gn 18: 25). Dios también habla y ordena lo que
es recto: «Los preceptos del Señor son rectos: traen alegría al corazón» (Sal
19: 8). y Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, digo lo que es justo, y declaro
lo que es recto» (Is 45: 19). Debido a la justicia de Dios, es necesario que
trate a las personas conforme a lo que se merecen. Así que es necesario que
Dios castigue el pecado, porque el pecado no merece recompensa; es malo y
merece castigo.
Cuando
Dios no castiga el pecado, parece indicar que es injusto, a menos que se puedan
ver otros medios de castigar el pecado. Por eso Pablo dice que cuando Dios
envió a Cristo como sacrificio para llevar el castigo del pecado, lo hizo «para
así demostrar su justicia.
Anteriormente,
en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo
presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios
es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:
25-26).
Cuando
Cristo murió para pagar la pena de nuestros pecados mostró que Dios era
realmente justo, porque en efecto aplicó castigo apropiado al pecado, aunque
perdonó a su pueblo sus pecados.
Con
respecto a la definición de justicia dada arriba, podemos preguntar: ¿qué es
<justo»? En otras palabras, ¿qué debe suceder en y qué debe ser? Aquí
debemos responder que lo que se conforma al carácter moral de Dios es justo.
Pero ¿por qué es que todo lo que se conforma al carácter moral de Dios es
justo? ¡Es justo porque se conforma a su carácter moral! Si Dios es la norma
final de justicia, no puede haber norma fuera de Dios para medir la rectitud o
la justicia. Él mismo es la norma final.
(Esto
es similar a la situación que encontramos respecto a la verdad y respecto a que
Dios es la norma suprema de la verdad). Siempre que la Biblia enfrenta la
pregunta de si Dios mismo es justo o no, la respuesta definitiva siempre es que
las criaturas de Dios no tienen derecho de decir que Dios es injusto.
La
criatura no puede decir eso del Creador. Pablo responde a una pregunta muy
dificil en cuanto a la justicia de Dios diciendo: «¿Quién eres tú para pedirle
cuentas a Dios? ¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: "¿Por
qué me hiciste así?" ¿No tiene derecho el alfarero de hacer del mismo
barro unas vasijas para usos especiales y otras para fines ordinarios?» (Ro 9:
20-21).
En
respuesta a la pregunta de Job en cuanto a si Dios ha sido justo en sus tratos
con él, Dios le responde: «¿Corregirá al Todopoderoso quien contra él
contiende? O ¿Vas acaso a invalidar mi justicia? ¿Me harás quedar mal para que
tú quedes bien?» (Job 40: 2,8). Así que Dios responde no en términos de una
explicación que le permitiría a Job
entender por qué las acciones de Dios fueron justas, ¡sino más bien en términos
de una declaración de la majestad y poder de Dios! Dios no necesita explicarle
a Job la justicia de sus acciones, porque Dios es el Creador y Job es la
criatura.
«¿Tienes
acaso un brazo como el mío? ¿Puede tu voz tronar como la mía?» (Job 40: 9).
«¿Alguna vez en tu vida le has dado órdenes a la mañana, o le has hecho saber a
la aurora su lugar» (Job 38: 12). «¿Puedes elevar tu voz hasta las nubes para
que te cubran aguas torrenciales?¿Eres tú quien señala el curso de los rayos?
¿Acaso
te responden: "Estamos a tus órdenes"?» (Job 38: 34-35). «¿Le has
dado al caballo su fuerza?» (Job 39: 19). «¿Es tu sabiduría la que hace que el
halcón vuele y que hacia el sur extienda sus alas?» (Job 39: 26). Job responde:
«Qué puedo responderte, si soy tan indigno? ¡Me tapo la boca con la mano!» (Job
40: 4).
No
obstante, debe ser motivo de agradecimiento y gratitud damos cuenta de que Dios
posee tanto justicia como omnipotencia. Si fuera un Dios de perfecta justicia
sin poder para poner en práctica esa justicia, no sería digno de adoración y no
tendríamos ninguna garantía de que la justicia a la larga prevalecerá en el
universo.
Pero
si fuera un Dios de poder ilimitado, y no hubiera justicia en su carácter, ¡qué
inconcebiblemente horrible sería el universo! Habría injusticia en el centro de
toda existencia y nada podría hacerse para cambiarlo.
La
existencia no tendría sentido, y nos veríamos lanzados a la más absoluta desesperanza.
Por consiguiente, debemos continuamente agradecer y alabar a Dios por 10 que él
es, porque «todos sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica la
injusticia. Él es recto y justo» (Dt 32: 4).
12. CELO.
Aunque
la palabra celo frecuentemente se usa en sentido negativo en castellano,
también a veces tiene un sentido positivo. Por ejemplo, Pablo les dice a los
corintios: «El celo que siento por ustedes proviene de Dios» (2ª Co 11:2). Aquí
el sentido es «fervientemente protector o vigilante». Tiene el significado de
estar profundamente comprometido a procurar el honor o bienestar de alguien,
sea de uno mismo o de otro.
La
Biblia presenta a Dios como celoso de esta manera. Continua y fervientemente
procura proteger su honor. Le ordena a su pueblo que no se postre ante ídolos
ni les sirva: «Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso» (Éx 20: 5). Dios desea
que se tribute adoración solamente a él y no a dioses falsos. Por consiguiente,
le ordena al pueblo de Israel que derribe los altares de los dioses paganos de
la tierra de Canaán por la siguiente razón: «No adores a otros dioses, porque
el Señor es muy celoso.
Su
nombre es Dios celoso» (Éx 34: 14; Dt 4: 24; 5: 9).
Así
que el celo de Dios se puede definir como sigue: El celo de Dios quiere decir
que Dios continuamente procura proteger su honor.
Haya
quienes a veces no les gusta pensar que el celo sea un atributo de Dios.
Esto
se debe a que el celo por nuestro propio honor como seres humanos casi siempre
es errado. No debemos ser orgullosos, sino humildes. Sin embargo debemos darnos
cuenta de que el orgullo es malo por una razón teológica: no merecemos el honor
que le pertenece sólo a Dios (1ª Co 4:7; Ap 4: 11).
No es
errado que Dios proteja su honor, sin embargo, porque él se lo merece por
completo. Dios reconoce que sus acciones en la creación y redención son hechas
para honor suyo. Hablando de su decisión de retener el castigo de su pueblo,
Dios dice: «y lo he hecho por mí, por mí mismo.
¿Cómo
puedo permitir que se me profane? ¡No cederé mi gloria a ningún otro!» (Is
48:11). Es saludable espiritualmente para nosotros cuando aceptamos de una vez
el hecho de que Dios merece recibir de su creación todo honor y gloria, y que
es justo que él busque su propio honor. Sólo él es infinitamente digno de ser
alabado. Darse cuenta de este hecho y deleitarse en eso es haber hallado el
secreto de la verdadera adoración.
13. IRA.
Tal
vez le sorprenda hallar cuán frecuentemente la Biblia habla de la ira de Dios.
Sin embargo, si Dios ama todo 10 que es justo y bueno, y todo lo que se
conforma a su carácter moral, no debería sorprendernos que deteste todo lo que
vaya contra su carácter moral. La ira de Dios dirigida contra el pecado está,
por consiguiente, estrechamente relacionada con la santidad y justicia de Dios.
La ira
de Dios se puede definir como sigue: La ira de Dios quiere decir que él detesta
intensamente todo pecado.
En los
pasajes narrativos de la Biblia se encuentra frecuentemente descripciones de la
ira de Dios, especialmente cuando el pueblo de Dios peca grandemente contra él.
Dios ve la idolatría del pueblo de Israel y le dice a Moisés: «Ya me he dado
cuenta de que éste es un pueblo terco. Tú no te metas. Yo voy a descargar mi
ira sobre ellos, y los voy a destruir» (Éx 32:9-10). Más adelante Moisés le
dice al pueblo:
«Recuerda
esto, y nunca olvides cómo provocaste la ira del Señor tu Dios en el
desierto.... A tal grado provocaste su enojo en Horeb, que estuvo a punto de
destruirte» (Dt 9: 7-8; 29: 23; 2 R 22:13).
La
doctrina de la ira de Dios en la Biblia, sin embargo, no está limitada al
Antiguo Testamento como algunos han imaginado equivocadamente. Leemos en Juan
3:36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no
sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios». Pablo
dice:
«Ciertamente,
la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e
injusticia de los seres humanos» (Ro 1:18; 2: 5, 8; 5:9; 9:22; Col 3:6; 1ª Ts
1: 10; 2: 12: 2:16; 5: 9; Heb 3: 11; Ap 6: 16-17; 19: 15). Muchos otros versículos
del Nuevo Testamento también indican la ira de Dios contra el pecado.
Como
con los demás atributos de Dios, éste es un atributo por el cual debemos
agradecer y alabar a Dios. Tal vez no nos parezca de inmediato cómo se puede
hacer esto, puesto que la ira parece ser un concepto tan negativo. Vista sola,
despertaría sólo temor y pavor. Sin embargo es útil que preguntemos lo que
sería Dios si fuera un Dios que no detesta el pecado. Sería un Dios que o bien
se deleitaría en el pecado, o por lo menos no le molestaría.
Tal
Dios no sería digno de nuestra adoración, porque el pecado es aborrecible y
merece que se le deteste. El pecado no debería ser. En verdad es una virtud
detestar el mal y el pecado (Heb 1: 9; Zac 8: 17), y nosotros correctamente
imitamos este atributo de Dios cuando sentimos aborrecimiento contra la
perversidad, la injusticia y el pecado.
Todavía
más, como creyentes no debemos temer la ira de Dios, porque aunque «como los
demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios» (Ef. 2:3), hemos
confiado en Jesús, quien «nos libra del castigo venidero» (1ª Ts 1:10; Ro
5:10). Cuando meditamos en la ira de Dios, nos sobrecoge pensar que nuestro
Señor Jesucristo llevó sobre sí la ira de Dios que merecía nuestro pecado, para
que nosotros podamos ser salvos (Ro 3: 25-26).10
Es
más, al pensar en la ira de Dios también debemos tener presente su paciencia.
En el
Salmo 103 se mencionan juntas la paciencia y la ira: «El Señor es lento para la
ira y grande en amor. No sostiene para siempre su querella ni guarda rencor
eternamente» (Sal 103: 8-9). De hecho, la demora de la ejecución de la ira de
Dios sobre el mal es con el propósito de conducir a los seres humanos al
arrepentimiento (véase Ro 2: 4).
Así
que cuando pensamos en la ira de Dios que vendrá, debemos simultáneamente estar
agradecidos por su paciencia al esperar para ejecutar esa ira a fin de que más
personas puedan salvarse: «El Señor no tarda en cumplir su promesa, según
entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque
no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. Pero el día del
Señor vendrá como un ladrón.
En
aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos
serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será
quemada» (2ª P 3: 9-10). La ira de Dios debería motivarnos a la evangelización
y debería hacernos estar agradecidos de que Dios finalmente castigará toda
maldad y reinará sobre nuevos cielos y una nueva tierra en los cuales no habrá
ninguna injusticia.
NOTA: la última sección de este pasaje habla de que
Dios «castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos». Algunos
tal vez querrían dejar fuera esta parte al memorizar el pasaje, pero debemos
recordar que esto, también, es parte de la Biblia, y se escribió para nuestra
edificación. Esta afirmación muestra la naturaleza horrible del pecado en la
manera en que tiene efectos mucho más allá del pecador individual, pues daña
también a los que rodean al pecador y también a generaciones futuras. Vemos
esto de maneras trágicas en la vida ordinaria, en donde los hijos de los
alcohólicos a menudo se vuelven alcohólicos, y los hijos de padres abusivos a
menudo llegan también a ser padres abusivos.
Los creyentes que han recibido el perdón de Cristo
no deben pensar que esta frase se les aplica a ellos, sin embargo, porque están
en la otra categoría de personas mencionadas justo antes de esta sección como
«culpables»; ellos están entre los «miles» a quienes Dios continuamente muestra
«misericordia», y continuamente está «perdonando la iniquidad, la rebelión y el
pecado» (v. 7).
Cuando alguien viene a Cristo, la cadena del pecado
queda rota. Estas son palabras importantes de Pedro que hay que recordar: «Como
bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus
antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el
oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo» (1ª P 1: 18-19).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
Espiritualidad
1. ¿Por qué a Dios le desagradan tanto los ídolos tallados, incluso los
que tienen la intención de representarlo a él? ¿Cómo, entonces, debemos
imaginarnos mentalmente a Dios o pensar de Dios cuando oramos?
2. ¿Qué tiene nuestra cultura o nuestra manera de pensar hoy que nos hace
pensar que el mundo fisico es más real o más permanente que el mundo espiritual?
¿Qué podemos hacer para cambiar nuestra perspectiva intuitiva de la realidad
del mundo espiritual?
Conocimiento
3. ¿Cuándo debemos tratar de esconder de Dios nuestros pensamientos y
obras? ¿De qué modo es una bendición para su vida la respuesta a esta pregunta?
4. Respecto a las circunstancias de su vida, ¿cometerá Dios alguna vez un
error, o se olvidará de planear de antemano, o no tomará en cuenta todas las
contingencias que puedan suceder? ¿De qué modo es su respuesta a esta pregunta
una bendición para su vida?
5. ¿Cuándo supo Dios que usted estaría en el lugar en que está ahora,
leyendo esta oración, en este momento del día? ¿De qué modo es su respuesta a
esta pregunta una bendición para su vida?
Sabiduría
6.
¿Realmente cree usted que Dios está obrando sabiamente hoy en su vida? ¿Y en el
mundo? Si usted halla dificil creer esto a veces, ¿qué podría hacer usted para
cambiar de actitud?
Veracidad
7. ¿Por qué algunos de nuestra sociedad, a veces incluso creyentes, son
tan descuidados respecto a decir siempre la verdad? ¿Por qué a menudo no nos
damos cuenta de que el mayor daño de todo lo que resulta al mentir es el hecho
de que se deshonra a Dios? ¿Necesita usted pedirle a Dios ayuda para reflejar
mejor la veracidad de Dios al expresarse en cosas como las siguientes: prometer
pagarle a alguien; decir que estará en algún lugar a cierta hora; exagerar las
cosas para hacer el relato más emocionante; ocuparse de recordar y ser fiel a
lo que ha dicho en un compromiso de negocios; informar lo que otros han dicho o
lo que usted piensa que alguna otra persona está pensando; expresar
equitativamente el punto de vista de su opositor en una discusión?
Bondad
8. Recordando que todo bien y todo don perfecto viene de Dios (Stg 1: 17),
vea cuántos buenos dones de Dios puede anotar en un papel en cinco minutos.
Cuando haya terminado, pregúntese cuán a menudo tiene una actitud de
agradecimiento a Dios por la mayoría de esos dones. A su modo de pensar ¿por
qué tendemos a olvidamos que estas bendiciones vienen de Dios? ¿Qué podemos
hacer para recordarlo más frecuentemente?
Amor
9. ¿Es apropiado definir el amor como «darse uno mismo» con respecto a
nuestras relaciones interpersonales? ¿De qué maneras podría usted imitar el
amor de Dios hoy?
10. ¿Es posible decidirse uno a amar alguien y luego llevar a la práctica
esa decisión, o acaso el amor entre seres humanos depende de sentimientos
emocionales espontáneos?
Misericordia
11. Para reflejar la misericordia de Dios más completamente, ¿a quién de
entre sus conocidos pudiera mostrarle usted atención especial durante la semana
entrante?
Santidad
12. ¿Hay actividades o relaciones en su patrón presente de vida que están
estorbando su crecimiento en santidad porque le dificultan separarse del pecado
y honrar a Dios?
Paz
13. Al pensar en reflejar la paz de Dios en su vida, piense primero en su
estado emocional, mental y espiritual. ¿Puede usted decir que en general usted
tiene la paz de Dios en el sentido de que su vida interior está libre de
confusión y desorden, y está frecuente y continuamente activa en acciones bien
ordenadas y bien controladas para promover la gloria de Dios?
Después
pregúntese lo mismo respecto a lo que pudiéramos llamar las «circunstancias
externas» de su vida, es decir, sus relaciones en familia, sus relaciones con
sus vecinos, sus actividades en sus estudios o su trabajo, o sus relaciones en
las actividades de la iglesia. ¿Qué del cuadro general de su vida, visto como
un todo? ¿Refleja su vida la paz de Dios? ¿Qué podría hacer usted para reflejar
más completamente la paz de Dios?
Justicia
14. ¿Desea algunas veces que las leyes de Dios fueran diferentes de lo que
son? Si es así, ¿refleja tal deseo un desagrado de algún aspecto del carácter
moral de Dios? ¿Qué pasajes de la Biblia podría usted leer para convencerse más
plenamente de que el carácter de Dios y sus leyes son justas en todo esto?
Celo
15. ¿Refleja usted instintivamente el celo de Dios por su honor cuando oye
que se deshonra al Señor en la conversación, o en la televisión, o en otro
contexto? ¿Qué podríamos hacer para profundizar nuestro celo por el honor de
Dios?
Ira
16. ¿Debería encantamos el hecho de que Dios es un Dios de ira que aborrece
el pecado? ¿De qué maneras está bien que imitemos su ira, y de qué maneras está
mal que lo hagamos?
TÉRMINOS ESPECIALES
Amor,
atributos comunicables, atributos de ser, atributos mentales, atributos morales
autodeterminación, razonable, bien, bueno, celo, conocimiento, espiritualidad,
fidelidad, gracia, impasible, invisibilidad, ira, justicia, misericordia,
omnisciencia, orden
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Éxodo 34:6-7: Pasando Delante De Él, El [Señor] Proclamó: El Señor, El
Señor, Dios Clemente Y Compasivo, Lento Para La Ira Y Grande En Amor Y
Fidelidad, Que Mantiene Su Amor Hasta Mil Generaciones Después, Y Que Perdona
La Iniquidad, La Rebelión Y El Pecado; Pero Que No Deja Sin Castigo Al
Culpable, Sino Que Castiga La Maldad De Los Padres En Los Hijos Y En Los
Nietos, Hasta La Tercera Y La Cuarta Generación.