RECONOCIMIENTOS
Muchas gracias a Wendell Hawley por su
calurosa y gentil motivación para este proyecto. Si el libro tiene alguna
claridad, el crédito es para mi esposa, Vesta, quien es mi más implacable y
amorosa editora. Para Kaki y Ryan y su generación, que vivan durante una nueva
reformación.
1. Pero tengan cuidado. Presten atención y no
olviden las cosas que han visto sus ojos, ni las aparten de su corazón mientras
vivan. Cuéntenselas a sus hijos y a sus nietos. (Deu 4:9)
2. Gloríense en su nombre santo. Alégrense de
veras los que buscan al Señor. Refúgiense en el Señor y en su fuerza, busquen
siempre su presencia. (1Ch 16:10-11)
3. En ti confían los que conocen tu nombre,
porque tú, Señor, jamás abandonas a los que te buscan. (Sal9:10)
4. El corazón me dice: Busca su rostro. Y yo,
Señor, tu rostro busco. (Sal 27:8)
5. Busquen al Señor mientras se deje encontrar,
llámenlo mientras esté cercano. Que abandone el malvado su camino, y el
perverso sus pensamientos. Que se vuelva al Señor, a nuestro Dios, que es
generoso para perdonar, y de él recibirá misericordia. (Isa 55:6-7)
6. Así dice el Señor al reino de Israel:
Búsquenme y vivirán. (Amo 5:4)
CAPITULO 1: LA COPA SAGRADA
Sentí el impulso de irme del cuarto. Una
profunda e innegable orden turbó mi sueño, pues algo santo me llamaba. El único
sonido era el tic-tac rítmico del reloj sobre mi escritorio. Parecía vago e
irreal, como si estuviese sumergido bajo profundas aguas. Comenzaba a dormirme,
en el momento cuando la línea entre la conciencia y la inconsciencia se diluye.
Estaba suspendido en ese estado aferrado al umbral, aun percibiendo en la
quietud de su cerebro los sonidos del mundo exterior, ese momento inmediatamente
antes de sucumbir a la noche. Dormido, pero no completamente; despierto, pero
no alerta; aún vulnerable al llamado interno que me dijo, "Levántate y sal
de este cuarto." El llamado se hizo más fuerte, más urgente, imposible de
ignorar. Un estallido de lucidez hizo que me incorporara y pusiera mis pies en
el suelo. El sueño se desapareció en un instante y mi cuerpo se puso en acción.
En segundos me vestí y salí del dormitorio de la universidad.
Un vistazo al reloj registró el tiempo en mi
mente. Faltaban diez minutos para la media noche. El aire nocturno era frío,
convirtiendo la nieve de la mañana en un colchón con sábana quebradiza. Sentí
el crujido bajo mis pies al caminar hacia el centro del plantel. La luna
proyectaba una sombra fantasmagórica sobre los edificios de la universidad
cuyos canales de desagüe estaban adornados con gigantes puntas congeladas -
gotas de agua detenidas en el espacio que formaban cuchillos sólidos de hielo
simulando colmillos. Ningún arquitecto humano podría haber diseñado esas gárgolas
de la naturaleza.
Los engranajes del reloj de la vieja torre
principal se movieron y sus agujas se colocaron verticalmente. Escuché el
pesado sonido de la maquinaria una fracción de segundo antes del repique de las
campanas. Cuatro tonos musicales señalaron la hora exacta. Después llegaron los
doce golpes parejos y sonoros. Yo los conté en mi mente como siempre lo hacía,
revisando la posibilidad de un error en el número que nunca fallaba. Sonaron
exactamente doce golpes desde la torre como el martillo de un juez severo
golpeando sobre metal. La capilla se hallaba bajo la sombra de la vieja torre
principal.
Su puerta era de cedro pesado con un arco
gótico. La abrí y llegué al vestíbulo, la puerta se cerró detrás de mí con un
sonido que hizo vibrar las paredes de piedra de la nave. El eco me estremeció.
Era un contraste extraño con los ruidos de los servicios diarios en la capilla
donde el abrir y cerrar de las puertas era apagado por los sonidos de los
estudiantes desplazándose hacia sus lugares asignados. En el vacío de la media
noche el sonido de la puerta era amplificado.
Esperé un momento en el vestíbulo, dándole a
mis ojos unos segundos para adaptarse a la obscuridad. El débil brillo de la
luna penetraba por los silenciosos vitrales. Yo pedía ver la línea de las
bancas y el pasillo central que guiaba hacia las gradas de la plataforma. Sentí
una majestuosa sensación de espacio, acentuada por los alargados arcos del
techo los cuales parecían elevar mi alma en una sensación de altura que evocaba
la emoción de una mano gigante extendiéndose para levantarme. Me moví lenta y
deliberadamente hacia las gradas de la plata-forma.
El sonido de mis pies sobre el piso de piedra
evocaba las imágenes temibles de soldados alemanes marchando con sus botas a lo
largo de calles empedradas. Cada paso resonaba mientras llegaba a la plataforma
alfombrada. Allí me tiré sobre mis rodillas. Había llegado a mi destino. Estaba
listo para reunirme con Quien había turbado mi descanso con su llamado. Me
encontraba en posición de oración, pero no tenía nada que decir. Me arrodillé
allí silenciosamente, permitiendo que la sensación de la presencia de un Dios
santo me llenara. El latido de mi corazón indicaba algo, golpeando mi pecho.
Sentí un frío intenso en la base de mi espina que subió hasta mi cuello. El
terror me invadió.
Luché contra el impulso de escapar de esa
sobrecogedora presencia que se apoderó de mí. El terror pasó, y pronto siguió
otra ola, pero diferente. Esta inundó mi alma con una paz inexplicable que
trajo un reposo instantáneo a mi turbado espíritu. Me sentí tranquilo. Quería
permanecer allí. Sin decir ni hacer nada. Simplemente deleitarme en la
presencia de Dios. Ese momento transformó mi vida. Algo profundo se estableció
en mi espíritu para siempre. Desde ese momento no podía haber regreso; no podía
ser borrada esa indeleble impresión de su poder.
Yo estaba solo con Dios. Un Dios santo, un
Dios asombroso. Un Dios que podía llenarme con terror en un segundo y con paz
en el próximo. Supe en ese momento que había realizado el fin de mi búsqueda
santa. Dentro de mí nació una nueva hambre que nunca podría ser satisfecha en
este mundo. Me propuse aprender más, seguir a este Dios que vivía en las
catedrales góticas obscuras y que invadió mi dormitorio para levantarme de mi
complaciente sueño.
¿Qué hace a un estudiante universitario
buscar la presencia de Dios a estas horas de la noche? Algo sucedió esa tarde
en una de las clases que me llevó a esa capilla. Yo era un recién convertido
cuya conversión había sido repentina y dramática, para mí una réplica del
camino de Damasco. Mi vida había sido cambiada radicalmente, yo estaba lleno de
celo por la dulzura de Cristo. Me consumía una nueva pasión. Estudiar las
Escrituras, aprender cómo orar, conquistar los vicios que asaltaban mi carácter
y crecer en gracia. Yo quería desesperadamente hacer mi vida valiosa para
Cristo.
Mi alma cantaba, "Señor, quiero ser
cristiano." Pero algo estaba ausente en mi nueva vida cristiana. Mi celo
era abundante, pero estaba marcado por superficialidad, una clase de
simplicidad que estaba haciendo de mí una persona unidimensional. En cierto modo
yo era un unitario, un unitario de la segunda persona de la Trinidad. Yo sabía
quién era Jesús, pero Dios el Padre estaba envuelto en el misterio. El era un
enigma escondido para mi mente y un extraño para mi alma. Un velo obscuro
cubría su rostro. Mi clase de Filosofía cambió todo eso. Era un curso que no me
interesaba. Estaba ansioso de terminarlo, y dejar detrás de mí ese curso
obligatorio.
Yo había escogido especializarme en la
Biblia, y pensaba que las abstractas especulaciones de la clase de Filosofía
eran un desperdicio de tiempo. Escuchar a los filósofos discutir acerca de la
razón y de la duda me parecía vacío. No encontraba alimento para mi alma. Nada
que encendiera mi imaginación, sólo difíciles y aburridos problemas
intelectuales que me dejaban frío, hasta que llegó esa tarde de invierno. La
lección de ese día fue sobre un filósofo cristiano cuyo nombre era Aurelio
Agustín. En el transcurso de la historia, él había sido canonizado por la
iglesia Católica-Romana.
Todos se referían a él como San Agustín. El
profesor habló sobre las opiniones de Agustín sobre la creación del mundo. Yo
estaba familiarizado con el relato bíblico de la creación. Yo sabía que el
Antiguo Testamento abre con las palabras, "En el principio Dios creó los
cielos y la tierra." Pero yo nunca había pensado profundamente acerca del
acto original de la creación. Agustín sondeó dentro de este glorioso misterio y
se preguntó, "¿Cómo fue hecho?" "En el principio..." Sonaba
como el comienzo de un cuento de niños: "Había una vez." El problema
es que en el principio no había tiempo como nosotros entendemos ser "había
una vez." Nosotros pensamos de los comienzos como el punto inicial de algo
en el medio de un período de la historia.
La Cenicienta tuvo una madre y una abuela. Su
historia, que comenzó "una vez" que comenzó en el comienzo absoluto.
Antes de la Cenicienta, hubo reyes, reinas, rocas, árboles, caballos, liebres y
lirios. ¿Qué había antes del principio de Génesis 1? La gente que Dios creó no
tenía padres o abuelos. Ellos no libros de historia que leer porque no había
habido historia. Antes de la creación no había reyes o reinas o rocas o
árboles. No había nada; nada, excepto Dios.
Fue aquí donde mi clase de Filosofía hizo que
me diera un enorme dolor de cabeza. Antes de que el mundo comenzara, no había
nada. Pero, ¿Qué realmente es "nada"? ¿Ha tratado usted de pensar
acerca de nada? ¿Dónde se encuentra eso? Obviamente en ningún lugar. ¿Por qué?
Porque es nada, y la nada no existe. No puede existir, porque si existiera
entonces sería algo y no nada. ¿Le está comenzando a doler la cabeza como a mí?
Piense acerca de ello por un segundo. Yo no puedo decirle a usted que piense en
"ello" porque la nada no es "ello." Lo único que puedo
decir es que la nada no existe Entonces, ¿cómo podemos pensar sobre nada? No
podemos.
Es simplemente imposible. Si tratamos de
pensar en nada siempre terminaremos pensando en algo. Tan pronto como trato de
pensar sobre nada, comienzo a imaginarme un montón de aire vacío. Pero el aire
es algo. Tiene peso y sustancia. Yo sé eso por lo que sucede si un clavo pincha
la llanta de mi carro. Jonathan Edwards dijo una vez que la nada es lo que las
rocas sueñan cuando duermen. Pero eso no ayuda mucho. Mi hijo me ofreció un
mejor definición de nada. Cuando él estaba en la escuela intermedia yo le
preguntaba al venir de la escuela, ¿Qué hiciste hoy, hijo? Su respuesta siempre
era la misma: "Nada." Así que la mejor explicación que yo puedo dar
de "nada" es lo que mi hijo solía hacer en la escuela intermedia.
Nuestro entendimiento de la creatividad involucra el moldear y dar forma a la
pintura, la arcilla, las notas sobre un papel o a alguna otra substancia.
Nunca hemos experimentado que haya un pintor
que pinte sin pintura o un escritor que escriba sin palabras, o un compositor
que componga sin notas. Los artistas tienen que comenzar con algo. Lo que los
artistas hacen es moldear, dar forma o redistribuir otros materiales, pero
ellos nunca trabajan con nada. San Agustín enseño que Dios creo el mundo de la
nada. La creación fue algo así como un mago sacando un conejo de un sombrero.
Excepto que Dios no tenía un conejo, ni tenía un sombrero. Mi vecino es un
hábil fabricante de gabinetes. Una de sus especialidades es construir gabinetes
para magos profesionales. El medio un recorrido por su taller y me mostró cómo
se hacen las cajas y los gabinetes para magos. El truco es el uso astuto de
espejos. Cuando el mago sale a escena y muestra una caja o un sombrero vacío,
lo que usted ve es sólo la mitad de la caja o el sombrero.
Por ejemplo, si usted toma el sombrero
"vacío" luego le fija un espejo a medio sombrero, el espejo refleja
el lado vacío del sombrero y proyecta una imagen exacta. La ilusión crea el
efecto visual de ver vacíos ambos lados del sombrero. Pero usted sólo está
viendo la mitad del sombrero. La otra mitad tiene suficiente espacio para
esconder palomas blancas o conejitos gordos. No hay mucha magia en esto,
¿verdad?
Dios no creó el mundo con espejos. Para
hacerla habría necesitado que la mitad del mundo comenzara con un espejo
gigante que escondiera la otra mitad. La creación involucra traer a la
existencia todo lo que es, incluyendo los espejos. Dios creó el mundo de la
nada. Hubo un tiempo en que hubo nada. Pero repentinamente, por el mandato de
Dios, hubo un universo. De nuevo preguntamos, ¿cómo lo hizo? El único indicio
que la Biblia nos da es que Dios llamó al universo a la existencia.
Agustín llamo a ese acto “el imperativo
divino” o "fiat divino." Sabemos que un imperativo es un mandato. Así
es un fiat. Cuando Agustín habló de un fiat, no estaba pensando en un carro
italiano. El diccionario define fiat como un mandato o un acto de la voluntad
que crea algo. En este momento yo estoy escribiendo sobre una computadora
fabricada por la IBM ©. Es una máquina asombrosa bastante complicada. Está
diseñada para responder a ciertos comandos. Si cometo un error al
mecanografiar, no tengo que tener un borrador. Simplemente oprimo una tecla y
la computadora lo corrige.
La computadora trabaja por fiat, pero el
poder de mi fiat es limitado. Los únicos fiat que trabajan son los que ya están
programados en la computadora. Me encantaría poder decirle a la computadora,
"Por favor escríbeme todo este libro, mientras me voy a jugar golf."
Mi máquina no puede hacer eso. Le puedo gritara la pantalla con el más fuerte
imperativo: "¡Escribe ese libro!" Pero la máquina es muy obstinada
para obedecer. Los fiats de Dios no están limitados así.
El puede crear por la pura fuerza de su
divino mandato. Puede traer algo de la nada y vida de la muerte. Puede hacer
estas cosas por el sonido de su voz. El primer sonido que se escuchó en el
universo fue la voz de Dios ordenando" ¡Sea!" En realidad, es
inapropiado decir que este fue el primer sonido "en" el universo
porque hasta que el sonido fue hecho no había universo. Dios le habló al vacío.
Podríamos decir que esto era una especie de proclamación primigenia dirigida
hacia el obscuro vacío.
El mandamiento de Dios creó sus propias
moléculas para transportar las ondas sonoras de la voz de Dios lejos en el
espacio. Pero las ondas sonoras se tardarían mucho. El sonido de este mandato
imperativo excedió la velocidad de la luz. Tan pronto como las palabras
salieron de la boca del Creador, las cosas comenzaron a suceder. Cuando su voz
resonó las estrellas aparecieron emanando una luz indescriptible entonada con
el sonido de los ángeles. La fuerza de la energía divina se esparció en el
cielo como un caleidoscopio de colores brotando de la paleta de un poderoso
artista. Los cometas cruzaron el cielo con brillantes colas como los fuegos
artificiales que celebran la independencia.
El acto de la creación fue el primer evento
en la historia. Fue también el más asombroso. El Supremo Arquitecto observó su
complejo bosquejo y pronunció sus mandatos para que los límites del mundo se
establecieran. Cuando El habló, los mares fueron encerrados en sus límites, y
las nubes se llenaron con rocío.
El amarró las Pléyades y ciñó el cinturón de
Orión. Luego habló de nuevo y la tierra comenzó a llenarse de orquídeas
floreciendo en su plenitud. Las flores brotaron como la primavera en
Mississippi. Los tonos lavanda de los ciruelos danzaban con los brillos de las
azaleas y la flor de olivo. Dios habló una vez más y las aguas se llenaron de
seres vivientes. El caracol se ocultó bajo la sombra de la manta-raya, mientras
que el pez espada rompió la superficie del agua para pasearse sobre las olas
con su cola. De nuevo El habló y el rugido del león y el balido de las ovejas
se escuchó.
Los animales de cuatro patas, las arañas de
ocho y los insectos alados aparecieron. Y Dios dijo, "Esto es bueno."
Entonces Dios se inclinó hacia la tierra y cuidadosamente le dio forma a una
pieza de barro. La levantó delicadamente hacia sus labios y sopló sobre ella.
El barro comenzó a moverse. Comenzó a pensar, comenzó a sentir, comenzó a
adorar. Estaba vivo y estampa-do con la imagen de su Creador. Consideren la
resurrección de Lázaro de entre los muertos. ¿Cómo lo hizo Jesús? El no entró a
la tumba donde yacía el cadáver putrefacto de Lázaro; no tuvo que administrar
resucitación boca a boca. El se paró frente a la tumba, a la distancia, y gritó
en alta voz, "¡Lázaro, ven fuera!" La sangre comenzó a fluir en las
venas de Lázaro y sus ondas cerebrales a pulsar. En una explosión de vida,
Lázaro abandonó su tumba y caminó hacia
afuera. Este es el fiat creador. El poder del imperativo divino. Algunos
teóricos modernos creen que el mundo fue creado por la nada. Note la diferencia
entre decir que el mundo fue creado de la nada y decir que fue creado por la
nada. Según esta opinión moderna, el conejo sale del sombrero sin conejo, sin
sombrero y sin mago. Esta opinión moderna es más milagrosa que el punto de
vista bíblico pues sugiere que la nada creó algo. Y más aún, sostiene que la
nada lo creó todo - ¡Ciertamente una hazaña! Seguramente en esta era científica
no puede haber gente seria reclamando que el universo fue creado por la nada.
¿O acaso la hay? Pues, sí, y en grandes números. Por supuesto, ellos no suelen
decirlo de la manera que yo lo digo y probablemente se irritarán conmigo por
expresar sus puntos de vista de esta forma.
Sin duda protestarán que yo ofrezco una
caricatura distorsionada de su sofisticada posición. Muy bien, ellos no dicen
Que el universo fue creado de la nada; ellos dicen que el universo fue creado
por la casualidad. Pero la casualidad no es algo objetivo. No tiene peso,
medida, ni poder. Es meramente una palabra que usamos para describir
posibilidades matemáticas. No puede hacer nada y no lo hace porque es nada.
Decir que el universo fue creado por la casualidad es decir que vino de la
nada.
Esto es una locura intelectual. ¿Cuáles son
las probabilidades de que el universo fuese creado por casualidad? San Agustín
entendió que el mundo no podía ser creado por la casualidad. El sabía que se
requería algo o alguien con poder - el mismísimo poder de la creación - para
que el trabajo fuese hecho. El sabía que algo no podía venir de la nada.
Entendió que en algún lugar, de alguna manera, algo o alguien tenían que tener
el poder de ser por sí mismo. De lo contrario, hoy no existiría nada. La Biblia
dice. "Sn el principio Dios." El Dios que nosotros adoramos siempre
ha estado allí. Sólo El puede crear seres porque sólo El tiene el poder de ser.
Él no es "nada." El no es casualidad.
El es puro Ser. El es aquel que tiene el
poder de ser todo por sí mismo. El es el único eterno. El único que tiene poder
sobre la muerte. Sólo El puede ordenar que los mundos existan por su fiat, por
el poder de su mandato. Tal poder es abrumador y asombroso. Es merecedor de
respeto y de humilde adoración. Las palabras de Agustín - que Dios creó el
mundo de la nada por el puro poder de su voz - fueron las que me condujeron
hacia la capilla aquella medianoche. Yo sé lo que significa ser convertido. Sé
lo que es ser nacido de nuevo. También entiendo que una persona nace de nuevo
sólo una vez. Cuando el Espíritu Santo activa en nuestras almas la nueva vida
en Cristo, El no detiene su obra.
El continúa trabajando en nosotros para
cambiamos. Mi experiencia en el salón de clases reflexionando sobre la creación
del mundo, fue como nacer de nuevo una segunda vez. Fue como convertirme no
meramente a Dios el Hijo, sino al Dios el Padre. Repentinamente sentí pasión
por conocer a Dios el Padre. Quería conocerlo a El en su majestad, en su poder
y en su majestuosa santidad. Mi "conversión" a Dios el Padre no
sucedió sin sus respectivas dificultades. Aunque fui profundamente impresionado
por la noción de un Dios que creó un universo entero de la nada, me sentía
confundido por el hecho de que vivimos en un mundo lleno de lamentos, un
"mundo plagado de maldad.
Mi próxima pregunta fue ¿Cómo pudo un Dios
bueno y santo crear un mundo que ahora se encuentra en este caos? Mientras
estudiaba el Antiguo Testamento también me perturbaban las historias sobre Dios
ordenando la muerte de mujeres y niños, de Dios matando instantáneamente a Uza
por tocar el arca, y algunos otros relatos que parecían revelar un lado brutal
del carácter de Dios.
El concepto, la idea central que yo seguía
encontrando en la Escritura, era que Dios es santo. Esa palabra me era extraña.
No estaba seguro de su significado. Yo hice de esta idea un asunto de diligente
y persistente investigación. Aún hoy estoy absorto con el tema de la santidad
de Dios. Estoy convencido de que es una de las ideas más importantes con las
cuales un cristiano debe lidiar. Es básica para nuestro entendimiento de Dios y
del cristianismo. La idea de la santidad es tan central a la enseñanza bíblica
que se dice de Dios que "Santo es su nombre" (Lucas 1:49). Su nombre
es santo porque El es santo.
El no siempre es tratado con reverencia
santa. Su nombre es pisoteado con la suciedad de este mundo. Se usa como una
palabra para maldecir y una plataforma para la obscenidad. El poco respeto que
este mundo tiene por Dios, es vívidamente evidenciado por la manera en que el
mundo usa su nombre. No hay honra, no hay reverencia ni hay asombro delante de
El. Si yo le preguntara a un grupo de cristianos cuál es la principal prioridad
de su iglesia, sé que tendría una amplia variedad de respuestas. Algunos me
dirían evangelismo, otra acción social y otra nutrición espiritual. Pero aún
estoy esperando a alguien hablar de cuáles fueron las prioridades de Jesús.
¿Cuál es la primera petición del "Padre Nuestro"? Jesús dijo,
"Vosotros pues oraréis así: 'Padre nuestro que estás en los cielos",
(Mateo 6:9).
La primera línea de la oración no es una
petición. Es una forma personal de acercamiento. La oración continúa:
"Santificado sea tu nombre, venga tu reino" (Mateo. 6:9-10). Con
frecuencia confundimos las palabras "Santificado sea tu nombre" con
la parte del acercamiento como si las palabras fuesen "Santificado es tu
nombre." Si ése fuera el caso, las palabras serían meramente una
designación de alabanza a Dios. Pero no es así como Jesús lo dijo. Ello expresó
como la primera petición. Nosotros deberíamos de orar que el nombre de Dios sea
santificado. Que Dios sea considerado santo.
Hay una especie de secuencia dentro de la
oración. El reino de Dios nunca vendrá donde su nombre no sea considerado
santo. Su voluntad no se hace en la tierra como en el cielo, si aquí su nombre
es profanado. En el cielo el nombre de Dios es santo. Es pronunciado por los
ángeles con un susurro sagrado. El cielo es un lugar donde la reverencia por
Dios es total. Es necio buscar el reino donde Dios no es reverenciado.
La manera en que entendemos la persona y el
carácter de Dios el Padre afecta cada aspecto de nuestras vidas. Afecta más de
lo que nosotros normalmente llamamos el aspecto "religioso" de
nuestras vidas. Si Dios es el Creador del universo entero, entonces El es el Señor
de todo el universo. Ninguna parte del mundo se escapa de su señorío. Estos
significan que ninguna parte de mi vida debe estar fuera de su señorío. Su
carácter santo tiene algo que decir acerca de la economía, la política, los
deportes, el romance - todo en lo cual estamos involucrados. No podemos
escaparnos de Dios. No hay lugar que nos pueda esconder de El.
El no sólo penetra cada aspecto de nuestras
vidas, pero penetra en su majestuosa santidad. Por eso tenemos que buscar
entender qué es la santidad. No nos atrevamos a evadir este tema. No puede
haber adoración y crecimiento espiritual ni verdadera obediencia sin ello. Esto
define nuestra meta como cristianos. Dios ha declarado, "Sed santos porque
yo soy santo" (Levítico 11:44). Para alcanzar esa meta, tenemos que
entender qué es la santidad. Permitiendo que la Santidad de Dios Toque Nuestras
Vidas. Mientras usted reflexiona sobre lo que ha aprendido y descubierto sobre
la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use una libreta para registrar
sus respuestas a la santidad de Dios o discútalas con un amigo.
1. Cuando usted piensa en Dios como santo, ¿qué
viene a su mente?
2. Describa alguna ocasión en la que usted haya
sido sobrecogido por la santidad de Dios.
3. ¿Le atrae la santidad de Dios?
4. ¿Qué significa para usted ser santo durante
la próxima semana?
Visión que recibió Isaías hijo de Amoz acerca
de Judá y Jerusalén, durante los reinados de Uzías, Jotán, Acaz y Ezequías,
reyes de Judá. Judá, nación rebelde ¡Oigan, cielos! ¡Escucha, tierra! Así dice
el Señor: "Yo crié hijos hasta hacerlos hombres, pero ellos se rebelaron
contra mí. El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; ¡pero
Israel no conoce, mi pueblo no entiende!" ¡Ay, nación pecadora, pueblo
cargado de culpa, generación de malhechores, hijos corruptos! ¡Han abandonado
al Señor! ¡Han despreciado al Santo de Israel! ¡Se han vuelto atrás! ¿Para qué
recibir más golpes? ¿Para qué insistir en la rebelión? Toda su cabeza está
herida, todo su corazón está enfermo.
Desde la planta del pie hasta la coronilla no
les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones, y llagas abiertas,
que no les han sido curadas ni vendadas, ni aliviadas con aceite. Su país está
desolado, sus ciudades son presa del fuego; ante sus propios ojos los extraños
devoran sus campos; su país está desolado, como si hubiera sido destruido por
extranjeros. La bella Sión ha quedado como cobertizo en un viñedo, como choza
en un melonar, como ciudad sitiada. (Isa 1:1-8)
CAPITULO 2: SANTO, SANTO, SANTO
El profeta del antiguo testamento era un
hombre solitario. Era un individualista señalado por Dios para una penosa
tarea, como una especie de fiscal designado por el Supremo Juez del cielo y
tierra, un vocero para demandar a aquellos que habían pecado en su contra. El
profeta no era filósofo que escribía para promover discusiones, ni era un
libretista que componía dramas para entretener a la gente. El era mensajero, un
heraldo del rey del cielo. Con sus anuncios venían las palabras "Así dice
el Señor" La historia de los profetas se lee como un libro de mártires y
suena como un reporte de las víctimas de la Tercera División en la Segunda
Guerra Mundial. El promedio de su vida era como el de un teniente del ejército
en combate.
Cuando se dice de Jesús que fue "despreciado
y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en
quebrantos" (Isaías 53.3), se le hace partícipe de una gran cantidad de
hombres a quienes Dios destinó para tal sufrimiento. El azote al profeta era la
soledad; a menudo su casa era una cueva y usualmente el desierto era su lugar
de reunión con Dios. Algunas veces, su vestuario era la desnudez y su corbata
un cayado. Sus canciones eran compuestas con lágrimas. De esa clase de hombre
era Isaías ben-Amoz. En la lista de los héroes del Antiguo Testamento, Isaías
sobresale en un destacamento estelar. El fue profeta de profetas, un líder de
líderes, un "profeta mayor" por el gran tamaño del libro que lleva su
nombre. Como profeta, era inusual.
La mayoría de los profetas eran de origen humilde:
campesinos, pastores, labradores, mas Isaías' era de la nobleza. El era un
reconocido hombre de estado que tenía acceso a la corte real de sus días. Se
relacionaba con príncipes y reyes. Dios lo uso a él para hablarles a varios
monarcas de Judá, incluyendo a Uzías, Jotán, Acaz y Ezequías.
Lo que destacaba al profeta de Israel de
todos los otros hombres eran los sagrados auspicios de su llamado. Su llamado
no fue de hombres. El no podía solicitar este trabajo, tuvo que ser
seleccionado - escogido directa e inmediatamente por Dios. Y el llamado fue
soberano; no se podía ser rechazar (Jeremías trató de rechazar este llamado,
pero se le recordó inmediatamente que él había sido consagrado para esto desde
el vientre de su madre. Luego, cuando buscó renunciar, Dios rehusó aceptar su
renuncia). El trabajo de profeta era de por vida; no se podía renunciar o
jubilar.
El registro del llamado de Isaías quizás sea
el más dramático de todos los registrados en el Antiguo Testamento. Se nos dice
que sucedió en el año en que el rey Uzías murió. El rey Uzías murió en el siglo
ocho A.C. Su reinado fue muy importante en la historia judía y fue uno de los
mejores reyes que gobernó Judá. No fue un David, pero tampoco fue señalado por
la corrupción que caracterizó a los reyes del norte, tales como Acab. Uzías
ascendió al trono cuando tenía dieciséis años y reinó en Jerusalén por cincuenta
y dos años. ¡Fíjense, cincuenta y dos años! En los pasados cincuenta y dos
años, Estados Unidos ha presenciado la administración de Truman, Eisenhower,
Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo.
Pero mucha gente en Jerusalén vivió su vida entera bajo el reinado del rey
Uzías.
La Biblia nos dice que Uzías comenzó su reino
piadosamente haciendo "lo que era recto ante los ojos de Jehová" (2
Crón. 26:4). El buscó a Dios y fue bendecido. Venció a los filisteos y a otras
naciones en batalla, edificó torres en Jerusalén y fortaleció sus murallas,
abrió grandes pozos en el desierto y estimuló un gran crecimiento en la
agricultura nacional. También restauró el poder militar de Judá hasta un nivel
casi tan alto como en los días de David. La mayoría de su vida Uzías fue
conocido come un rey grande y amado. Sin embargo, la historia de Uzías terminó
tristemente. Sus últimos días fueron como los de los trágicos héroes de
Shakespeare. Su carrera se deterioró por el pecado del orgullo después de haber
adquirido gran riqueza y poder. El se sintió Dios; entró al templo con
insolencia y arrogancia, reclamando para sí los derechos que Dios había dado
solamente a los sacerdotes.
Cuando ellos trataron de detenerlo en su acto
sacrílego, Uzías se enfureció. Mientras les gritaba furiosamente, apareció
lepra en su frente. La Biblia dice de él: "Y habitó leproso en una casa
apartada... excluido de la casa de Jehová" (2 Crón. 26:21). Cuando Uzías
murió, a pesar de la vergüenza de sus últimos años, la nación lo lloró.
Aparentemente Isaías fue al templo buscando consolación en este tiempo de
angustia personal y nacional. Pero él encontró más de lo que esperaba porque:
"En el año en que murió el rey Uzías, vi yo al Señor sentado en un trono
alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo" (Isa. 6:1). El había
muerto. Pero cuando Isaías entró al templo vio a otro rey, el Rey Supremo, el
que se sienta eternamente en el trono de Judá, él vio al Señor.
En el hebreo hay dos palabras distintas que
se traducen Señor. Una es "Adonaí", que significa "el
Soberano." Este no es el nombre de Dios sino un título, el título supremo
dado a Dios en el Antiguo Testamento. La otra palabra es "Jehová", el
nombre sagrado de Dios, con el cual El se reveló a Moisés en la salsa ardiendo.
Este es Su nombre inefable, el nombre santo que los israelitas se guardaban de
profanar.
Normalmente ocurre sólo en forma de sus
cuatro consonantes - YHWH. Por lo tanto se le conoce como el sagrado
tetragrama, las cuatro letras inefables. Vemos este contraste en las palabras
usadas en el Salmo 8:1, "¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu
nombre en toda la tierra!" Lo que el judío estaba diciendo era, "¡Oh
Jehová, nuestro Adonaí, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra." °
se podría decir así, "¡Oh Jehová nuestro Soberano, cuán glorioso" En
el Salmo 110 leemos, "Jehová dijo a mi Señor: siéntate a mi diestra"
(Salmo 110:1). Aquí el salmista está diciendo, “Dios le dijo a mi Soberano:
Siéntate a mi mano derecha” Jehová es el nombre de Dios; Adonaí es su título.
Cuando hablamos de algún presidente
mencionamos su nombre y su título. "Presidente" es el título más alto
en nuestros países; de igual forma, "Soberano" era el más alto en
Israel. El título "Adonaí" estaba reservado para Dios. Este fue el
título que se le dio a Dios en el Nuevo Testamento. Cuando Cristo es llamado
Señor en el nuevo testamento, se le confiere el equivalente Adonaí del antiguo
testamento. Jesús es llamado el Rey de reyes y Señor de señores, un título
reservado sólo para Dios el Padre, el Supremo Soberano de cielo y tierra. Estos
diferentes usos de las palabras "Jehová" y "Adonaí" indican
el cuidado con que la gente se refería a la naturaleza santa de Dios.
En cierta forma, es igual con mi uso de letra
mayúscula para referirme a Dios. Puesto que Dios es inefablemente santo, yo no
soy capaz de referirme a El como "él," aunque quizás a algunos de mis
lectores les irrite lo que perciben como un uso anticuado de las letras
mayúsculas. Para mí es un gesto de respeto y de asombro hacia un Dios santo.
Cuando Isaías vino al templo, había una crisis de soberanía en la nación. Uzías
había muerto pero los ojos de Isaías fueron abiertos para ver al verdadero Rey
de la nación. El vio a Dios sentado sobre el trono como el soberano.
Las Escrituras nos advierten que ninguna
persona puede ver el rostro de Dios y vivir. Recordemos la petición de Moisés
cuando ascendió al monte santo de Dios. El había sido testigo de asombrosos
milagros, había escuchado la voz de Dios hablándole desde la zarza ardiendo,
había visto el río Nilo convertido en sangre, había probado el maná del cielo y
había visto la nube y la columna de fuego. También había visto los carros del
Faraón inundados por las olas del mar Rojo. Pero todavía no estaba satisfecho;
quería ver más. El anhelaba la excelsitud espiritual. El pidió al Señor en ese
momento, "Déjame ver tu rostro, muéstrame tu gloria." Pero se le negó
la petición: Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y
proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que
tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más:
No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová:
He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria,
yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que
haya pasado.
Después apartaré mi mano, y verás mis
espaldas; mas no se verá mi rostro. (Ex 33: 19-23) Luego, Dios le permitió a
Moisés que viera su espalda, pero no su rostro. Cuando Moisés regresó del
monte, su rostro resplandecía. La gente se aterrorizó y se alejaron de él con
horror. El rostro de Moisés era demasiado para poder mirarlo. Así que Moisés se
puso un velo sobre su rostro para que la gente pudiera acercársele. Esta
experiencia de terror se manifestó ~e el rostro de un hombre que estuvo tan
cerca de Dios que ahora reflejaba Su gloria, y sólo el reflejo de la gloria de
la espalda de Dios, no de la de su rostro. Si la gente temía ver la gloria que
se reflejaba de la espalda de Dios, ¿cómo podría mirarse directamente su santo
rostro? Pero la meta final del cristiano es poder ver lo que se le negó a
Moisés, queremos mirarlo cara a cara, queremos solazamos en la gloria radiante
de su rostro.
Todo judío lo esperaba, basado en la amada
bendición de Israel: "Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga
resplandecer su rostro sobre ti. Y... tenga de ti misericordia; Jehová alce
sobre ti su rostro y 'Ponga en ti paz" (Números 6:24-26). Esta esperanza,
cristalizada en esta bendición, se convirtió en una promesa para los
cristianos. Juan dice: "Ahora somos "hijos de Dios, Y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando El se manifieste,
seremos semejantes a El, porque le veremos tal como El es. Aquí tenemos su
promesa: Nosotros le veremos tal como El es.
Los teólogos llaman a esta expectativa futura
la Visión Beatifica. Veremos a Dios tal como El es. Esto significa que algún
día veremos a Dios cara a cara. No veremos el reflejo de su gloria desde una
zarza ardiente o en la columna de" fuego. Le veremos tal como El es, en su
pureza y en su esencia divina. Ahora es imposible que nosotros veamos a Dios en
su esencia divina. Antes tenemos que ser purificados. Cuando Jesús enseñó las
bienaventuranzas, prometió esto a un grupo selecto: "Bienaventurados los
puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mat. 5:8). En este mundo,
ninguno de nosotros es puro de corazón y esa impureza nos impide ver a Dios. El
problema no radica en nuestros ojos, sino en nuestro corazón. Hasta que nos
encontremos purificados y totalmente santificados en el cielo, seremos capaces
de verlo cara a cara.
Por encima de El había serafines; cada uno
tenía seis alas, con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con
dos volaban. (Isaías 6:2) Los serafines no son seres humanos pecadores con
corazones impuros. Pero siendo seres angélicos son criaturas, y a pesar de su
elevada posición como participantes de los ejércitos celestiales, tienen que
cubrir sus ojos para no ver directamente el rostro de Dios. Es terrible y
maravilloso cómo fueron hechos, dotados por su Creador con un par de alas
especiales para cubrir sus rostros en su majestuosa presencia. Estos serafines
tienen además un segundo par de alas con el cual cubren sus pies. Esto no es
una especie de zapatos angélicos para proteger la planta de sus pies u
facilitarles su caminar en el templo celestial. La razón para esto es similar a
la de la experiencia de Moisés con la zarza ardiente: Estando allí, el ángel
del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente.
Moisés notó que la zarza estaba envuelta en
llamas, pero que no se consumía, así que pensó: "¡Qué increíble! Voy a ver
por qué no se consume la zarza." Cuando el Señor vio que Moisés se
acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: ¡Moisés, Moisés! Aquí me tienes
respondió. No te acerques más le dijo Dios. Quítate las sandalias, porque estás
pisando tierra santa. (Exo 3:2-5) Dios mando a Moisés quitarse sus zapatos,
pues se encontraba en un terreno santificado por su presencia. Quitarse los
zapatos era un medio por el cual Moisés reconocía que él era de la tierra
¬terrenal. Los pies humanos, a veces llamados "pies de barro"
simbolizan nuestra condición de criaturas. Son ellos los que nos conectan a la
tierra. Los serafines no son de la tierra, sus pies no son de barro, y siendo
ángeles son espirituales.
Sin embargo, son criaturas, y las imágenes de
la visión de Isaías sugieren que también se tienen que cubrir los pies
reconociendo que son criaturas en la exaltada presencia de Dios. Es aquí donde
encontramos la esencia de la visión de Isaías. El canto de los serafines revela
el asombroso mensaje de este texto. "Y el uno al otro daba voces,
diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos, toda la tierra está
llena de su gloria" (Isaías 6:3). Este canto es la repetición de una sola
palabra santo. Esta palabra se canta tres veces seguidas, dándole a la iglesia
su más majestuoso himno. Este canto es llamado el trisagión que significa el
"tres veces santo. "
Es fácil pasar por alto el significado de la
repetición de la palabra santo. Esta expresión literaria que se encuentra en
las formas hebreas de literatura, especialmente en la poesía, es una forma de
énfasis. En el idioma español, para enfatizar la importancia de algo, tenemos
varios recursos para escoger. Podemos subrayar las palabras o escribirlas con
letras itálicas o marcadas. Podemos agregarle signos de exclamación o
distinguirlas con comillas. Todo esto es para llamar la atención del lector a
algo que es especialmente importante. Los judíos del Antiguo Testamento tenían
diferentes técnicas para indicar énfasis. Una de ellas era el método de la
repetición. Jesús usó la repetición de palabras, "De cierto, de cierto os
digo." Aquí, el doble uso de la frase “de cierto” significaba que iba a
decir algo muy importante.
La palabra traducida "cierto" es
amén. Usualmente nosotros pensamos de amén como algo que se dice al finalizar
un sermón o una oración. Significa simplemente “es cierto”. Jesús la uso como
prefacio en lugar de cómo respuesta. En Génesis 14 encontramos un uso
humorístico de la técnica de la repetición. La historia de la batalla de los
reyes en el Valle de Sidim menciona algunos hombres que se cayeron en unos
pozos de asfalto que había en la región. Algunos traductores los llaman pozos
de asfalto o pozos de betún, o simplemente grandes pozos. ¿Qué clase de pozos
eran éstos, cuya traducción parece tan confusa?
El hebreo no es claro. El texto original
simplemente da la palabra en hebreo para pozo y después la repite diciendo
literalmente "pozos-pozos" Los judíos querían decir con esto que
había pozos, y que había "pozos-pozos". Algunos pozos son más pozos
que otros pozos. Estos pozos - "los pozos-pozos" - eran muchos más
pozos que los otros pozos. Una cosa es caer en un pozo, pero si uno cae en un
pozo-pozo, entonces está en graves problemas. En raras ocasiones la Biblia
repite algo hasta el tercer grado. Mencionar algo tres veces seguidas, es
elevarlo a su grado superlativo y adjudicarle un énfasis de súper importancia.
Por ejemplo, el terrible juicio de Dios se
declara en el libro de Apocalipsis por un ángel que gritaba en medio del
cielo" ¡Ay, ay, ay de los que moran en la tierra!" (Apocalipsis
8:13). O también se ve en la burla sarcástica del sermón de Jeremías sobre el
templo, cuando reprendía al pueblo por haberlo invocado con hipocresía,
"¡Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste!"
(Jeremías 7:4). En las Sagradas Escrituras sólo una vez un atributo de Dios se
eleva al tercer grado. Sólo una vez encontramos una característica de Dios
mencionada tres veces en sucesión, la Biblia dice que Dios es santo, santo,
santo. No que El es santo, o aun santo, santo. El es santo, santo, santo.
La Biblia nunca dice que Dios es amor, amor,
amor; o misericordia, misericordia, misericordia; o ira, ira, ira; o justicia,
justicia, justicia. Dice que El es santo, santo, santo; que toda la tierra está
llena de su gloria, y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz
del que clamaba, y la casa se llenó de humo. (Isaías 6:4)
Una encuesta reciente sobre gente que solía
ser miembro de una iglesia y dejó de asistir, revela que la razón principal de
su alejamiento es que encontraban la iglesia aburrida. Es difícil para mucha
gente encontrar en la adoración una experiencia emocionante y conmovedora.
Vemos aquí que cuando Dios se apareció en el templo, las puertas y los
quiciales se estremecieron. La materia muerta de las puertas, los quiciales
inanimados, la madera y el metal, que no podían oír ni hablar, tuvieron el buen
juicio de estremecerse por la presencia de Dios. Literalmente el texto dice que
fueron sacudidas. Comenzaron a temblar ante El. ¡Ay de mí! que soy muerto;
porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene
labios mudos, han visto mis ojos al rey, Jehová de los ejércitos. (Isaías 6:5)
Las puertas del templo no fueron lo único que se conmovió.
Lo que más tembló en aquel edificio fue el
cuerpo de Isaías. Cuando él vio al Dios viviente, el monarca reinante del
universo desplegado ante sus ojos en toda su santidad, Isaías exclamó "¡Ay
de mí!" La exclamación de Isaías suena extraña a los oídos modernos. Es
raro oír a la gente hoy usar la expresión" ¡Ay de mí!" Puesto que
esta frase suena anticuada y arcaica, algunos traductores modernos prefieren
sustituirla. Esto es un error serio. La expresión "¡Ay de mí!" es
crucialmente bíblica y no podemos permitimos ignorarla. Tiene un significado
especial. Cuando pensamos en los "ayes" pensamos en los problemas
presentados en los melodramas de las películas antiguas. Los Peligros de
Paulina muestran a la heroína retorciendo sus manos en angustia mientras el
cruel propietario venía a confiscar su propiedad. O el Súper Ratón volaba desde
su nube para rescatar a su novia que había sido amarrada a los rieles del tren
por Harry el Malvado mientras ella gritaba "¡Ay de mí!" A la
expresión ¡ay de mí! le ha sucedido lo mismo que a otras expresiones pasadas de
moda. La única lengua que todavía conserva esta expresión es el Yiddish. Los
judíos modernos aún declaran su frustración exclamando "¡Oy bay!" que
es la expresión abreviada de la expresión completa Oy bay ist mer. "Oy
bay" es en Yiddish "Oh, ay," una abreviación de la expresión
completa "¡Oh, ay de mí"
La fuerza completa de la exclamación de
Isaías debe considerarse en el contexto del uso del lenguaje bíblico. La forma
más frecuente para referirse a los mensajes de los profetas era
"oráculo." Los oráculos eran mensajes provenientes de Dios; podían
ser buenos o malos., Los oráculos positivos empezaban con la palabra
"bienaventurado." En el Sermón del Monte Jesús usó este tipo de
oráculo diciendo, "bienaventurados los pobres en espíritu, bienaventurados
los que lloran, bienaventurados los que tienen hambre y sed." Sus oyentes
entendían que El estaba usando la fórmula profética, el oráculo que traía
buenas noticias.
Pero Jesús también usaba la forma negativa
del oráculo. Al pronunciar su airada denuncia contra los fariseos, les anunció
el juicio de Dios diciendo, "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas!" (Mateo 23:13-29). El repitió esto tantas veces que comenzó a
sonar como una letanía. En los labios de un profeta la palabra ¡Ay! es un aviso
de juicio. En la Biblia las naciones y los individuos son enjuiciadas pronunciando
un oráculo de ¡ay! La manera en que Isaías usó la palabra "Ay!" fue
extraordinaria.
Al ver al Señor, el pronunció el juicio de
Dios sobre sí mismo. "¡Ay de mí!" exclamó, invocando el juicio de
Dios, la severa maldición de juicio, sobre su propia cabeza. Era una cosa que
un profeta maldijera a otra persona en el nombre de Dios, pero era otra cuando
un profeta pronunciaba esa maldición sobre sí mismo. Inmediatamente después de
la maldición de juicio, Isaías gritó, "¡Soy muerto!" Lo que Isaías
estaba expresando era lo que los psicólogos modernos describen como la
experiencia de desintegración personal. Desintegrar se refiere a des-integrar.
Integrar quiere decir unir las piezas.
En las escuelas integradas, se coloca juntos
a niños de diferentes razas para formar un cuerpo de estudiantes. La palabra
integridad viene de esta raíz, sugiriendo a una persona cuya vida es íntegra,
sana. En la terminología 'moderna decimos, "esa persona vive una vida
íntegra." Isaías ben-Amoz era hombre de integridad, un hombre completo.
Sus contemporáneos lo consideraban el hombre más recto de la nación y lo
respetaban como un modelo de virtud. Pero cuando tuvo la repentina visión del
Dios santo, en ese instante toda su autoestima fue sacudida. En un segundo su
desnudez se descubrió ante la mirada de la norma más absoluta de santidad.
Comparado con otros mortales, él podía sostener una alta opinión de sí mismo.
Pero en el instante que él se midió con la
norma suprema, él fue deshecho -moral y espiritualmente devastado. Fue
desintegrado, desarticulado. Su sentido de integridad se derrumbó. El repentino
reconocimiento de su ruina estaba relacionado con su boca. El gritó, "Soy
hombre de labios inmundos." Nosotros habríamos esperado que dijera,
"Soy hombre de hábitos impuros," o, "Soy hombre de pensamientos
impuros." Pero en cambio se refirió a su boca diciendo "Tengo una
boca sucia." ¿Por qué este enfoque en su boca? Quizás una indicación
respecto a esta expresión de Isaías se halla en las palabras de Jesús cuando El
dijo que no es lo que entra a la boca sino lo que sale lo que contamina a los
hombres. O podríamos ver el discurso sobre la lengua escrito por Santiago, el
hermano del Señor:
La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La
lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e
inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
Porque toda naturaleza de bestias y de aves y de serpientes y de seres del mar,
se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede
domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno
mortal. Con ella bendecimos al Dios y padre, y con ella maldecimos a los
hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden
bendición y maldición.
Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso
alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos,
¿puede acaso la higuera producir aceitunas o la vid higos? Así también ninguna
fuente puede dar agua salada y dulce. (Santiago 3:6-12) La lengua es un mal
irrefrenable, lleno de veneno. Esto es lo que Isaías estaba reconociendo. Pero
él sabía que no estaba solo en este dilema, que toda la nación estaba infectada
con bocas sucias: "Yo vivo en medio de gente de labios inmundos." En
un momento Isaías tuvo un entendimiento nuevo y radical del pecado. El vio que
era invasivo en sí mismo y en todos los demás. En un sentido, nosotros somos
afortunados en que Dios no se nos aparezca comí' 10 hizo a Isaías. ¿Quién
podría soportarlo?
Normalmente Dios nos revela nuestra
pecaminosidad poco a poco, y el reconocimiento de nuestra corrupción es gradual.
Pero a Isaías Dios le mostró su corrupción súbitamente. No es extraño que
hubiese sido devastado. Isaías lo explicó de esta manera: "Mis ojos han
visto al rey, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6:5). El vio la santidad de
Dios y por primera vez en su vida entendió quién era Dios; a la vez, por
primera vez entendió quién era Isaías. En ese momento voló hacia mí uno de los
serafines. Traía en la mano un brasa que, con unas tenazas, había tomado del
altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: "Mira, esto ha tocado tus
labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado." (Isa 6:6-7)
Isaías se arrastraba gimiendo por su vileza.
Todas las fibras nerviosas de su cuerpo
temblaban mientras buscaba donde esconderse, orando que de alguna manera la
tierra lo cubriera, el techo del templo lo sepultara, o algo, cualquier cosa,
lo liberara de la santa mirada de Dios. Pero no había dónde esconderse. El
estaba allí, desnudo y solo frente a Dios. A diferencia de Adán, no tenía a Eva
para alentado, ni hojas de higuera que lo escondieran. Lo suyo era la esencia
de la angustia moral, ésa que desgarra el corazón de un hombre y destroza su
alma en pedazos. Culpa, culpa, culpa sin tregua brotaba por todos sus poros.
Pero el Dios santo es también el Dios de
gracia, y no permitió que su siervo continuara postrado sin consuelo.
Inmediatamente comenzó a limpiado y a restaurar su alma, enviando a uno de los
serafines. El serafín voló rápidamente hacia el altar con unas tenazas, tomando
del fuego un carbón encendido, demasiado caliente hasta para un ángel y se
dirigió hacia Isaías. El serafín presionó el carbón al rojo vivo contra los
labios del profeta y los quemó. Los labios son una de las partes más sensibles
del cuerpo humano, el punto de contacto para un beso. Pero lo que Isaías sintió
fue la llama santa quemando su boca. El sintió el desagradable olor de la carne
quemada, pero el olor fue mínimo en comparación con el intenso dolor de la
quemadura. Esto fue una misericordia severa, un acto doloroso de limpieza.
La herida de Isaías estaba siendo
cauterizada, la inmundicia de su boca estaba siendo quemada; él estaba siendo
refinado con el fuego santo. Por medio de este acto divino de limpieza, Isaías
experimentó un perdón más allá de la purificación de sus labios. El fue limpiado
completamente, perdonado en su esencia, aunque no sin el terrible dolor del
arrepentimiento. El experimento mas allá de una gracia superficial y de un
simple “lo siento”. El lamentó su pecado, abrumado con angustia moral, y Dios
envió un ángel para sanarlo. Su pecado fue perdonado, y su dignidad permaneció
intacta. La convicción que el sintió fue constructiva, no fue un castigo cruel
e inusual. Un memento de carne quemada sobre sus labios trajo una sanidad que
se extendiera por toda la eternidad.
En un momento, el devastado profeta fue
restaurado. Su boca fue purificada; el estaba limpio. Entonces oí la voz del
Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Aquí
estoy. ¡Envíame a mí! (Isa 6:8) La visión de Isaías adquirió una nueva
dimensión. Hasta entonces él había visto la gloria de Dios, había oído el canto
de los serafines, había sentido el carbón ardiente sobre sus labios, pero ahora
por primera vez escuchaba la voz de Dios. De repente, los ángeles callaron y la
voz que la Escritura describe como el estruendo de muchas aguas resonó en todo
el templo. Aquella voz hizo eco con las agudas preguntas: "¿A quién
enviaré y quién irá por nosotros?" Aquí vemos un patrón que se ha repetido
en la historia. Cuando Dios se aparece, la gente tiembla con terror, luego Dios
perdona y sana, para después enviar.
El patrón que es el quebrantamiento precede a
la misión. Cuando Dios preguntó, ¿a quién enviaré? Isaías entendió la fuerza de
esa palabra. Ser enviado significaba funcionar como un emisario de Dios, ser
vocero de la Deidad. En el nuevo testamento la palabra "apóstol"
significa "enviado." La contraparte al apóstol en el antiguo
testamento era el profeta. Dios buscaba un voluntario que entrara al solitario
y arduo oficio de profeta.
Fíjese en la respuesta de Isaías: "Heme
aquí, envíame a mí." Hay una diferencia crucial entre decir, "heme
aquí" y decir, "aquí estoy." Si hubiese dicho "aquí
estoy," simplemente hubiera indicado su localización. Pero él le estaba
indicando a Dios algo más que su ubicación, y al decirle "heme aquí"
estaba dando un paso al frente como voluntario. Su respuesta fue simplemente
"Yo iré. No busques más, envíame mí." Hay dos cosas importantes en la
respuesta de Isaías. La primera es que a él no le sucedió como a Humpty-Dumpty
en aquel canto infantil donde el Señor Dumply se cayó trágicamente porque nadie
en el reino pudo construirlo. Pero aunque Dumpy no era más frágil que Isaías
quien se deshizo como huevo que cae al suelo, la diferencia esta en que Dios
tomo a este hombre destruido y después lo envió al ministerio. El tomo a un
pecador y lo hizo un profeta; tomo a uno hombre cuya boca era sucia y lo hizo
su vocero.
La segunda cosa importante que aprendemos de
este evento es que la obra de gracia de Dios sobre el alma de Isaías no
aniquilo su identidad personal. Isaías dijo “heme aquí”. Isaías podía aun
hablar en términos de su propio ser. El conservo su identidad y personalidad.
Sin tratar de destruir el "yo," como reclaman algunos que
distorsionan el cristianismo, Dios redime la individualidad. El sana la
individualidad para que pueda ser útil y realizarse en la misión para la cual
la persona es llamada. Lo personalidad de Isaías fue completamente
reconstruida, no aniquilada. Al salir del templo, él seguía siendo Isaías
ben-Amoz. Seguía siendo la misma persona, pero con su boca limpia. Los
ministros no son dignos de su llamado. Todos los predicadores son vulnerables a
la acusación de hipocresía. De hecho, mientras más fieles son los predicadores
a la Palabra de Dios en su predicación, más expuestos están al cargo de
hipocresía. ¿Por qué?
Porque mientras más fieles son las personas a
la Palabra de Dios, más elevado es el mensaje. Y mientras más elevado el
mensaje, más lejos estarán de poder cumplirlo por sí mismos. Yo me intimido
internamente cuando predico en las iglesias acerca de la santidad de Dios.
Puedo anticipar la respuesta de la gente. Ellos salen del santuario convencido
de que han estado en la presencia de un hombre santo. Puesto que me oyen hablar
de la santidad, suponen que yo soy tan santo como el mensaje que predico. Es
entonces que yo quisiera gritar" IAy de mí"
Es peligroso asumir que por el hecho de ser
atraído hacia el estudio de la santidad, una persona es santa. Hay una ironía
aquí. Estoy seguro que la razón por la cual anhelo aprender de la santidad es
precisamente porque no soy santo. Yo soy hombre profano, y es más el que tiempo
que paso fuera del templo y de la presencia íntima de Dios que dentro de ellas.
Sin embargo, he degustado suficiente de la majestad de Dios para anhelar más.
Conozco lo que es ser perdonado y enviado a una misión. Mi alma clama por más.
Mi alma necesita más.
Permitiendo que la Santidad de Dios Toque
Nuestras Vidas: Mientras reflexiona sobre lo que ha aprendido y redescubierto
acerca de la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use un diario para
registrar sus respuestas a la santidad de Dios, o discútalas con un amigo.
1. ¿Ha tenido alguna experiencia en la que la
presencia de Dios lo ha sobrecogido, en la cual usted fue quebrantado por la
presencia de Dios?
2. La respuesta de Isaías a la revelación de la
santidad de Dios fue "¡Ay de mí" ¿Cuál es su respuesta?
3. ¿En qué área necesita ser purificado usted
por el fuego de la santidad de Dios?
4. Según se describe en este capítulo, ¿qué
aspecto de la santidad de Dios lo mueve a usted a adorarle a El más plenamente?
5. Busque el himno "Santo, Santo
Santo" en su himnario, y dele culto a Dios cantándole a El.
CAPITULO 3: EL MISTERIO TEMIBLE
¿Qué es esto que
brilla a través mío, y que azota mi corazón sin lastimarlo? Yo soy tanto un
temblor como un fulgor: Un temblor puesto que no soy como ello Un fulgor en
tanto que soy como ello. SAN AGUSTÍN. Hemos llegado ya al tercer capítulo de
este libro y aún no he definido el significado de ser santo. Quisiera
posponerlo aun más, porque la santidad es muy difícil de definir. Hay mucho que
decir sobre la santidad y es tan extraña a nosotros que la tarea parece casi
imposible. En un sentido muy real, la palabra santo es una palabra extraña.
Pero aun cuando nos encontramos con palabras extrañas, tenemos la esperanza de
que un diccionario nos pueda proveer una traducción clara.
El problema sin embargo, es que la palabra
santo es extraña a todos los lenguajes. No hay diccionario adecuado para
definirla. Nuestro problema con la definición se hace más difícil porque en la
Biblia, la palabra santo se usa en más de una manera. En un sentido, la Biblia
la usa de forma muy relacionada con la bondad de Dios. Ha sido la costumbre
definir santo como "pureza, libre de mancha totalmente perfecto e
inmaculado en cada detalle:" Pureza es la primera palabra en la que la
mayoría de nosotros piensa al escuchar la palabra santo. Es cierto que la
Biblia usa la palabra de esta manera; sin embargo, la idea de la pureza o
perfección moral es en el mejor caso, el significado secundario de este término
en la Biblia. Cuando los serafines cantaban su himno, ellos estaban diciendo
algo más que "pureza, pureza, pureza es Dios."
El significado primario de santo es
"separada." Viene de una palabra antigua que significa
"cortar" a "separar." Traducir esta significada básica en
lenguaje contemporánea sería usar la frase "un corte aparte." 131 vez
sería aún más exacta la frase "un corte arriba de algo." Cuando
encontramos una vestida u otro artículo de importancia, usamos la expresión
"está par encima de la demás." La santidad de Dios es más que
separación. Su santidad también es trascendencia. La palabra trascendencia
significa literalmente “ascender a través”. Es definida como "exceder los
límites usuales." Trascender es elevarse sobre algo, ir por encima y más
allá de cierto límite. Cuando hablamos de la trascendencia de Dios, estamos
hablando acerca del sentido en el cual Dios está par encima y más allá de
nosotros.
La trascendencia describe su suprema y
absoluta grandeza. La palabra también es usada para describir la relación de
Dios con el mundo. El es más alto que el mundo. El tiene un poder absoluto
sobre el mundo. El mundo no tiene ningún poder sobre El. La trascendencia
describe a Dios en su consumidora majestad. Su exaltada superioridad. Apunta hacia
la infinita distancia que lo separa de toda criatura. El está infinitamente por
encima de todo lo demás.
Cuando la Biblia llama a Dios Santo,
significa primariamente que El es trascendentalmente separado. Está tan por
encima y más allá de nosotros que nos parece casi totalmente extraña. Ser santo
es ser "otro" ser diferente en una manera especial. El mismo
significado básico se usa cuando la palabra santo es aplicada a cosas terrenas.
Mire cuidadosamente la siguiente lista de cosas que la Biblia define como
santas:
1. Tierra santa
2. Sábado santo
3. Templo santo
4. Vestimenta santa
5. Casa santa
6. Diezmo santo
7. Inciensos santos
8. Nación santa
9. Santo aceite de la unción
10. Jubileo Santo
11. Terreno santo
12. Agua santa
13. Arca santa
14. Ciudad santa
15. Pan santa
16. Simiente santa
17. Pacto santo
18. Convocación santa
19. Palabra santa
20. Seres santos
21. Lugar santísimo
Esta lista no lo incluye todo, pero sirve
para mostramos que la palabra santo es aplicada a toda clase de cosas además de
Dios. En cada caso es usada para expresar algo más que una cualidad moral o
ética. Las cosas santas son cosas separadas del resto, que han sido apartadas
de lo común, consagradas al Señor para su servicio. Las cosas en esta lista no
son santas en sí mismas. Para llegar a ser santas, primero tuvieron que ser
consagradas o santificadas por Dios. Solo Dios es Santo en sí mismo y sólo El
puede santificar algo más. Sólo Dios puede con su toque, hacer que lo común se
convierta en algo especial, diferente y separado. Note cómo el Antiguo
Testamento considera las cosas que han sido santificadas. Todo lo que es santo
posee un carácter peculiar; ha sido separado de un uso común y no puede ser
tocado, no puede ser comido, no puede ser usado para asuntos comunes.
¿Dónde entra la pureza en esto? Estamos tan
acostumbrados a igualar la santidad con la pureza o con la perfección ética,
que en cuanto la palabra santidad aparece, la asociamos con la pureza. Cuando
las cosas son hechas santas, cuando son consagradas, ellas son separadas para
ser puras y tienen que ser usadas de tal forma. Ellas tienen que reflejar
pureza, tanto como simple separación. Pues, la pureza no es excluida de la idea
de ser santo, sino que está contenida en dicho concepto. Mas el punto que
debemos recordar es que la idea de lo santo no es completa con la mera idea de
la pureza. La santidad incluye pureza pero es mucho más que eso. Es pureza y
trascendencia.
Es por ende una pureza trascendente. Cuando
usamos la palabra santo para describir a Dios, enfrentamos otro problema. Con
frecuencia describimos a Dios compilando una lista de cualidades o
características que llamamos atributos. Decimos que Dios es espíritu, que lo
conoce todo, que es amoroso, justo, misericordioso, un Dios de gracia,
etcétera. La tendencia es agregar la idea de santo a esta larga lista de
atributos como sólo uno más. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios,
no significa sólo un atributo. Al contrario, Dios es llamado santo en un
sentido general.
La palabra es usada como un sinónimo de su
deidad, es decir, santo se refiere a todo lo que Dios es. Esa palabra nos
recuerda que todo en El es santo: su santo amor, su santa justicia, su santa
misericordia, su santa ciencia, su Santo Espíritu. Hemos visto que el término
santo se refiere a la trascendencia de Dios, por la cual El está por encima y
más allá del mundo. Hemos visto también que Dios puede acercarse y consagrar
cosas terrenales y hacerlas santas. Su toque, repentinamente, convierte lo
común en especial. Con esto confirmados que nada en este mundo es santo en su
mismo. Sólo Dios puede hacer algo santo. Sólo Dios puede consagrar. Cuando
nosotros llamamos santo a algo que no es santo, cometemos el pecado de
idolatría. Le damos a las cosas comunes el respeto, la admiración, el homenaje
y la adoración que sólo a Dios pertenecen.
Adorar a las criaturas antes que al Creador
es la esencia de la idolatría. La fabricación de ídolos siempre ha sido un
lucrativo negocio. Algunos ídolos son hechos de madera, otros de piedra, y
otros de metales preciosos. Los fabricantes de ídolos adquieren los mejores
materiales y luego realizan su obra trabajando largas horas para formar sus
imágenes. Cuando terminan, barren el piso de sus talleres y ordenan sus
herramientas. Después se arrodillan, y comienzan a hablarle al ídolo que recién
fabricaron. Imagine hablarle a un pedazo mudo de madera o piedra.
Es imposible que estas cosas escuchen lo que
se les dice. No pueden responder, ni ayudar. Son sordas, mudas e impotentes.
Pero la gente aún les atribuye santidad y poder, y les adora. Algunos idólatras
han sido un poco más sofisticados y en lugar de adorar imágenes de piedra o
altares paganos, han adorado el sol, la luna o bien a alguna idea abstracta.
Pero el sol también es creado; y no hay nada trascendente y santo acerca de la
luna. Estas cosas son parte de la naturaleza; todas son creadas. Pueden ser
impresionantes, pero no están por encima ni van más allá de ser cosas creadas;
por ende, no son santas.
Adorar un ídolo envuelve llamar a algo santo
cuando no lo es. Recuerden que sólo Dios puede consagrar. (Cuando un ministro
"consagra" un matrimonio o el pan de la Cena del Señor, se entiende
que él sólo está proclamando una realidad que Dios ya ha consagrado. Esto es un
uso autorizado de la consagración humana.) Cuando un ser humano trata de
consagrar lo que Dios nunca ha consagrado, esto no es un acto de consagración
genuina sino un acto de profanación, de idolatría.
A principios del siglo veinte un académico
alemán llamado Rodolfo Otto hizo un inusual e interesante el estudio de lo
santo. Otto intentó estudiar lo santo de una forma científica. El examinó cómo
la gente de diferentes culturas y naciones se comporta cuando encuentran algo
que consideran santo, y exploró los sentimientos que la gente guarda ante estos
artilugios. El primer descubrimiento importante que Otto hizo fue que es
difícil para la gente describir lo alto. Otto notó que aunque se podían decir
ciertas cosas acerca de lo santo, siempre quedaba algún elemento que no podía
ser explicado. No era que este elemento fuese irracional, sino más bien, que
era supraracional; esto es, más allá de los límites de nuestra mente. Había
algo superficial acerca de la experiencia humana con lo santo, algo que no
podía ser expresado con palabras. Esto es a lo que Otto le llamó una especie de
plus.
El plus es esa parte de la experiencia santa
donde la gente no encuentra palabras para expresar dicho concepto. Es el
elemento espiritual que desafía toda descripción adecuada. . Posteriormente,
acuñó un término para lo santo. El le llamó el misterium tremendum que
traducido significa el "misterio tremendo." Otto lo describió así:
Este sentimiento puede venir a veces arrasando como una suave ola que invade la
mente con una apacible disposición de profunda adoración.
Esto puede convertirse en una actitud del
alma más fija y permanente, que se prolonga conmovedoramente vibrante y
emocionante, hasta que se disipa regresando al alma a su estado
"profano," no religioso de la experiencia cotidiana. Puede estallar
en una repentina erupción de las profundidades del alma con espasmos y convulsiones,
o guiar hacia alguna extraña excitación, un intoxicado frenesí, una
transportación o un éxtasis. Tiene sus formas histéricas y demoníacas, y puede
descender hasta casi un estado de terror y convulsiones. Tiene manifestaciones
iníciales bárbaramente crudas para luego convertirse en algo hermoso, puro y
glorioso. Puede ser la silenciosa y temblorosa humildad de la criatura en la
presencia de - ¿quién o qué? La presencia de aquello que es un misterio
inexpresable y más allá de toda cosa creada.
Otto habló del tremendum por causa del temor
que lo santo provoca en nosotros. Lo santo nos llena con una especia de pavor.
Nosotros usamos expresiones como "se me congeló la sangre" o "mi
carne se estremeció." Pensemos en uno de los cantos espirituales de los
negros titulado: "¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?”. El coro
de este himno dice, "A veces esto me hace temblar. temblar, temblar."
Usualmente tenemos sentimientos mezclados
acerca de lo santo. Hay un sentido en el cual, a la vez que somos atraídos por
ello, también lo repudiamos. Algo nos atrae y al mismo tiempo queremos
alejarnos. Pareciera que no podemos decidir qué escoger. Parte de nosotros
anhela lo santo y otra parte lo desprecia. No podemos vivir ni con, ni sin
ello. Nuestra actitud hacia lo santo es similar a nuestra postura para con las
historias de fantasmas y las películas de horror. Los niños ruegan a sus padres
que les cuenten historias de fantasmas hasta que se asustan tanto que les
imploran que paren.
No me gusta ver películas de miedo con mi
esposa. A ella le gusta verlas hasta que las vea - o, debería decir, hasta que
no las vea. Nos pasa lo mismo cada vez. Primero me sujeta el brazo y clava las
uñas en mi carne. El único alivio que tengo es cuando ella me suelta el brazo
para cubrirse los ojos con sus dos manos. Lo próximo que sucede, es que ella se
levanta y camina hacia la parte posterior del cine, donde puede pararse contra
la pared. Allí, ella está segura que nada va a saltar desde atrás para
agarrarla. Luego, se va del cine y busca refugio en el vestíbulo, y por si esto
fuera poco, me dice que le encanta ir a ver ese tipo de películas. (Debe haber
alguna explicación teológica de esto en alguna parte.) Tal vez, el ejemplo más
claro de este extraño fenómeno de los sentimientos mezclados que la gente tiene
hacia lo santo viene del mundo de la radio.
Antes de la venida de la televisión, los
programas de radio eran el cenit del entretenimiento en el hogar. Diariamente,
un sinnúmero de narraciones nos tenían al filo de asiento. Por la tarde, los
programas solían ser de acción y aventura como El Llanero Solitario, Superman y
otros. Los programas de terror, comenzaban con el horroroso sonido del rechinar
de una puerta abriéndose. Era como el ruido de unas uñas rayando un pizarrón.
Esto evocaba en mi mente la imagen de un viejo y mohoso baúl que estaba siendo
abierto. Con el sonido de la rechinante puerta se oía una sonora voz cuyo
anuncio decía, "¡INNER SANCTUM!". ¿Qué hay de atemorizante en las
palabras inner sactum? ¿Qué significan? Inner sanctum significa "dentro de
lo santo." Nada es más pavoroso para nosotros, más terrible para la mente
que ser traído adentro de lo santo. Aquí comenzamos a temblar a medida que
somos introducidos a la presencia del misterium tremendum.
El misterioso carácter de un Dios santo es
expresado en la palabra latina augustus. Les causó problemas a los primeros
cristianos atribuir este título al César. Para ellos, ninguna persona era digna
del título augusto. Sólo Dios podía ser llamado con propiedad, el augusto. Ser
augusto es inspirar asombro, o ser asombroso. En el sentido más elevado, sólo
Dios es asombroso.
En el estudio de Otto sobre la experiencia
humana de lo santo, él descubrió que las más claras sensaciones que los humanos
tienen cuando experimentan lo santo es un sobrecogedor y abrumador sentimiento
de ser criaturas. Es decir, cuando somos conscientes de la presencia de Dios
notamos más que somos criaturas. Cuando nos encontramos con el Absoluto,
sabemos de inmediato que nosotros no somos absolutos. Cuando nos hallamos con
el Infinito, nos hacemos agudamente conscientes de que nosotros somos finitos.
Cuando vislumbramos al Eterno, sabemos que somos temporales.
Encontrarse con Dios es un poderoso estudio
de contrastes. Nuestro contraste con el "Otro" es sobrecogedor. El
profeta Jeremías se quejó con Dios: "Me sedujiste oh Jehová, y fui
seducido, más fuerte fuiste que yo y me venciste" (Jer.20:7) Aquí suena
como si Jeremías estuviese afligido por un ataque de tartamudez. Normalmente la
Biblia es breve en sus expresiones y economiza el lenguaje. Jeremías rompe esta
regla tomando tiempo para expresar lo obvio. El dice, "Me sedujiste, y fui
seducido." La última frase es un desperdicio de palabras. Por supuesto,
Jeremías fue seducido.
Si Dios lo sedujo, ¿cómo podía no sentirse
seducido? Si Dios lo sobrecogió, ¿cómo podía no estar sobrecogido? Tal vez
Jeremías sólo quería asegurarse que Dios entendía su queja. Tal vez estaba
usando el método hebreo de repetición para indicar énfasis. Jeremías fue
seducido y sobrecogido. El se sentía impotente y desamparado ante el absoluto
poder de Dios. En ese momento Jeremías estaba supremamente consciente de su
condición de criatura. No siempre es placentero que se nos recuerde que somos
criaturas. Las palabras originales de la tentación de Satanás son difíciles de
olvidar, "seréis como dioses" (Gén.3:5). Esta horrible mentira de
Satanás es una mentira que nos encantaría creer. Si pudiéramos ser como dioses,
seríamos inmortales, infalibles e irresistibles. Tendríamos una cantidad de poderes
que no tenemos ni podemos tener.
La muerte nos atemoriza con frecuencia.
Cuando vemos a alguien morir, recordamos que somos mortales y que algún día
nosotros moriremos. Es un pensamiento que tratamos de quitar de nuestras
mentes, y nos sentimos incómodos cuando la muerte de alguien se entromete en
nuestras vidas, anunciándonos lo que tendremos que enfrentar inevitablemente.
La muerte nos recuerda que somos criaturas. Pero tan temible como es la muerte,
no es nada comparada con enfrentar a un Dios santo. Cuando nos encontramos con
El, toda nuestra condición de criaturas se abalanza sobre nosotros y desintegra
el mito de que somos semi-dioses, deidades inferiores que tratarán de vivir por
siempre.
Como criaturas mortales, estamos expuestos a
toda clase de te-mores. Somos gente ansiosa dada a las fobias. Algunos les
temen a los gatos, otros a las serpientes, otros a los lugares congestionados o
bien a las alturas. Estas fobias se apoderan de nosotros y perturban nuestra
paz interna. Hay una clase especial de fobia que todos sufrimos. Se llama
xenofobia. Xenofobia es un temor (a veces un odio) hacia los extraños o los
extranjeros (tratándose de personas), o bien hacia algo que sea extraño o
extranjero. Dios es el máximo objeto de nuestra xenofobia. El es el más grande
extraño, el mayor extranjero, dado que El es santo y nosotros no. Le tememos a
Dios porque El es santo.
Pero nuestro temor no es el temor sano que la
Biblia nos motiva a tener. Nuestro temor es un temor servil, un temor nacido
del pavor. Dios es demasiado grande para nosotros, demasiado asombroso, y para
colmo, nos hace difíciles demandas. El es el Misterioso, un Extraño que amenaza
nuestra seguridad. En su presencia, tememos y temblamos y el hallamos en su
sentencia, puede ser nuestro más grande trauma. Permitiendo que la Santidad de
Dios Toque Nuestras vidas. Mientras reflexiona en lo que ha aprendido y
redescubierto acerca de la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use un
diario para registrar sus respuestas acerca de la santidad de Dios, o
discútalas con un amigo.
1. ¿En qué maneras es Dios un terrible misterio
para usted?
2. El misterio de Dios ¿lo consuela o le
atemoriza?
3. ¿Qué aprende usted acerca de sí mismo al
comprender el misterio de la santidad de Dios?
4. Durante la siguiente semana, ¿cómo adorará
usted a Dios por el misterio de su santidad?
CAPITULO 4: EL TRAUMA DE LA SANTIDAD
De aquí ese pavor
y asombro con el cual como la Escritura uniformemente nos relata, los hombres
santos fueron sobrecogidos cada vez que enfrentaron la presencia de Dios... los
hombres nunca son debidamente tocados e impresionados con la convicción de su
insignificancia hasta que se comparan a sí mismos con la majestad de Dios. JUAN CAL VINO. Era una noche oscura y tormentosa. Por mucho
tiempo he esperado poder comenzar una historia con esta clásica expresión.
Esta introducción ha sido tan abusada, que un
grupo de escritores ha creado un club llamado, el Club de la Noche Oscura y
tormentosa. Cada año ellos otorgan un premio por las peores líneas
introductorias de libros y composiciones. Tal vez cuando Marcos escribió su
Evangelio ya había un Club de la Noche Oscura y Tormentosa. Fíjese la forma en
que él comienza diciéndonos cómo Jesús calmó la tormenta: "Aquel día,
cuando llegó la noche, les dijo: pasemos al otro lado. " (Marcos 4.35).
Jesús y sus discípulos estaban en Galilea. El había estado enseñando a las
multitudes reunidas en la playa de ese gran lago llamado el Mar de Galilea.
Este lago es uno de los grandes diseños de la naturaleza; rodeado de montañas,
su agua fresca es una importante fuente de vida para los áridos campos de
Palestina. Los discípulos eran pescadores profesionales; sazonados veteranos
del lago. Ellos conocían de tal suerte, sus corrientes, imprevisibles cambios,
así como su belleza.
El mar de Galilea es como una encantadora
mujer cuyos estados de ánimo cambian fieramente. Cada marinero en la región
sabe de su inconstancia. A causa de su peculiar ubicación en las montañas entre
el mar Mediterráneo y el desierto, el lago está ex-puesto a los extraños
caprichos de la naturaleza. Fuertes vientos pueden atravesar su superficie como
si estuvieran soplando a través de un túnel. Estos vientos vienen sin
advertencia y pueden transformar la tranquilidad del lago en una rugiente
tempestad en cosa de segundos. Aun con los equipos modernos, hay personas que
rehúsa navegar en el mar de Galilea, por temor a perecer bajo su impredecible
ira. Los discípulos tenían dos cosas a su favor, su veteranía, y el estar con
el Maestro. Cuando Jesús sugirió que hiciesen una travesía nocturna, los
discípulos no sintieron miedo. Ellos prepararon sus botes para cruzar. Pero el
mar hizo un berrinche; la Dama de la Noche se enfureció: "Se levantó una
gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya
se anegaba." (Marcos 4:37).
Lo que todo pescador galileo temía más,
sucedió. La impredecible tempestad azotó, amenazando voltear el bote con su
violencia. Ni aun el mejor nadador podría sobrevivir si fuese lanzado al agua.
Los hombres se sujetaron a la borda hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
Estos eran botes de pesca rústicos, no goletas o trasatlánticos. Una vuelta
súbita o una ola alta golpeando un costado podía enviarlos a todos a la muerte.
Ellos resistieron al mar furiosamente, tratando de mantener la proa dentro de
las olas. Tal vez fue aquí que la oración del marinero se pronunció por primera
vez: "Oh Señor, tu mar es muy grande y mi bote muy pequeño." Jesús
estaba profundamente dormido atrás del bote; estaba tomando una siesta. Yo he
visto cosas similares.
He estado en aviones durante tormentas
violentas y he experimentado pérdidas súbitas de altitud en las que el avión
cae como una piedra por miles de pies dejando mi estómago en el techo. He
escuchado pasajeros gritando aterrorizados y camareras al borde del pánico,
todo mientras el hombre a mi lado duerme como un bebé. He deseado sacudir a
este individuo y despertarlo diciéndole, "¿Qué le pasa? ¿No tiene miedo a
morir?" La Biblia dice que Jesús estaba durmiendo sobre un cabezal.
Mientras todos temían, Jesús dormía plácidamente. Los discípulos estaban
irritados. Sus sentimientos eran una mezcla de temor y enojo. Ellos despertaron
a Jesús. No se qué creían ellos que El podría hacer en esta situación. El texto
nos aclara que ellos ciertamente no esperaban que El hiciera lo que hizo.
En todo sentido la situación era desesperada.
Las olas se hacían más grandes y violentas cada segundo. Los discípulos no
tenían idea de lo que Jesús haría. Ellos eran como la gente en cualquier lugar.
Cuando la gente está en peligro y no saben qué hacer miran de inmediato a su
líder. El trabajo del líder es saber cuál es el próximo paso aun si no hay
posibilidad de un próximo paso. "Los discípulos lo despertaron y le
dijeron: Maestro, ¿no notáis que pereceremos?" (Marcos 4.38).
Su pregunta no era realmente una pregunta.
Era una acusación tenuemente disimulada. Ellos estaban en realidad diciendo.
"A ti no te importa nuestra suerte." Ellos estaban acusando al Hijo
de Dios de falta de compasión. Este atroz ataque contra Jesús es consistente
con la costumbre de los humanos hacia Dios. Dios tiene que escuchar quejas como
éstas de una humanidad ingrata todo los días. El cielo es bombardeado con las
constantes acusaciones de gente airada. A Dios se le acusa de falta de amor de
crueldad, de lejanía, como si El no hubiese hecho suficiente para probar su
compasión por nosotros.
No hay indicación en el texto de que Jesús
replicara a la "pregunta" de sus discípulos. Su respuesta omitió las
palabras y fue directo a la acción. El guardó sus palabras para hablarle al mar
y a la tormenta: Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla,
enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué
estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Marcos 4:39-40) La vida de Jesús
fue una sucesión luminosa de milagros; hizo tantos que fácilmente nos fatigamos
de escucharlos. Podemos leer este relato y pasar rápidamente a la próxima
página sin conmovernos. Pero aquí tenemos uno de los más asombrosos milagros de
Jesús; un evento que dejó una impresión especial en sus discípulos. Fue un
milagro que los dejó atónitos aun a ellos. Jesús controló las feroces fuerzas
de la naturaleza con el sonido de su voz. El no oró ni le pidió al Padre que lo
librara de la tempestad.
El afrontó el asunto directamente. Pronunció
un mandato, un imperativo divino y la naturaleza obedeció al instante. El
viento escuchó la voz de su Creador y al instante se detuvo. Ni siquiera una
leve brisa se podía sentir en el aire. El mar se puso como un espejo sin la más
mínima ondulación. La reacción de los discípulos fue inmediata. El mar se había
calmado, pero ellos aún estaban agitados: "Entonces temieron con gran
temor, y se decían el uno al otro: ¿quién es éste, que aun el viento y el mar
le obedecen?" (Marcos 4:41). Aquí vemos un extraño patrón. No es extraño
que la tormenta y el mar rugiente atemorizaran a los discípulos. Pero una vez
que el peligro hubo pasado y el mar se calmó, era de esperar que su temor
desapareciera tan rápido como la tormenta.
Pero no sucedió así. Ahora que el mar estaba
en calma, el temor de los discípulos creció. ¿Cómo se explica esto? El padre de
la psiquiatría moderna, Sigmund Freud, sugirió la teoría de que la gente se
inventa la religión por miedo a la naturaleza. Nos sentimos impotentes ante un
terremoto, una inundación, una devastadora enfermedad. Es entonces, dijo Freud,
que inventamos un Dios que tiene poder sobre estas cosas. Dios es personal,
podemos hablar con El, podemos tratar de negociar con El, o podemos rogarle que
nos salve de las fuerzas destructoras de la naturaleza.
No podemos rogarle a los terremotos, negociar
con las inundaciones u ofrecerle ofrendas al cáncer. Así que, dice la teoría,
nosotros inventamos a Dios para que nos ayude a lidiar con estas cosas
terribles. Pero lo significativo acerca de esta historia bíblica es que el
miedo de los discípulos se incrementó después de que la amenaza de la tormenta
fue removida. La tormenta los había atemorizado. La acción de Jesús para calmar
la tormenta los atemorizó aún más. En el poder de Cristo, vieron algo más
temible de lo que habían visto en la naturaleza. Ellos estaban en la presencia
de lo santo. Nos preguntamos, ¿Qué habría dicho Freud de esto?
¿Porqué se habrían los discípulos de inventar
un Dios cuya santidad era más terrible que las fuerzas de la naturaleza que los
hicieron inventar a ese dios? Podemos entender si la gente se inventa a un dios
sin santidad, que sólo les traiga consuelo. Pero, ¿por qué un dios más temible
que el terremoto, la inundación o la enfermedad? Una cosa es ser víctima de una
inundación, o del cáncer; pero es otra cosa caer en las manos de un Dios vivo.
Lo que los discípulos dijeron después de que Jesús calmó el mar es revelador.
Ellos exclamaron, "¿Quién es éste, que
aun el viento y el mar le obedecen?" (Mar. 4:41). Su pregunta en realidad
era, "¿Qué clase de hombre es éste?" Ellos estaban haciendo una
pregunta de clase; estaban buscando una categoría familiar para ellos en la
cual poner a Jesús. Es más fácil para nosotros saber cómo tratar a la gente
cuando podemos clasificaría. Respondemos de una manera a la gente hostil y de
otra a la amigable. Reaccionamos de una forma hacia los intelectuales y de otra
a la gente social. Pero los discípulos no pudieron encontrar una categoría
adecuada para clasificar la persona de Jesús.
El sobrepasaba toda clasificación. El era sui
generis único en su género. Los discípulos nunca habían conocido a un hombre
así. El era único completamente extraño para ellos. Ellos habían conocido toda
clase de hombres: altos, pequeños, gordos, delgados, inteligentes y estúpidos.
Conocían hombres griegos, romanos, sirios, egipcios, samaritanos y judíos. Pero
nunca habían conocido a un hombre santo, a uno que pudiera hablarle al viento y
a las olas, y que éstas le obedecieran. Que Jesús pudiese dormir bajo la
tormenta en el mar ya era suficientemente extraño, aunque no único. Aquí pienso
de nuevo en mi compañero de vuelo que dormitaba mientras yo era presa del
pánico.
Es raro encontrar gente que pueda dormir en
la crisis, pero es posible. Yo me impresioné con ese hombre en el avión. Pero
él no se despertó y le gritó al viento para hacerlo detenerse bajo su mandato.
Si lo hubiese hecho, yo habría buscado un paracaídas. Jesús era diferente. El
poseía una asombrosa identidad desconocida, una supremamente extraña y
misteriosa. El hacía sentir a la gente incluso incómoda anta semejante velo de
misterio. El episodio de cómo Cristo calmó la tormenta tuvo una especie de
repetición en otro suceso en su ministerio. Lucas nos dice que éste suceso
aconteció en el lago de Genesaret. Parece a que a veces los judíos tenían
problema poniéndose de acuerdo en cómo llamar a esa gran extensión de agua
anidada en los montes de Galilea. En realidad, el lago de Genesaret se le
llamaba también el mar de Galilea.
Un día estaba Jesús a orillas del lago de
Genesaret, y la gente lo apretujaba para escuchar el mensaje de Dios. Entonces
vio dos barcas que los pescadores habían dejado en la playa mientras lavaban
las redes. Subió a una de las barcas, que pertenecía a Simón, y le pidió que la
alejara un poco de la orilla. Luego se sentó, y enseñaba a la gente desde la
barca. Cuando acabó de hablar, le dijo a Simón: Lleva la barca hacia aguas más
profundas, y echen allí las redes para pescar. --Maestro, hemos estado
trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada --le contestó Simón.
Pero, como tú me lo mandas, echaré las redes. Así lo hicieron, y recogieron una
cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían.
Entonces llamaron por señas a sus compañeros
de la otra barca para que los ayudaran. Ellos se acercaron y llenaron tanto las
dos barcas que comenzaron a hundirse. (Lucas 5:1 – 7) Si en alguna ocasión los
discípulos se mostraron molestos e irritados con Jesús, fue en esta ocasión.
Simón Pedro estaba cansado y frustrado, pues había estado toda la noche
pescando sin éxito. La pesca había sido terrible, suficiente para poner de mal
humor a un pescador profesional. Además estaba la frustración de liderar con
las multitudes que lo apretaban esa mañana mientras Jesús enseñaba. Cuando el
sermón de Jesús termino, Simón quería irse a su cama en su casa.
Pero Jesús quería ir a pescar, y su idea era
adentrarse en aguas profundas. No se necesita mucha imaginación para leer entre
líneas el sarcasmo de Pedro: Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche
y no hemos pescado nada le contestó Simón--. Pero, como tú me lo mandas, echaré
las redes. (Luk 5:5) Si Simón hubiese tenido un respeto verdadero por la
sabiduría de Jesús en esta ocasión, el se habría limitado a decir: “Echare la
red”. Pero el le pareció necesario dejar constancia de su frustración. Es como
si hubiera dicho: “Mira, Jesús, tu eres un maravilloso maestro. Tus apalabras
nos cautivan.
En asuntos de religión tú nos confundes, pero
por favor, danos un poco de crédito. Nosotros somos profesionales y conocemos
el negocio de la pesca. Hemos estado en el mar toda la noche y nada – cero. Los
peces no están cayendo, vamos a casa, vamos a la cama y trataremos de nuevo mas
tarde. Pero si tu insistes, tenemos que complacerte, entonces, por supuesto,
echaremos las redes”. Me imagino ver a Simón Pedro intercambiando miradas con
Andrés y murmurando sus quejas en voz baja mientras levantaba las redes recién
limpiadas y las tiraba por la borda. El hubiera estado pensando, "¡Benditos
maestros! Todos son iguales, creen que se lo saben todo."
Pero nosotros sabemos lo que pasó. Tan pronto
como Pedro lanzó las redes donde Jesús se lo indicó, pareció como si todos los
peces del lago saltaran hacia ellas. Era como si los peces estuvieran compitiendo
para ver quien se podía meter en ellas primero al estilo de "el último es
un pescado podrido." Fueron tantos peces y el peso de ellos que las redes
se comenzaron a romper. Los otros se acercaron con su bote y ambos botes se
llenaron hasta la orilla, de tal manera que comenzaron a hundirse. Esta fue la
pesca más extraordinaria que estos hombres había presenciado.
¿Cómo menciono Pedro? ¿Cómo hubiese
reaccionado usted? Yo se lo que hubiera hecho; habría sacado un contrato al
instante y le habría pedido a Jesús que viniera al muelle una vez al mes por
cinco minutos. Así había tenido el negocio de pesca más lucrativo de la
historia. Pero los negocios y las ganancias era lo más lejos de la mente de
Pedro. Aunque las redes rebosaban, Pedro no podía ni siquiera ver los pescados.
Todo lo que el veía era a Jesús. Escuchen lo que dijo: Al ver esto, Simón Pedro
cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: --¡Apártate de mí, Señor; soy un
pecador! (Luc. 5:8) Pedro se había dado cuenta que estaba en la presencia del Santo
hecho carne. Estaba desesperadamente incómodo. Su respuesta inicial fue de
adoración. Cayó de rodillas ante Jesús y en lugar de decir algo como,
"Señor, te adoro, te magnifico," él dijo, "Por favor, apártate
de mí. Por favor, vete, no lo puedo soportar."
Al rededor de Cristo siempre había multitudes
empujándose para tratar de acercarse a El. Está el leproso que gritaba,
"Ten misericordia de mí." Está la mujer con un flujo de sangre por
doce años tratando de tocar el borde de su manto. Está el ladrón en la cruz
procurando escuchar las palabras moribundas de Jesús. Está la gente diciendo,
"Acércate a mí, mírame, tócame." Pero no Pedro. Su angustioso ruego
fue diferente: él le pidió a Jesús que se apartara, que le diera un espacio,
que lo dejara solo. ¿Por qué? No hay que especular o leer entre líneas porque
allí lo dice claramente: "Soy hombre pecador." La gente pecadora no
se siente cómoda en la presencia de la santidad.
Hay un dicho que a la miseria le gusta la
compañía común; otro es que hay compañerismo entre los ladrones. Pero los
ladrones no buscan consolación entre los policías. La miseria del pecado no
quiere la compañía de la pureza. Notemos que Jesús no había dado a Pedro un
sermón sobre su pecado. No había habido palabra de reprensión ni de juicio.
Jesús nada más le enseñó a Pedro cómo pescar. Pero como la santidad se
manifiesta, no se necesitan palabras para expresada. El mensaje era imposible
de ignorado y Pedro lo comprendió. La norma trascendente de toda justicia y
pureza resplandeció ante sus ojos. Igual que Isaías antes de él, Pedro fue
devastado. Uno de los hechos extraños de la historia es la consistente buena
reputación que Jesús goza entre los no creyentes.
Es raro oír al no creyente hablar mal de
Jesús. La gente abiertamente hostil a la iglesia y los que desprecian a los
cristianos son con frecuencia liberales en sus elogios hacia Jesús. Aún
Friedrich Nietzsche, quien anunció la muerte de Dios y lamentó la decadencia de
la iglesia, hablo de Jesús como el modelo del heroísmo. En los años finales de
su vida, los cuales paso en un asilo para dementes, Friedrich Nietzsche expreso
su propia demencia firmando sus cartas, "El crucificado. "
El abrumador testimonio del mundo es a favor
de la incomparable perfección de Jesús. Aun George Bernard Shaw, aunque crítico
de Jesús, no pudo pensar de una medida más alta que la de Cristo mismo. El dijo
de Jesús, "Hubo momentos en que él no se comportó como cristiano." No
se puede ignorar la ironía en la crítica de Shaw. En términos de excelencia
moral, aún quienes no aceptan la deidad o la obra salvadora de Cristo, aplauden
a Jesús el hombre. Como Poncio Pilato declaró, "Hecce homo." "He
aquí el hombre." "Yo no encuentro falta en él." Con todo el
aplauso que Jesús consigue, es difícil entender por qué sus contemporáneos lo
mataron. ¿Por qué las multitudes gritaban pidiendo su sangre? ¿Por qué los
fariseos lo aborrecían? ¿Por qué este hombre tan gentil y correcto fue
condenado a muerte por las cortes religiosas más altas de la tierra?
Para encontrar una respuesta a este misterio,
podemos mirar a la Palestina moderna. El peregrino que visita Jerusalén se
impresiona por la magnificencia de la venerable ciudad. Por la noche las viejas
paredes son bañadas por un torrente de luces, dándole una apariencia mágica a
la Ciudad Santa. Si alguien se acerca a la ciudad desde el monte de los Olivos
y pasa por el valle de Kidron a lo largo del encorvado camino, él o ella verán
el monumento de la Tumba de los Profetas adornando el camino al Iado del Muro
Oriental, cerca del pináculo del templo. El monumento tiene siglos allí, desde
los días de Cristo. Allí, en alto relieve, están esculpidas las figuras de los
más grandes profetas del antiguo testamento, como un Monte Rushmore judío en
miniatura.
En los días de Jesús, los profetas del
antiguo testamento eran venerados. Eran los grandes héroes populares del
pasado. Pero mientras vivieron, fueron aborrecidos, ridiculizados, rechazados,
perseguidos y muertos por sus contemporáneos. Esteban fue el primer mártir
cristiano. El fue muerto por una turba furiosa porque le recordó a sus oyentes
de la sangre que tenían en sus manos: "¡Tercos, duros de corazón y torpes
de oídos!* Ustedes son iguales que sus antepasados: ¡Siempre resisten al
Espíritu Santo! ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus antepasados? Ellos
mataron a los que de antemano anunciaron la venida del Justo, y ahora a éste lo
han traicionado y asesinado ustedes, que recibieron la ley promulgada por medio
de ángeles y no la han obedecido. (Act 7:51-53) Podríamos haber esperado que
estas incisivas palabras de Esteban hiriesen el corazón de sus oyentes y los
trajeran al arrepentimiento. Pero no fue ese el efecto:
Al oír esto, rechinando los dientes montaron
en cólera contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en
el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios. ¡Veo
el cielo abierto exclamó, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!
Entonces ellos, gritando a voz en cuello, se taparon los oídos y todos a una se
abalanzaron sobre él, lo sacaron a empellones fuera de la ciudad y comenzaron a
apedrearlo. Los acusadores le encargaron sus mantos a un joven llamado Saulo.
(Act 7:54-58) La gente apreciaba la excelencia moral, siempre y cuando
estuviese lejos, a una distancia segura de ellos. Los judíos honraban a los
profetas, a la distancia. El mundo honra a Cristo, a la distancia. Algo similar
sucedió con Pedro. El quería estar con Jesús, hasta que se le puso muy cerca.
Entonces Pedro exclamó, "Apártate de mí."
En 1970, el libro El Principio de Pedro por
Laurence Peter y Raymond Hull alcanzó la lista de los mejor vendidos. El punto
fundamental de su enseñanza se ha convertido en un axioma en el mundo de los
negocios: la gente tiende a escalar su nivel de incompetencia en las
estructuras corporativas. El Principio de Pedro no tiene nada que ver con Simón
Pedro excepto en que explica parcialmente por qué Pedro se sentía incomodo en
la presencia de Jesús. El principio de Pedro toca las preguntas de la competencia
y la incompetencia. El axioma de que la gente tiende a escalar el nivel de su
incompetencia esta basado en un estudio de promociones en el mundo de los
negocios.
Cuando alguien hace un buen trabajo, es
promovido. Comienza a ascender en la organización hasta que su ascenso alcanza
cierto punto, el punto de dejar de hacer un buen trabajo. Así dejando de hacer
buen trabajo, está condenado a pasar el resto de sus días trabajando a una
escala más allá de su competencia. Así la gente se ve atrapada en su nivel de
incompetencia, una tragedia para ellos y para su compañía. Pero el libro
menciona dos clases de gente que no caen en esta trampa: los súper
incompetentes y los súper competentes. Los súper incompetentes nunca ascienden
por su incompetencia. Ellos son cortados de la organización rápidamente.
La verdadera ironía se encuentra en el grupo
de los súper competentes. El libro dice que el gran problema de la gente súper
competente es que ellos representan una enorme amenaza para sus superiores. Sus
jefes temen que ellos los desplazarán, de modo que la gente súper competente
triunfa no escalando dentro de una organización, sino saltando de una
organización a otra y escalando a medida que lo hacen. Es fácil para nosotros
desechar esta teoría como puro cinismo. Podríamos señalar muchos ejemplos de
gente que ha ascendido meteóricamente dentro de su compañía y alcanzado
posiciones máximas. Más de un jefe ejecutivo ha comenzado como dependiente.
Peter y Hull, por supuesto, replicarían que estas dramáticas historias, dignas
de Horacio Alger, son las excepciones que prueban la regla.
A pesar de las estadísticas, el hecho
indiscutible es que en numerosas ocasiones la gente supe competente se queda
detenida en niveles inferiores porque son una amenaza para los que están sobre
ellos. No todos aplauden el éxito. Recuerdo a una estudiante que estaba por
graduarse que yo tenía cuando enseñaba en la universidad. Ella era la mejor
estudiante que jamás tuve. Su promedio de calificaciones era un sólido. Su
trabajo era extraordinario. Yo me sorprendí cuando califiqué uno de sus
exámenes finales en el cual ella fracasó miserablemente. Su rendimiento estaba
tan lejos de su nivel usual que yo supe que algo andaba seriamente mal. La cité
a mi oficina y le pregunté cuál era el problema. Inmediatamente ella se echó a
llorar y entre sollozos me confesó que había fallado el examen
intencionalmente.
Cuando le pregunté por qué, me explicó que a
medida que se aproximaba su graduación, experimentaba un creciente temor de que
nunca encontraría un esposo. "Ningún muchacho quiere salir conmigo,"
dijo. "Todos piensan que soy muy inteligente, que sólo soy un
cerebro." Lo que ella me contó fue una desgarradora historia de soledad y
de cómo se sentía relegada de la vida social de la universidad. Se sentía como
una paria. Esta estudiante había cometido el imperdonable pecado social de
romper la curva. Yo sé lo que significa calificar sobre una curva, tanto desde
la posición ventajosa de estudiante como desde la de maestro.
Recuerdo mis días de estudiante y el pavoroso
sentimiento de salir de una clase después de responder mal un examen. Recuerdo
cómo, cuando los maestros decían que calificarían el examen sobre una curva,
eso sonaba como música a mis oídos. Eso significaba que si había sacado sólo el
60 por ciento del examen, la curva podría promoverse de una 6 a una 7, o aun
una 8, si suficiente gente había sacado mala nota. Esto me hacía desear que
otros estudiantes fallaran. Pero había siempre entre el grupo una persona,
mientras otros hacían 20s y 30s en el examen, haciendo parecer que el examen
era injusto y obligando al maestro a calificar sobre una curva, sacaba 100 por
ciento. Yo jamás recuerdo que los estudiantes se pusieran de pie para ofrecer a
este cerebro un estruendoso aplauso. A nadie le gustan los que rompen la curva.
Ellos nos hacen lucir mal a todos. Jesucristo rompía la curva.
El era el supremo destructor de la curva. Era
el máximo súper-competente. Los desechados de la sociedad lo amaban porque El
les prestaba atención. Pero los que tenían posiciones de honor y poder no lo
podían tolerar. Entre los judíos, el grupo que se declaró su enemigo mortal fue
el de los fariseos.
Los fariseos se originaron cuando el periodo
del antiguo testamento estaba por concluir y el nuevo estaba por comenzar. Fue
una secta fundada por hombres que tenían un gran celo por la ley. La palabra
fariseo significa literalmente "separado", pues los fariseos se
separaban para ser santos. Buscar la santidad era la principal ocupación de sus
vidas. Si algún grupo debía haber celebrado cuando la santidad apareciera en
escena, sería el de los fariseos. Por su singular devoción a la búsqueda de la
santidad, los fariseos alcanzaron una popularidad y un respeto sin paralelo por
piadosos y rectos. Nadie se les comparaba. Ellos recibían los más elevados
elogios, eran bienvenidos por doquier, gozaban de asientos privilegiados de los
banquetes, y eran admirados como expertos en religión. Sus uniformes estaban
decorados con las insignias de su exaltado rango, y podían ser vistos
practicando sus virtudes en lugares públicos. Ayunaban donde todos pudieran
verlos, inclinaban sus cabezas en solemnes oraciones en las esquinas de las
calles y en los restaurantes.
Cuando ellos daban limosna, todos oían el
sonido de sus monedas en los vasos de los mendigos. Su "santidad" era
clara, para que todos la vieran. Más, ante los ojos de Jesús eran hipócritas, y
él pronunció sobre ellos el oráculo profético del juicio: "¡Ay de ustedes,
maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Recorren tierra y mar para ganar un
solo adepto, y cuando lo han logrado lo hacen dos veces más merecedor del
infierno que ustedes. (Mat 23:15) Su denuncia fue severa; él criticó a los
fariseos por varias cargos de hipocresía. Examinemos algunos de ellos:
"Los maestros de la ley y los fariseos tienen la responsabilidad de
interpretar a Moisés.
Así que ustedes deben obedecerlos y hacer
todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo
que predican. Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás,
pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas.
"Todo lo hacen para que la gente los vea: Usan filacterias grandes y
adornan sus ropas con borlas vistosas; se mueren por el lugar de honor en los
banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y porque la gente los
salude en las plazas y los llame 'Rabí'. (Mat 23:2-7) No había elegancia
modesta en los fariseos. No había una belleza auténtica en su santidad. Ellos
eran exhibicionistas y ostentosos en sus despliegues externos. Su santidad era
vergonzosa. Hipócritamente actuaban como artistas de la rectitud:
"¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos, hipócritas! Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro
están llenos de robo y de desenfreno. ¡Fariseo ciego! Limpia primero por dentro
el vaso y el plato, y así quedará limpio también por fuera. "¡Ay de
ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros
blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de
muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de
ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. (Mat
23:25-28)
Las imágenes que Jesús usó eran impactantes.
El representó a los fariseos como vasos limpios sólo por fuera. Imagine ir a un
restaurante y que el mesero le traiga un vaso que brilla de limpio por fuera
pero que por dentro está lleno de los residuos del café de ayer. Eso haría poco
para estimular su apetito. Así eran los fariseos. De manera en que las tumbas
blanqueadas ocultan la grotesca realidad de los cuerpos descompuestos y la
carne putrefacta, así la fachada de los fariseos escondía de la vista la
pudrición de sus almas. Considere por un momento algunos de los calificativos
que Jesús reservó para los fariseos: "serpientes," "generación
de víboras," "guías ciegos," "hijos del infierno,"
"guías necios." Estas expresiones no pueden ser consideradas como
halagos.
Jesús no escatimó injurias en sus denuncias
contra estos hombres. Sus palabras fueron extraordinariamente severas, aunque
no sin justificación. Ellas diferían de su estilo usual que consistía en
amonestar a los pecadores con gentileza." A la mujer sorprendida en
adulterio, El le habló con ternura, aunque con firmeza, e igual a la mujer
samaritana en el pozo. Parece que Jesús reservó sus comentarios más severos
para los grandes, los teólogos profesionales. Con ellos El no pidió ni concedió
cuartel. Podríamos decir que los fariseos odiaban a Jesús porque el los critico
tanto. A nadie le gusta que lo critiquen, especialmente a la gente acostumbrada
que la halaguen. Pero el rencor de los fariseos iba- más lejos. Con seguridad
podemos asumir que aunque Jesús no hubiese dicho nada contra ellos, ellos aún
lo habrían despreciado. Su mera presencia era suficiente para hacerlos
retroceder ante El.
Se dice que nada disipa la mentira más rápido
que la verdad, que nada expone la falsedad más rápido que lo genuino. Los
billetes falsos pueden pasar desapercibidos ante un ojo inexperto. Lo que todo
falsificador teme es que alguien examine su billete espurio mientras sostiene
uno genuino al lado. La presencia de Jesús representaba la presencia de lo
genuino en medio de lo espurio. La aparición de la santidad genuina no le
agradó a la santidad falsa. Los saduceos tenían el mismo problema con Jesús.
Ellos eran la clase exaltada del sacerdocio de la época. Habían tomado su
nombre del sacerdote Zadoc, que a su vez provenía de la palabra hebrea para
"justo." Si los fariseos se consideraban los santos, los saduceos
reclamaban ser justos. Con la aparición de Jesús, su justicia , tomo la
apariencia de injusticia. Su curva fue rota también.
El resentimiento de los fariseos y los
saduceos hacia Jesús comenzó como una leve irritación, se movió al nivel de un
ardiente cólera y culminó explotando en vehementes demandas por su muerte.
Ellos simplemente no podían tolerarlo.
En el mar de Galilea los discípulos fueron
incapaces de encontrar una clasificación para Cristo; no encontraron respuesta
para su pregunta, "¿Qué clase de hombre es este?" Los fariseos y los
saduceos tenían una respuesta inmediata. Ellos clasificaron a Jesús como un
"blasfemo" y un "demonio." El tenía que desaparecer. El
supe competente tenía que ser destruido. El Cristo encarnado ya no camina sobre
la tierra. El ha ascendido al cielo. Nadie lo ve o habla audible mente con El
en la carne. Pero el poder amenazador de su santidad aún ~e puede sentir.
Algunas veces es transferido a su pueblo.
Como los judíos al pie del monte Sinaí huyeron aterrorizados del rostro
radiante de Moisés, así la gente hoy se siente incómoda ante la mera presencia
de los cristianos. Uno de los aspectos más difíciles de mi educación fueron los
conflictos que tuve con el idioma holandés. Cuando fui a estudiar a Holanda, me
sentía perplejo por el rítmico sonido de este lenguaje. El sonido de sus
vocales me parecía imposible de pronunciar, además de que es un lenguaje rico
en peculiaridades. Justo cuando yo pensaba que ya dominaba el lenguaje,
escuchaba una expresión que me dejaba confundido. Tal fue la expresión que
escuché en una cena en la casa de un amigo en Ámsterdam. La conversación era
animada hasta que de repente hubo un corte en la conversación que trajo un
incómodo silencio. Para romper el silencio uno de mis amigos holandeses dijo,
"¡Er gaat Domine voorbij!" Yo pregunté, ¿Qué dijiste?
La extraña frase fue repetida. Yo sabía el
significado de las palabras, pero la expresión no tenía sentido. Lo que él
había dicho era, "Un ministro pasa por aquí." Nuevamente le pedí a mi
amigo una explicación. Ellos me explicaron que era la costumbre en Holanda usar
esta expresión siempre que un silencio incómodo amenazaba con arruinar una
conversación animada. Decir que un ministro pasa por aquí era ofrecer una
explicación por el repentino silencio. La idea era que nada podía arruinar el
convivio de una reunión más rápido que la presencia de un ministro. Cuando un
ministro aparece, la diversión se va. Ya no puede haber risas ni conversación
animada, sólo un silencio solemne. Cuando un silencio así llega, la única
explicación es que un ministro anda por allí.
Yo experimento el mismo fenómeno con
frecuencia en el campo de golf. Si tengo que jugar con extraños, todo va bien
hasta que ellos me preguntan en qué trabajo. Tan pronto como se enteran que soy
un ministro, toda la atmósfera cambia. Ellos comienzan a alejarse de mí
mientras hablan para darme un espacio extra. Es como si súbitamente hubiesen
descubierto que yo tengo una terrible enfermedad contagiosa. Usualmente lo que
sigue son abundantes disculpas por el lenguaje, "Perdone por decir malas
palabras. Yo no sabía que usted era un ministro." Como si un ministro
nunca hubiese oído tales palabras o fuese impensable que en toda su vida tales
palabras jamás hayan pasado por sus labios. El complejo de Isaías de los labios
inmundos aún sigue con nosotros. La Escritura dice que "el impío huye sin
que nadie lo persiga" (Prov. 28.1).
Lutero lo dijo así, "El pagano tiembla
ante el crujido de una hoja." El incómodo sentimiento provocado por la
presencia de un ministro proviene de la identificación de la iglesia con
Cristo, lo que puede tener efectos extraños en la gente. Hace unos años, uno de
los principales golfistas profesionales fue invitado a jugar con Gerald Ford
(que entonces era presidente de los Estados Unidos), Jack Nicldaus y Billy
Graham. El golfista estaba especialmente asombrado de jugar con Ford y con
Billy Graham (él había jugado frecuentemente con Nicklaus antes). Después que
terminó la ronda de golf, uno de los otros profesionales vino al golfista y le
preguntó, "Pues, ¿cómo fue jugar con el presidente y con Billy
Graham?"
El profesional desató un torrente de
maldiciones, y disgustado dijo, "Yo no necesito que Billy Graham rellene
de religión mi garganta." Dicho eso, giró sobre su talón y se dirigió como
una tromba hacia el terreno de práctica. Su amigo siguió al airado golfista el
cuál comenzó a lanzar furiosamente las pelotas con su palo de golf. Su cuello
estaba rojo y parecía como si humo saliese de sus orejas. Su amigo se sentó sobre
una banca y observó 'sin decir nada. Después de unos minutos, cuando la ira del
golfista se disipó, su amigo le preguntó calmadamente, "¿Fue Billy un poco
rudo contigo allí?" El golfista se suspiró avergonzado y dijo: "No,
ni aun mencionaba el tema de la religión. Yo simplemente jugaba mal." ¡Qué
extraño! Billy Graham no había dicho ni una palabra sobre Dios, Jesús o la
religión, pero el profesional había salido tronando después del juego acusando
a Billy de atosigarlo con religión.
¿Cómo se puede explicar esto? Realmente no es
difícil. Billy Graham no tuvo que decir nada; él no tuvo que darle una mirada
de lado al profesional para hacerlo sentir incómodo. Billy Graham está tan
identificado con la religión, tan asociado con las cosas de Dios, que su mera presencia
es suficiente para sofocar a una persona impía que huye cuando nadie lo
persigue. Lutero estaba en lo correcto, los paganos tiemblan ante el crujido de
una hoja. Ellos sienten que los perros del cielo respiran sobre sus cuellos. Se
sienten acosados por la santidad, aun si es a través de un receptor humano,
imperfecto y parcialmente santificado.
La reacción del golfista ante Billy Graham
fue similar a la reacción de Pedro ante Jesucristo: "Apártate de mí,
Señor; soy hombre pecador." Ambos sintieron el trauma de la presencia de
lo santo. La santidad provoca odio. Mientras más grande la santidad, más grande
es la hostilidad humana hacia ella. Parece enfermizo. Ningún hombre fue tan
amoroso como Jesús. Pero aún su amor enojaba a la gente. Su amor era perfecto,
santo y trascendente, pero ese amor traumaba a la gente. Es un amor tan
majestuoso que no podemos soportarlo.
Una muy conocida historia de la literatura
americana describe una clase de amor que destruye. Es un amor por así decirlo
"monstruoso", tan intenso, que aniquila el objeto de su afecto. Los
estudiosos de los escritos de John Steinbeck han sugerido que su famoso
personaje Lennie, en De Ratones y Hombres, es de hecho una figura de Cristo.
¿Lennie una figura de Cristo? Muchos cristianos se ofenden ante la sugerencia.
Lennie es un hombre grande y bruto. Es un asesino. ¿Cómo puede tal persona ser
una figura de Cristo? De Ratones y Hombres es la historia de dos trabajadores
inmigrantes, Lennie y Jorge, que deambulan por el campo de trabajo en trabajo,
soñando con el día en que puedan tener su propia granja. Steinbeck los describe
así: Ambos estaban vestidos con pantalones y sacos de lona con botones de
bronce. Ambos vestían sombreros negros, deformes, y cargaban sobre sus hombros
frazadas fuertemente enrolladas.
El primer hombre era pequeño y ágil, rostro
oscuro, ojos inquietos y agudos, facción severa. Todo en él era definido:
pequeño, manos fuertes, brazos delgados, una nariz huesuda y flaca. Detrás de
él caminaba su opuesto, un enorme hombre, rostro sin forma, con ojos largos,
pálidos, con anchos hombros caídos; que caminaba pesadamente arrastrando sus
pies un poco, de la manera que un oso arrastra sus patas. Sus brazos no se
balanceaban a sus lados sino que colgaban flojamente.
Note el contraste entre los dos personajes.
El rostro de Jorge es claramente definido. Lennie es de "rostro sin
forma." Hay algo incomprensible acerca de esta enormidad de hombre. El
camina como un oso, pero tiene la mente de un niño inocentón. Lennie es retrasado
mental. El es virtualmente impotente sin Jorge quien tiene que cuidarlo y le
habla en los términos más simples. Lennie tiene un extraño capricho. El ama los
pequeños animales peludos como ratones y conejos. Su sueño es que un día Jorge
tendrá su propia granja y el podrá tener sus conejos y ratoncitos propios. Pero
Lennie no puede entender su propia fuerza. Cuando el toma un ratón o un conejo,
todo lo que quiere es amarlo y mostrarle su afecto. Pero las peludas criaturas
no entienden. Ellas se asustan y tratan de escapar del alcance de Lennie.
Lennie las aprieta para sostenerlas y darles su amor y sin intención las mata
con sus propias manos.
La constante preocupación de Lennie por las
peludas criaturas, es fuente de continua molestia para Jorge. El se irrita cada
vez que descubre a Lennie llevando un ratón muerto en la bolsa de su saco, y es
podrido y pésimo. Pero Jorge ama a Lennie como a un hijo y soporta con
paciencia sus flaquezas. El clímax del libro viene cuando Lennie se encuentra
solo con la esposa de un capataz:
La esposa de Curley se rió de él: "Estás
loco," dijo ella. "Pero tú eres un tipo simpático. Eres como un bebé
grandote. Pero una persona puede ver más o menos a qué te refieres. Cuando
peino mi cabello a veces sólo lo arreglo y lo acaricio porque es tan
suave." Para mostrarle como lo hacía, ella deslizó sus dedos sobre su
cabeza. "Alguna gente tiene pelo áspero," dijo ella
complacientemente. "Por ejemplo, el pelo de Curley es como alambre. Pero
el mío es tan suave y fino. Por supuesto yo lo cepillo mucho. Eso lo hace fino.
Aquí - siéntelo." Ella tomó la mano de Lennie y la puso sobre su cabeza:
"Siéntelo a los lados y ve cuán suave es." Los grandes dedos de
Lennie se posaron para acariciar su cabello: "No lo enredes," dijo ella.
Lennie dijo, "¡Oh! Esto es hermoso," y acarició con más fuerza.
"Oh, esto es hermoso." "Fíjate, ahora lo vas a enredar." Y
ella gritó enojada, "Detente, me lo vas a arruinar."
Ella dobló su cabeza hacia un lado, y los
dedos de Lennie se cerraron sobre su cabello y la sujetaron.
"Suelta," gritó ella. "¡Suelta!" Lennie estaba asustado. Su
rostro se contorsionó. Entonces ella gritó, y la otra mano de Lennie se cerró
sobre su boca y su nariz. "Por favor no," rogó él. "¡Oh! Por
favor no hagas eso. Jorge se va a enojar.'; Ella luchó violentamente bajo sus
manos. Sus pie golpeaban en el heno y se retorció para liberarse; y de debajo
de la mano de Lennie brotó un grito apagado. Lennie comenzó a gritar con miedo.
"iOh! Por favor no hagas nada de esto," rogó él. "Jorge va a
decir que yo hice algo malo. El ya no me va a dejar tener conejos." El
movió su mano un poco, y un enronquecido grito salió de ella. Entonces el enojo
de Lennie creció. "Ahora no," dijo él, "No quiero que
grites." "Me vas a meter en problema tal como Jorge me dijo que lo
harías." "No me hagas eso ahora."
Ella continuó luchando, y sus ojos estaban
alterados de terror. Entonces, él la sacudió, y se enojó con ella. "No
sigas gritando," dijo él, y la sacudió de nuevo. Su cuerpo se aguadó como
un pescado, y luego se quedó quieta; porque Lennie le había roto el cuello. Era
diferente para Lennie matar ratones, que matar a una persona. Esta vez su
extravagancia había ido muy lejos. Jorge ayudó a Lennie a escapar por el campo,
de la patrulla que los perseguía. Cuando llegaron al borde de un profundo pozo
verde en el río Salinas, se sentaron y comenzaron a hablar. Lennie esperaba que
Jorge le reprendiera por hacer una cosa mala. Entonces Lennie pidió a Jorge que
le dijera acerca de la granja que tendrían algún día. Lennie dijo: "Dime
cómo va a ser." Jorge había estado oyendo los sonidos distantes. En ese
momento, habló con propósito: "Mira al otro lado del río, Lennie, y te lo
diré de modo que casi lo puedas ver."
Lennie giró su cabeza y miró al otro lado del
pozo y arriba hacia las oscuras laderas de los Gavilanes. "Vamos a tener
un bonito lugarcito," comenzó Jorge. Mientras Lennie estaba encerrado en
su fantasía, viendo a la distancia la ansiada granja, Jorge sacó una pistola de
su bolsillo. La atención de Lennie estaba fija en conejos imaginarios y en
gallinas que danzaban frente a sus ojos. Mientras la patrulla se acercaba,
Jorge apuntó y jaló el gatillo. Slim, el líder de la patrulla, fue el primero
en la escena. El se acercó y miró a Lennie abajo. Entonces miró atrás hacia Jorge.
"Justo atrás de la cabeza," dijo suavemente. Slim vino directo a
Jorge y se sentó a su lado, muy cerca de él. "No te preocupes," dijo
Slim. "Un hombre tiene que morir a veces." "Un hombre tiene que
morir a veces."
Algunas veces, gente que es destructora, que
daña a otros no puede ser tolerada y tiene que ser ejecutada, a pesar de que la
fuerza de los actos destructivos de Lennie era como la de un niño, un amor
inocente. Su amor no tenía motivos ocultos, era puro; un amor tan intenso que
estrangulaba a la gente que lo resistía. Jorge no tuvo alternativa. El sabía
que Lennie no podría sobrevivir en este mundo. Lennie tenía que morir porque él
traumaba" a todos y todo lo que tocaba. Así fue con Cristo, aunque su amor
era constructivo.
El mundo no pudo tolerar a Jesús; lo podían
amar pero sólo a la distancia. Cristo es seguro para nosotros siempre que esté
separado por el tiempo y el espacio. Pero un Cristo presente no podría
sobrevivir en un mundo de hombres hostiles. El juicio de Caifás declaró que por
el bien de la nación, Jesús tenía que morir. Algunas veces alguien tiene que
morir. Permitiendo que la Santidad de Dios Toque Nuestras Vidas: Reflexione
sobre lo que ha aprendido y redescubierto acerca de la santidad de Dios, y
responda estas preguntas. Use un diario para registrar sus respuestas acerca la
santidad de Dios o discútalas con un amigo:
1. ¿Es su visión de la santidad de Dios como la
de Pedro? ¿Quiere usted alejarse de ella?
2. ¿Ha experimentado usted el trauma de la
santidad de Dios?
3. Describa una ocasión cuando usted fue
consolado por la santidad de Dios.
4. ¿De qué aspecto de la santidad de Dios
estuvo usted más consciente durante esta semana?
CAPITULO 5: LA LOCURA DE LUTERO
Que Dios sea Dios. MARTIN LUTERO Si fijamos nuestra mente en la santidad de
Dios, el resultado nos puede perturbar. El espíritu de Martín Lutero fue
turbado debido al profundo conocimiento del carácter santo de Dios. La inusual
personalidad de Lutero fue formada en parte por su estudio sobre Dios. ¿Mejoró
o distorsionó esto su personalidad? ¿Se purificó o se atormentó su espíritu por
su encuentro con Dios? "¿Amo a Dios? Algunas veces le odió." Esta es
una expresión extraña saliendo de los labios de un hombre tan respetado por su
celo religioso como Lutero. Pero así es. El se destacó por hacer declaraciones
fuera de lo común. "A veces Cristo me parece un juez airado que viene a mí
con una espada en sus manos." ¿Estaba este hombre loco? Antes de responder
a esta pregunta, examinemos algunas características de la vida y la conducta de
Lutero que han hecho que se le juzgue como tal.
La primera clave para un perfil de Lutero se
encuentra en sus tempestuosos arranques de cólera y en su lenguaje exagerado. A
él le gustaba llamar a sus críticos "perros." "Los perros
comenzaron a ladrar," diría él cuando las reacciones de sus críticos
llegaban a sus oídos. Su lenguaje era a veces terreno, salpicado con
referencias escatológicas. Consideremos un ejemplo de la réplica de Lutero a la
diatriha de Erasmo: Me parece una pérdida de tiempo contestar sus argumentos.
Lo he hecho ya una y otra vez, y Phillips Melancthon, en su insuperable volumen
sobre las doctrinas de teología, las ha aplastado en el piso. Ese libro, en mi
opinión, merece vivir mientras existan libros para leer, tanto para ser
colocado en el canon de la iglesia; mientras que su libro me impresiona por ser
tan inservible y pobre que tengo la conmiseración de usted por haber arruinado
su precioso brillante uso del lenguaje con tan algo tan vil. Me parece
escandaloso exponer material de tan baja calidad entre los adornos de tan rara
elocuencia. Es como usar platos de oro o plata para servir basura del patio, o
excremento.
La tempestuosa conducta de Lutero surgió en
una importante reunión de Marburg. Los líderes del nuevo movimiento protestante
se unieron para arreglar sus desacuerdos acerca de la Cena del Señor. En medio
del diálogo, Lutero comenzó a golpear la mesa con su puño diciendo una y otra
vez, "Hoc est corpus meum, hoc est corpus meum. ("Esto es mi
cuerpo.") Sus arranques fueron similares a los que hicieron famoso a
Nikita Khrushchev cuando azotó su zapato en las naciones unidas. Lutero era a
veces incontrolable. Era dado a las explosiones de carácter. Sus insultos,
llamando a la gente perros por ejemplo, eran severos. Pero estas cosas, aunque
suficientes para cuestionar su decoro, no tenían que ver con perder su juicio.
Pero hay más sobre Lutero que su forma de hablar. Su conducta era a veces
absolutamente grotesca. Desde temprano, lo afligían una variedad de fobias.
Una historia bien conocida dice que Lutero
caminaba en medio de una severa tormenta cuando un rayo cayó tan cerca de él
que lo tiró al suelo. El gran historiador de la iglesia y biógrafo de Lutero,
Roland Bainton, cuenta la historia: En un caluroso día de julio de 1505, un
viajero solitario caminaba al lado de la Villa de Stotternheim. Era joven y
pequeño, más robusto. Vestía con el uniforme de un estudiante universitario.
Mientras se acercaba a la villa, el cielo se nubló. Repentinamente comenzó a
llover y se desató una tormenta. Un rayo iluminó la penumbra y derribó al
hombre al suelo. Luchando por levantarse, gritó aterrorizado, "Santa Ana,
¡ayúdame!" y me haré monje." Este hombre que invocó a un santo, más
tarde habría de repudiar el culto a los santos. Este que prometió hacerse
monje, más tarde renunció al monasticismo.
Este hijo fiel de la iglesia católica, más
tarde conmovió la estructura del catolicismo medieval. Este siervo devoto del
papa, más tarde identificó a los papas con el anticristo. Este joven era Martín
Lutero. Poco después de esta experiencia, Lutero cumplió su voto. Renunció a
sus estudios de leyes y entró al monasterio para la decepción de su padre,
Hans. El temor de una muerte violenta, como una expresión del juicio y el
castigo divino, espantaba a Lutero. El sufrió enfermedades estomacales y de
piedras en los riñones toda su vida.
En más de una ocasión predijo su muerte.
Numerosas veces estuvo seguro que estaba a sólo días o semanas del sepulcro.
Aquel rayo ge grabó en su memoria con una cicatriz que nunca olvidó. No todos
reaccionan de la misma manera a un encuentro cercano con la muerte. Varios años
atrás tres golfistas profesionales fue-ron derribados al suelo por un rayo
durante una torneo. Uno de los tres, Lee Trevino, sufrió una herida en la
espalda que limitó severamente su carrera. Cuando fue entrevistado en un
programa de tele-visión acerca del incidente, el anfitrión le preguntó a
Trevino, "¿Qué aprendió de esta experiencia?" A lo que este contestó,
"Aprendí que si el Todopoderoso quiere jugar donde usted está, mejor
quítese de su camino."
Trevino ganó unas risas por su experiencia.
Lutero por su parte, se ganó una nueva carrera como monje y teólogo. Los
problemas estomacales crónicos de Lutero han sido relacionados con sus
problemas psicosomáticos. Sus fobias neuróticas parecían ir directamente a su
estómago, afectando su digestión. Su problema con la flatulencia era
legendario, debido en parte a sus descripciones exageradas. Sus escritos están
salpicados con referencias a sus constantes eructos y escapes de gases. El
dijo, "Si se me escapa un gas en Wittemburg, lo van a oír en Lipzig."
Afortunadamente, Lutero fue capaz de encontrar un uso santificado para su
flatulencia. El aconsejó a sus estudiantes que los escapes de gases eran un
instrumento efectivo para repeler los ataques del diablo.
En otras ocasiones Lutero habló de resistir a
Satanás tirándole un frasco de tinta. Así este hombre describió su batalla con
Satanás como la de un hombre bajo ataque. Estaba seguro que él era un objetivo
personal del príncipe del infierno. Sus historias de Satanás son ideales para
los psicólogos, que ven en estos relatos dos indicaciones de desequilibrio
mental. Por un lado se piensa que Lutero sufría de alucinaciones, y por el otro
de delirios de grandeza pensando que el príncipe de las tinieblas lo había
escogido como su objetivo favorito. Pero desde el punto de vista ventajoso de
la historia de la iglesia, no debe sorprendemos que en el siglo dieciséis, el
poder satánico pudiera haberse enfocado muy fuertemente sobre Martín Lutero.
Otro episodio que ha hecho a los psiquiatras
fruncir el ceño, fue la primera misa que celebró Lutero. El ya se proyectaba
como un prometedor teólogo y no era tímido, aunque su futuro como orador
público y predicador aún era desconocido para sus contemporáneos. La
celebración de su primera misa después de su ordenación fue el debut de Lutero
como clérigo. Su padre Hans casi se había reconciliado con la decisión de su
hijo de abandonar una lucrativa carrera de leyes por la vida del monasterio, e
inclusive sentía cierto orgullo por su hijo, el sacerdote.
De tal suerte, la celebración de la misa fue
motivo de orgullo para su familia, la cual asistió a tal evento. Nadie esperaba
lo que sucedió. Lutero comenzó la ceremonia con mucho porte, proyectando una
conducta sacerdotal de confianza y autocontrol. En el momento de la oración de
consagración de la hostia, en el que Lutero por primera vez habría de ejercitar
su autoridad sacerdotal para evocar el poder de Dios en el gran milagro de la
transubstanciación. (La transformación del pan y el vino en el cuerpo y la
sangre de Cristo), éste se tambaleó.
Se paralizó en el altar, como traspasado por
una flecha, sus ojos se pusieron vidriosos y gotas de sudor aparecieron en su
frente. Un nervioso rumor llenó la congregación, la cual urgía al joven
sacerdote a que continuara. Hans Lutero se inquietaba cada vez más, sintiendo
que una ola de vergüenza paternal lo sobrecogía. El labio inferior de su hijo
comenzó a temblar mientras trataba de decir la misa, pero ninguna palabra salía
de su boca. Regresó desmoralizado a la mesa donde su padre y los invitados de
la familia estaban sentados. Había fracasado, arruinando la misa y humillando a
él y a su familia. Hans estaba furioso, pues había hecho una generosa
contribución al monasterio y ahora se sentía humillado en el mismo lugar en el
que había venido a presenciar el triunfo de su hijo. Reprendió a Martín, y se
preguntó si su hijo tenía lo necesario para ser sacerdote.
Martín defendió su llamado apelando a la
convocatoria celestial que él sintió por su experiencia en la tormenta
eléctrica. Hans le replicó, "Quiera Dios que no haya sido una aparición
del diablo." ¿Qué sucedió en el altar? Lutero ofrece su propia explicación
de lo que le pasó cuando estaba a punto de decir las palabras, "Nos
ofrecemos a TI, el Dios vivo, eterno y verdadero.": "Ante estas
palabras yo me quedé estupefacto y aterrorizado. Pensé para mí mismo,
"¿Con qué lengua voy a dirigirme a tal Majestad, si todos los hombres
deberían de temblar aún ante la presencia de un príncipe terreno? ¿Quién soy yo
para levantar mis ojos o mis manos hacia la majestad divina? Los ángeles lo
rodean.
Uno solo de sus movimientos hace temblar la
tierra, y yo, un miserable y pequeño pigmeo diré, 'yo quiero esto y pido
aquello'? Porque yo soy polvo y ceniza, lleno de pecado y estoy hablándole al
Dios vivo, eterno y verdadero." Pues, estos episodios son consideraciones
menores en cuanto a los testimonios sobre la cordura de Lutero. Nuestra
atención debe dirigirse hacia uno de los momentos más dramáticos de su vida y
para todo el cristianismo. La prueba suprema en la vida de Lutero, la ocasión
para su más elevado conflicto vino en el Concilio Imperial de Worms en el año de
mil quinientos veintiuno. Delante de los príncipes de la iglesia y el estado, y
la del santo Emperador Romano Carlos, el hijo de un minero de carbón estaba
siendo juzgado por herejía.
Los eventos se habían salido de control desde
que el profesor de Teología había clavado sus 95 tesis en la puerta de la
Iglesia de Todos los Santos en Wittemburg. Estos fueron puntos de debate que
Lutero estaba exponiendo para una disputa teológica. El no quiso encender un
fuego nacional o internacional. Alguna gente, probablemente estudiantes,
cogieron esas tesis e hicieron uso del maravilloso nuevo invento de Gutenberg
-la imprenta. En dos semanas las tesis estaban siendo discutidas en Alemania.
Bainton presta una expresión de Karl Barth para explicar lo que sucedió:
"Lutero era como un hombre ascendiendo en la oscuridad de la escalera de
caracol, en la cima de una vieja catedral. En esas penumbras, él trató de
sostenerse, y su mano cogió una soga, que era la soga de la campana."
Una tormentosa controversia tomó lugar. Las
tesis fueron enviadas a Roma, al papa Leo. La leyenda dice que Leo las leyó y
dijo, "Lutero es un borracho alemán; ya pensará diferente cuando esté
sobrio." El conflicto llegó hasta las órdenes monásticas y a los teólogos.
Lutero se involucró en debates, el más serio en Augsburgo y Leipzig.
Finalmente, fue censurado en la publicación de una bula papal. Su título,
Exsurge Domine, viene de las palabras de apertura: "Levántate, oh Dios, y
juzga tu causa, que cerdos salvajes han invadido tu viña." Después de que
la bula fue publicada, los libros de Lutero fueron quemados en Roma. El apeló
para una audiencia con el emperador. Finalmente la reunión se realizó en Worms,
donde a Lutero le fue dado un salvoconducto para hacerse presente.
Lo que sucedió en Worms fue legendario. Las
leyendas surgen de los eventos. Hollywood le ha dado su toque de glamor a esta
escena. La imagen prevaleciente de Lutero es la de un valiente héroe desafiando
a una jerarquía maligna. A Lutero se le pregunta, "¿Se retracta usted de
sus escritos?" Nos imaginamos a Lutero de pie, sin temor a los oficiales,
y diciendo con su puño cerrado en el aire, "esta es mi posición!".
Luego le vemos volverse y alejarse osadamente del salón mientras la gente lo
vitorea, se monta en su caballo blanco y galopa hacia el horizonte para
comenzar la Reforma Protestante.
Pero esto no es lo que sucedió. La primera
sesión tuvo lugar el 17 de abril. El aire estaba electrizado por la emoción del
momento. Lutero se había expresado atrevidamente antes de su llegada diciendo,
"Esta será mi retractación en Worms: 'Previamente dije que el Papa es el
vicario de Cristo; me retracto. Ahora digo que es el adversario de Cristo y el
apóstol del diablo." La multitud esperaba más declaraciones atrevidas.
Contenían su emoción, esperando que el cerdo salvaje se desbordara. Cuando la
Reunión Imperial se abrió, Lutero se paró en el centro del salón; a un lado
estaba una mesa con sus libros controversiales. Un oficial le preguntó si eran
suyos. El contestó, su voz poco más alta que un susurro, "Los libros son
todos míos y he escrito más." Luego, vino la pregunta decisiva de su
disposición para retractarse. La asamblea esperó su respuesta. Pero no hubo
puño levantado, ni desafío.
De nuevo Lutero respondió inaudiblemente,
"Les ruego que me den tiempo para pensarlo." Como sucedió en su
primera misa, Lutero se tambaleó. Su confianza lo abandonó; el cerdo salvaje
fue de repente como un cachorro lloriqueando. El emperador estaba asombrado por
la petición, y se preguntó si ésta no podría ser más que una táctica dilatoria,
un artilugio teológico. Sin embargo, le concedió clemencia dándole veinticuatro
horas más para pensar. Esa noche en la soledad de su cuarto, Lutero escribió la
que creo, es una de las oraciones más conmovedoras jamás escritas. En ella se
revela el alma de un hombre humilde postrado ante su Dios, desesperadamente
buscando el coraje para permanecer solo delante de hombres hostiles. Para
Lutero era su Getsemaní privado:
"¡Oh Dios, Todopoderoso Dios eterno!
¡Cuán terrible es el mundo! Mira cómo su boca se abre para tragarme, y cuán
pequeña es mi fe en Ti!... ¡Oh, cuan débil es la carne y cuan fuerte es el
poder de Satanás! Si tuviera que depender de la fortaleza del mundo, todo se
acabaría... La campana de la muerte ha sonado... la sentencia ha sido dictada.
¡Oh, Dios! ¡Oh, mi Dios! Tú ayúdame en contra de la sabiduría de este mundo.
Haz esto te lo ruego; tú deberías de hacer esto... por tu gran poder... la obra
no es mía sino tuya, yo no tengo nada que ver aquí... no tengo nada por lo cual
contender con estos hombres grandes del mundo. Preferiría vivir mis días con
paz y felicidad. Pero la causa es tuya y es justa y eterna. ¡Oh Dios, ayúdame!
¡Oh Dios, fiel e inmutable! Yo no me apoyo en el hombre porque sería vano.
Lo de los hombres es inestable, todo lo que
procede de él fallará. ¡Dios mío, Dios mío! ¿No me escuchas? ¡Dios mío, ¿Acaso
no vives más?! No, Tú no puedes morir, solamente te estás ocultando, me has
escogido para este trabajo. ¡Yo lo sé!... Por eso Oh Dios, cumple tu voluntad.
No me abandones, por el amor de tu amado Hijo, Jesucristo, mi defensa, mi
escudo y mi fortaleza. Señor, ¿dónde estás?.. Dios mío, ¿dónde estás?.. Ven, te
lo ruego, estoy listo... Mírame preparado para ofrecer mi vida por tu verdad
sufriendo como un cordero, porque tu causa es santa y es sólo tuya. No te
dejaré ir, no, ni aun por la eternidad. Y aunque el mundo estuviera saturado de
demonios y este cuerpo, que es obra de tus manos, fuese arrojado y pisoteado,
cortado en pedazos y consumido hasta las cenizas, mi alma es tuya.
Sí, tu propia Palabra me lo asegura. Mi alma
te pertenece y habitará contigo para siempre. ¡Amén! ¡Oh Dios, envía tu ayuda! ¡Amén!"
Más tarde del día siguiente, Lutero regresó a la sala. Esta vez su voz no
tembló ni se alteró. Trató de responder a la pregunta dando un discurso. Su
inquisidor finalmente le demandó una respuesta: "Te mando Martín, responde
claramente y sin rodeos. ¿Repudias o no tus libros y los errores que ellos
contienen?" Lutero replicó: Puesto que vuestra majestad y vuestras
señorías desean una res-puesta simple, responderé sin rodeos y directamente: A
menos que sea convencido por las Escrituras y por la razón clara, yo no
aceptaré la autoridad de los Papas y de los Concilios, porque ellos se
contradicen unos a otros. Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios, por
ello no puedo retractarme de nada, porque ir en contra de la conciencia no es
bueno ni es seguro. Esta es mi posición, no puedo hacer otra cosa. Que Dios me
ayude. Amén. ¿Las palabras de un hombre loco? Tal vez.
La pregunta radica en cómo puede un hombre
atreverse a oponerse al Papa y al emperador, a los Concilios y a los Credos, y
a toda la organización de la autoridad del cristianismo. ¿Qué" arrogancia
tiene que haber para contradecir a los más refinados académicos y a los más
altos oficiales de la iglesia, para poner sus propios poderes mentales e
interpretación bíblica en contra de todo el mundo? ¿Es esto arrogancia y ego
manía, o son solo las reflexiones de un genio bíblico, un santo valiente? o
¿Simplemente son los delirios de un maniático? Cualquiera que sea el veredicto,
esta determinación solitaria, para bien o para mal, dividió al cristianismo en
dos.
No obstante la importancia de este evento
tanto para la iglesia como para la vida personal de Martín Lutero, no fue la
principal razón por la cual los futuros académicos juzgaran a Lutero demente.
Hubo algo aún más extraordinario, más morboso, ciertamente macabro acerca de
este hombre. Tenía que ver con los hábitos de conducta de Lutero mientras fue
monje en el monasterio.
Como tal, Lutero dedicó su vida a una
rigurosa austeridad. Se propuso ser un monje perfecto, ayunaba por días y se
sometía a severas formas de auto flagelación, y traspasaba las reglas del
monasterio en asuntos de auto negación. Sus vigilias de oración eran más largas
que las de cualquiera. Rehusaba las cobijas que se le asignaban, y se congelaba
casi hasta la muerte. Castigaba su cuerpo tan severamente que luego comentó que
fue en su celda de monje donde dañó permanentemente su sistema digestivo.
Acerca de esta experiencia escribió, "Yo era buen monje y guardaba las
reglas de mi orden tan estrictamente, que si algún monje llegara al cielo por
su monjerío, habría sido yo. Todos mis hermanos en el monasterio que me
conocían, lo pueden verificar. Si hubiese seguido así por más tiempo, me habría
matado a mí mismo con vigilias, oraciones, lecturas y otros trabajos." La
práctica más extraña de Lutero tenía que ver con su hábito diario de confesión.
El requerimiento era que todos los pecados fuesen confesados.
Lutero no podía pasar un día sin pecar, así
que sentía la necesidad de ir diariamente al confesionario buscando absolución.
La confesión era una parte regular de la vida monástica. Los otros hermanos
veían regularmente a sus confesores y decían, "Padre, he pecado, anoche
estuve despierto después de que se apagaron las luces leyendo mi Biblia con una
candela," o "Ayer en el almuerzo, codicié la ensalada de papas del
hermano Felipe." (¿En cuántos pecados puede meterse un monje en el
monasterio?) El padre confesor escuchaba, otorgaba la absolución y asignaba una
penitencia. Eso era todo, y se tomaba sólo unos minutos. Pero no así con el
hermano Martín. El estaba perturbando al padre confesor, pues no se satisfacía
con una breve descripción de sus pecados. El quería asegurarse de que ningún
pecado quedaba sin confesar. Entraba al confesionario y se estaba allí por
horas diariamente.
En una ocasión Lutero se pasó seis horas
confesando los pecados que había cometido el día interior. Los superiores del
monasterio comenzaron a tener dudas acerca de él. Consideraban la posibilidad
de que él fuera un holgazán que prefería estarse confesando, que estudiar y
realizar sus otras tareas. 'También se consideró que pudiese estar mentalmente
desabarrancado, a punto de sufrir una seria psicosis. Su mentor, Staupitz,
finalmente se enojó y reprendió a Lutero: "'Mira, le dijo, 'si esperas que
Cristo te perdone, trae algo para perdonar - parricidio, blasfemia, adulterio en
lugar de todos estos pecadillos. Dios no está enojado contigo. Tú estás enojado
con Dios. ¿No sabes que Dios te manda tener esperanza?'"
¡Aquí está! Este era el aspecto de Lutero que
más le ha valido el veredicto de locura. El hombre era radicalmente anormal. Su
complejo de culpa era distinto a cualquiera antes de él. Era tan morboso en su
culpa, tan turbado en sus emociones, que ya no podía funcionar como un ser
humano normal, ni siquiera como un monje normal. El seguía escapando de la
tormenta de rayos. Bainton lo resume así: En consecuencia, la más temible
inseguridad lo acechaba, el pánico invadía su espíritu. Su conciencia estaba
tan inquieta como para ponerse a temblar ante la caída de una hoja.
El horror de la pesadilla atrapaba su alma,
temerosa de despertar a media noche para encontrarse con los ojos del que venía
a tomar su vida. Los ángeles se retiraban; los demonios gesticulaban con
llamados maliciosos a su alma impotente. Estos eran los tormentos de los que
Lutero repetidamente testificó que le eran peores que cualquier enfermedad
física jamás sufrida. Su descripción concuerda con un reconocido tipo de
desorden mental donde uno se siente tentado a preguntarse si su turbación
debería ser considerada como producto de una auténtica dificultad religiosa o
de una deficiencia gástrica o glandular." ¿A que se debía la conducta de
Lutero? Una cosa es cierta: cualquiera que son los mecanismos que todos usamos para
callar nuestra conciencia, no funcionaban para Lutero.
Algunos teóricos arguyen que una persona
demente puede tener una visión más aguda de la realidad que una normal.
Pensemos en el hombre agobiado por la ansiedad que va al psiquiatra y se queja
de estar tan paralizado por el miedo, que no puede ir ni a un día de campo.
Cuando el psiquiatra lo analiza, el hombre explica que él teme que podría
chocar su carro camino hacia el parque, ser mordido por una serpiente venenosa,
ser alcanzado por un rayo o atragantarse con un bocado. Todos estos miedos
representan posibilidades reales.
La vida es peligrosa. Howard Hugues, con
todos sus millones, no podía encontrar un ambiente donde estuviera totalmente a
salvo de los ataques hostiles de los gérmenes. Por ejemplo, nadie puede
asegurar que todos los días de campo serán seguros. La percepción del hombre de
que todas las cosas podrían salir mal es correcta, pero aun así él es anormal,
porque ha perdido las defensas que nos capacitan para superar los peligros que nos
rodean cada día. Hay algo sobre los antecedentes y de la personalidad de Lutero
que con frecuencia sus analistas pasan por alto.
Ellos no toman en cuenta que antes de ir al
monasterio, Lutero se distinguió como una de las mentes jóvenes más iluminadas
de Europa en el campo de la jurisprudencia. Lutero era brillante. No había
ningún problema con su mente. Su comprensión de los sutiles y difíciles puntos
de la ley lo hacía sobresaliente. Algunos lo celebraban como a un genio legal.
Se dice que hay una fina línea entre la
genialidad y la locura y que alguna gente la cruza para atrás y para adelante.
Quizás ése era el problema de Martín Lutero. El no estaba loco. Era sin duda un
genio que tenía un entendimiento superior de la ley. Una vez que aplicó su astuta
mente legal a la ley de Dios, vio cosas que mucha gente no ve.
Lutero examinó el Gran Mandamiento,
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas y con toda tu mente;" y "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo" (Lucas 10:27). Entonces él se preguntó a sí mismo, "¿Cuál es
la Gran Transgresión?" Algunos responden esta pregunta diciendo que el
gran pecado es matar, adulterar, blasfemar o no creer. Lutero disentía. El
concluyó que si el Gran Mandamiento era amar a Dios con todo el corazón,
entonces la Gran Transgresión era no amar a Dios con todo el corazón. El vio un
balance entre las grandes obligaciones y los grandes pecados.
La mayoría de la gente no piensa de esta
manera. Ninguno de nosotros guarda el Gran Mandamiento por cinco minutos.
Superficialmente, podemos pensar que lo hacemos, pero en los momentos de
reflexión descubrimos que no es así. Tampoco amamos a nuestro prójimo como a
nosotros mismos. Podemos hacer lo posible para evitar pensar profundamente
sobre esto, pero siempre hay una incómoda sensación en el fondo de nuestra
mente que nos acusa de quebrantar este mandamiento todos los días. Como Isaías,
sabemos que nadie más guarda el Gran Mandamiento también, y es aquí donde
encontramos consuelo: nadie es perfecto.
Todos nos quedamos cortos en amar
perfectamente a Dios, así que, ¿para qué preocuparse por ello? Eso no hace a la
gente normal pasarse seis horas confesando. Si Dios castigara a todos los que
fallan en guardar el Gran Mandamiento, tendría que castigar a todo el mundo. La
prueba es muy grande, demasiado exigente; no es justa. Dios tendrá que juzgamos
a todos sobre una curva. Lutero no lo vio de esta manera. El se dio cuenta que
si Dios juzgara sobre una curva, tendría que comprometer su santidad. Suponer
que Dios hará eso es una suprema arrogancia y necedad. Dios no rebaja sus
propias medidas para acomodarse a las nuestras. El siempre es absolutamente
santo, recto y justo.
Pero nosotros somos injustos, y allí radica
nuestro dilema. La mente de Lutero era acosado con la pregunta, ¿Cómo puede una
persona injusta sobrevivir en la presencia de un Dios justo? Lutero agonizaba
en aquello en lo que de todos se sienten cómodos: "¿No saben que Dios
habita en luz inaccesible? Nosotros, criaturas débiles e ignorantes, queremos
probar y entender la incomprensible majestad de la indescifrable y maravillosa
luz de Dios. Nos preparamos y nos acercamos, ¿Qué hay de extraño entonces que
esa majestad nos sobrecoja y nos quebrante?"
Lutero era el polo opuesto al personaje bíblico
del joven rico que vino a Jesús inquiriendo acerca de su salvación: Un hombre
principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo
Dios. Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás
falso testimonio; honra a tu padre ya tu madre. (Lucas 18:18-20)
Hay algo que con frecuencia la gente pasa por
alto en este conocido encuentro de Jesús con el joven rico: el significado del
saludo de este hombre hacia Jesús. El le llamó "Maestro bueno." Jesús
no lo pasó por alto. El supo de inmediato que estaba hablando con un hombre
cuyo entendimiento de la palabra bueno era superficial. El hombre quería hablar
con Jesús sobre la salvación. En lugar de eso, Jesús sutilmente cambió la
conversación acerca de lo que era bueno, y aprovechó para enseñarle una
inolvidable lección sobre el significado de qué es "bueno." Jesús ge
fijaba en el saludo: "¿Por qué me llamas bueno?" y acentuaba la
cuestión con una calificación rígida: Ninguno hay bueno, sino sólo Dios."
Levantamos un aviso aquí.
Algunas personas, incluso teólogos eruditos,
se han atropellado sobre estas declaraciones de Cristo. Algunos oyen a El
diciendo en efecto, "¿Por qué me llamas bueno? No soy bueno. Solo Dios es
bueno. No soy Dios y no soy bueno." Pero aquí Jesús no estaba negando su
divinidad, ni su bondad en ninguna manera. En el contexto de un buen
conocimiento de Cristo, habría sido propio para el joven rico llamar a Jesús
bueno, porque El era bueno. Era la encarnación de sumo bien. El punto es que el
joven rico, no sabiendo esto, estaba honrando a Jesús como un gran maestro, sin
saber que le estaba hablando al Dios encarnado. Obviamente, el joven rico no
conocía su Biblia. Había fallado entender el Salmo 14: "Dice el necio en
su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay
quien haga el bien. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres
para ver si había algún entendido que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una
se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno."
(Salmo 14:1-3) Este salmo es citado y amplificado en el nuevo testamento por el
apóstol Pablo. El mensaje es inconfundible.
Nadie hace el bien, ni siquiera uno. Este
"ni siquiera uno" borra toda posibilidad para la confusión. La
acusación no permite excepciones salvo para el Hijo de Dios, quien es el único
que hizo lo bueno. El espíritu humano se desentiende ante esta acusación
universal. Seguramente las Escrituras exageran. Nosotros conocemos gente que
hace lo bueno, algunos con frecuencia. Reconocemos que nadie es perfecto. Todos
nos resbalamos ocasionalmente, pero aún hacemos cosas buenas de vez en cuando,
¿no es así? ¡No! Esto es precisamente la manera en que el joven rico pensaba.
El medía la bondad con una regla equivocada; evaluaba las buenas obras desde la
ventajosa posición del rasero humano y externo.
Dios manda que nosotros hagamos cosas buenas.
Nos manda a dar a los pobres y nosotros damos a los pobres. Esta es una buena
obra, ¿no es así? Pues, sí y no. Es buena en el sentido de que se ajusta a lo
que Dios manda. Por ese lado, hacemos el bien con frecuencia. Pero Dios también
mira el corazón. A El le interesan nuestras motivaciones. Para que una buena
obra satisfaga la medida de la bondad de
Dios, debe brotar de un corazón que ama a Dios y a su prójimo perfectamente.
Puesto que ninguno de nosotros alcanza ese perfecto amor por Dios y por el
prójimo, todas nuestras obras externas están contaminadas. Ellas llevan la
mancha de nuestras motivaciones corruptas.
La lógica de la Biblia es ésta: Puesto que
nadie tiene un corazón perfecto, nadie hace una obra realmente buena. La ley de
Dios es El espejo de la verdadera justicia. Cuando ponemos nuestras obras ante
este espejo, el reflejo muestra nuestras imperfecciones. Jesús puso este espejo
ante los ojos del joven rico: "Los mandamientos sabes: No adulterarás; no
matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.
" (Lucas 18:20). Los mandamientos que Jesús mencionó al joven rico son los
de la así llamada segunda tabla de la ley, que son los mandamientos que tratan
con nuestra responsabilidad hacia nuestros semejantes.
En este sumario están ausentes los primeros
mandamientos que tratan explícitamente de nuestras obligaciones directas hacia
Dios. ¿Cómo respondió el joven rico? A él no le afectó. Miró calmadamente al
espejo y no vio imperfecciones. El contestó, "Estas cosas las he guardado
desde mi juventud" (Lucas 18:21). Imagine la arrogancia e ignorancia de
este hombre. Encuentro difícil entender la paciencia de Jesús. Yo no habría
podido contener mi indignación diciendo algo como, "¡Qué! ¿Has guardado
los mandamientos desde que eras muchacho? Tú no has guardado ninguno de los
mandamientos en los últimos cinco minutos. ¿No oíste el Sermón del Monte? ¿No
te das cuenta que si te enojas injustamente con alguien haz vio-lado el más
profundo significado de la ley contra la muerte? ¿No sabes que si deseas a una
mujer quiebras la ley más profunda del adulterio? ¿Nunca has codiciado? ¿Honras
siempre a tus padres? Tú estás loco o ciego.
La obediencia ha sido externa, cuando mucho.
Tú sólo obedeces superficialmente. Así es como yo hubiese reaccionado, más no
Jesús. El fue más sutil y efectivo: "Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te
falta una cosa. Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, tendrás tesoro
en el cielo; y ven, sígueme" (Lucas 18:21). Si alguna vez Jesús habló
irónicamente fue aquí. Si tomásemos sus palabras literalmente concluiríamos que
esta conversación la sostuvieron los dos hombres más justos de la historia, que
fue un diálogo entre el Cordero sin mancha y un cordero con una sola mancha. Me
encantaría oír a Jesús diciéndome que a mi perfección moral sólo le falta una
cosa, pero nosotros sabemos bien que esto no es así. Especulando y tratando de
penetrar en los pensamientos secretos de Jesús, podemos imaginamos que El pensó
algo como esto.: Oh, tú has guardado todos los mandamientos desde niño. Bueno,
veamos. ¿Cuál es el primer mandamiento? Oh, sí, "No tendrás dioses ajenos
delante de mí." Veamos cómo te va con ése.
Jesús lo puso a prueba. Si había algo en el
joven rico antes que Dios, era el dinero. Jesús lo desafió precisamente en este
punto, el punto de su obediencia al mandamiento número uno: "Ve, vende
todo lo que tienes..." ¿Qué hizo éste hombre? ¿Cómo lidió él con su única
mancha? El se fue con tristeza porque tenía grandes posesiones. El hombre fue
puesto a prueba ante los Diez Mandamientos, y fracasó en la primera pregunta
del examen. El punto de este relato no es establecer una ley que obligue al
cristiano a deshacerse de todas sus propiedades privadas. El punto es que
entendamos lo que es la obediencia y lo que la bondad requiere. Jesús le siguió
la corriente a su pretensión y el hombre se desplomó. Cuando Jesús conoció a
otro hombre joven siglos más tarde, no tuvo que enseñarle una compleja lección
para que entendiera su pecado. El nunca le dijo a Lutero, "Una cosa te
falta." Lutero ya sabía que a él le faltaban multitud de cosas. El era un
abogado; había estudiado la ley del antiguo testamento; conocía las demandas de
un Dios puro y santo, yeso lo estaba volviendo loco.
El genio de Lutero dilucidó un dilema legal
que no pudo resolver. Parecía no haber solución posible. La pregunta que lo
acosaba día y noche era cómo un Dios justo podía aceptar a un hombre injusto.
El sabía que su eterno destino dependía de la respuesta, pero él no podía
hallada. Mentes inferiores iban disfrutando alegremente la vida en su
ignorancia. Ellos se satisfacían pensando que Dios comprometería su propia
excelencia y los dejaría entrar al cielo. Después de todo, no sería tan
maravilloso si los excluían a ellos.
Dios tenía que calificar sobre una curva.
Cada muchacho hace sus travesuras, y Dios es suficientemente grande como para
no irritarse por unas cuantas faltas. Dos cosas separaban a Lutero de los demás
hombres: Primero, él sabía quién era Dios. Segundo, el entendía las demandas de
la ley de Dios. Dominaba la ley, y a menos que llegara a entender el evangelio,
moriría en tormento. Entonces sucedió: la máxima experiencia religiosa de
Lutero. No hubo rayos, ni tinteros volando. Tuvo lugar en su solitario estudio.
La llamada "experiencia de la torre" de Lutero cambió el curso de la
historia del mundo. Fue una experiencia que envolvía un nuevo entendimiento de
Dios, un nuevo entendimiento de su divina justicia. Fue un entendimiento de
cómo Dios puede ser misericordioso sin comprometer tal justicia. Fue una nueva
comprensión de cómo un Dios santo expresa su santo amor:
“Yo anhelaba grandemente entender la Epístola
de Pablo, a los Romanos y nada lo impedía sino una expresión, "la justicia
de Dios," porque yo pensaba que se refería a la justicia donde Dios es
justo y trata justamente castigando al injusto. Mi situación era que, aun
siendo un monje impecable, yo estaba frente a Dios como un pecador atormentado
de conciencia, sabiendo que mis méritos no lo aplacarían. Como resultado, yo no
amaba a un Dios justo y airado; más bien lo odiaba y murmuraba contra El. Sin
embargo, me aferraba al querido Pablo y tenía un gran anhelo por saber de qué estaba
hablando. Noche y día yo reflexionaba hasta que vi la conexión entre la
justicia de Dios y la declaración de que "el justo por la fe vivirá."
Entonces entendí que la justicia de Dios es esa justicia por la cual a través
de la gracia y la pura misericordia Dios nos justifica por la fe.
De allí en adelante sentí como si hubiese
nacido de nuevo y hubiese entrado por las puertas del paraíso. Toda la
Escritura tomó un nuevo significado, y donde antes la "justicia de
Dios" me llenaba de odio, ahora llegó a ser para mí inexpresablemente
dulce con gran amor. Este pasaje de Pablo fue para mí la puerta del cielo...”
"Si tienes una verdadera fe en Cristo como tu Salvador, entonces tienes un
Dios de gracia, porque esa fe te guiará hacia el corazón y la voluntad de Dios,
abriéndote sus puertas para que conozcas la gracia pura y el amor desbordante.
Ver a Dios en fe es que veas su fraternal y compasivo corazón, en el cual no
hay ira, ni falta de gracia. El que ve a Dios como airado no ve en El
correctamente, sino que mira a través de una cortina como si una nube negra se
le hubiese puesto frente a su rostro." Como Isaías antes de él, Lutero
sintió el brasa ardiente sobre sus labios.
El sabía lo que significaba sentirse
desolado; fue quebrantado por el espejo del Dios santo. Posteriormente, afirmó
que antes de probar el sabor del cielo, Dios tuvo que colgarle sobre el abismo
del infierno. Pero Dios no arrojó a su siervo al abismo sino que lo salvó de
caer en él. El robo a Lutero que era a la vez el Dios justo y el que justifica
al pecador. Cuando Lutero entendió el evangelio por primera vez, las puertas
del paraíso se abrieron de par en par, y él entró por ellas. "El justo por
la fe vivirá." Este fue el grito de batalla de la Reforma Protestante:- La
idea de que la justificación es sólo por la fe y por los méritos de Cristo
solamente, es tan central para el Evangelio que Lutero le llamó "el
artículo sobre el cual, la iglesia se sostiene o cae." El sabía que eso
sella el artículo sobre el cual él mismo se sostuviera o cayera.
Una vez que Lutero comprendió las enseñanzas
de Pablo en Romanos, nació de nuevo. La carga de su culpa fue levantada. El
enloquecedor tormento terminó. Esto significó tanto para este hombre, que lo
hizo capaz de estar firme contra el Papa y el Concilio, el príncipe y el
emperador, y si fuese necesario, Contra todo el mundo. El había entrado por las
puertas del paraíso, y nadie iba a arrastrarlo de regreso. Lutero fue un
protestante que sabía por qué estaba protestando. ¿Era un loco? Tal vez. Pero
si lo era, nuestra oración es que Dios envíe a esta tierra una epidemia de este
tipo de locura, para que nosotros también podamos saborear la justicia que es
sólo por la fe. Permitiendo que la Santidad de Dios Toque Nuestras Vidas:
Mientras reflexiona sobre lo que ha aprendido
y redescubierto acerca de la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use un
diario para registrar sus respuestas acerca de la santidad de Dios o discútalas
con un amigo.
1. ¿Qué ve usted cuando mira en el espejo de la
santidad de Dios?
2. ¿Qué aprende sobre usted y sobre Dios?
3. ¿Qué hace usted con la culpa que siente por
sus pecados?
4. ¿Qué significan personalmente para usted las
palabras, "El justo por la fe vivirá"?
5. ¿Cómo puede usted adorar a Dios por haberlo
justificado?
CAPITULO 6: LA JUSTICIA SANTA
La justicia es considerada como la más
elevada de todas las virtudes, más admirable que las estrellas de la mañana y
que la estrella de la noche ARlSTOTELES. Martín
Lutero entendió cuán serio es para la gente injusta el problema de vivir en la
presencia de un Dios santo y justo. Así como él fue un monje ejemplar, Pablo
fue un fariseo del mismo tenor. Ambos eran hombres brillantes y bien educados.
Se dice de Pablo que cuando se convirtió, era el hombre más educado en
Palestina. Al cumplir veintiún años, ya tenía el equivalente de dos doctorados.
Tuvo así mismo conflictos profundos con la ley, así como con el asunto de la
justicia de Dios. Tanto Lutero el monje, como Pablo el fariseo fueron
consumidos por el problema de la justicia santa. Ambos fueron estudiantes de la
ley del antiguo testamento antes de ser promotores del evangelio.
Quien lea el antiguo testamento tendrá
conflicto con la aparente brutalidad de los juicios de Dios que allí se
encuentran. Para mucha gente, eso es todo lo que pueden llegar a leer. Ellos
tropiezan a causa de los violentos pasajes que llamamos "las palabras
duras." Algunos ven estos dichos como una razón suficiente para rechazar
el cristianismo. Estas "palabras duras" parecen suficientes para
menospreciar al Dios del antiguo testamento. Otros tratan de suavizar el
impacto, tratando el antiguo testamento como una parábola religiosa, o
aplicando un método de cortar y pegar, clasifican los pasajes más brutales como
un mito primitivo. Algunos van más lejos, arguyendo que el Dios del antiguo
testamento es diferente al del nuevo testamento - un Dios tenebroso con un mal
temperamento, una especie de deidad demoníaca cuya ardiente ira está más allá
de la dignidad del Dios de amor del Nuevo Testamento.
En este capítulo quiero ver al Dios del
antiguo testamento directo a los ojos. Quiero examinar los pasajes más
difíciles y ofensivos del antiguo testamento y tratar de encontrarles sentido.
Veremos el inmediato y súbito juicio que vino sobre Nadab y Abiú, los hijos de
Aarón. Veremos la inusual muerte de Uza por tocar el arca del pacto; veremos la
larga lista de crímenes por los cuales Dios ordenó la pena capital; veremos la
masacre de mujeres y niños supuestamente hecha bajo las órdenes de Dios. Está
advertido que este capítulo no es para personas débiles de estómago o de
corazón. Así pues, viajaremos a los más terribles abismos, si están dispuestos
a seguir leyendo.
Miremos primero a Nadab y Abiú. Ellos eran
sacerdotes, hijos de Aarón, el Sumo Sacerdote. Junto a Moisés, Aarón había
guiado al pueblo de Israel por el desierto. "Nadab y Abiú, hijos de Aarón,
tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual
pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca
les mandó. Y salió fuego delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de
Jehová." (Lev. 10: 1-2) Más que cualquier otro, Moisés y Aarón tenían una
relación íntima con Dios. Así, uno esperaría un poco de tolerancia de parte de
Dios para con los hijos de Aarón. Pero no la hubo. Por una transgresión en el
altar, Dios reaccionó inmediata y violentamente, aniquilándolos en el acto. No
estaban profanando el altar con prostitutas u ofreciendo sacrificios humanos
como lo hacían los adoradores de Moloc.
Nada más Nadab y Abiú ofrecieron un
"fuego extraño" del cual no sabemos con seguridad qué era. Suena como
si todo era un asunto de sacerdotes jóvenes experimentando creativamente con la
adoración. Una ofensa censurable, quizás. Pero, ¿la pena de muerte, sin el
beneficio de un tribunal? Esto es, ¿ejecución sumaria e inmediata? A través de
los años la gente ha tratado de ofrecer una explicación natural de lo que le'
pasó a Nadab y Abiú. Emmanuel Velikovsky, un científico amigo de Alberto
Einstein, fue uno de ellos. Velikovsky escandalizó al mundo geológico con su
teoría de que los cambios en la superficie de la tierra fueron provocados
súbitamente por un planeta o cometa gigante que se acercó revirtiendo sus polos
magnéticos, haciéndola girar en dirección opuesta.
Imagine un trompo girando velozmente. De
repente, se le hace girar en la dirección opuesta. Si hubiese agua dentro del
trompo, ¿qué sucedería? Pues, se convertiría en una marejada vista hacia atrás.
Parte de la teoría de Velikovsky sugiere que una lluvia de meteoritos llenos de
petróleo bombardeó la tierra, llenando su superficie de fisuras y formando
grandes depósitos de petróleo bajo la superficie (por ejemplo, las regiones
ricas en petróleo del Medio Oriente). Esta teoría sugiere que Nadab y Abiú
encontraron algo de este petróleo, y sin saber qué era decidieron experimentar,
mezclándolo con substancias combustibles en el altar. Cuando lo pusieron en el
fuego, whoosh, se encendió y explotó, matando instantáneamente a ambos
sacerdotes. En una sociedad primitiva, esto sería visto como un repentino acto
de juicio divino. Según Velikosky, la muerte de Nadab y Abiú fue accidental, un
trágico caso en que dos muchachos perecen a causa de su imprudencia jugando con
un fuego desconocido.
Contrariamente la Biblia dice que fue un
juicio sobrenatural de Dios. Pudo haber sido producido por medios naturales,
pero es claro que no fue un accidente. Tiene que ser atribuido a la ira y el
juicio de Dios. ¿Cómo vio Aarón este evento? Supongo que estaba airado y
dolorido. Fue una calamidad para él y el resto de su familia. El había dedicado
su vida entera al servicio de Dios. Sus hijos habrían de seguir sus pasos.
El podía recordar el día de su consagración y
el orgullo que sintió al ser separado para el sacerdocio. Era un asunto de
casta y ¿Qué gratitud recibió él del Dios al cual servía? Nada. Simplemente
ejecutó sumariamente a sus hijos por lo que parecía ser una infracción menor de
las reglas del altar. Aarón corrió a ver a Moisés para contarle lo que pasó.
Era como si él estuviera diciendo, "Está bien Dios, voy a ir con Moisés y
Tú tendrás que explicarnos este asunto." Aarón le presentó su caso a
Moisés: "Entonces dijo Moisés a Aarón: esto es lo que habló Jehová
diciendo: en los que a mí se acercan me santificaré y en presencia de todo el
pueblo seré glorificado." (Lev.10:3) Moisés le dio a Aarón la respuesta
del Señor, le recordó la consagración original de los sacerdotes. Ellos habían
sido separados para una tarea sagrada, y solemnemente hechos responsables de
requerimientos precisos en su ministerio. Tendrían el privilegio de ministrar
delante de un Dios santo.
Cada vasija en el tabernáculo estaba hecha a
la medida, y todo estaba santificado por el mandato de Dios. No había
ambigüedad en los mandamientos. Con respecto al altar del incienso, Aarón y sus
hijos fueron instruidos específicamente en la manera de proceder. Dios había
dicho: "No ofreceréis sobre él incienso, ni holocausto, ni ofrenda; ni
tampoco derramaréis sobre él libación. Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación
una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación;
una vez en el año sobre él, por vuestras generaciones; será muy santo a
Jehová." (Ex 30:9-10). Las instrucciones eran claras.
El altar del incienso fue declarado "muy
santo" por Dios. Cuando Nadab y Abiú ofrecieron fuego ilícito y no
autorizado sobre él, estaban desafiando abiertamente a Dios. Su acto era una
rebelión deliberada, una profanación inexcusable del lugar santo. Era un pecado
de arrogancia y de traición contra Dios. Estaban profanando el lugar santo. El
juicio de Dios fue inmediato. Su explicación a Moisés fue clara: "En
presencia de todo el pueblo seré glorificado." Esta no fue una predicción.
Cuando Dios dijo, "seré," lo dijo como un mandamiento que nadie debía
contradecir. El clímax de esta historia se encuentra en Levítico 10:3: "Y
Aarón calló." ¿Qué más podía hacer Aarón? El debate había culminado. La
evidencia estaba allí y Dios había emitido su veredicto. A ellos se les había
prohibido explícitamente ofrecer ese fuego. Ellos desobedecieron y Dios hizo
caer el mazo de su justicia sobre ellos. Así que Aarón calló. Ello aceptó y no
tuvo ninguna excusa que ofrecer, ni protesta que hacer. Como los pecadores en
el juicio final, su boca fue enmudecida.
Este es un ejemplo de la justicia penal de
Dios, la justicia por la cual El castiga al culpable. "Pero, ¿Es este
castigo cruel e inusual? ¿No traspasa los límites de la justicia para hacerse
injusticia? Nuestro concepto de justicia conlleva la idea de que el castigo
debe ajustarse al crimen. Si el castigo es más severo que el crimen, se comete
injusticia. La Biblia aclara que Nadab y Abiú no podían argumentar inocencia
por su pecado. Dios había sido claro con ellos. Ellos sabían que no se les
permitiría fuego extraño en el altar. Es fácil ver que ellos pecaron. Pero
ellos jamás se imaginaron que su pecado era tan serio, que haría que Dios los
ejecutara en el acto. Este es un ejemplo que nos habla a gritos de la severidad
de la mano de Dios, de un castigo que es demasiado cruel e inusual para el
crimen. Tal medida de castigo no sólo nos confunde sino que nos asombra. ¿Cómo
cuadramos este relato con lo que Génesis nos enseña sobre el carácter de la
justicia de Dios? Génesis asegura que el Juez de toda la tierra hará lo que es
recto (Gén.18:25).
El concepto básico de Israel es que los
juicios de Dios son siempre justos. Su justicia nunca es desproporcionada,
caprichosa, ni tiránica. Es imposible para Dios ser injusto, porque su justicia
es santa. Si tenemos dificultad con la historia de Nadab y Abiú, la historia de
Uza es aún más difícil. Cuando David ascendió al trono de Israel, trabajó
rápidamente para consolidar su reino. Reunió a sus oficiales y decidió traer la
sagrada arca del pacto, que se encontraba en "retiro", para un lugar
central. Los filisteos habían capturado el arca en un día fatídico en que la
gloria se alejó de Israel. Cuando el arca fue capturada, el más grande tesoro
de Israel fue robado y llevado al templo pagano de Dagón.
Al regresar, el arca fue colocada en un lugar
seguro, esperando el momento para su restauración pública a una posición de
preeminencia en la nación. Finalmente vino la hora, y David deseaba ver la
gloria de nuevo. El dijo: Traigamos el arca de nuestro Dios a nosotros, porque desde
el tiempo de Saúl no hemos hecho caso de ella. Y dijo toda la asamblea que se
hiciese así, porque la cosa parecía bien a todo el pueblo. (1 Crón. 13:3-4) El
arca fue el punto de reunión nacional. Era el trono de Dios, el asiento sagrado
del altísimo. Fue construido y adornado según el estricto diseño de Dios mismo.
Tendría que ser guardado en el Lugar Santísimo. Era un cofre hecho de madera de
acacia, cubierto de oro por dentro y por fuera. Tenía una moldura de oro
alrededor, cuatro anillos de oro a los lados para atravesar las varas de madera
de acacia, cubiertas con oro, para cargarla. La tapa del cofre era llamada el
"propiciatorio." También era de oro y tenía dos querubines hechos del
mismo metal labrado, colocados frente a frente con sus alas extendidas. Este
fue el objeto sagrado que David ordenó traer de regreso a Jerusalén: Y llevaron
el arca de Dios de la casa de Abinadab en un carro nuevo; y Uza guiaba el
carro. Y David y todo Israel se regocijaban delante de Dios con todas sus
fuerzas, con cánticos, arpas, salterios, tamboriles, címbalos y trompetas.
Pero cuando llegaron a la era de Quidón, Uza
extendió su mano al arca para sostenerla, porque los bueyes tropezaban. Y el
furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió, porque había extendido su
mano al arca; y murió allí delante de Dios. Y David tuvo pesar, porque Jehová
había quebrantado a Uza; por lo que llamó aquel lugar Pérez-uza, hasta hoy. (1
Crón.13:7-11) Si Dios provocó la cólera de David con este violento arranque de
ira, ¿cuánto más perplejo puede sentirse un lector que no sabe de teología?
David era un hombre conforme al corazón de Dios, un rey, un gran músico, un
guerrero victorioso, pero también era un teólogo de primera.
Más que con el caso de Nadab y Abiú, la
ejecución de Uza produce protestas de lectores enseñados que Dios es un Dios de
amor y bondad. La Biblia dice que Dios es lento para la ira y grande en
misericordia. Pero obviamente no se tomó mucho tiempo para que su ira se
encendiera contra Uza. Uza tocó el arca Y ¡wham! Dios explotó en furia.
Nuevamente, se han hecho esfuerzos para suavizar la severidad de este relato,
exponiendo la muerte de Uza como algo más natural. Se ha sugerido que Uza
respetaba tanto el arca, que al tocarla fue abrumado con miedo y tuvo un ataque
al corazón que lo mató al instante. Esta explicación absuelve a Dios de toda
responsabilidad. La interpretación del escritor bíblico es mera-mente un
ejemplo de superstición primitiva de la cual está salpicado el antiguo
testamento.
La gente busca estas explicaciones no sólo
porque nuestra cultura tiene una alergia incurable a todas las cosas
sobrenaturales, sino por que también esta historia ofende nuestro sentido de
justicia. Veamos de nuevo lo que sucedió. El arca era transportada por una
carreta de bueyes. Era un día de gozo y celebración nacional. La gloria estaba
regresando a la Ciudad Santa. Las multitudes llenaban las calles, el desfile
era realzado por el sonido de arpas, liras, tamborines, címbalos y trompetas.
Imagine el espectáculo: era como un desfile de setenta y seis trombones. La
gente danzaba en las calles. De repente los bueyes tropezaron, y el carro se
balanceó. El cofre se resbaló y estaba a punto de caerse al suelo y enlodarse.
Era impensable que este precioso objeto fuese deshonrado cayendo en la
suciedad.
Seguramente la reacción de Uza fue
instintiva. El hizo lo que cualquier judío piadoso habría hecho para evitar que
el arca cayera en el lodo. Extendió su mano hacia la tambaleante arca para
proteger este santo utensilio. No fue un acto premeditado de desafío a Dios.
Fue un reflejo. Desde nuestra perspectiva parece como un acto de heroísmo.
Pensaríamos que Uza escucharía la voz de Dios desde el cielo gritando,
"Gracias Uza."
Pero Dios no lo hizo, y en lugar de ello, lo
mató. Lo aniquilo allí mismo. Otra ejecución sumaria. ¿Cuál fue el pecado de
Uza? Para responder eso, debemos recordar cómo Dios instituyó el sacer-dacio y
el mandamiento que les dio. Para ser sacerdote en Israel, uno tenía que ser de
la tribu de Leví. Todos los sacerdotes eran Levitas, pero no todos los Levitas
eran sacerdotes. Una rama especial de la familia de los Levitas era el clan de
los Coatitas. Olios eran descendientes de Coat, y estaban consagrados por Dios
para una tarea muy especializada. Eran entrenados para ejecutar un trabajo
básico cuidar de los artículos sagrados del tabernáculo: "El oficio de los
hijos de Coat en el tabernáculo de reunión, en el lugar santísimo, será
éste" (Núm. 4:4). Es importante recordar que el tabernáculo era una carpa
y era portátil.
Cuando las tribus de Israel se movían,
llevaban el tabernáculo para que Dios estuviera con ellos. Cuando el
tabernáculo era transportado, era necesario primero, cubrir y proteger los
utensilios santos. Nosotros leemos, y cuando acaben Aarón y sus hijos de cubrir
el santuario y todos los utensilios del santuario, cuando haya de mudarse el
campamento, vendrán después de ello los hijos de Coat para levarlos; pero no
tocarán cosa seria, no sea que mueran. Éstas serán las cargas de los hijos de
Coat en el tabernáculo de reunión. (Números 4:15, énfasis agregado) Para
reforzar este mandamiento, Dios agrega más provisiones y estipulaciones: Habló
también Jehová a Moisés y a Aarón diciendo, "No haréis que perezca la
tribu de las familias de Coat de entre los levitas. Para que cuando se acerquen
al lugar santísimo vivan, y no mueran, haréis con ellos esto: Aarón y sus hijos
vendrán y los pondrán a cada uno en su oficio y en su cargo. No entrarán para
ver cuando cubran las cosas santas, porque morirán." (Núm. 4: 17-20)
Uza era probablemente un Coatita. El sabía
exactamente cuáles eran sus tareas. Había sido entrenado en la disciplina de su
llamado. Entendía que tocar el arca era una ofensa capital. A ningún Coatita,
bajo ninguna circunstancia, se le permitía tocar el arca. Ninguna emergencia
era motivo para quebrantar ese mandamiento inviolable. La elaborada
construcción del arca, completa con sus argollas de oro a través de las cuales
las varas eran insertadas, era tal que hacía claro que no se le podía tocar.
Los hombres comisionados a transportar el arca sólo podían tocar las argollas y
las varas, y era su tarea cargar el arca por las varas.
Nada se había dicho acerca de acelerar el
proceso, transportando el arca en una carreta de bueyes. En primer lugar, ¿Qué
estaba haciendo el arca en una carreta de bueyes? Dios era tan estricto acerca
Que las cosas santas del tabernáculo, que los Coatitas no podían ni siquiera
ver el arca. Esto era también un crimen capital. Dios decretó que si un Coatita
tan sólo miraba por un instante el arca en el lugar santísimo, moriría. De modo
que Uza no sólo tenía prohibido tocar el arca, sino aún mirada.
Pero él la toca de todas maneras. Alargó su
mano y la colocó sobre el arca para evitar que cayera al suelo. ¿Fue esto un
acto de heroísmo santo? ¡No! Fue un acto de arrogancia, un pecado de
pretensión. Uza asumió que su mano estaba menos contaminada que la tierra. Pero
no era la tierra o el lodo lo que profanaría el arca. Era el toque del hombre.
La tierra es una criatura obediente, hace lo que Dios le dice que haga. Produce
su cosecha a su tiempo, obedece las leyes de la naturaleza que Dios estableció.
Cuando la temperatura baja a cierto punto se congela. Cuando se le agrega agua
a la arena se hace lodo, tal como Dios lo diseñó.
La tierra no comete traición cósmica. No hay
nada contaminado acerca de la tierra. Dios no quería que su santo trono fuese
tocado por nada contaminado con el pecado, con lo que se le hubiera rebelado,
aquello que hubiese hecho que la creación completa se arruinase y que la
tierra, el cielo y las aguas gimieran juntas con dolores de parto, esperando el
día de la redención. Era el toque del hombre lo que Dios había prohibido. Uza
no fue un hombre inocente. A él no se le castigó sin advertencia. El no fue
castigado sin haber violado una ley. Este acto de justicia divina no fue
caprichoso.
No hubo nada arbitrario o errático acerca de
lo que Dios hizo, aunque fue inusual, y por esa razón la ejecución repentina y
radical nos sorprende, nos escandaliza y nos ofende. Hay una razón por la cual
nos ofendemos y nos enojamos por historias como las de Uza y la de Nadab y
Abiú. Encontramos estas cosas difíciles de digerir, porque no entendemos cuatro
conceptos bíblicos de vital importancia: santidad, justicia, pecado y gracia.
No entendemos lo que significa ser santo, no entendemos qué es la justicia, no
entendemos qué es el pecado y no entendemos qué es la gracia. La historia de
Uza es un ejemplo de justicia, no de misericordia divina. Pero ni siquiera
podemos comenzar a entender la misericordia divina hasta que entendamos algo de
la justicia divina. Cuando la Biblia habla de la justicia de Dios, la conecta
usualmente a la "rectitud de divina.
La justicia de Dios es conforme a su
rectitud. No existe justicia sin rectitud; así, Siendo Dios rectitud total, así
será su justicia. La justicia de Dios siempre es y será una expresión de su
carácter santo. La palabra justicia en la Biblia se refiere a la conformidad a
una regla o norma. Dios actúa por las reglas. La norma final de justicia es su
propio carácter santo. Su justicia es de dos clases. Por un lado está la
rectitud interna de Dios, y por el otro su rectitud externa. Lo que Dios hace
es siempre consistente con quién es Dios. El siempre actúa conforme a su
carácter santo. La rectitud interna de Dios es la excelencia moral de su I
carácter y está arraigada en su absoluta pureza. En El no hay "sombra de
variación." Siendo Dios santo, El es absolutamente incapaz de un acto
impío. Sólo los seres impíos cometen actos injustos y perversos.
En Dios y su orden, hay una constancia de
"derecho". La injusticia humana a veces se describe en términos de no
ponerse derecho. Nosotros somos desviados, por eso se describe a los criminales
como que necesitan enmendarse. Dios es recto, y esto se manifiesta en su
conducta externa; así, esta coherencia habla de su justicia. Dios jamás ha
hecho una cosa desviada. El mató a Nadab y Abiú; El mató a Uza e hizo lo mismo
con Ananías y Safira en el nuevo testamento.
Todos estos fueron actos rectos de juicio. La
Biblia enseña claramente que Dios es el Juez supremo del universo. Después de
leer acerca de Uza nos preguntamos, ¿Está Dios calificado para este trabajo?
Pues para ser el Juez supremo de cielo y tierra El debería de ser justo. Si el
juez supremo es injusto, no podemos esperar que la justicia prevalezca alguna
vez. Nosotros sabemos que los jueces terrenales pueden ser corruptos. Tales
reciben sobornos, muestran parcialidad, a veces actúan con ignorancia o cometen
errores. Pero no es así con Dios.
En El no hay corrupción, nadie puede
sobornarlo, El no es parcial, no muestra favoritismo. "Porque Jehová
vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y
temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho" (Deuteronomio
10:17). Nunca actúa en ignorancia y nunca somete errores. La gente puede pedir
que se procese a los políticos, pero sólo un necio pediría que se procesara a
Dios. El patriarca Abraham lidiaba con el tema de la justicia de Dios, cuando
El le anunció que iba a destruir a Sodoma y Gomorra. La destrucción de las
ciudades sería total - hombres, mujeres y niños.
Abraham se turbó, preocupado porque a causa
de esta ira divina sobre las ciudades, gente recta perecería junto con los
culpables. Si Dios arrasaba las ciudades en un acto de juicio, Abraham temía
que el juicio seria indiscriminado, así como un maestro castiga a toda la clase
por los pecados de un alumno: Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también
al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad:
¿destruirás también 'y "perdonarás al lugar por amor a los cincuenta
justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al
justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas.
El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo
que es justo? (Gen 18:23-25) "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer
lo que es justo?" Jamás se ha hecho una pregunta más retórica que ésta.
Abraham asumió que matar a los justos junto con los malos estaba lejos de toda
posibilidad con Dios. "Lejos de TI el hacer tal." En realidad,
Abraham no podía concebir cuan lejos era de Dios un acto así. No había la
mínima posibilidad de que Dios condenara a los rectos junto con los culpables,
porque Dios no hace eso. Si lo hiciera, cesaría de ser santo, cesaría de ser
Dios.
Dios estuvo dispuesto a condescender con
Abraham y le dijo que si encontrara a cincuenta justos en la ciudad, Ella
perdonaría. O lo haría por cuarenta y cinco, o por treinta, o por diez. En este
punto, Abraham sólo tenía que encontrar diez personas justas para que Dios
perdonara la ciudad. El texto implica que Dios hubiera perdonado la ciudad por
una sola persona, si Abraham la hubiese encontrado. ¿Y qué sucedió a Sodoma y a
Gomorra? Y subió Abraham por la mañana al lugar donde había estado delante de
Jehová. Y miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella
llanura miró; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un
horno. (Génesis 19:27-28) El Juez del cielo y de la tierra hizo lo recto.
Ninguna persona inocente fue castigada. La
justicia de Dios nunca está divorciada de su rectitud. El jamás condena al
inocente, nunca absuelve al culpable, nunca castiga con severidad excesiva, y
nunca falla en recompensar a los justos, porque su justicia es perfecta. Pero
Dios no siempre actúa con justicia. Algunas- veces actúa con misericordia. La
misericordia no es justicia, pero tampoco es injusticia.
La injusticia viola la rectitud, mientras que
la misericordia manifiesta bondad y gracia sin transgredir la justicia.
Nosotros podemos ver no-justicia en Dios, que es misericordia, pero jamás
veremos injusticia en El.
De nuevo preguntamos, ¿Por qué la diferencia
tan obvia entre el tono del nuevo testamento y el del antiguo? El antiguo
testamento parece mostrar a un Dios más severo que el que muestra el nuevo.
Consideremos el asunto de la pena capital. El antiguo testamento registra
numerosos crímenes que son castigados con la muerte, incluyendo los siguientes:
1. Golpear o maldecir a los padres
2. Prácticas homosexuales
3. Profanar las ofrendas de sacrificios
4. El incesto
5. El homicidio
6. El secuestro
7. La idolatría
8. La bestialidad
9. La prostitución de vírgenes
10. La violación
11. El sacrificio de niños
12. Practicar falsas profecías
13. La blasfemia
14. Divorcio ilegal
15. Desobedecer el veredicto de los jueces
16. Dar falso testimonio en un caso capital
17. Consultar médiums y brujos
18. Profanar los días de reposo
Esta es una lista parcial de los crímenes del
antiguo testamento que merecían la pena de muerte. Comparado con el tono del
nuevo testamento, la lista parece severa.
Hace unos años, la revista Time reportó un
incidente que sucedió en Maryland. El conductor de un camión fue arrestado por
embriaguez y conducta desordenada. Cuando los policías llegaron a arrestar al
hombre, este se portó abusivamente; usó un lenguaje soez y actuó de manera
escandalosa insultando a los oficiales. Los policías se enfurecieron con su
abuso verbal. Cuando el hombre fue traído frente al magistrado, seguía
insultando. La pena máxima que el magistrado podía imponerle por embriaguez y
conducta desordenada era una multa de cien dólares y treinta días de cárcel. El
magistrado se enojó tanto, que quiso sentenciarlo al máximo. Así que encontró
una antigua ley en los libros de Maryland que aunque estaba en desuso, aún
estaba vigente.
El estatuto prohibía la blasfemia pública.
Puesto que el hombre había profanado y blasfemado públicamente el nombre de
Dios mientras insultaba a la policía, el magistrado le impuso otros cien dólares
de multa además de otros treinta días de cárcel. Los editores de Time
reportaron el incidente en un espíritu de indignación moral. Su queja no era
que las multas por blasfemia envolvían una violación de la separación de
iglesia y estado. Su indignación era porque a ellos les parecía que encarcelar
a un hombre por sesenta días-y multarlo por doscientos dólares era una
injusticia grotesca.
Tal castigo era demasiado severo. Era cruel e
inusual. Evidentemente el editor de la revista no estaba molesto por las multas
impuestas por embriaguez y conducta desordenada. Era el castigo por la
blasfemia lo que él no podía tolerar. Esto está en abierto contraste al código
de la ley de Dios establecido en Israel. Así, el conductor del camión podía
regocijarse de no haber sido arrestado por Aarón. En el antiguo testamento los
mejores abogados de Israel no podrían haber logrado una multa de cien dólares
por una blasfemia pública.
La pregunta es, ¿Qué es peor, emborracharse y
crear un disturbio público, o insultar públicamente a Dios? El editor de la
revista dio su opinión. Dios dio una diferente. Pues, si las leyes del antiguo
testamento estuvieran vigentes, todos los ejecutivos de las cadenas de
televisión habrían sido ejecutados hace largo rato. No podemos negar que el nuevo
testamento parece reducir el número de ofensas capitales. En comparación, el
antiguo testamento parece radicalmente más severo. Lo que no tomamos en cuenta,
sin embargo, es que la lista del antiguo testamento reduce masivamente el
número de crímenes capitales incluidos en la lista original. El código del
antiguo testamento muestra una condescendencia de la paciencia y la tolerancia
divina. La ley del antiguo testamento está asombrosamente llena de gracia.
¿Asombrosamente llena de gracia?
Lo diré de nuevo, la lista del antiguo
testamento reduce masivamente el número de crímenes capitales incluidos en la
lista original. Es una asombrosa medida de gracia. El registro del antiguo
testamento es principalmente un registro de la gracia de Dios. ¿Cómo puede ser
eso? Pues, debemos volver al principio, a las reglas originales del universo.
¿Cuál fue la pena por el pecado en el orden de la creación original? "El
alma que pecará, ésa morirá" (Eze. 18:4). En la creación, todo pecado es
considerado digno de muerte. Todo pecado es una ofensa capital. En la creación
Dios no estaba obligado a damos el don de la vida.
El no tiene deuda con nosotros. El regalo de
la vida viene por su gracia, y permanece bajo su autoridad divina. La
responsabilidad dada a la humanidad en la creación es dar testimonio de la
santidad de Dios, llevar su imagen. Fuimos hechos para ser el espejo y el
reflejo de la santidad de Dios. Somos hechos para ser sus embajadores. Dios
puso a Adán y Eva a prueba y les dijo, "Si ustedes pecan, morirán."
El pecado trajo la pérdida del don de la vida. El derecho a vivir es cancelado
por el pecado. Cuando alguien peca renuncia a cualquier reclamo sobre Dios para
existir.
Ahora la gran pregunta: ¿Cuándo se había de
exigir la pena por el pecado en la creación? ¿Acaso dijo Dios, "Si tu
pecas, algún día morirás"? ¡No! La pena por el pecado fue claramente
expresada por Dios: "Porque el día que de él comieras, ciertamente
morirás" (Gén.2:17). En la creación la pena por el pecado no era sólo la
muerte, sino la muerte instantánea, el mismo día; tan inmediata como la de
Nadab y Abiú; tan repentina como la de Uza; tan rápida como la de Ananías y
Safira. “El día que peques ciertamente morirás” Muchos comentaristas han
tratado de suavizar las advertencias divinas interpretando la
"muerte" de Génesis 2 como una especie de muerte espiritual. Eso no
es lo que dice el texto.
La advertencia del castigo de muerte que Dios
dio, fue la muerte real en el sentido completo de la palabra. Por cierto, Adán
y Eva murieron espiritualmente ese mismo día, pero Dios tuvo misericordia de
ellos en términos de la medida total del castigo. Se dice que "la justicia
retrasada es justicia denegada." Pero no siempre. En el caso de la
creación y la caída del hombre, la medida total de la justicia fue retrasada,
para que la gracia tuviera tiempo de actuar. Aquí, el retraso de la justicia no
fue una negación de la justicia, sino el establecimiento de la gracia y la
misericordia. Sin embargo, la pena de muerte fue impuesta y aún está vigente.
Toda la gente muere. Podemos vivir hasta cierto número de años y después morir.
Pero moriremos porque estamos bajo la pena de muerte por el pecado.
Todos estamos sentados en la lista de los
sentenciados a muerte esperando la ejecución. El más grande asesino en masa de
la historia no fue Adolfo Hitler o José Stalin, sino la naturaleza. Todos caen
víctimas de la naturaleza, la cual no opera independiente de Dios. La
naturaleza es meramente la vengadora de un Dios santo.
¿Fue injusto que Dios dijera a Adán y a Eva
que morirían cuando pecaran? Fíjese. ¿Fue malo que Dios impusiera la pena de
muerte por el pecado? Si dices que sí, ten cuidado porque te estás expresando
de en una forma caída y pecaminosa que te expone a la pena de muerte. Si dices
que sí, estás afrentando el carácter de Dios. Si dices que sí, estás haciendo
violencia a su santidad. Si dices que sí, estás atacando al Juez justo de toda
la tierra. Si dices que sí, jamás has entendido lo quo es el pecado. No tenemos
que decir que sí. Tenemos que decir no" y decirlo con convicción. ¿Es
injusta la pena de muerte por el pecado? De ninguna manera. Recordemos que Dios
nos creó voluntariamente y nos dio el más elevado privilegio de llevar su
imagen. El nos hizo un poco menos que los ángeles. Nos dio el dominio de toda
la tierra. Nosotros no somos tortugas, ni luciérnagas, ni gusanos, ni coyotes.
Somos personas.
Además llevamos la imagen del santo y
majestuoso Rey del cosmos. Nosotros no hemos usado el regalo de la vida para el
propósito que Dios quería. La vida en este planeta ha llegado a ser el lugar
donde diariamente cometemos una traición cósmica. Nuestro crimen es mucho más
serio y destructivo que el de un traidor político. Ningún traidor a la patria o
al rey ha cometido una traición tan perversa como la que nosotros cometemos
delante de Dios. El pecado es una traición cósmica en contra de un Soberano
puro y perfecto. Es un acto de suprema ingratitud hacia aquél a Quien le
debemos todo, a quien nos ha dado la vida misma. ¿Ha considerado usted alguna
vez las profundas implicaciones del menor de los pecados, del más diminuto
pecadillo?
¿Qué le estamos diciendo a nuestro Creador
cuando le desobedecemos en lo más pequeño? Le estamos diciendo no a su
justicia, le estamos diciendo, "Dios, tu ley no es buena; mi juicio es
mejor que el tuyo; tu autoridad no tiene que ver conmigo, yo estoy por encima y
más allá de tu jurisdicción, yo tengo el derecho de hacer lo que quiera, no lo
que tú me mandes." El pecado más pequeño es un acto de desafío contra la
autoridad cósmica. Es un acto rebelde en el cual nos ponemos en oposición a
Quien se lo debemos todo. Es un insulto a su santidad. Nos convierte en falsos
testigos de Dios. Cuando pecamos, siendo portadores de la imagen de Dios, le
estamos diciendo a la creación entera, a toda la naturaleza bajo nuestro
dominio, las aves del cielo y a las bestias del campo: "Así es Dios. Así
es como el Creador se comporta. Miren en este espejo; mírennos y verán el
carácter del Todopoderoso." Le decimos al mundo, "Dios es codicioso,
cruel, amargado, homicida, ladrón, mentiroso, adúltero. Dios es todas estas
cosas que nosotros hacemos."
Cuando la gente se une en el pecado, ellos
hablan de "reyes y reinos." Es la peor conspiración. Nosotros
pretendemos la corona y conspiramos contra el trono diciéndole a Dios,
"Nosotros no queremos que tú reines sobre nosotros." El salmista lo puso
así: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se
levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová
y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus
cuerdas. (Salmo 2: 1-3) Cuando pecamos, no sólo cometemos traición contra Dios,
sino que también para con nuestros semejantes. El pecado viola a la gente.
No hay nada abstracto acerca de ello. Con mi
pecado yo hiero seres humanos, lastimo su personalidad, los despojo de sus
bienes, arruino su reputación, les robo su calidad preciosa de vida, desmenuzo
sus sueños y aspiraciones de ser felices, y demás calamidades. Cuando deshonro
a Dios, deshonro a toda la gente que es hecha a su imagen. ¿Es entonces extraño
que Dios tome el pecado tan seriamente? Hans Küng, el controversial teólogo
católico-romano, escribiendo acerca de los aparentes severos juicios de Dios en
el antiguo testamento, dice que el aspecto más misterioso del pecado no es que
el pecador merezca morir, sino que el pecador siga viviendo en la mayoría de
los casos. Küng hace la pregunta correcta.
El problema no es por qué Dios castiga el
pecado, sino por qué El permite que la rebelión humana continúe. ¿Qué príncipe,
rey o gobernante desplegaría tanta paciencia con una población tan continuamente
rebelde? La clave para la observación de Küng es que él habla de pecadores que
siguen sobreviviendo en el caso común; es decir, que es usual en Dios que El
sea condescendiente. Por cierto, El es paciente, tolerante, y lento para la
ira. De hecho, El es tan lento para airarse que cuando su ira se desata, nos
escandalizamos y nos ofendemos por ello.
Con ligereza, nosotros olvidamos que la
paciencia de Dios es para guiarnos al arrepentimiento, para damos más tiempo
para la salvación. En lugar de aprovechar su paciencia, viniendo humildemente a
El para ser perdonados, abusamos de esa gracia para cometer más pecado, y cada
vez más grande en insolencia. Nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que a
Dios no le importa nuestro pecado o que no puede castigamos. La necedad suprema
es cuando pensamos que a pesar de nuestra rebelión saldremos bien librados. De
manera que, lejos de ser la historia de un Dios cruel, el antiguo testamento es
el registro de un Dios que es extremamente paciente; pues, es la historia de un
pueblo de cerviz dura que se revelo repetidamente contra Dios.
Cuando este pueblo fue esclavo en tierra
extraña y clamó a Dios, El escuchó sus gemidos y lo redimió. Les partió el mar
Rojo para sacados de su esclavitud y ellos respondieron adorando a un becerro
de oro.
Pero aún tenemos que resolver la difícil
pregunta de lo que sucedió en la conquista de Canaán. Allí, Dios mandó
explícitamente la masacre de hombres, mujeres y niños. Israel poseyó la tierra
prometida con espada y sangre, sangre de niños y mujeres. Fue Dios quien dio la
orden directa para este baño de sangre: Cuando Jehová tu Dios te haya
introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de
delante de ti a muchas naciones, al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo,
al ferezeo, al heveo y al jebuseo, siete naciones mayores y más poderosas que
tú, y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las hayas derrotado,
las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas
misericordia. (Deut.7:1-2) ¿Por qué dio Dios ese mandato? ¿Cómo pudo haber
ordenado la masacre de mujeres y niños? Aquí de nuevo encontramos intentos
modernos para suavizar estos eventos.
Un curso de estudios para estudiantes de
escuela superior preparado por una gran organización cristiana en los Estados
Unidos explica que a la luz de la revelación del amor de Dios en el nuevo
testamento, sabemos que Dios jamás,- ordenó algo tan violento. El antiguo
testamento es solamente el registro de un grupo de guerreros Hebreos primitivos
que trataron de justificar sus prácticas crueles, atribuyéndoselas al mandato
divino. Los escritores del curso no creyeron que Dios hubiese dado jamás ese
mandamiento. Para ellos, fue el caso de una intrusión de mitología dentro del
registro bíblico. Pero tales interpretaciones pasan por alto algunos aspectos
vitales del asunto. Primero, hay un precedente histórico mucho más severo que
el de la conquista de Canaán que es el diluvio.
En el diluvio Dios destruyó la población
entera del mundo excepto a Noé y su familia. El diluvio fue un "conquista
de Canaán" a gran escala. Segundo y más importante, esta interpretación no
entiende la naturaleza del pecado. La suposición de los comentaristas es que
Dios arrasó con gente inocente en Canaán. Pero de la multitud de mujeres y
niños viviendo en Canaán, ninguno era inocente. La conquista de Canaán fue una
expresión explícita del justo juicio de Dios sobre una nación perversa. El le
aclaró este punto a Israel, y también les aclaró que ellos tampoco eran inocentes.
No fue como si Dios hubiese destruido a un pueblo perverso por causa de un
pueblo justo. Dios derramó su justicia sobre los cananeos, pero sobre los
judíos derramó su misericordia. El fue claro en advertirle y recordarles a los
judíos estas sentencias:
No pienses en tu corazón cuando Jehová tu
Dios los haya echado de delante de ti, diciendo: Por mi justicia me ha traído
Jehová a poseer esta tierra; pues por la impiedad de estas naciones Jehová las
arroja de delante de ti. No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón
entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones
Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que
Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Por tanto, sabe que no es por
tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque
pueblo duro de cerviz eres tú. (Deut. 9:4-6) Tres veces en este pasaje Dios le
recordó al pueblo de Israel que no fue por su justicia que El derrotó a los
cananeos. El quería dejar esto claro para que Israel no fuera tentado a pensar
que Dios estaba "de parte de ellos" por ser mejores que las naciones
paganas.
El anuncio de Dios hizo imposible esta
inferencia. La santidad de Dios es la esencia de la conquista de Canaán. Fue
por Santidad que este acto fue ordenado. Por un lado Dios actuó para castigar
el insulto a su santidad que era perpetuado diariamente por los cananeos. Por
el otro, "El estaba preparando una tierra y una nación para un propósito
santo. Dios mandó que no fuese mostrada misericordia hacia los habitantes de la
tierra. Su explicación fue esta: Tampoco te unirás en matrimonio con ninguna de
esas naciones; no darás tus hijas a sus hijos ni tomarás sus hijas para tus
hijos, porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses.
Entonces la ira del Señor se encenderá contra ti y te destruirá de inmediato.
"Esto es lo que harás con esas naciones: Destruirás sus altares, romperás
sus piedras sagradas, derribarás sus imágenes de la diosa Aserá y les prenderás
fuego a sus ídolos.
Porque para el Señor tu Dios tú eres un
pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos
los pueblos de la tierra. (Deu 7:3-6 NVI) Dios no escogió a Israel porque era
una nación santa. El la escogió para hacerla santa.: Israel fue llamada -a ser
santa en dos sentidos. Por un lado estaba llamada a ser diferente, a ser
apartada como un vehículo para el plan redentor de Dios. Por el otro, estaba
llamada a ser santa en el sentido de ser purificada. Las prácticas paganas
debían estar ausentes de Israel.
Los israelitas iban a ser santificados
acercándose a Dios, y la salvación para las naciones vendría a través de ellos.
La tierra prometida sería el lugar de donde procedería el Mesías. No había
espacio para los santuarios o los ritos paganos. Dios ordenó que la región
fuese arrasada, a fin de purgar la tierra para la salvación futura. Hemos
tratado los problemas de los actos de justicia divina que se encuentran en el
antiguo testamento.
Hemos procurado mostrar que la justicia de
Dios no fue caprichosa, ni sin causa. Pero tenemos que agregar que no hay
conflicto entre el Dios del antiguo y el del nuevo testamento. Fue el Dios del
Antiguo Testamento a quien Cristo llamó, "Padre." Fue el Dios de
Abraham, Isaac y Jacob, quien de tal manera amó al mundo, que envió a su único
Hijo para redimirlo. La comida y la bebida de Jesús fue hacer la voluntad de
este Dios. Fue el celo por este Dios lo que consumió a Cristo, el Dios que mató
a Nadab, Abiú y a Uza. El mismo Dios que destruyó al mundo con un diluvio, es
el mismo que derrama las lluvias de su gracia sobre nosotros.
El falso conflicto entre los dos testamentos
puede ser visto en el más brutal acto de la venganza divina jamás registrado en
la Escritura. No se encuentra en el antiguo, sino en el nuevo testamento. La
más violenta expresión de la ira y la justicia de Dios se pueden ver en la
cruz. Si alguien ha tenido razones para quejarse de injusticia, fue Jesús. El
fue el único hombre inocente al que Dios ha castigado. Si nos tambaleamos ante
la ira de Dios, tambaleémonos ante la cruz. Es aquí donde nuestro asombro debe
estar enfocado. Si tenemos causa para indignamos moralmente, dirijamos esa
indignación hacia el Gólgota.
La cruz fue a la vez el ejemplo más horrible
y el mas hermoso de la ira de Dios. Fue el acto más justo y más lleno de gracia
en la historia. Dios hubiera sido más que injusto, hubiera sido diabólico en
castigar a Jesús, si Jesús no hubiese estado dispuesto a tomar sobre sí los pecados
del mundo. Una vez que Cristo se hizo voluntariamente el Cordero de Dios,
cargando nuestros pecados, entonces El se convirtió en la cosa más vil y
grotesca sobre este planeta. Con la carga de nuestro pecado que El cargó, se
hizo completamente repugnante al Padre. Dios derramó su ira sobre esta cosa
obscena.
Dios hizo a Cristo maldito por el pecado que
El llevaba. Aquí fue donde la justicia de Dios se manifestó perfectamente, y
todo fue hecho por nosotros. Pues El tomó lo que la justicia demandaba de
nosotros. Este aspecto, "por nosotros", es lo que despliega la
majestad de la gracia de la cruz, en donde se manifestó al mismo tiempo la
gracia y la justicia, la ira y la misericordia. Es demasiado extraordinario
para comprenderlo. Nosotros nos sobrecogemos ante la justicia de Dios porque su
expresión es tan inusual. Como Küng observó, el curso usual de Dios es de
gracia. De manera que la gracia ya no nos asombra.
Nos hemos acostumbrado a ella. La damos por
hecho. Tal vez la mejor ilustración de esto se encuentra en las enseñanzas de
Jesús: En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los
galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.
Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron
tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si
no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los
cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¡,pensáis que eran más culpables que
todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. (Lucas 13:1-5)
Esta es una de las más difíciles
"palabras duras" de Jesús. La pregunta es, ¿Qué hay de la gente que
Pilato masacró, o de los inocentes que murieron cuando se cayó la torre en
Siloé? ¿Estaba Dios en estos eventos? La pregunta era, ¿Cómo podía Dios
permitir que estas cosas sucedieran? En realidad esta pregunta era una
acusación disimulada. El conflicto como siempre era, ¿Cómo puede Dios permitir que
gente inocente sufra?
Nosotros podemos escuchar las protestas
implicadas en esta pregunta. Las dieciocho personas inocentes estaban caminando
en la calle, ocupadas de sus propios asuntos. Ellos no estaban interrumpiendo a
los constructores de la torre. No estaban huyendo después de haber robado un
banco. Sólo estaban allí, en el lugar equivocado en el momento equivocado, y
sufrieron las consecuencias de un fatal accidente. Note la respuesta de Jesús.
El no dijo, "Siento mucho escuchar de esta tragedia. Estas cosas suceden y
no hay mucho que decir. Fue la mala suerte; fue un accidente.
Como buenos cristianos debemos aprender a
aceptar lo bueno y lo malo. Sean firmes, pues yo les he enseñado que el que
guarda a Israel no se duerme. Pero eso es en realidad una declaración poética
un poquito exagerada. ¿No se dan cuenta qué difícil es para mi Padre controlar
el universo? Es cansado; de vez en cuando El tiene que tomar una siesta. La
tarde que sucedió esto, El estaba muy cansado y cabeceó un poco, y estando adormitado
la torre se cayó. Lo siento, le voy a hablar a El de su dolor y le diré que sea
un poco más cuidadoso en el futuro." Jesús no dijo, "Yo sé que les he
dicho que mi Padre controla la caída de los pajarillos y tiene contados los
cabellos de nuestra cabeza. ¿No se dan cuenta cuántos pajarillos hay volando
por allí? ¡Y los cabellos en su cabeza! La tarde que la torre se cayó mi Padre
estaba ocupada contando los cabellos de un hombre con mucho pelo. El estaba tan
concentrado en la cabeza de este individuo que no se dio cuenta de la caída de
la torre.
Le voy a sugerir que ponga sus prioridades en
orden y no use demasiado tiempo con los pajarillos y el cabello." No, en
lugar de eso, Jesús reprendió a la gente por asombrarse de lo que no debía. El
les dijo, "Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente." En
efecto, Jesús les estaba diciendo: "Ustedes están haciendo la pregunta
equivocada. Lo que deberían estar preguntando es, '¿Por qué la torre no cayó
sobre mi cabeza?"'. En dos décadas de enseñar Teología, muchos estudiantes
me han preguntado por qué Dios no salva a todos. Sólo en una ocasión un
estudiante vino y me dijo, "Hay algo que no puedo explicarme. ¿Por qué
Dios me salvó a mí?"
A nosotros no nos sorprende que Dios nos haya
redimido. Muy profundamente dentro de nosotros, en la cámara secreta de nuestro
corazón, pensamos que Dios tiene que tener misericordia de nosotros. El cielo
no sería lo mismo si nosotros estuviésemos excluidos de él. Sabemos que somos
pecadores, pero no tan malos como podríamos serlo. Hay suficientes cualidades
para redimir en nuestra personalidad, que si Dios es realmente justo, El nos
incluirá entre los salvos. Lo que nos asombra es la justicia, no la gracia.
Nuestra tendencia a asumir que merecemos la
gracia fue poderosamente demostrada mientras enseñaba a estudiantes
universitarios. Yo enseñaba un curso del antiguo testamento a doscientos
cincuenta estudiantes en una universidad cristiana. El primer día de clases
expliqué cuidadosamente las tareas del curso. Por experiencia sé que los
reportes escritos requieren una elaboración especial. Así, este curso ameritaba
tres reportes cortos. Acto seguido, expliqué a los estudiantes que el primero
debía estar en mi escritorio el último día de septiembre por la tarde. No
habría extensiones, excepto para estudiantes hospitalizados o bien para casos
de esa índole. Si este reporte no se entregaba a tiempo, el estudiante
recibiría un cero. Los estudiantes dijeron haber entendido los requerimientos.
El último día de septiembre, doscientos veinticinco
estudiantes me entregaron sus reportes, otro:; veinticinco se pararon frente a
mí, temblando aterrorizados y llenos de remordimiento. Ellos exclamaron,
"Oh profesor Sproul, lo sentimos mucho, no organizamos nuestro tiempo
adecuadamente, y todavía no nos hemos ajustado a la universidad, por favor no
nos dé un cero, denos una extensión." Yo cedí. "Muy bien," les
dije, "Les daré una oportunidad en esta ocasión, pero recuerden que la
próxima tarea es para el último día de octubre." Los estudiantes me
agradecieron profusamente e hicieron solemnes promesas de ser puntuales para su
próxima tarea.
Cuando vino el último día de octubre,
doscientos estudiantes vinieron con sus reportes. Cincuenta vinieron con las
manos vacías. Se veían nerviosos, pero no con pánico. Cuando les pregunté por
sus reportes, se mostraron contritos: "Oh, profesor, fue una semana de
fiesta. Además es la época de exámenes y hemos tenido otras tareas en otras
clases. Por favor denos otra oportunidad. Le prometemos que no volverá a suceder."
Una vez más accedí y les dije, "Está bien, pero ésta es la última vez. Si
se retrasan para su próxima tarea les daré un cero. No excusas, no lamentos -
cero. ¿Está claro?" "Oh, sí profesor, es usted maravilloso."
Espontáneamente la clase comenzó a cantar, "Lo amamos profesor Sproul, oh
sí, lo amamos." Me convertí en el señor Popularidad. ¿Pueden imaginarse lo
que sucedió el último día de noviembre? Exacto. Ciento cincuenta estudiantes
vinieron con sus reportes. Los otros cien entraron a la clase completamente
indiferentes. "¿Dónde están sus reportes?" les pregunté. Un
estudiante respondió, "Oh, no se preocupe profesor, estamos trabajando en
ellos. Se los traeremos en un par de días. No se afane." Yo tomé mi mortal
libro negro de calificaciones y comencé a llamarlos por sus nombres.
"Johnson, ¿tienes tu reporte?" "No señor," fue la
respuesta. "Cero," dije, mientras escribía la calificación en 'el
libro. "Muldaney, ¿tiene tu reporte?" De nuevo, "No señor,"
fue la respuesta. Anoté otro cero en el libro. Los estudiantes reaccionaron con
furia incontrolable. Lamentaron, protestaron y gritaron, "¡Eso no es
justo!".
Miré a uno de los estudiantes protestadores y
le pregunté, "Lavery, ¿piensas tú que esto no es justo?"
"Sí," respondió. "Ya veo. ¿Es justicia lo que quieres? Me parece
que tú entregaste tarde tu reporte la última vez. Si insistes en recibir justicia,
la recibirás. No te voy a dar un cero sólo por este reporte, sino también por
el anterior. " Los estudiantes se quedaron petrificados. El no tuvo más
argumentos, se disculpó por precipitarse y repentinamente se mostró feliz de
tener un cero en lugar de dos. Los estudiantes habían tomado fácilmente mi
misericordia como obligatoria, asumiendo que se la merecían. Cuando de repente
la justicia llegó, no estaban preparados y se sintieron conmocionados e
indignados. Esto fue sólo después de dos dosis de misericordia en el espacio de
dos meses.
Normalmente, la actividad de Dios conlleva
más misericordia de la que yo mostré con mis estudiantes. La historia del
antiguo testamento cubre cientos de años. Durante este tiempo, Dios fue
repetidamente misericordioso. Cuando su juicio divino cayó sobre Nadab o Uza,
la respuesta fue conmoción e indignación. Una vez que nos acostumbramos a que
Dios sea misericordioso, el próximo paso es fácil: la demandamos. Cuando ésta
no llega, nuestra primera respuesta es enojo contra Dios, aunado a la protesta:
"Eso no es justo. " Olvidamos rápidamente que con nuestro primer
pecado hemos renunciado a todos los derechos del regalo de la vida, que el
tener aire para respirar por la mañana es un acto de misericordia divina. Dios
no me debe nada. Yo le debo a El todo. Si El permite que una torre caiga sobre
mi cabeza, yo no puedo reclamar injusticia. Uno de nuestros problemas básicos
es la confusión de la justicia con la misericordia. Vivimos en un mundo donde
suceden las injusticias.
En algún momento, todos hemos sido víctimas
de injusticias a manos de otras personas. La gente se relaciona una a la otra
con injusticia. Una cosa es cierta: no importa cuanta injusticia haya yo
recibido de manos de otra persona, yo nunca he sufrido la más mínima injusticia
de la mano de Dios. Supongamos que una persona me acusa falsamente de robar
dinero, y soy arrestado y llevado a la prisión. Humanamente he sido víctima de
una gran injusticia y tengo todo el derecho de clamar a Dios y pedirle
reivindicación en este mundo. Puedo quejarme de haber sido perseguido
falsamente. Dios está airado con la gente que me ha puesto injustamente en la
prisión y promete reivindicarme algún día. Las injusticias son reales y suceden
todos los días en este mundo.
Pero todas estas injusticias que sufrimos son
de naturaleza horizontal. Ellas suceden entre los personajes de este mundo. Sin
embargo, mas allá y por encima de este mundo está el gran Juez de todos. Mi
relación con El es vertical. En términos de esa relación vertical, yo nunca
sufro injusticia. Aunque la gente me maltrate, Dios nunca lo hace. El hecho de
que Dios permita a una persona tratarme injustamente es justo de parte de Dios.
Aunque yo puedo quejarme con Dios acerca de esta injusticia humana, horizontal,
que he sufrido, yo no puedo acusar a Dios de cometer una injusticia vertical
por permitir que tal injusticia caiga sobre mí. Dios sería perfectamente justo
si permitiere que arrojaran en una prisión de por vida por un crimen que yo no
cometí.
Yo puedo ser inocente delante dé otra gente,
pero soy culpable delante de Dios. Con frecuencia culpamos a Dios por las
injusticias hechas contra nosotros y abrigamos en nuestras almas la amarga
sensación de que Dios no ha sido justo con nosotros. Aun si reconocemos que El
es un Dios de gracia, pensamos que no lo ha sido lo suficiente con nosotros.
Pensamos que merecemos más. Por favor, fíjese en esta oración de nuevo:
Nosotros pensamos que merecemos más gracia. ¿Cuál es el problema con esta
oración? Gramaticalmente está bien. Pero hay algo terriblemente equivocado con
su contenido y significado. Es imposible que alguien, en algún lugar, en algún
momento merezca la gracia.
La gracia es por definición inmerecida tan
pronto como hablamos de merecer algo, ya no estamos hablando de gracia sino de
justicia. Sólo la justicia puede ser merecida. Dios nunca está obligado a ser
misericordioso. La misericordia y la gracia tienen que ser voluntarias o ya no
son misericordia y gracia. Dios nunca debe gracia. El nos recuerda más de una
vez: "Tendré misericordia de quien yo tenga misericordia" (Ex.
33.19). La misericordia es una prerrogativa divina. Dios se reserva para sí
mismo el supremo derecho de otorgar clemencia. Suponga que diez personas
cometen el mismo pecado. Suponga que Dios castiga a cinco de ellos y tiene misericordia
de los otros cinco. ¿Es esto injusticia? ¡No! En este caso, cinco personas
reciben justicia y cinco misericordias. Ninguno recibe injusticia. Lo que
nosotros usualmente asumimos es esto: si Dios es misericordioso con cinco,
tiene que ser igualmente misericordioso con los otros cinco. ¿Por qué? El nunca
está obligado a ser misericordioso. Si El tiene misericordia de nueve personas
entre diez, la décima no puede reclamar ser víctima de injusticia. Dios nunca
le debe misericordia a nadie.
Dios no está obligado a tratar a toda la
gente de la manera. Tal vez sería bueno decir esto de nuevo: Dios no está
obligado a tratar a toda la gente de la misma manera. Si El alguna vez fuese
injusto con nosotros, tendríamos razón para quejamos. Pero simplemente porque
le otorga su misericordia a mi vecino, yo no puedo reclamar que Ella tenga
conmigo. De nuevo, debemos enfatizar que la misericordia siempre es voluntaria.
"Tendré misericordia de quien yo tenga misericordia. "
Lo único Que yo puedo recibir de Dios es
justicia o misericordia. Yo nunca recibiré injusticia de su mano. Nosotros
podemos pedir que Dios nos ayude a obtener justicia de las manos de otra gente,
pero sería absolutamente descabellado pedirle que nos haga justicia El mimo. Yo
advierto a mis estudiantes: "Jamás le pidan a Dios justicia - podrían
conseguirla." Es la confusión entre la justicia y la misericordia, la que
nos hace encogemos de horror cuando leemos las historias de Nadab, Abiú y Uza.
Cuando la justicia de Dios cae, nos sentimos ofendidos porque pensamos que Dios
nos debe perpetua misericordia. Pero no debemos tener su gracia como algo
obligatorio. Nunca debemos perder la capacidad de maravillarnos por su gracia.
Nosotros cantamos el himno, Sublime Gracia, pero cuya letra tendemos a tornar
así, Asombrosa Justicia, aguda y cruel Que a este santo hirió; Si soy tan
bueno, absurdo fue, La torre en mi cayó! Recuerdo haber predicado un
"sermón de práctica" en mi clase de predicación en el seminario. En
este sermón yo estaba exaltando las maravillas de la gracia de Dios. Como dice
el himno, yo hablé de la "gracia de Dios, infinita gracia."
Al final de mi sermón el profesor me
preguntó, "Sr. Sproul, de donde sacó usted la idea de que la gracia de
Dios es infinita? ¿Acaso no hay límite para la gracia?" Tan pronto como me
hizo esa pregunta, yo supe que había un problema. Le cité las estrofas y las
líneas del himno que me enseñaba eso, pero de ninguna manera pude encontrar
ningún verso bíblico que enseñara que la gracia de Dios es infinita. La causa
por la cual no encontré ese versículo para apoyar mi afirmación, es porque no
hay ninguno. La gracia de Dios no es infinita. Dios es infinito es lleno de
gracia. Nosotros experimentamos la gracia de un Dios infinito, pero la gracia
no es infinita. Dios ha puesto límites a su paciencia y tolerancia. El nos
advierte una y otra vez que algún día el hacha caerá y su juicio será
derramado. Puesto que nuestra tendencia es a asumir que la gracia siempre tiene
que demostrarse, yo supongo que Dios vio la necesidad de recordamos, de vez en
cuando, que su gracia no debe ser asumida.
En ciertos momentos, raros y dramáticos,
muestra el terrible poder de su justicia. El mató a Nadab y a Abiú, mató a Uza,
ordenó la masacre de los cananeos, como si estuviera diciendo, "Tengan cuidado.
Mientras ustedes disfrutan los beneficios de mi gracia, no se olviden de mi
justicia. No olviden la gravedad del pecado. Recuerden que yo soy santo."
Permitiendo que la Santidad de Dios toque Nuestras Vidas: Mientras que
reflexiona sobre lo que ha aprendido y redescubierto acerca de la santidad de
Dios, responda estas preguntas. Use un diario para registrar sus respuestas o
discútalas con un amigo:
1. ¿De qué modo lo atemoriza la justicia de
Dios? ¿De qué manera le consuela?
2. ¿Cuál es su respuesta cuando usted se da
cuenta que merece morir por causa de su pecado?
3. ¿Cuál es su respuesta cuando se da cuenta
que la justicia de Dios exigió la muerte de Cristo por usted?
4. ¿De qué manera le ha mostrado Dios su
misericordia?
CAPITULO 7: PAZ & GUERRA CON UN
DIOS SANTO
Si el hombre no está hecho para Dios ¿por qué
sólo en Dios es feliz? Si el hombre es hecho para Dios ¿por qué es tan opuesto
a Dios? BLAISE PASCAL El registro bíblico contiene historias de
hombres y mujeres que han luchado con Dios. El nombre Israel significa "el
que pelea con Dios." Dios es santo, trascendente, superior a nosotros; sin
embargo, es un Dios con el cual podemos luchar. En tal contienda, la meta no es
la guerra final, sino la paz final. Y algunos la han encontrado.
En este capítulo, miraremos ejemplos de
personas que han ido al cuadrilátero con Dios y han salido con paz. Veremos a
Jacob, a Job, a Habacuc y a Saulo de Tarso. Luego examinaremos lo que significa
estar en paz con Dios. Jacob fue un bribón. Su nombre significa
"suplantador." Engañó a su padre, le hizo fraude a su hermano, y se
alió en una impía conspiración con su madre. Es duro imaginarse que el hijo de
Isaac y el nieto de Abraham pudieran ser tan corruptos. Pero en el curso de su
vida, Jacob atravesó por una radical transformación. Comenzó en Betel: Salió,
pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió
allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y
puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar. (Génesis 28:10-11) Viajar en la
antigua Palestina era con frecuencia una aventura arriesgada. La noche estaba
llena de peligros de ladrones y bestias salvajes. En la ruta de Jacob no había
lugares donde él pudiera alojarse. Cuando el sol se ocultó, acampó bajo las
estrellas y usó una piedra como almohada. Esa noche tuvo un sueño que estaba
destinado a cambiar su vida:
Allí soñó que había una escalinata apoyada en
la tierra, y cuyo extremo superior llegaba hasta el cielo. Por ella subían y
bajaban los ángeles de Dios. En el sueño, el Señor estaba de pie junto a él y
le decía: "Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y de tu padre
Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra sobre la que estás acostado.
Tu descendencia será tan numerosa como el polvo de la tierra. Te extenderás de
norte a sur, y de oriente a occidente, y todas las familias de la tierra serán
bendecidas por medio de ti y de tu descendencia. Yo estoy contigo. Te protegeré
por dondequiera que vayas, y te traeré de vuelta a esta tierra. No te
abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido." (Gen 28:12-15
NVI) La "escalera de Jacob" que
vio en su sueño, sirvió como un puente entre el cielo y la tierra. Hasta ese
momento Jacob no tenía relación con las cosas celestiales.
El tenía una profunda conciencia de la
ausencia de Dios. Parece extraño que un hijo de Isaac, nieto de Abraham fuera
tan "secular." Abraham había hablado con Dios. Seguramente el joven
Jacob se había sentado alrededor de las fogatas y escuchado las historias de su
padre y su abuelo. El tuvo que haber conocido acerca del mandato de Dios a
Abraham para sacrificar a Isaac sobre un altar en el monte Moria. Jacob vivió
una vida mundana. Las conversaciones sobre asuntos celestiales le habían hecho
muy poca impresión. Su mente estaba fija en la tierra. Hasta donde él sabía,
había una brecha sin puente entre el cielo y la tierra. Si había un Dios, era
tan remoto, tan absolutamente trascendente que no tenía relevancia en su vida.
Este. Dios de quien sus padres hablaban era demasiado alto para alcanzarlo,
hasta que tuvo el sueño. El sueño era de una escalera, un punto de contacto
entre lo santo y lo profano. Sobre la escalera Jacob vio ángeles ascendiendo y
descendiendo del cielo hacia la tierra y viceversa. El tráfico era continuo.
En el tope de la escalera Jacob vio la figura
de Dios quien le habló confirmándole la promesa que les había hecho
anteriormente a Abraham y a Isaac. Esa promesa continuaría por las futuras
generaciones pasando a través de él, convirtiéndolo así en el transmisor del
pacto que Dios había jurado. Dios prometió estar con Jacob dondequiera que él
fuera, hasta que las promesas se cumpliesen. ¿Qué le sucedió a la escalera de
Jacob? La imagen desapareció virtualmente de la historia del antiguo
testamento. Pasaron los siglos sin que se le mencionara. Repentinamente,
apareció de nuevo en el nuevo testamento: Felipe buscó a Natanael y le dijo:
--Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió
Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas. ¡De Nazaret! ¿Acaso de
allí puede salir algo bueno? --replicó Natanael. Ven a ver le contestó Felipe.
Cuando Jesús vio que Natanael se le acercaba, comentó: Aquí tienen a un
verdadero israelita, en quien no hay falsedad. ¿De dónde me conoces? le
preguntó Natanael. Antes que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la
higuera, ya te había visto. --Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de
Israel! declaró Natanael. ¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas
debajo de la higuera? ¡Vas a ver aun cosas más grandes que éstas! Y añadió:
--Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles
de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. (John 1:45-51 NVI)
Las palabras de Jesús a Natanael fueron
radicales. En esta con-versación El declaró que El mismo es la escalera de
Jacob. El es el puente entre el cielo y la tierra; es El que cierra el abismo
entre el Trascendente y los simples humanos. Los ángeles de Dios ascienden y
descienden sobre El, y hace que el Dios ausente se haga presente entre
nosotros. ¿Fue esto lo que Jacob vio indistintamente en forma de penumbra?
Cuando Jacob despertó de su sueño, estaba conmocionado. Fue sobrecogido por el
poder de esta visión nocturna: Al despertar Jacob de su sueño, pensó: “En
realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta." Y
con mucho temor, añadió: “¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la
casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!" (Gen 28:16-17 NVI) El nombre del
lugar donde Jacob tuvo su sueño llegó a ser conocido como Betel. En hebreo, la
palabra Betel significa "casa de Dios." Allí no había tabernáculo,
templo o iglesia. Jacob le llamó la casa de Dios, porque allí el Santo se reveló
a sí mismo.
Las palabras de Jacob con típicas de la forma
en que la cultura contemporánea se siente. La nuestra es época en que la gente
siente la ausencia de Dios. No vemos zarzas ardientes, pilares de fuego, ni
Cristos encarnados caminando entre nosotros. Nos sentimos abandonados, lanzados
a las aguas de un universo hostil, o aún peor, indiferente. Parece que
estuviésemos encerrados en un mundo en el cual no hay salida, ni escalera para
las estrellas. Jacob sintió lo mismo hasta que tuvo este sueño. Sus palabras
son relevantes para nuestros días: "Ciertamente Jehová está en este lugar
y yo no 'lo sabía." Dios había estado allí todo el tiempo. El no estaba
lejos de Jacob, pero Jacob había vivido toda su vida sin estar consciente de su
presencia.
Esta trágica ignorancia de la presencia de
Dios es escenificada diariamente en la vida de millones de personas en nuestros
días. Dios esta aquí, pero nosotros estamos ajenos. En el momento en que nos
hacemos conscientes de su divina presencia, también comienza el más profundo
conflicto personal que una persona puede experimentar. El sueño no fue el fin
del conflicto de Jacob. Fue el principio de un conflicto que habría de
permanecer, y desde ese momento en adelante, el comenzó a luchar por su propia
alma. "¡Cuán terrible es este lugar" Esta fue la respuesta de Jacob
al encontrarse en la casa de Dios. Normalmente la gente no se siente así en la
iglesia. No hay sentido de asombro al estar en la presencia de Uno que nos hace
temblar. La gente asombrada nunca se queja de estar aburrida en la iglesia. Los
académicos no se ponen de acuerdo sobre el momento preciso de la conversión de
Jacob. Algunos dicen que fue en Betel; otros, que fue más tarde, cuando tuvo su
terrible y decisiva lucha con Dios:
Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a
sus dos esposas, a sus dos esclavas y a sus once hijos, y cruzó el vado del río
Jacob. Una vez que lo habían cruzado, hizo pasar también todas sus posesiones,
quedándose solo. Entonces un hombre luchó con él hasta el amanecer. Cuando ese
hombre se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la coyuntura de
la cadera, y ésta se le dislocó mientras luchaban. Entonces el hombre le dijo:
¡Suéltame, que ya está por amanecer! ¡No te soltaré hasta que me bendigas!
Respondió Jacob. ¿Cómo te llamas? Le preguntó el hombre. Me llamo Jacob
respondió. Entonces el hombre le dijo: Ya no te llamarás Jacob, sino Israel,
porque has luchado con Dios y con los *hombres, y has vencido. Y tú, ¿cómo te
llamas? Le preguntó Jacob. ¿Por qué preguntas cómo me llamo? Le respondió el
hombre. Y en ese mismo lugar lo bendijo. Jacob llamó a ese lugar Penuel, porque
dijo: "He visto a Dios cara a cara, y todavía sigo con *vida." (Gen
32:22-30 NVI) Obviamente, el "hombre" contra el cual Jacob luchó era
más que un hombre - era el ángel de Dios.
La batalla fue fiera, extendiéndose toda la
noche sin que ninguno de los contendientes ganara ventaja. Finalmente, el ángel
de Dios usó el abrumador poder de Dios para tocar el encaje de la cadera de
Jacob. La "victoria" de Jacob no fue de conquista sino de
sobrevivencia. El salió del duelo, pero quedó cojeando por el resto de su vida.
La discusión con el ángel acerca de los nombres es significativa. El ángel
demandó a Jacob su nombre, lo cual era una costumbre similar a la que existe
hoy de indicar sometimiento, usando la palabra "jefe." Para un
contendiente decir su nombre significaba que reconocía la superioridad de su
contrincante. Cuando Jacob sometió su nombre, él sometió su alma, renunció a la
autoridad sobre su vida. Con el sometimiento, vino un nuevo nombre y una nueva
identidad, Israel. En la derrota Jacob aún esperaba un retiro, un empate que
dejara su orgullo intacto.
Aun una decisión dividida ayudaría. El le
dijo al ángel, "por favor, dime tu nombre." Note la diferencia en el
asunto del intercambio de nombres. El ángel le demandó su nombre a Jacob y él
lo sometió. Jacob, cortésmente le preguntó su nombre al ángel y no lo logró.
Este fue el acto final de la conquista divina. No hay decisiones divididas con
Dios. Cuando luchamos con el todopoderoso perdemos. El es el invencible campeón
del universo.
El Dios santo no puede ser derrotado en un
combate personal. Pero hay consolación aquí: Jacob luchó con Dios y vivió. Fue
derrotado, quedó lastimado, pero sobrevivió la batalla. Al menos, de esto
podemos aprender que Dios se comprometerá con nosotros en nuestras luchas
honestas. Podemos pelear con el Santo. Ciertamente, para que el poder
transformador de Dios cambie nuestras vidas, debemos pelear con El. Si queremos
saber lo que significa experimentar la dulzura de someter nuestros nombres,
debemos saber lo que es pelear con Dios toda la noche. Nadie jamás tuvo un
debate más vivo y estridente con Dios que Job.
Si algún hombre parece haber tenido el
derecho de desafiar a Dios, fue Job quien había sido declarado justo por Dios
mismo y a pesar de ello fue afligido con inmensurable miseria. El pobre Job
luce en este drama como si fuese nada más que una pieza en una batalla cósmica
entre Dios y Satanás. Dios permitió que Job fuese puesto bajo prueba. Sus
posesiones fueron robadas; su familia fue destruida; y finalmente fue afligido
con sarna. El no encontró alivio para su dolor. Su angustia física pronto
afectó su alma. Una vez hablé con una anciana que combatía el cáncer con
quimioterapia, y que sufría los efectos laterales de náusea por el tratamiento.
Le pregunté cómo se sostenía 'Su estado de ánimo, y me ofreció una honesta
respuesta: "Es duro ser cristiano cuando su cabeza está en el inodoro."
La mujer entendía la estrecha conexión entre el cuerpo y el alma. Es
extremadamente difícil ser espiritual cuando el cuerpo está afligido con
dolores incesantes.
Pero Job no blasfemó. El exclamó, "He
aquí, aunque El me matare, en El esperaré" (Job 13:15). Aun su esposa
trató de convencerlo que se suicidara. Su consejo fue simple y directo:
"Maldice a Dios y muérete" (Job 2:9). Job rehusó tomar la salida
fácil. El sufrió el consejo de los necios al escuchar las palabras de sus
amigos. Finalmente, desafió a Dios respecto a su situación. Enfrentó a Dios
solo, luchando y batallando por respuestas a su miseria.
La respuesta de Dios realmente no fue muy
alentadora: Entonces respondió Jehová a Job desde un torbellino, y dijo: ¿Quién
es ése que oscurece el consejo Con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como
varón tus lomos; Yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú
cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién
ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre
qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan
todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios? ¿Quién
encerró con puertas el mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno, cuando puse
yo nubes por vestidura suya, y por su faja oscuridad, y establecí sobre él mi
decreto, le puse puertas y cerrojo, y dije: Hasta aquí llegarás, y no pasarás
adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas? (Job 38: 1-11)
Este fue un examen oral difícil. Job demandó
respuestas de Dios. En lugar de respuestas, recibió a cambio un manojo de
preguntas. Dios reprendió a Job por arrojar una sombra oscura sobre la
sabiduría divina con su ignorancia. Era como si Dios le dijera: "Muy bien
Job, ¿Tú quieres interrogarme? Está bien, yo te contestaré, pero primero tengo
algunas preguntas para ti." Como balas de una ametralladora, Dios disparó
sus preguntas, cada una más temible que la anterior. Finalmente Job habló:
Entonces respondió Job a Jehová, y dijo: He aquí que yo soy vil; ¿qué te
responderé? Mi mano pongo sobre mi boca.
Una vez hablé, más no responderé; Aun dos
veces, más no volveré a hablar. (Job 40:3-5) Considere la imagen que Job usó.
El dijo que pondría su mano sobre su boca. Se ató a sí mismo. Cubrió sus labios
con su mano para que ya no salieran más palabras necias. Estaba apenado por
haber desafiado a Dios. Reconoció que sus palabras habían sido pretenciosas.
Había dicho todo lo que quería decir. Mas la interrogación continuó. Dios aún
no había terminado con su examen. El hizo una serie de preguntas que abrumaron
a Job: "¿Invalidarás mi juicio? ¿Me condenarás a mí para justificarte
tú?" (Job 40:8). Aquí el asunto es sencillo.
El desafío de Job vuela entre los dientes de
la justicia divina. Sus acusaciones eran un insulto a un Dios santo. La
pregunta de Dios resonó en los oídos de Job: ¿Me condenarás a mí para
justificarte tú? No hay duda que Job deseaba ser justificado. Estaba cansado de
las acusaciones de sus amigos. No entendía por qué era tan miserable. El oró
para ser vindicado, pero su deseo había ido muy lejos. Estaba al borde de
negociar la justicia de Dios por la suya. Había cruzado la línea en el debate,
sugiriendo que tal vez Dios había hecho maldad. Dios le pidió que rectificara,
"¿Quieres condenarme para ser tú exonerado?" El peso completo de las
preguntas de Dios cayó sobre Job. Casi fue aplastado por ellas. Finalmente
quitó su mano de su boca y habló de nuevo. Esta vez no hubo acusaciones en sus
palabras.
El rompió su voto de silencio sólo para expresar
su contrición: "Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible
frustrar ninguno de tus planes. ¿Quién es éste has preguntado, que sin
conocimiento oscurece mi consejo? que no alcanzo a comprender, de cosas
demasiado maravillosas que me son desconocidas. "Ahora escúchame, que voy
a hablar dijiste; yo te cuestionaré, y tú me responderás. De oídas había oído
hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de
lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza." (Job 42:2-6 NVI) Al
leer esta sección del libro de Job, podemos tener la idea de que Dios estaba
intimidando a Job. El estaba preguntando, y Dios le dijo a Job que le
contestaría sus preguntas, pero las respuestas nunca vinieron. En realidad,
había una condición conectada a la promesa de responder: Job tenía que dar sus
respuestas primero. Pero Job falló el examen. Entonces Dios no le dio sus
respuestas.
Sin embargo, Job quedó satisfecho Aunque Dios
no le dio respuestas, las preguntas de Job cesaron. El recibió una respuesta
más elevada que la que una réplica directa le habría provisto. Dios respondió a
las preguntas de Job no con palabras sino consigo mismo. Tan pronto como Job
vio quién es Dios, quedó satisfecho. Ver la manifestación de Dios fue todo que
él necesitó. Fue capaz de dejar todos los detalles en las manos de Dios. Una
vez que Dios ya no estuvo envuelto en el manto del misterio, Job pudo vivir
cómodamente con unas pocas preguntas sin contestar.
Cuando Dios apareció, Job estaba tan ocupado
arrepintiéndose que ya no tuvo tiempo para otros desafíos. Su indignación fue
redirigida hacia sí mismo: Me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza.
Ocupémonos ahora de otro hombre del antiguo testamento que desafió a Dios. Fue
el profeta Habacuc quien fustigó a Dios por hacer cosas que ofendían su sentido
de justicia. El profeta se sintió agraviado de que el pueblo de Dios sufriera a
manos de una nación que era más perversa que ellos mismos. Aparentemente, lucía
como si Dios hubiese olvidado sus promesas a los judíos y se hubiese cambiado
de bando, aliándose con la perversa Babilonia. Para Habacuc esto era comparable
a que un judío 'moderno se preguntara si Dios estaba del lado de Hitler durante
el holocausto.
La queja de Habacuc quedó registrada con una
ruidosa protesta: ¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a
ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y
haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y
contienda se levantan. Por lo cual las leyes debilitadas, y el juicio no sale
según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la
justicia. (Habacuc 1 :2-4) Habacuc estaba encendido en cólera. Su queja fue tan
ardiente que se sobrepasó un poco. El dijo, "La justicia nunca
prevalece." Ciertamente en este mundo hay injusticias que esperan una
rectificación final, pero decir que la justicia nunca prevalece es
sobrepasarse.
Igual que Job, Habacuc demandó respuestas.
Entró al cuadrilátero con Dios y estaba preparado para la contienda. Se puso
sobre su guardia esperando una respuesta del Todopoderoso. Cuando Dios
finalmente hablo, la reacción de Habacuc fue como la de Job: "Oí, y se
conmovieron mis entrañas; A la voz temblaron mis labios; Pudrición entró en mis
huesos, y dentro de mí me estremecí;" (Habacuc 3: 16)
La respuesta del profeta fue como la de un
pequeño niño que es azotado por su padre. Su corazón palpitó y sus labios
comenzaron a temblar. Todos hemos visto a los niñitos al borde de las lágrimas.
Ellos tratan de contenerse pero el temblor de su labio inferior los delata.
Aquí estaba un hombre adulto cuyos labios temblaban en la presencia de Dios. El
sentía una especie de corrosión interna, una decadencia que invadía sus huesos.
La estructura esquelética que este hombre se sentía desplomar. El temblor del
misterium tremendum atacó sus piernas; sus rodillas chocaban una con otra. Acto
seguido, retiró de su contienda con Dios pero con piernas tambaleantes.
Con la aparición de Dios, todas las airadas
protestas de Habacuc cesaron. Repentinamente el tono de sus palabras cambió de
un amargo desánimo a una inconmovible confianza y esperanza: Aunque la higuera
no dé renuevos, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo,
y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni
ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me
alegraré en Dios, mi libertador! (Hab 3:17-18 NVI) Habacuc era ahora tan
intenso en su gozo como lo había sido en su desánimo. El pudo descansar
absolutamente en la soberanía de Dios. Sus palabras, traducidas al lenguaje
moderno sonarían algo así: "Aunque el presupuesto nunca esté balanceado y
el mercado de valores caiga, aunque el precio de la comida se vaya hasta las
nubes y mi hijo nunca se recobre de su enfermedad, aunque pierda mi trabajo y
aunque perdamos nuestra casa, con todo, yo me regocijaré en el Dios de mi
salvación." Jacob, Job y Habacuc, todos le declararon la guerra a Dios.
Ellos arremetieron contra las fortalezas del cielo. Todos ellos fueron
derrotados, sin embargo salieron de la batalla con sus almas elevadas.
Pagaron un precio en pena. Dios permitió el
debate, pero la batalla fue intensa antes de que la paz fuese establecida.
Saulo de Tarso sintió la misma abrumadora conquista de parte de Dios. El era un
fanático del fariseísmo que repudiaba totalmente la aparición de una nueva
secta llamada, Cristianismo. Estaba resuelto a hacer desaparecer el
cristianismo de la faz de la tierra. Comisionado por las autoridades, el fue de
casa en casa acosando a los cristianos y arrojándolos a la prisión. Estuvo
presente cuando apedrearon a Esteban y aplaudió el acto. Se regocijó cuando fue
asignado a ir' a Damasco para continuar con su masacre de cristianos. Fue en el
camino de Damasco que se encontró con el Santo. El recuerda la escena durante
su juicio ante el rey Agripa:
A eso del mediodía, oh rey, mientras iba por
el camino, vi una luz del cielo, más refulgente que el sol, que con su
resplandor nos envolvió a mí y a mis acompañantes. Todos caímos al suelo, y yo
oí una voz que me decía en arameo:* 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué
sacas con darte cabezazos contra la pared?'* Entonces pregunté: '¿Quién eres,
Señor?' 'Yo soy Jesús, a quien tú persigues --me contestó el Señor--. Ahora,
ponte en pie y escúchame. Me he aparecido a ti con el fin de designarte siervo
y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a revelar. Te libraré de
tu propio pueblo y de los gentiles. Te envío a éstos para que les abras los
ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios,
a fin de que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia
entre los santificados.'
"Así que, rey Agripa, no fui
desobediente a esa visión celestial. (Act 26:13-19 NVI) Saulo era celoso en su
búsqueda de la justicia. El era un fariseo de fariseos, un hombre dedicado a la
perfección moral. Lo irónico de su celo es que mientras este crecía, aumentaba
su oposición por la obra de Dios. No porque Dios esté opuesto a la búsqueda de
la justicia, sino porque El se opone al orgullo y la arrogancia. El se opone a
aquellos que se envanecen en propia justicia. Mientras Saulo estaba convencido
de que luchaba por Dios, en realidad estaba luchando contra El. En esta irónica
batalla, él estaba destinado a una confrontación definitiva con el mismo Cristo
al que se oponía. Uno de los nombres por los cuales Dios se reveló en el
antiguo testamento es el nombre de El Shadai. Este nombre significa "el
tronador" o "el Todopoderoso." Fue con este nombre que Dios se
apareció a Job.
Lo que Job experimentó fue el sobrecogedor
poder de un Dios soberano que se impone sobre todo hombre y que no puede ser
dominado por nadie. Saulo se encontró con el poder del Todopoderoso en el
camino de Damasco. La experiencia de Saulo en el camino del desierto comenzó
con la aparición de una luz refulgente. El camino del desierto al mediodía era
un lugar donde la brillantez del sol era particularmente fuerte. Bajo
condiciones normales la luz del sol allí es intensa. Para que cualquier otra
luz fuese notada en medio del sol del desierto, tiene que haber sido una luz
extraordinaria. Saulo habló de ella como una luz más brillante, más radiante
que el sol. El la describió como una luz del cielo.
La expresión "luz del cielo" no
significa una luz desde el cielo. Saulo estaba en la presencia de la gloria
celestial de Dios. La gloria de Dios es la manifestación externa de su
santidad. La refulgencia de su gloria es tan titilante, tan brillante, que eclipsa
al sol del mediodía. En el libro de Apocalipsis nosotros leemos de la
apariencia de la nueva Jerusalén, la ciudad que desciende del cielo: Y no vi en
ella templo: porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el
Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brille en ella;
porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. (Apocalipsis
21: 22-23)
La nueva Jerusalén no tiene sol simplemente
porque no tiene necesidad de sol. La gloria de Dios y de su Cristo es tan
brillante que el sol mismo es opacado por ella. Saulo fue enceguecido por sus
rayos. Considere lo que sucede a la gente si ellos miran directamente hacia el
sol. En tiempos de eclipse solar la gente es atraída por el extraño espectáculo
de una sombra pasando sobre el sol. Hay una fuerte tentación de mirar hacia el;
sin embargo, aun con eclipse nosotros encontramos que es doloroso y peligroso
mirar directamente al sol.
Los noticieros nos advierten no hacerlo, pues
corremos el peligro de dañar nuestros ojos. Si no es posible mirar directamente
hacia el son durante el eclipse, ¿cuanto mas severa sería la brillantez que
literalmente deslumbra al sol? La gloria de Dios alcanza una magnitud de
brillantez mucho más allá de la que el sol alcanza cuando brilla con toda su fuerza.
Ningún ángel se apareció para pelear con Saulo. Pero una fuerza sobrenatural lo
derribó al suelo. En un instante Saulo quedó ciego. No hubo advertencia, ni
susurro de viento que lo alertara. Soberana y poderosamente fue derribado por
completo al suelo del desierto. Con la luz del cielo, vino una voz descrita más
tarde como el sonido de muchas aguas, una voz que ruge como una explosiva
catarata que cae sobre rocas. Saulo dice que la voz le habló en arameo, el
lenguaje nativo de Jesús. La voz se dirigió personalmente a Saulo repitiendo su
nombre: "Saulo, Saulo." La doble forma de dirigirse indicaba una
intimidad personal. Fue la manera en que Dios se dirigió a Moisés en la zarza
ardiendo y a Abraham en el monte Moriah. Fue la forma en que Jesús lloró sobre
Jerusalén y se dirigió a su Padre en las horas tenebrosas de la cruz.
"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Note que la voz no preguntó a
Saulo por qué estaba persiguiendo a la iglesia de Cristo.
Fue más bien, "¿Por qué me persigues a
mí? Atacar a la iglesia de Cristo es atacarlo' a El. Luego preguntó: "¿Por
qué das coces contra el aguijón?" Los aguijones eras agudos clavos
implantados en un marco de madera pegado a las carretas detrás de los bueyes
que las tiraban. Si un buey se ponía terco y rehusaba moverse hacia delante, a
veces manifestaba su terquedad dando patadas hacia atrás en los clavos. Imagine
cuán absurdo sería que un buey después de patear los clavos, se pusiera tan
furioso que los volviera patear una y otra vez. Mientras más da coses contra
los clavos, más dolor se provoca a sí mismo. Es como si un hombre se golpeara
la cabeza contra la pared, encontrando alivio en cuán bien se siente al dejar
de hacerlo. La voz le estaba diciendo a Saulo, "¡Tú, buey necio! ¡Cuán
estúpido es seguir dando coses contra los aguijones.
Tú no puedes ganar. Tu batalla es fútil. Es
el momento de rendirse." La respuesta de Saulo fue a una simple, aunque
significativa pregunta: "¿Quién eres tú Señor?". Saulo no sabía la
identidad de Aquel que lo estaba doblegando, pero de una cosa estaba seguro,
quienquiera que fuera, El era el Señor. Esta experiencia convirtió a Saulo en
Pablo, así como Jacob se había convertido en Israel. La batalla había
terminado. Saulo batalló con Dios y perdió, Aquí como Isaías. Pablo recibió su
llamado su comisión al apostolado. Su vida fue cambiada, y con ello el curso de
la historia del mundo. En la derrota Pablo entro Paz.
Después de contarle su historia al rey
Agripa, Pablo agregó estas palabras: "Por lo cual oh, Rey Agripa, no fui
rebelde a la visión celestial. .. (Hechos 26:19). Con todo lo celoso que Pablo
fue en su lucha contra Cristo, él llegó a ser aún más celoso en su lucha por
Cristo. Tuvo una visión tan intensa de la santidad de Dios que nunca la olvidó.
La contempló y expuso su significado en sus epístolas llegando a ser un hombre
que entendió lo que significaba ser justificado. Para él, la guerra santa
terminó y entró en una paz santa. Llegó a ser el apóstol cuyos escritos
despertaron a Lutero en el monasterio y le dieron a la iglesia cristiana la
receta para vivir en paz con Dios.
El conflicto que tenemos con un Dios santo
está arraigado en el conflicto entre la justicia de Dios y nuestra injusticia.
El es justo y nosotros somos injustos. Esta tensión crea miedo, hostilidad y
enojo dentro de nosotros contra Dios. La persona injusta no desea la compañía
de un juez justo. Nos convertimos en fugitivos, huyendo de la presencia de Uno
cuya gloria puede enceguecernos, y cuya justicia puede condenamos. Estamos en
guerra con El a menos que o hasta que somos justificados. Sólo la persona
justificada puede sentirse cómoda en la presencia de un Dios santo. El apóstol
Pablo define los beneficios inmediatos en los frutos de la justificación.
En su epístola a los Romanos él explica lo
que nos sucede cuando somos justificados, cuando somos cubiertos con la
justicia de Cristo que es por fe' Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos
entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en
la esperanza de la gloria de Dios. (Romanos 5:1-2) El primer fruto de nuestra
justificación es paz con Dios. Para el antiguo judío la paz era algo precioso
pero difícil para conseguir. El conflicto moderno en el medio oriente parece
como una repetición de la historia antigua. Desde los días de la conquista de
Canaán hasta el período de la ocupación romana en el nuevo testamento, fueron
muy pocos los años cuando Israel no estuvo en guerra.
La localización de Palestina como un vital
puente terrestre entre África y Asia, lo hizo no sólo un corredor para el
comercio sino también para la guerra. La pequeña Israel con frecuencia se
encontraba atrapada entre los poderes mundiales que competían entre sí, y era
usada como una bola de ping-pong golpeada por raquetas de generales. Los judíos
ansiaban la paz. Ellos anhelaban el día cuando las espadas fuesen convertidas
en arados; esperaban la era cuando el Príncipe de Paz traería a su fin las
incesantes hostilidades. Era tan importante para ellos su búsqueda por la paz,
que la misma palabra paz se convirtió en su saludo diario. Así como nosotros
decimos hola o adiós ellos decían simplemente shalom. Hasta este día, el saludo
shalom es una parte integral del vocabulario judío. La palabra paz se refería
primariamente a la cesación del conflicto militar.
Pero tiene otro significado más profundo. Los
judíos siempre estuvieron profundamente interesados en la paz interna, porque
el tranquilo descanso del alma significaba el fin para un espíritu atribulado.
Esto es similar a lo que para nosotros es la "paz mental." Recuerdo
un caluroso día de verano en 1945 en que yo jugaba beisbol en las calles de
Chicago. En aquellos días mi mundo consistía en el terreno que se extendía de
una base de beisbol a la otra. Todo lo que me importaba era que mi turno al
bate llegara. Me irrité mucho cuando el primer lanzamiento se interrumpió por
un ruido y un gran desorden alrededor mío. La gente comenzó a salir corriendo
de sus departamentos gritando y haciendo sonar ollas con paletas de madera. Por
un momento pensé que podía ser el fin del mundo. Era ciertamente el final de mi
juego de beisbol.
En la multitudinaria confusión, vi a mi madre
corriendo hacia mí con lágrimas en su rostro; me cubrió con sus brazos y me
apretó diciendo con sollozos incesantes, "Se acabó, se acabó." Fue el
día de la victoria aliada en 1945. Yo no estaba seguro de lo que eso
significaba, pero una cosa estaba clara, significaba que la guerra había
terminado y que mi padre iba a venir a casa. No más correo aéreo al extranjero,
no mas oír las noticias diarias y los reportes acerca de las víctimas, no más
banderas de seda adornadas con estrellitas colgando en la ventana, no más
cupones de racionamiento. La guerra había terminado y por fin la paz había
llegado. Ese momento de júbilo dejó una permanente impresión en mi mente
infantil. Aprendí que la paz es una cosa importante, una causa de celebración
incontenible, celebración al adquirirla y de amargo remordimiento al perderla.
La impresión que tomé ese día en las calles de Chicago fue que la paz había
arribado para siempre.
Yo no tenía idea de cuán frágil era. Me
pareció poco tiempo antes que las noticias reportaran cómo Gabriel Heater
estaba dando tenebrosas predicciones acerca de la formación de tropas en China,
de la amenaza nuclear de Rusia y del bloqueo de Berlín. La paz de América fue
corta, dando lugar una vez más a la guerra en Corea y luego en Vietnam. Frágil,
inestable, tenue: estas son las condiciones normales de la paz terrenal. Los
tratados de paz, como las regulaciones, parecen ser hechas para quebrarlas. Un
millón de Neville Chanberlains en sus balcones con las manos extendidas
declarando, "Hemos logrado la paz para nuestros tiempos" no aseguran
que la historia humana no sea más que una continua guerra.
Pronto aprendemos a no confiar demasiado en la
paz. La guerra se entromete muy rápido y fácilmente. Sin embargo ansiamos una
paz permanente en la cual podamos depender. Esto es precisamente la clase de
paz que el apóstol Pablo declaró en su epístola a los Romanos. Cuando nuestra
guerra santa con Dios cesa, cuando nosotros como Lutero, caminamos a través de
las puertas del paraíso, cuando somos justificados por la fe, la guerra termina
para siempre.
Con la purificación del pecado y la
declaración del perdón divino entramos en un tratado de paz eterno con Dios. El
primer fruto de nuestra justificación es la paz con Dios. La paz es una paz
santa, una 'paz sin mancha y trascendente, que lo puede ser destruida. Cuando
Dios firma un tratado de paz, es confirmado para perpetuidad. La guerra cesa
para siempre. Por supuesto nosotros aún pecamos, aún nos rebelamos, aún
cometemos actos de hostilidad hacia Dios. Pero Dios no es cobeligerante. El no
es traído en una guerra con nosotros. Nosotros tenemos un Abogado para con el
Padre, tenemos un Mediador que mantiene la paz. El regula la paz porque El es
tanto el Príncipe de Paz como nuestra paz. Ahora somos llamados los hijos de
Dios, un título otorgado en bendición a aquellos que son hacedores de paz.
Nuestros pecados ahora son tratados por un
Padre, no por un comandante militar. Tenemos paz; es nuestra posesión, sellada
y garantizada para nosotros por Cristo. Nuestra paz con Dios no es frágil; es
estable. Cuando pecamos, Dios se desagrada, y así El volverá para corregimos y
convencernos de nuestro pecado. Pero ya no va a la guerra contra nosotros. Su
arco ya no está preparado, y los dardos de su ira ya no están dirigidos a
nuestros corazones. El no desenvaina su espada cada vez que quebramos el
tratado. La paz que viene por la justificación no es sólo externa, es decir la
cesación de guerra. Los más profundos anhelos por una paz interna también están
cumplidos en Cristo.
Fue San Agustín qué una vez oró, "Tú nos
has hecho para Ti mismo, y nuestro corazón está inquieto hasta que halla su
descanso en Ti." Todos sabemos lo que significa ser golpeado con una
inquietud interna. Sabemos el amordazarte sentimiento de vacío y culpa que
viene de estar separados de Dios. Una vez que nuestra paz es establecida, ese
terrible vacío es llenado, y nuestros corazones pueden estar quietos. El nuevo
testamento le llama a esta paz "la paz que sobrepasa todo
entendimiento." Es una paz santa, una paz diferente a la paz común y
terrenal. Es la clase de paz que sólo Cristo puede brindar, la clase de paz que
El mismo posee. Nosotros sabemos por lo registros de los evangelios que Jesús
tuvo pocas posesiones en este mundo. El no tenía negocios, ni acciones de
compañías. Su única posesión era su manto. Ese valioso manto le fue robado por
los designados a ejecutarlo. Parecía entonces que El moriría sin un centavo,
sin herencia que otorgarle a sus herederos.
Nosotros somos los herederos de Cristo. A
primera vista parecería que somos herederos sin herencia. Pero la Biblia aclara
Que a Dios le ha placido dar su reino a su amado Hijo. Jesús tuvo una herencia
de sus Padre, y esa herencia El la pasa a nosotros. El prometió que algún día
nosotros escucharemos las palabras. "Venid, benditos de mi Padre, heredad
el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. " (Mateo
25:34).
El reino de Dios no es nuestra única
herencia. En su última voluntad y testamento, Jesús dejó a sus herederos algo
más, algo muy especial: "Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo
la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo" (Juan 14:27).
Este es el legado de Cristo: paz. Su paz es muestra herencia la cual el nos da
no como el mundo la da. No hay motivos ocultos, ni trampas siniestras. El nos
da su paz no para su beneficio, sino para el nuestro. Es un regalo de fuera de
este mundo, dado en una manera diferente al mundo, y es para que lo tengamos
para siempre. La paz es un resultado inmenso de la justificación, pero hay algo
más agregado a esta paz santa: acceso. El acceso es crucial para cualquiera que
ha luchado alguna vez con un Dios Santo.
Nosotros vemos señales de acceso por todas
partes. Algunas dicen, “No hay paso”, y otras, “acceso limitado”. En ciertas
épocas en la historia, un signo de “no acceso” fue colocado en las puertas del
paraíso. Aun el templo del Antiguo Testamento no permitía a la gente ordinaria
acceso al trono de Dios. Pues, aun el sumo sacerdote tenía un acceso limitado,
una vez al año bajo cuidadosas circunstancias. Un grueso velo separaba el Lugar
Santísimo del resto del Templo. Estaba fuera de los límites, área restringida.
Ninguna admisión era permitida al creyente común y corriente. En el momento en
que Jesús fue inmolado en el instante en el que el Justo moría por los
injustos, el velo en el templo fue roto.
La presencia de Dios se hizo accesible para
nosotros. Para el cristiano, ha sido removida la señal de "No Acceso"
de las puertas del paraíso. Ahora nosotros podemos caminar libremente en tierra
santa. Tenemos acceso a su gracia, mas aún, tenemos acceso a El. La gente
justificada ya no necesita decirle al Santo, "Apártate de mí porque soy
hombre pecador." Ahora podemos sentimos bienvenidos en la presencia de un
Dios santo. Podemos llevar nuestras preguntas a El. El no está demasiado remoto
para escuchar nuestro clamor. Venimos cubiertos por la justicia de Cristo.
Repito: Podemos sentimos bienvenidos en la presencia de Dios. Por supuesto, aún
venimos asombrados, en un espíritu de reverencia y adoración, pero la
maravillosa noticia es: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó
los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado,
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:14-16)
La Biblia nos invita a acercamos al trono de
gracia con confianza. También se usa la palabra certeza. Siendo justificados
podemos tener seguridad al acercamos a Dios. Tener certeza o confianza no debe
ser confundido con ser arrogante o pretencioso. Uza fue más confiado, el fue
arrogante. Nadab y Abiu abusaron de la confianza, insultante la majestad de
Dios. Nosotros debemos venir a su presencia confiados y seguros. No hay necesidad
de retirarnos de El o vacilar para entrar en su presencia. Pero cuando nos
acercamos, debemos recordad dos cosas: Quien es El, y quienes somos nosotros.
Para el cristiano, la guerra se ha terminado; la paz ha sido establecida. El
acceso al Padre es nuestro, pero aun debemos temblar delante de nuestro Dios.
El aun es Santo.
Nuestro temblor es el temblor de la
admiración y la veneración, no el temblor de la cobardía, o del miedo de un
pagano que se asusta por el ruido de una hoja. Lutero lo explico así: Temamos a
Dios, no con un medio servil como de un prisionero ante su atormentador, sino
como hijos que no desean desagradar a su amado Padre. Venimos a El en
confianza; venimos a El con seguridad; tenemos acceso. Tenemos una paz santa.
Permitiendo que la Santidad de Dios Toque Nuestras Vidas: A medida que usted
reflexiona sobre lo que ha aprendido y redescubierto sobre la santidad de Dios,
responda estas preguntas. Use un diario para registrar sus respuestas en lo
concerniente a la santidad de Dios, o discútalas con un amigo.
1. ¿Ha sido usted involucrado por Dios en un
conflicto honesto como lo hizo con Jacob? ¿Cuál fue el resultado?
2. ¿Ha desafiado usted alguna vez a Dios como
lo hizo Job? ¿Cuál fue la respuesta de Dios?
3. La batalla de Habacuc con Dios terminó en
una atrevida declaración de fe: "Aunque suceda, sin embargo, yo me,
regocijaré en el Señor." ¿Cuáles son los "aunques" en su vida?
¿Está usted dispuesto a someterlos al Señor?
4. ¿Qué significa personalmente para usted que
la muerte DE Cristo nos ofrezca una paz eterna con Dios?
5. ¿Cómo adorará usted a Dios por damos un
ilimitado acceso a su presencia?
CAPITULO 8: SED SANTOS PORQUE YO SOY
SANTO
Apolión, cuidado con lo que haces Por que yo
estoy en el camino del Rey. El camino de santidad; Por lo tanto mira por ti
mismo JUAN BUNYAN. Los cristianos en la iglesia primitiva eran
llamados santos. Desde aquel tiempo la palabra santo ha sufrido fuertes cambios
en nuestro vocabulario. Hoy día la palabra santo evoca imágenes de una persona
supe recta, una persona de extraordinaria piedad y poder espiritual. La iglesia
Católico-Romana la ha convertido en un título para quienes han sido canonizados
en una lista especial de héroes y heroínas espirituales. Mas la Biblia usa la
palabra santo para el creyente común y corriente. En el nuevo testamento todo
el pueblo de Dios disfruta el título santo. La palabra simplemente significa
"uno que es santo."
Los creyentes del Nuevo Testamento eran los
santos. Quizás parece extraño que el término sea usado para creyentes que
luchaban con toda clase de pecado, sin embargo cuando leemos las epístolas de
Pablo, nos asombra el hecho de que él dice a la gente santos, y luego los
reprende por su conducta necia y pecaminosa. Los santos de la Escritura eran
llamados así, no porque fueran ya puros, sino porque eran gente llamada a la
pureza. La palabra santo tiene los dos mismos significados cuando se aplica a
la gente, que cuando se aplica a Dios. Cuando la palabra santo se usa para
describir a Dios, no sólo tiene el sentido de que El es diferente o aparte de
nosotros, pero también se refiere a su absoluta pureza. Pero nosotros no somos
Dios, no somos trascendentes, ni somos puros. ¿Cómo puede entonces la Biblia
llamamos "los santos"?
Para responder a esa pregunta debemos mirar
hacia el antiguo testamento. Cuando Dios sacó a Israel de la esclavitud en
Egipto y los hizo una nación especial. El los apartó, los llamó su pueblo
escogido y les dio una comisión especial. El les dijo, "Sed santos porque
yo soy santo" (Lev. 11: 44). Este llamado especial a Israel no fue
realmente nuevo. No comenzó con Moisés, o aun con Abraham. Él llamado a la
santidad fue dado primero a Adán V Eva. Esta fue la asignación original de la
raza humana. Nosotros fuimos creados a la imagen de Dios que significa, entre
otras cosas, que fuimos hechos para imitar y reflejar el carácter de Dios.
Fuimos creados para hacer brillar sobre el mundo la santidad de Dios. Este fue
el principal fin del hombre, la razón misma de nuestra existencia.
Las iglesias presbiterianas han usado el
Catecismo de Westminster en la instrucción de los niños. La primera pregunta
del catecismo lee: "¿Cuál es el fin principal del hombre? La pregunta
inquiere sobre la responsabilidad primaria, que tiene cada ser humano. La
respuesta a la pregunta lee: "El fin principal del hombre es glorificar a
Dios y gozar de El para siempre." Yo tuve dificultades con esa pregunta
cuando era niño. No podía reconciliar las dos partes de la respuesta, pues era
incapaz de ver cómo el gozo encajaba con glorificar a Dios. Me daba cuenta que
glorificar a Dios involucraba alguna clase de obediencia a su santa ley. Eso no
suena muy divertido. Yo ya sabía el conflicto entre mi propio disfrute y la
obediencia a las leyes de Dios. Pero obedientemente yo recitaba la respuesta
requerida, aun cuando no tenía un entendimiento real de ella. Yo veía a Dios
como un estorbo para el gozo. Vivir para su gloria como mi principal meta no
era 10 que yo tenía en mente.
Me parece que Adán y Eva tuvieron un poco de
problema con eso también. Una de las grandes dificultades que tuve que
enfrentar en mi juventud era que yo no entendía la diferencia entre la
felicidad y el placer. Me gustaría decirles que desde que soy un adulto, me he
desecho de todas las cosas infantiles. Pero tristemente, no es ése el caso. Aún
hay cosas infantiles que se han quedado conmigo en mi vida adulta. Aún tengo
conflicto con la diferencia entre la felicidad y el placer. Yo sé la diferencia
en mi cabeza, pero aún no ha alcanzado mi corriente sanguínea. He cometido
muchos pecados en mi vida, y ninguno de ellos me ha hecho feliz. Ninguno ha
agregado jamás ni un gramo de felicidad a mi vida. Por el contrario, el pecado
le ha dado a mi vida abundancia de infelicidad.
Me maravillo de esas personalidades famosas
que en entrevistas de televisión o de revistas declaran que si pudieran vivir
sus vidas de nuevo, ellas no harían nada diferente. Tal necedad desafía mi
imaginación. Hay multitud de cosas que me encantaría poder hacer de nuevo. Es
posible que con una segunda oportunidad, yo cometiera los mismos errores, pero
aun así me gustaría la oportunidad de probar. Mis pecados no me han traído
felicidad, aunque me han dado placer. A mí me gusta el placer. Yo aún me siento
muy atraído al placer. El placer puede ser muy divertido, y no todos los
placeres son pecaminosos. Se puede encontrar mucho placer en la justicia. Pero
aun sigue la diferencia entre el placer y la felicidad. El pecado puede ser
placentero, pero nunca trae felicidad.
Pues, si yo entiendo todo esto, ¿Por qué
siempre soy tentado a pecar? Parece absurdo que alguien que conoce la
diferencia entre la felicidad y el placer, continúe cambiando la felicidad por
el placer. Es absolutamente estúpido para una persona hacer algo que sabe que
le robará su felicidad. Sin embargo lo hacemos. El misterio del pecado no es
sólo que es malvado y destructivo, sino también que es totalmente estúpido. Yo
fumé por años. Nunca hice la cuenta, pero calculo que durante esos años,
cientos de personas llamaron mi atención al hecho de que fumar no era una cosa
buena para mí. Ellos sólo estaban señalando lo obvio, diciéndome lo que todo
fumador en América ya sabe. Antes de que me convirtiese al cristianismo, yo
sabía bien que fumar era dañino para mí. Lo sabía antes de que se comenzara a
poner la etiqueta de advertencia en las cajas de cigarrillos. Lo sabía antes de
que me fumara mi primer cigarro. Sin embargo, lo seguí haciendo. ¿Locura total?
Pues así es el pecado.
¿Alguna vez ha hecho usted algo por ganas,
aunque su cabeza le dice que es erróneo? Si usted contesta que no a esa
pregunta, está mintiendo o está engañado. Todos caemos en esta trampa. Hacemos
lo que sentimos ganas de hacer, en lugar de hacer 10 que sabemos que deberíamos
hacer. No es extraño que exclamemos como Pablo, "Miserable hombre de mí,
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom.7:24). Nuestro problema
es que hemos sido llamados a ser santos, y no lo somos. Pero de nuevo surge la
pregunta, si no somos santos, ¿por qué la Biblia nos llama santos?
La Biblia nos llama santos porque hemos sido
consagrados a Dios. Hemos sido separados, hemos sido llamados a una vida que es
diferente. La vida cristiana es una vida de no-conformidad. La idea de
no-conformidad es expresada en romanos: Así que, hermanos, os ruego por las
misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este
siglo transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para
que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
(Romanos 12:1-2)
En el antiguo testamento, la adoración se
centraba en el altar con presentación de sacrificios y granos que se ofrecían
como ofrendas por el pecado. En sí mismos, los sacrificios animales no tenían
poder para expiar los pecados. Ellos eran símbolos que apuntaban hacia el gran
Sacrificio que sería hecho sobre la cruz. Después de que el Cordero perfecto
fue inmolado, los sacrificios sobre el altar cesaron. En la iglesia cristiana
no se Ofrecen sacrificios animales, porque ya no hay necesidad de ellos.
Ofrecerlos ahora sería un insulto a la perfección del sacrificio de Cristo.
Puesto que los días de los sacrificios
animales han pasado, mucha gente asume que Dios aborrece cualquier sacrificio
que se le ofrezca. Esto simplemente no es verdad. Aquí el apóstol Pablo nos
llama a una nueva clase de sacrificio, el sacrificio vivo de nuestros cuerpos.
Debemos darle a Dios no nuestros granos o animales, sino nosotros mismos. Este
nuevo sacrificio no es un acto de expiación; no es una ofrenda por el pecado.
El sacrificio de nuestros cuerpos a Dios es una ofrenda de gratitud. Viene
después de que Pablo dice así que.
Cuando en la Biblia se usa la expresión así
que es señal de que una conclusión se acerca. La expresión así que conecta lo
que ha sido dicho previamente a lo que está a punto de concluirse. En Romanos
12 el "así que" se refiere a todo lo que el apóstol ha declarado en
los capítulos previos relacionados con la obra salvadora de Cristo. La
expresión nos conduce hacia la única conclusión apropiada que puede brotar de
su obra. A la luz de la misericordiosa justificación que Cristo ha logrado por
nosotros, la única conclusión razonable es que debemos presentamos por completo
a Dios como sacrificios vivientes, que caminan, que respiran. ¿Cómo luce un
sacrificio vivo? Pablo lo describe primero en términos de no-conformidad.
"No os conforméis a este mundo." Este es el punto en el cual muchos
cristianos se han desviado. Es claro que debemos ser no-conformistas. Pero es
difícil entender precisamente qué clase de no-conformidad es ésta.
La no-conformidad es un asunto poco confuso,
y puede ser reducido fácilmente a la superficialidad. Es una tragedia que el
asunto de la no-conformidad haya sido tratado por los cristianos a un nivel de
trivialidad. La manera simplista de no conformarse, es observar lo que está de
moda en nuestra, cultura y luego hacer lo opuesto. Si el pelo corto está de
moda, los no-conformistas lo usan largo. Si ir al cine es popular, entonces los
cristianos evitan las películas como "mundanas." El caso extremo de
esto se puede ver en grupos que rehúsan vestir con botones o usar electricidad,
porque tales cosas también son mundanas. Un estilo superficial de
no-conformidad es la clásica trampa farisaica. El reino de Dios no es botones,
películas o bailes. El interés de Dios no está enfocado en lo que comemos o
bebemos.
El llamado a la no conformidad es un llamado
a un nivel más profundo de justicia que va mas allá de lo externo. Cuando la
piedad es definida exclusivamente en términos de un externo, se pierde
completamente el punto de la enseñanza del apóstol. De alguna manera hemos
fallado en escuchar las palabras de Jesús de que no es lo que entra a la boca,
lo que contamina a una persona, sino lo que sale de su boca. Aún queremos hacer
del reino de Dios un asunto de comidas o bebidas.
¿Por qué son tan comunes tales distinciones
en los círculos cristianos? La única respuesta que puedo dar es el pecado.
Nuestras marcas de piedad pueden ser en realidad marcas de impiedad. Cuando
hacemos primario lo secundario y agrandamos desproporcionadamente detalles
insignificantes, imitamos a los fariseos. Cuando hacemos el baile o las
películas la prueba de la espiritualidad, somos culpables de sustituir una
moralidad vana por la genuina. Hacemos estas cosas para oscurecer los asuntos
más profundos de la justicia. Cualquiera puede evitar bailar o ir al cine. Esto
no requiere un gran esfuerzo o coraje moral. Lo Que es difícil es controlar la
lengua, actuar con integridad o mostrar el fruto del Espíritu en nuestra vida.
Nunca he oído un sermón sobre la codicia. He escuchado muchos sobre los males
del whisky, pero ninguno sobre los males de la codicia. ¡Qué extraño!
Ciertamente la Biblia declara que la borracheras un pecado, pero no se
encuentra en la lista de los diez más graves.
Los verdaderos no-conformistas dejan de
codiciar, detienen el chisme y los falsos testimonios, dejan de odiar y guardar
la amargura; comienzan a practicar los frutos del Espíritu. Jesús reprendió a
los fariseos por su preocupación por los asuntos externos: "¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos, hipócritas! Dan la décima parte de sus especias: la menta, el anís y
el comino. Pero han descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales
como la justicia, la misericordia y la fidelidad. Debían haber practicado esto
sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos! Cuelan el mosquito pero se tragan el
camello. (Mat 23:23-24 NVI) Jesús reprendió
a los escribas y a los fariseos por descuidar los asuntos importantes y sobre
enfatizar los menores. El no vio esto como un asunto de lo uno o lo otro, sino
como de lo uno y lo otro. Los diezmos debían ser pagados, pero no como
substituto para prestar gran atención a los asuntos de la justicia, la
misericordia y la fidelidad. Los fariseos se preocupaban de los asuntos
externos y visibles de la piedad, pero ignoraban los asuntos más elevados de la
espiritualidad. Cualquiera puede ser un no-conformista sólo por ser
no-conformista. De nuevo quiero enfatizar que esto es una piedad vana. Al fin y
al cabo, nosotros somos llamados a más que ser no-conformistas, somos llamados
a ser transformados. Notemos que las palabras conforma y transforma tienen ambas
la misma raíz, “forma”. La diferencia entre las dos se encuentra en los
prefijos. El prefijo con implica estar de acuerdo "con la estructura o con
la forma." En nuestra cultura un conformista es alguien que está "con
ella." Un no-conformista puede ser considerado "fuera de ella."
Si la meta del cristiano es estar "fuera de ella," entonces temo que
hemos tenido mucho éxito. El prefijo trans significa "a través" o
"más allá." Cuando somos llamados a ser transformados, significa que
debemos levantarnos por encima de las formas y las estructuras de este modo. No
ser guiados por el mundo, sino atravesado y levantamos por encima, hacia un
llamado)' un estilo más elevado. Es un llamado a la excelencia trascendente, no
a un mediocre "estar afuera." Los cristianos que se ofrecen como
sacrificio vivo y adoran de esta manera son gente con una alta medida de
disciplina. Ellos no se satisfacen con formas superficiales de justicia.
Los "santos" son llamados a una
rigurosa búsqueda del reino de Dios. Son llamados a la profundidad en su
entendimiento espiritual. El método clave que Pablo subraya como el medio de la
vida transformada es "la renovación de la mente." Esto significa nada
más y nada menos que educación. Educación seria, educación profunda, educación
disciplinada en las cosas de Dios. Es un llamado al dominio de la Palabra de
Dios. Necesitamos ser gente cuyas vidas han cambiado porque nuestras mentes
hayan cambiado. La verdadera transformación viene por ganar un nuevo
entendimiento de Dios, de nosotros mismos y del mundo. Encima de todo, toque
buscamos es ser conformados a la imagen de Cristo. Debemos ser como Jesús,
aunque no en el sentido que podamos ganar divinidad.
No somos hombres-dios, mas nuestra humanidad
es para reflejar y proyectar la perfecta humanidad de Jesús. ¡ Un llamado
elevado! Para ser conformados a Jesús, debemos comenzar a pensar como Jesús lo
hizo. Necesitamos la "mente de Cristo." Tenemos que valorar las cosas
que El valora y despreciar las que El desprecia. Tenemos que tener las mismas
prioridades que El tiene. Tenemos que considerar cruciales las cosas que El
considera cruciales. Esto no puede suceder sin el dominio de su Palabra. La
clave para el crecimiento espiritual es una educación cristiana profunda, la
cual requiere un nivel serio de sacrificio. Este es el llamado a la excelencia
que hemos recibido. No debemos contentamos como el resto del mundo, con un
entendimiento superficial de Dios.
Debemos estar insatisfechos con la leche, y
anhelar más y más el alimento sólido espiritual. Ser un santo significa ser
separado, pero no sólo eso. Una persona santa ha de estar envuelta en e proceso
vital de santificación. Debemos ser purificados diariamente en una búsqueda
creciente de la santidad. Si somos justificados, tenemos que ser también santificados.
Lutero usó una frase maravillosa en latín para describir el estado de un
pecador justificado: simul justus et peccator. Examinemos esta frase palabra
por palabra para discernir su significado para nosotros. Simul es la palabra
latina de la cual se deriva nuestra palabra simultáneo; significa "a uno y
al mismo tiempo." Justus es el latín de donde viene nuestra palabra
"justo," y et es la palabra latina para "y." La palabra
peccator es probablemente la más familiar para nosotros. En español, nosotros derivamos
las palabras "impecable" y "pecadillo" de ella. Es la
palabra latina para "pecador." Poniendo todas las palabras juntas,
tenemos simul justus el peccator: "al mismo tiempo justo y pecador."
Esto es lo que son los santos, gente que es al mismo tiempo justa; sin embargo,
pecadora.
Que los santos son aún pecadores es obvio.
¿Cómo pueden entonces ser justos? Los santos son justos porque han sido
justificados. En sí y de sí mismos, ellos no son justos. Ellos han sido hechos
justos a los ojos de Dios por la justicia de Cristo. De esto se trata la
justificación por fe. Cuando nosotros ponemos nuestra confianza personal para
nuestra salvación en Cristo y en El solamente, entonces Dios acredita nuestra
cuenta, toda la justicia de Cristo. Su justicia pasa a ser nuestra, cuando
creemos en El. Es una transacción legal. La transferencia de la justicia es
como una transacción contable, donde no es una propiedad real la que se
transfiere. Es decir, Dios pone la justicia de Jesús en mi cuenta, mientras yo
sigo siendo pecador aún. Quizás todo esto suena como un fraude, como si Dios
estuviese jugando un juego legal. El nos da por justos aun cuando no lo somos.
¡Pero éste es el Evangelio!
La buena nueva es que nosotros ahora poseemos
una cuenta de justicia perfecta ante el trono de juicio de un Dios justo y
santo. Es la justicia de Cristo que llega a ser nuestra por la fe. No es un
fraude y mucho menos un juego. La transacción es real. La declaración de Dios
es seria. La justicia de Cristo es realmente puesta a nuestra cuenta. Dios nos
ve rectos porque hemos sido cubiertos y vestidos por la justicia de Jesús. No
es simplemente que Jesús paga nuestras deudas al morir. Su vida es tan
importante para nosotros como su muerte. Cristo no sólo toma nuestros pecados,
deudas y deméritos, sino que también nos da su obediencia, sus propiedades y
sus méritos. Ésta es la única manera en que una persona injusta puede estar en
la presencia de un Dios justo y santo. Este concepto de una transferencia de
justicia está cargado de peligros, pues puede ser fácilmente malentendido y
seriamente abusado. Alguna gente asume que si creemos en Cristo, ya no tenemos
nunca que preocupamos de cambiar nuestra vida.
La justificación por fe se puede ver como una
licencia para pecar. Si tenemos la justicia de Cristo, ¿por qué debemos
preocupamos de cambiar nuestra vida de pecado? Puesto que nuestras buenas obras
no nos llevan al cielo, ¿por qué preocupamos acerca de ellas? Tales preguntas
nunca deberían pasar por los labios de una persona verdaderamente justificada.
Cuando Lutero osadamente proclamó la doctrina bíblica de la justificación sólo
por fe, él dijo, "La justificación es por la fe solamente, pero no por una
fe que es sola." Santiago lo había dicho anteriormente en una manera
diferente. El dijo que "la fe sin obras es muerta" (Santiago 2:26).
La verdadera fe, o fe salvadora, es lo que Lutero llamó una fide viva, una fe
viva. Es una fe que inmediatamente trae los frutos de arrepentimiento y
justicia. Si nosotros decimos que tenemos fe pero las obras no la siguen, esto
es una clara evidencia que nuestra fe no es genuina. La verdadera fe siempre
produce una conformidad real a Cristo. Si la justificación nos sucede, entonces
la santificación seguramente la seguirá. Si no hay santificación, significa que
nunca hubo justificación.
En el instante en que creemos, somos
inmediatamente justificados. Dios no espera que aparezcan nuestras buenas obras
antes de que El nos declare justos. Nosotros somos aún pecadores cuando llega
esa declaración. ¿Cuánto tiempo pasa antes de que el pecador comience a ser
puro? La respuesta es ninguno. No hay un período de tiempo entre nuestra
justificación y el comienzo de nuestra santificación. Pero sí hay un gran
período de tiempo entre nuestra justificación y la conclusión de nuestra
santificación. Lutero usó una simple analogía para explicarlo. El describió la
condición de un paciente que está mortalmente enfermo. El doctor dice que él
tiene la medicina que curará al enfermo. En el instante que la medicina es
administrada, el doctor declara al paciente recuperado. En ese momento el
paciente aún está enfermo, pero tan pronto como la medicina pasa por sus labios
y entra en su cuerpo, el paciente comienza a recuperarse. Así es nuestra
justificación. Tan pronto como creemos realmente, en ese mismo instante
comenzamos a estar mejor; el proceso de llegar a ser puros y santos se ha
iniciado, y su futura conclusión es segura.
La meta del crecimiento cristiano es alcanzar
la justicia. En el mundo cristiano de hoy, tal afirmación puede sonar radical.
Los cristianos raramente hablan de la justicia. La palabra se ha convertido en
casi una mala palabra. Se prefiere casi cualquier otro término en lugar de la
palabra justicia. Yo jamás he tenido un estudiante, un miembro en mi iglesia, o
cualquier otra persona que venga y me pregunte, "¿Cómo puedo ser justo?
Mucha gente me ha hablado sobre llegar a ser ético, moral, espiritual o aun
piadoso. Pero nadie parece querer hablar acerca de ser justo. Ser espiritual
tiene sólo un propósito real. Es un medio para alcanzar un fin, no es el fin en
sí mismo. La meta de todo ejercicio espiritual tiene que ser la meta de la
justicia. Dios nos llama a ser santos. Cristo establece la prioridad de la vida
cristiana: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, “Y las
demás cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
La meta final es la justicia. ¿Cómo saber si
estamos avanzando en nuestra búsqueda de la justicia ¿Cómo podemos saber si
estamos progresando en nuestro llamado a -ser santos? La Biblia nos ilumina
para estas preguntas. La gente justa s conocida por sus frutos. Ellos progresan
en santidad por el poder Santificador del Espíritu Santo trabajando en ellos y
sobre ellos. El Espíritu Santo conoce lo que es la santidad. El es llamado el
Espíritu Santo no sólo porque es santo, sino porque trabaja para producir
santidad en nosotros. El fruto de la justicia es aquel fruto obrado en nosotros
por el Espíritu Santo. Si queremos ser santos, si tenemos verdadera hambre por
la justicia, entonces tenemos que enfocar nuestra atención en el fruto del
Espíritu Santo. El fruto del Espíritu se pone en lúcido contraste con el fruto
de nuestra naturaleza pecaminosa:
Y manifiestas son las obras de la carne, que
son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las
cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales
cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:19-21) En este pasaje Pablo
hace eco a las advertencias de Jesús sobre la pérdida del reino de Dios. La
gente cuya vida es caracterizada por los pecados mencionados arriba, no
heredará el reino de Dios. Esto no es para decir que cualquier pecado que
nosotros cometamos signifique nuestra exclusión del cielo. Pablo está hablando
de un estilo de vida que es habitual y constantemente, caracterizado por los
vicios mencionados.
La lista incluye tanto pecados externos como
internos, pecados del cuerpo y pecados del corazón. Los pecados listados pueden
ser descritos como grotescos y abominables. El nuevo testamento reconoce grados
de pecados. Algunos pecados son peores que otros. Este es un punto importante
que con frecuencia pasa desapercibido entre los cristianos. Los protestantes
particularmente tiene conflicto con este concepto, lo cual se debe en parte a
una reacción a la idea católico-romana de que hay dos clases de pecados:
mortales y veniales. Roma les llama a ciertos pecados "mortales"
porque son tan serios que puede matar la gracia que hay en el alma. Los pecados
menores son llamados "veniales" porque no pueden destruir la gracia
salvadora. Nosotros tendemos a pensar que ningún pecado es más grande que otro.
Pensamos en la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte de que codiciar a una
mujer es ser culpable de adulterio.
Estamos conscientes de que la Biblia enseña
que si pecamos en un punto de la ley, hemos pecado contra toda la ley. Estas
dos enseñanzas bíblicas pueden confundimos fácilmente acerca de los grados de
pecado. Cuando Jesús dijo que la codicia es violar la ley contra el adulterio,
El no dijo o implicó que la codicia es de tan igual maldad como el acto total
del adulterio. Su punto era que la medida completa de la ley prohibía más que
el solo acto del adulterio. La ley tiene una aplicación más amplia. Los
fariseos pensaban que estaban libres de pecado contra la ley, puesto que nunca
cometían el acto del adulterio. Ellos asumían que si se refrenaban de matar gente,
estaban libres de la ley contra el asesinato. Fallaban en ver que el enojo
injusto y el odio también estaban incluidos en el significado más amplio de la
ley en contra de matar.
Jesús enseñó que el odio es un pecado contra
la vida de otra persona. El odio viola a las personas. No es tan severo como la
muerte literal, pero es un pecado. El pecado más pequeño envuelve una
transgresión contra toda la ley. La leyes la norma de santidad para nosotros.
En nuestra más leve transgresión, nosotros pecamos contra aquella norma;
nosotros violamos el llamado a la santidad. De nuevo, eso no implica que todo
pecado sea tan malo como cualquier otro pecado. Jesús repetidamente habló de
los grados de castigo en el infierno, tanto como de aquellos cuya culpa era más
grande que la de otros.
Es importante recordar la idea de grados de
pecado, para entender la diferencia entre el pecado y el pecado grave. De
nuevo, todos nuestros pecados requieren perdón. Todos nuestros pecados son
actos de traición contra Dios. Necesitamos un Salvador para nuestros pecados
pequeños tanto como para los grandes. Pero algunos pecados son más
significativos que otros, y necesitamos identificar cuáles son, no sea que
caigamos en la trampa farisaica de enfatizar lo secundario. Considere la atención
que se le da al problema del sobrepeso en nuestra sociedad. Cada año la gente
gasta millones de dólares en dietas.
Hay algunas excelentes razones para mantener
el peso de nuestro cuerpo bajo control. Sabemos que la obesidad es un problema
serio de salud. También sabemos que la glotonería es un pecado. Somos propensos
a rellenar y dejar engordar el templo del Espíritu Santo. Pero el énfasis que
hay en nuestra sociedad por la delgadez no está tan enfocado en la salud como
en la apariencia personal. Queremos ser delgados para lucir bien. Quizás no hay
nada malo con eso, pero la delgadez no es la más alta medida que encontramos
para la santidad. Nadie me ha ofendido a mí por ser gordo. Los que" me han
lastimado, lo han hecho mediante calumnias. Nos gastamos poco dinero en
controlar el problema de la calumnia. Tal vez es porque algunas cosas son más
difíciles que controlar que el peso.
Alguna gente ha dominado el arte de controlar
el apetito, pero nadie ha do-minado el arte de controlar la lengua. Piense en
la gente a quien usted considera ser la más piadosa que usted conoce. ¿Qué
lugar tiene el peso en la piedad que usted le admira? ¿Cuántas de estas
personas piadosas tienen lenguas viciosas? Es una contradicción de términos,
¿no es así? La piedad y una lengua sin control no son compatibles. El fruto del
Espíritu contrasta vívidamente con los pecados de la carne. El fruto del
Espíritu proyecta las virtudes que nosotros reconocemos en la gente piadosa.
Considere el fruto que Pablo menciona: "Mas el fruto del Espíritu es amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;"
(Gálatas 5:22-23). Estas son las marcas de una persona que está creciendo en
santidad. Estas son las virtudes que somos llamados a cultivar. Para producir
los frutos del Espíritu, debemos practicar los frutos del Espíritu. El Espíritu
está obrando dentro de nosotros para ayudarnos en la practica e ese fruto, pero
nosotros somos llamados a luchar con todas nuestras fuerzas para producir ese
fruto.
En esta lista del fruto del Espíritu, el
apóstol nos da una receta para nuestra santificación. A todos nos gusta
aprender cosas en diez lecciones fáciles, pero llegar a ser santo no tiene nada
de fácil. Sin embargo, la Biblia nos facilita conocer como es que luce la
santidad. El fruto del Espíritu - allí es donde debe estar nuestro enfoque.
Pablo lo simplifica para nosotros. El agrega las siguientes palabras a la lista
de virtudes que describen el fruto del Espíritu: Contra tales cosas no hay ley.
Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos
vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. (Gálatas
5:23-26).
Permitiendo que la Santidad de Dios Toque
Nuestras Vidas: Mientras reflexiona en lo que ha aprendido y redescubierto
acerca de la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use un diario para
registrar sus respuestas en lo concerniente a la santidad de Dios, o discuta
sus respuestas con un amigo.
1. ¿Qué significa para usted ser santo, vivir
una vida santa?
2. ¿Cómo está usted tratando de renovar su
mente?
3. ¿Cómo responde usted cuando se da cuenta que
Dios lo ha justificado transfiriendo a su cuenta toda la justicia de Cristo?
4. ¿Qué fruto ha estado desarrollando el
Espíritu Santo en su vida?
5. ¿En qué maneras quiere usted crecer en
santidad?
CAPITULO 9: DIOS EN LAS MANOS DE
PECADORES AIRADOS
Casi todos los hombres naturales Que escuchan
sobre el infierno se engañan a sí mismos pensando que escaparán de él JONATHAN EDWARDS. Quizás el sermón más famoso jamás predicado
en América es, "Pecadores en las Manos de un Dios Airado" por
Jonathan Edwards, que ha sido reproducido en innumerables catálogos de
predicación y en la mayoría de las antologías de literatura americana. Esta
vívida representación de la terrible condición de los inconfesos amenazados con
la condenación del infierno es tan escandalosa que algunos analistas modernos
lo han calificado de absolutamente sádico.
El sermón de Edwards está lleno de imágenes
gráficas de la furiosa ira de Dios y de los horrores del inexorable castigo de
los malvados en el infierno. Sermones como éste son muy impopulares en nuestra
era; se les considera de muy mal gusto, propios de una teología medieval. La
predicación que enfatiza la fiera ira de un Dios santo y que procura alcanzar
los corazones impenitentes no concuerda con la atmósfera alegre de las iglesias
evangélicas modernas. Los arcos góticos, los vitrales y los sermones que alborotan
el alma con angustia moral son considerados cosa del pasado. La nuestra es una
generación de positivismo, que busca el auto-mejoramiento y cuyas ideas
respecto al pecado son amplias. Nuestro pensamiento es más o menos así: Si
acaso hay un Dios, El no es santo.
Si por casualidad es santo, no es justo. Mas
si es santo y justo, no tenemos que temer porque su amor y su misericordia
sobrepasan su santa justicia. Si acaso digerimos su santo y justo carácter,
podemos descansar en esto: El no es un Dios de ira. Si pensamos sobriamente por
cinco segundos, veremos nuestro error. Ciertamente, si Dios existe como Dios,
si El es santo en verdad, si tiene un gramo de justicia en su carácter, ¿cómo
puede ser posible que no esté airado con nosotros? Nosotros hemos violado su
santidad; hemos insultado su justicia; hemos tomado su gracia con lidereza. Es
imposible que estas cosas le complazcan.
Edwards entendió la naturaleza de la santidad
de Dios; percibió que la gente sin santidad tiene muchas razones para temerle, por
esto no había necesidad de justificar una teología de miedo. A él lo consumía
la necesidad de predicar sobre la santidad de Dios de una manera vívida,
enfática, convincente y poderosa, no por el deleite sádico de atemorizar a la
gente, sino por compasión. Amaba suficientemente a su congregación como para
atreverse a advertirles sobre las pavorosas consecuencias de enfrentar la ira
de Dios. Su interés no era darles un complejo de culpabilidad, sino
despertarlas a los peligros que enfrentarían si permanecían inconfesas.
Examinemos una sección de este sermón para
probar su sabor: El Dios que te sostiene sobre el abismo del infierno, de la
manera que se sostiene una araña o algún despreciable insecto sobre el fuego,
te aborrece y se encuentra terriblemente provocado. Su ira arde como el fuego
en contra tuya; El ve que de lo único que tú eres digno es de ser lanzado al
fuego; sus ojos son demasiado puros para soportar que estés delante de su
mirada; eres diez mil veces más abominable delante de sus ojos de lo que es la
más odiosa serpiente venenosa delante de los nuestros. Lo has ofendido
infinitamente más que un necio rebelde ofende a su príncipe. Sin embargo, no es
otra cosa sino su mano la que impide que tú caigas al fuego en cualquier
momento.
No es debido a ninguna otra cosa que tú no
hayas ido al infierno mientras dormías por la noche y que hayas podido
despertar hoy después de haber cerrado tus ojos. Y no existe ninguna otra razón
para que no hayas sido arrojado al infierno desde que te levantaste esta mañana,
sino que la mano de Dios te ha sostenido. No puede haber otra razón por lo que
no te hayas ido al infierno puesto que tú estas sentado aquí en la casa de Dios
provocando sus ojos puros por la manera malvada y pecaminosa en que te
comportas durante esta solemne adoración. Sí, no hay ninguna otra razón por la
que tú en este mismo momento no seas lanzado al infierno. ¡Oh pecador!
Considera el terrible peligro en el que te encuentras: es un gran horno de ira,
un inmenso abismo sin fondo, lleno del fuego de la ira sobre el cual tú cuelgas
sostenido por la mano de Dios, cuya ira es provocada y encendida por ti, tanto
como por los que ya están condenados en el infierno. Tú cuelgas de un delgado
hilo, con las llamas de la ira divina ardiendo al alrededor y listas para arder
y quemarla en cualquier momento. Y tú no tienes interés en ningún mediador, y
nada de que sostenerte para salvarte nada que te libre de las llamas de la ira,
nada de ti mismo, nada 'que tú hayas hecho jamás, nada que puedas hacer, para inducir
a Dios a que te libre por un momento.
El ritmo intenso del sermón continúa sin
tregua. Edwards lanza golpe tras 'golpe a la conciencia herida de los corazones
de su congregación. El recoge imágenes gráficas de la Biblia, todas designadas
a advertir del peligro a los pecadores. Les dice que ellos están caminando
sobre lugares resbalosos en peligro de caer por su propio peso. Dice que están
atravesando el abismo del infierno sobre un puente de madera apoyado por vigas
podridas que se pueden quebrar en cualquier segundo. Habla de flechas
invisibles que, como una pestilencia, vuelan al mediodía. Advierte que el arco
de Dios está preparado y que las flechas de su ira están apuntando a sus
corazones. Describe la ira de Dios como grandes corrientes de agua que se
apresuran contra las compuertas de un dique. Si el dique se quiebra, los
pecadores serían inundados por un diluvio.
El recuerda a sus oyentes que no hay nada
entre ellos y el infierno sino aire: Tu maldad te hace tan pesado como el
plomo, y te empuja con gran peso y presión hacia el infierno; y si Dios te
dejara ir, te hundirías de inmediato, y rápidamente descenderías y te
sumergirías en ese golfo sin fondo, y tu saludable constitución, tu cuidado y
prudencia, tus mejores planes, y toda tu justicia no tendrían más fuerza para
sostenerte y librarte del infierno de la que tendría una tela de araña para
sostener una roca. En la parte aplicativa del sermón, Edwards pone un gran
énfasis en la naturaleza y severidad de la ira de Dios. La noción de que un Dios
santo tiene que ser también un Dios de ira es central en su pensamiento. El
pone en la lista varios puntos clave acerca de la ira de Dios que no debemos
atrevemos a pasar por alto:
1. LA IRA DE DIOS ES DIVINA. La ira de la cual Edwards predicó es la ira
de un Dios infinito. El contrasta la ira de Dios con la ira humana o la ira de
un rey por su súbdito. La ira humana cesa, tiene un punto final, es limitada.
La ira de Dios continuara si limite.
2. LA IRA DE DIOS ES FURIA. La Biblia repetidamente compara la ira de
Dios con un lagar de furia. En el infierno no hay moderación, ni se concede
misericordia. La ira de Dios no es una simpe molestia o un ligero disgusto. Es
una cólera que consume al impenitente.
3. LA IRA DE DIOS ES ETERNA. No hay fin para la ira de Dios dirigida
contra los que están en el infierno. Si nosotros tuviésemos comparación por la
gente, nos lamentaríamos ante el pensamiento de que uno solo de ellos cayera en
el abismo del infierno.
Nosotros no podríamos soportar escuchar los
gritos de los condenados ni por un momento seria mas de lo que podemos
soportar. Contemplarla por la eternidad es demasiado terrible para pensar en
ello. Con sermones como este nosotros no queremos ser despertados. Nosotros
preferimos la tranquilidad de sentirnos adormecidos, de reposar pacíficamente.
La tragedia para nosotros es que a pesar de
las claras advertencias de la Escritura y de las solemnes enseñanzas de Jesús
sobre el tema, continuamos estando cómodos ante el castigo futuro de los
malvados. Si Dios es digno de ser creído, tenemos que enfrentar la terrible
realidad de que algún día, su ira feroz será derramada. Edwards observa:
Casi todo hombre natural que oye acerca del
infierno se engaña a sí mismo pensando que escapará; depende de sí mismo para
su propia seguridad; se gloria en lo que ha hecho, en lo que hace, o en lo que
intenta hacer, Cada uno pone en su mente ideas de cómo habrá de evitar la
condenación y se adula a sí mismo de que sus planes y sus esquemas no le
fallará. ¿Como reaccionamos nosotros ante el sermón de Edwards? ¿No nos provoca
una sensación de miedo? ¿No nos enoja? ¿Nos sentimos como las multitudes que no
hacen sino burlarse de la idea del infierno y del castigo eterno? ¿Consideramos
la ira de Dios como un concepto obsceno y primitivo? ¿Es la sola noción del
infierno un insulto para nosotros? Si es así, es claro que el Dios que adoramos
no es un Dios santo; de hecho, no es Dios en absoluto.
Si despreciamos la justicia de Dios, no somos
cristianos. Estamos en una posición que es tan precaria como la que Edwards
describe tan gráficamente. Si odiamos la ira de Dios, es porque odiamos a Dios
mismo. Podemos protestar vehementemente contra estas acusaciones, pero nuestra
vehemencia solo confirma nuestra hostilidad hacia Dios. Podemos decir enfáticamente:
“No, no es a Dios a quien yo odio; es a Edwards, Dios es solo dulzura para mi.
Mi Dios es un Dios de amor”. Pero un Dios amoroso que no tiene ira no es Dios.
Es un ídolo de nuestra propia imaginación, tanto como si lo hubiésemos labrado
en piedra.
Edwards predico otro famoso sermón, que es,
por decirlo así, una secuela de “Pecadores en las manos de un Dios airado”. Su
titulo es “Los hombres, enemigos naturales de Dios”. Si me atreviera a mejorar
el titulo del sermón de Edwards, sugeriría en su lugar, “Dios en las manos de
pecadores airados”. Si somos inconfesos, una cosa es absolutamente cierta,
odiamos a Dios. La biblia no deja lugar a dudas acerca de esto. Somos enemigos
de Dios. Internamente, hemos jurado la destrucción total de Dios. Es natural para
nosotros odiar a Dios como es natural para la lluvia humedecer la tierra cuando
cae. Ante esto, nuestra molestia se puede convertir en indignación. Nosotros
renegamos con todo el corazón de lo que yo he escrito. Estamos listos para
reconocer que somos pecadores.
Admitimos de inmediato que no amamos a Dios
tanto como deberíamos. Pero, ¿quién entre nosotros admitirá que odia a Dios?
Romanos 5:10 enseña claramente: "siendo enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo." El tema central del nuevo testamento es el
de la reconciliación. La reconciliación no es precisamente para quienes se
aman. El amor de Dios hacia nosotros no está en duda. La sombra de duda cae
sobre nosotros. Es nuestro amor por Dios, el que es cuestionable. La mente humana,
a la cual la Biblia llama "mente carnal," está en enemistad con Dios.
Nosotros mostramos nuestra hostilidad natural
para con Dios por lo poco que lo estimamos. Lo consideramos indigno de nuestra
total devoción. No nos deleitamos en contemplado. Aun para los cristianos, la
adoración es con frecuencia difícil y la oración una obligación pesada. Nuestra
tendencia natural es estar tan lejos como sea posible de su presencia. Su
Palabra rebota de nuestra mente como una pelota de básquet rebota en un tablero.
Por naturaleza, nuestra actitud hacia Dios no es de una mera indiferencia. Es
una postura de malicia. Nos oponemos a su gobierno y rehusamos su control.
Nuestros corazones terrenales están vacíos de afecto por El; son fríos,
congelados para con su santidad. Por naturaleza, el amor de Dios no está en
nosotros. Como Edwards lo señaló, no es suficiente decir que la mente natural
mira a Dios como un enemigo.
Tenemos que ser más precisos. Dios es nuestro
enemigo mortal. El representa la amenaza más alta posible para nuestros deseos
pecaminosos. El nos es absolutamente repugnante sin límite posible. No importa
cuánto traten de persuadimos los filósofos o los teólogos, ellos no pueden
inducimos a amar a Dios. Nosotros despreciamos su sola existencia y haríamos cualquier
cosa en nuestro poder par librar al universo de su santa presencia. Si Dios
tuviera que poner su vida en nuestras manos, no estaría seguro ni por un
segundo. Nosotros no solo lo ignoraríamos; lo destruiríamos. Esta acusación
puede parecer extravagante e irresponsable hasta que examinamos una .vez más lo
que sucedió cuando Dios apareció en la persona de Cristo. A Cristo no lo
mataron simplemente, le mataron con sádica malicia.
Las multitudes clamaron por su sangre. No fue
suficiente deshacerse de El, sino que tuvo que hacerse con burla y humillación.
Nosotros sabemos que su naturaleza divina no pereció en la cruz. Fue su
humanidad la que murió. Si Dios hubiese expuesto su naturaleza divina a la
ejecución, si la hubiese hecho vulnerable a los clavos de sus ejecutores,
entonces Cristo aún estaría muerto y Dios estaría ausente del cielo. Si la
espada hubiese atravesado el alma de Dios, la revolución de los pecadores fuese
una victoria total y la humanidad estaría ahora como rey. "Pero esas cosas,"
decimos nosotros, "No se aplican a nosotros que somos cristianos, que
decimos amar a Dios, que hemos experimentado la reconciliación, que hemos
nacido de nuevo por el Espíritu y sobre cuyos corazones el amor de Dios ha sido
derramado." Pero debemos tener cuidado, recordando que al convertimos,
nuestra naturaleza carnal no fue aniquilada. Aun quedan vestigios de nuestra
naturaleza caída con la cual debemos luchar cada día. Aún hay una esquina del
alma que no se deleita en Dios, y vemos su filo en nuestro continuo pecado o en
nuestra adoración insípida. Se manifiesta aun en nuestra teología.
Históricamente, ha habido tres tipos
genéricos de teología compitiendo por ser aceptadas en la iglesia cristiana:
Pelagianismo, Semipelagianismo y Agustinianismo. El Pelagianismo no es
cristiano. No es que sea sub-cristiano, sino que es totalmente anti-cristiano.
Es básicamente una teología de incredulidad. El hecho de que es defendido por
muchas iglesias es un testimonio del poder de la enemistad natural de la gente
contra Dios. Para el pelagiano o liberal, no existe lo sobrenatural. Ellos no
creen en los milagros, en la expiación, en la divinidad de Cristo, en su
resurrección, su ascensión o su segunda venida. En una palabra, no hay
cristianismo bíblico para ellos.
El Pelagianismo es puro paganismo con máscara
de piedad. ¿Qué sobre el Semi-pelagianismo? Este es claramente cristiano, pues
confiesa apasionadamente la divinidad de Cristo y cree en la expiación, la
resurrección y esas otras doctrinas. Entre los cristianos evangélicos, el
Semi-pelagianismo es lo que la mayoría cree, y probablemente representa la
teología de la vasta mayoría de la gente que lee este libro. Pero yo estoy
convencido que con todas sus virtudes, el semi-pelagianismo aún representa una
teología de compromiso con nuestras inclinaciones naturales. Tiene una clara
deficiencia en su entendimiento de Dios. Si bien saluda la santidad de Dios y
reclama fuertemente que cree en la soberanía de Dios, aún entretiene ilusiones
acerca de nuestra habilidad para buscar a Dios y hacer la "decisión"
de nacer de nuevo. Declara que la gente caída que está en enemistad con Dios
puede ser persuadida a reconciliarse, aun antes de que sus corazones
pecaminosos sean cambiados. Dice que gente que aún no es nacida de nuevo puede
ver y entrar al reino que Cristo declaró, no se puede ver ni obtener sin
regeneración.
Los evangélicos de hoy invitan a los
pecadores inconfesos a venir por sí mismos a la vida, eligiendo nacer de nuevo.
Cristo dejó bien claro que la gente muerta no puede elegir nada, que la carne
no cuenta para nada, y que debemos nacer del Espíritu antes de que podamos
siquiera ver el reino de Dios, mucho menos entrar. La falla de los evangélicos
modernos reside en la forma en que captan la santidad de Dios. Si eso pudiera ser
entendido correctamente, no se hablaría más de que los enemigos de Cristo
pueden venir a Jesús por sus propias fuerzas. Sólo el Agustinianismo ve la
gracia como central en su teología. Cuando entendemos el carácter de Dios,
cuando captamos algo de su santidad, entonces comenzamos a entender el carácter
radical de nuestro pecado e impotencia.
Los pecadores impotentes sólo pueden
sobrevivir por gracia. Nuestra fuerza es fútil en sí misma; somos
espiritualmente impotentes sin el poder de un Dios misericordioso. Nos puede
desagradar prestarle atención a la ira y a la justicia de Dios, pero hasta que
nos inclinemos a estos aspectos de la naturaleza de Dios, nunca apreciaremos lo
que nos ha sido otorgado por la gracia. Aun el sermón de Edwards sobre los pecadores
en las manos de Dios no fue designado para enfatizar las llamas del infierne.
El resonante énfasis cae, no en el feroz abismo sino en las manos del Dios que
nos sostiene y nos rescata de él. Las manos de Dios son manos de gracia. Sólo
ellas tienen el poder de rescatamos de una destrucción segura.
¿Cómo podemos nosotros amar a un Dios santo?
La respuesta más simple que puedo dar a esta vital pregunta es que no podemos.
Amar a un Dios santo esta más allá de nuestro poder moral. La única clase de
Dios que nosotros podemos amar por nuestra pecaminosa naturaleza es un dios sin
santidad, un ídolo hecho por nuestras propias manos. A menos que seamos nacidos
del Espíritu de Dios, a menos que Dios derrame su santo amor en nuestros
corazones, a menos que El se incline en su gracia para cambiar nuestros
corazones, nosotros no lo amaremos. Es El que toma la iniciativa de restaurar
nuestras almas. Sin El no podemos hacer nada justo. Sin El seríamos condenados
a una separación eterna de su santidad. Nosotros le podemos amar :;vio porque
El nos amó primero.
Amar Dios requiere una gracia suficientemente
fuerte para quebrantar nuestros corazones endurecidos y despertar nuestras
almas moribundas. Si estamos en Cristo, ya hemos sido despertados, hemos sido
resucitados de la muerte espiritual a la vida espiritual. Pero aún tenemos
"adormecedores" en nuestros ojos, y a veces andamos caminando como
zombis. Aún retenemos cierto temor de acercamos mucho a Dios; aún temblamos al
pie de su santo monte. Sin embargo, a medida que crecemos en nuestro
conocimiento de Dios, alcanzamos un profundo amor por su pureza y un sentido
más profundo de dependencia en su gracia. Aprendemos que El es absolutamente
digno de nuestra adoración.
El fruto de nuestro creciente amor por El es
el incremento de la reverencia por su Nombre. Nosotros lo amamos ahora porque
hemos visto su amor; le adoramos porque hemos visto su majestad; le obedecemos
porque su santo Espíritu habita en nosotros. Permitiendo que la Santidad de
Dios Toque Nuestras Vidas: A medida que reflexiona sobre lo que a aprendido y
redescubierto sobre la santidad de Dios responda estas preguntas. Use un diario
para registrar sus respuestas en lo concerniente a la santidad de Dios o
discuta sus respuestas con un amigo.
1. ¿Cómo responde usted al sermón de Jonathan
Edwards? ¿Es misericordioso y compasivo?
2. ¿Cómo el entendimiento de la ira de Dios le
ayuda a honrado como un Dios santo?
3. ¿En que forma necesita usted que Dios le
ayude para poder amado?
CAPITULO 10: MIRANDO MÁS ALLÁ DE LAS
SOMBRAS.
La verdad siempre comprende algo, pero la
realidad es aquello que la verdad comprende CS LEWIS. El salmista se llenó de sentimientos de asombro y
reverencia al contemplar el entorno en el que vivía. Cuando volvió su mirada
hacia la dimensión celestial, se sintió motivado a expresar sus más profundos
pensamientos: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas, que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él
memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que
los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. (Salmo 8:3-5). Este no fue el
sentimiento de un astrónomo profesional o un astrólogo primitivo. Fueron las
reflexiones de una personal ordinaria que contemplaba su pequeño espacio en
este vasto universo. El salmista no conocía el concepto de un universo en
expansión que contenía billones de estrellas e innumerables galaxias. No tenía
idea de la Nova que explotó u de la espiral nebulosa. No había oído de la
cosmología del Big-Bang. Desde su ventajoso punto de vista en el espacio y el
tiempo, el cielo le parecía como una cobertura en forma de cúpula, cuyas
luminarias parecían estar a unas pocas millas en el ciclo. Me pregunto, ¿Qué
habría pensado David si alguien le hubiese sugerido que la luz de la estrella
más cercana (aparte de nuestro sol) se tardaba cuatro años y medio en llegar a
la tierra viajando a una velocidad de 186,000 millas por segundo?
Es casi imposible para nosotros imaginarnos
tal enormidad de distancia y espacio, aun viviendo en este lado de la
revolución copérnica. Cuando considéranos que la circunferencia de nuestro
planeta es de veinticinco mil millas, y que la luz puede ir alrededor del mundo
siete veces y media en un solo segundo, somos reducidos al absoluto asombro. El
asombro se multiplica casi al infinito cuando pensamos en el número de segundos
que tiene un día, sin mencionar el número de segundos que hay en cuatro años y
medio. Y esto sólo refiriéndonos a la distancia dé la estrella más cercana. No
tenemos analogías significativas para comparar la distancia de la estrella más
lejana. De hecho, no sabemos cual es la estrella más lejana porque con toda
probabilidad, ni siquiera la hemos descubierto.
Con los escasos recursos que el salmista
tenía al contemplar el cielo nocturno de Palestina, fue sobrecogido por el
enorme sentido de contraste entre la magnificencia de los cielos y la relativa
oscuridad e insignificancia de su propia vida. Al considerar las estrellas, se
tuvo que hacer la pregunta suprema acerca de su propia existencia: "¿Qué
es el hombre para que tengas de él memoria?" (Salmo 8:4). Parecería que
David se consideraba á sí mismo virtualmente coma si fuese nada, un
insignificante punto en la pantalla del radar de la historia o una partícula
sin importancia en un desierto cósmico. Pero no era esa su conclusión. El
expresó una visión elevada de la importancia de la vida sobre este planeta y
del valor y la dignidad de la humanidad. El habló de la corona de gloria y
honor con la cual el Creador tocó esta pequeña parte la creación.
¿Cómo fue capaz el salmista de arribar a un
optimismo tan elevado? ¿Fue solamente un caso de delirio de grandeza? ¿Estaba
el salmista armado con el conocimiento que lo capacitara para atravesar el
enorme abismo entre el cielo y la tierra? Quizás fue porque el salmista pudo
percibir algo para lo cual nosotros estamos completamente ciegos. Tal vez fue
porque el vio que más allá de las estrellas y la luna, estaba Aquel que las
estableció en los cielos. En su carta a los Romanos, el apóstol Pablo escribió
de la revelación que Dios hace de sí mismo en y a través de la naturaleza.
El dice, "Porque las cosas invisibles de
él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación
del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no
tienen excusa." (Rom 1:20). Lo que Pablo dice aquí es asombroso. El
reconoce la invisibilidad de Dios. Pero él habla de las cosas invisibles de
Dios como siendo vistas. Si algo se ve, no es invisible; si es invisible, no
puede ser visto. ¿Por qué habla entonces el apóstol de ver lo que es invisible?
Pablo no estaba hablando tonterías, ni diciendo adivinanzas. Lo que él quiere
decir es esto: Lo que no se puede ver directamente puede ser visto
indirectamente. En el terreno de la teología, Pablo está describiendo lo que se
conoce como revelación mediata. La revelación mediata envuelve una comunicación
o un descubrimiento realizado a través de algún medio.
El término médium es usado para referirse a
una fuente de comunicación tal como los periódicos, la radio y la televisión.
Nosotros recibimos la información que llamamos noticias, no siendo testigos
directos de los eventos sino leyendo sobre ellos en los medios impresos,
oyéndolos en la radio o viéndolos en la televisión. La televisión es un medio
tan poderoso que viéndola, podemos pensar que estamos siendo testigos presenciales
de los eventos que vemos en la pantalla. Mientras miramos un juego de fútbol en
vivo, sentimos que estamos allí en la escena. Pero por supuesto, no es así. Lo
que vemos son imágenes transmitidas, o fotografías del evento. El juego es
"visible" para nosotros solo vía "televisión," un medio de
comunicación.
Cuando volvemos nuestra atención a las
estrellas, nos involucramos en el uso de otro medio. Mirar a una estrella o a
la luna no es mirar al rostro de Dios. Es mirar la obra de Dios. Cuando
observamos el cuadro de Rembrandt, "La Ronda de la Noche" en el
Rijksmuseo en Ámsterdam, no estamos viendo a Rembrandt. Estamos viendo una
pintura que vino de su mano. Esa pintura nos dice algo acerca del hombre que la
pintó, pero ciertamente no nos dice todo acerca de él. Por supuesto, la
naturaleza en su plenitud es una obra de arte, mucho más grande que cualquiera
que Rembrandt creara jamás.
La naturaleza nos provee un retrato mucho más
grande que "La Ronda de la Noche." Y revela mucho más de su Creador
que lo que una pintura pueda hacerlo de su artista. Pablo declara que el medio
de la naturaleza hace visible el invisible poder y deidad de -Dios. Pablo
aclara que todos ven esta manifestación de la majestad de Dios. Esta revelación
es claramente visible para todos. La fuerza de la declaración de Pablo es que
toda persona que ha vivido, sabe que hay un Dios y está consciente de su
trascendente majestad y santidad.
El medio que Dios ha seleccionado para
revelarse a sí mismo universalmente es tan claro y tan potente que deja a todos
sin excusa. Es un medio mucho más poderoso y efectivo para cumplir su cometido,
que una transmisión de televisión. Una entrevista con Dios en un programa
televisor no mostraría tanto de El como lo hace la naturaleza.
Si bien toda la gente recibe este
conocimiento de Dios, no todos ellos .están dispuestos a reconocerlo. Después
de que el apóstol remueve todas las excusas de las manos de la gente, declara:
A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron
gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les
oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron
necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas
del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. (Rom
1:21-23 NVI)
¿Conoce usted a Michael Jordán? Yo podría
contestar a esa pregunta de dos maneras. Podría decir, "Sí, lo conozco. Lo
he visto y le he hablado." O podría decir, "No, nunca lo he
conocido." Ambas respuestas serían verdad hasta cierto punto. A un lado,
lo he visto a Michael Jordán. Lo he visto en la televisión. Le he hablado, le
he gritado mirándolo jugar con los Bulls por la televisión. Pero también es
verdad que jamás lo he conocido. Usualmente cuando hablamos de esta manera
agregamos el calificativo, "en persona." Nosotros entendemos la
diferencia entre la persona real y la imagen de la persona. Pablo está diciendo
que la persona real de Dios es conocida realmente a través de la revelación
real que encontramos en la dimensión de la naturaleza. Pero el problema es que
en el caso de Dios, nosotros distorsionamos nuestro conocimiento de El,
reemplazándolo con imágenes que creamos nosotros mismos. Esta es la esencia de
la idolatría: reemplazar la realidad con una falsedad.
Nosotros distorsionamos la verdad de Dios, y
manipulamos nuestro concepto de El conforme a nuestra conveniencia; que al fin
nos deja con un dios que es cualquier cosa menos santo. Nuevamente es
importante notar que Pablo hace una acusación universal contra la humanidad,
pero no por causa de desconocer a Dios. Ese no es nuestro problema. No es que
fallemos en conocer que Dios existe y quién es El; es que rehusamos creer lo
que sabemos que es verdad. Aquí encaramos un problema que no es intelectual. Es
un problema moral. Es el problema de la deshonestidad.
Toda idolatría está basada en esta
deshonestidad fundamental. Pablo describe esto en términos de un intercambio,
el cual es un intercambio deshonesto: "Ya que cambiaron la verdad de Dios
por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el
cual es bendito por los siglos. Amén. "(Rom.1: 25). Este intercambio
deshonesto es la substitución de la criatura por el creador, un intercambio que
es deshonesto precisamente porque nosotros sabemos lo que es verdad. El difunto
Carl Sagan habló del sentido de asombro y reverencia que él sintió cuando
contempló lo intrincado del cosmos. Pero Sagan aclaró que esta reverencia no
era por el Autor del cosmos, sino por el cosmos mismo. La respuesta de Sagan a
las estrellas fue diametralmente opuesta a la del salmista, quien se sintió
motivado a adorar al Dios que creó la naturaleza y se revela a sí mismo a
través de ella, no a adorar a la naturaleza misma.
Esto refleja la diferencia esencial entre la
piedad y el paganismo. Los paganos confunden la criatura con el Creador. Ellos
le atribuyen a la criatura, la gloria que solamente le pertenece a Dios. Pablo
ve el pecado de los hombres en términos de su rechazo a honrar a Dios como
Dios, a pesar de que conocen su eterno poder y deidad como Creador. Es este
rechazo a honrar a Dios como Dios, lo que creo que Pablo tiene en mente cuando
declara que la humanidad rechaza creer lo que ellos saben que es verdad acerca
de Dios. La notable conclusión a la que arribamos a través de la enseñanza del
apóstol es que la santidad de Dios no es un secreto obscuro o antiguo, que sólo
puede ser descubierto por algún grupo elite. Más bien, la santidad de Dios está
a la vista diariamente, para que todos la vean. De nuevo, no está revelada sólo
a aquellos que la investigan afanosamente. El punto de Pablo es que la santidad
de Dios es visible, y que se puede ver claramente.
En otros lugares el apóstol indica que tal
conocimiento de Dios dado a través de la creación, no es un conocimiento que
recibimos y abrazamos con gusto. Más bien, nuestra naturaleza aborrece este
conocimiento de la santidad de Dios. Es característico de la mente reprobada no
querer retener a Dios en su conocimiento. Nosotros preferimos manipular lo
santo en lo no-santo. Es este rechazo de la majestad de Dios lo que nos deja
con mentes entenebrecidas.
Resulta en una necedad masiva, que tiene
consecuencias desastrosas para nuestras vidas. Una vez que rechazamos honrar a
Dios como Dios, toda nuestra visión de la vida y del mundo se distorsiona.
Regresemos al Salmo 8. Antes de que el salmista hable de su contemplación de
las estrellas y de la luna y los cielos, expresa una conmovedora doxología:
"¡Oh Jehová, Señor nuestro, Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!
Has puesto tu gloria sobre los cielos" (Salmo 8:1). El punto crucial que
se afirma en este salmo es que la gloria de Dios está sobre los cielos y la
gloria de Dios trasciende la gloria de toda criatura. De hecho, la gloria que
se pueda encontrar en este mundo es prestada o derivada de la mano del Creador.
El salmista es obviamente un hombre
regenerado que se complace en honrar a Dios como Dios, y en reconocer la verdad
de la revelación dada en la naturaleza. El alza sus ojos mucho más allá del
esplendor de los cielos, y se regocija en la gloria que es revelada a través de
ellos. En su obra La República, Platón usa una famosa ilustración. El habla de
hombres que están encadenados en el oscuro interior de una cueva. Reciben calor
y luz de un pequeño fuego. Todo lo que los hombres pueden observar son las
traslucientes sombras que el fuego arroja sobre las paredes de la cueva. Esta
es la extensión de su visión.
Toda la realidad que ellos conocen es la de
las sombras. No es hasta que son liberados de los confines de las tinieblas y
emergen a la luz del día que ellos pueden percibir la realidad como es. Mientras
tanto, confunden las sombras sobre la pared con la realidad. Platón usó esta
analogía para ilustrar la diferencia entre lo que el llamó conocimiento y
opinión. La opinión se apoya en lo que se asume por las sombras, lo cual falla
en penetrar la verdad. Para Platón todo el conocimiento que se apoya solamente
en la observación de este mundo externo, no es verdadero conocimiento sino una
mera sombra de la verdad. Para alcanzar la verdad, uno tiene que ir más allá de
la dimensión inmediata de los sentidos, hacia la dimensión eterna de la
realidad suprema. Platón busco ir más allá del fenómeno, para llegar a la
verdad y la realidad final.
Si bien la analogía de Platón fue escrita
siglos atrás, puede muy bien ser un comentario adecuado para el espíritu de
nuestra época. Nosotros nos gloriamos en la explosión de conocimiento de la
ciencia moderna sobre el mundo externo. La expansión de nuestro conocimiento
científico ha sobrepasado muy bien los límites impuestos por nuestros poderes
comunes de' percepción. Nosotros podemos probar la dimensión de lo infinitésimo
por medio del microscopio y la dimensión de lo distante por medio del
telescopio. Nuestra visión de lo cercano y lo distante excede en mucho lo que
se logró en exploraciones previas. Nuestra visión del mundo alrededor y encima
de nosotros se ha extendido tan grandemente que aparentemente hemos sido lanzados
hacia un majestuoso teatro que diariamente nos ofrece un despliegue de gloria
asombrosa. Sin embargo, nuestra visión del mundo en la actualidad quizá es más
terrenal y estrecha que nunca. Ésta es una época en la que declaramos que la
suma total de la realidad es aquí y ahora, una época de miopía, una época de
secularismo sin precedente.
En nuestra búsqueda por la liberación y la
independencia de las criaturas, sólo hemos logrado separamos y excluimos de lo
sagrado. Vivimos en una cueva mas pequeña que Platón visualizó, y las sombras
que vemos son arrojadas no por llamas de fuego sino por brasas a punto de
apagarse. En su libro Institución de la Religión Cristiana, el teólogo del
siglo dieciséis, Juan Calvino, ofreció otra analogía: la de un hombre vendado
de los ojos. El propuso que la naturaleza es un inmenso y glorioso teatro que
exhibe la revelación divina. Pero nosotros caminamos por ese teatro como si
estuviésemos vendados.
El punto de Calvino no es negar que nosotros
recibamos conocimiento real de la revelación natural. Más bien él estaba
hablando del estado de la gente que voluntariamente rehúsa mirar lo obvio.
Nosotros nos ponemos la venda solos, y después tropezamos maldiciendo la
oscuridad. La analogía es dada para subrayar la necedad humana, la cual
prefiere las tinieblas a la luz y las criaturas al Creador. Calvino comenta:
Aunque la mayoría de los seres humanos esclavizados por el error, caminan
vendados en este glorioso teatro, [el creyente] exclama que es una sabiduría
rara y singular meditar cuidadosamente en las obras de Dios, las cuales muchos
que parecen tener una visión aguda en otros aspectos, contemplan sin ningún
provecho.
Ciertamente es verdad que la más
resplandeciente manifestación de la gloria divina no encuentra ningún
espectador genuino entre cien. Sin embargo, ni su poder ni su sabiduría están
rodeadas de oscuridad. Nosotros somos criaturas que prefieren vivir en la cueva
que en la luz plena del sol radiante. La gloria de Dios nos rodea. Es imposible
ignorarla. Sin embargo, no sólo fallamos en detenemos para oler las flores,
sino que fallamos en reconocer la gloria del Creador de las flores. Ciertamente
es la gloria de Dios, la principal presentación en el teatro de la majestad
divina en el cual caminamos diariamente. El salmista declara que el cielo y
toda la naturaleza le cantan a la gloria y la majestad de Dios.
Nosotros vemos la conexión inseparable entre
la santidad de Dios y su, gloria. Su gloria es la manifestación externa de la
perfección de su ser. Es la plenitud de su Ser-en manifiesto. La Escritura
frecuentemente habla de la nube de la gloria divina que ocasionalmente se hace
externamente visible, la shekinah. Esta nube de gloria cubrió a los discípulos
en el monte de la transfiguración. Sirvió como la escolta para Jesús en su
ascensión a los cielos y lo rodeará cuando retorne. Esta nube de gloria es tan
impresionante que puede cegar a aquellos que la miran directamente, como le
sucedió al apóstol Pablo en el camino de Damasco.
Cuando la gloria de Dios se manifestó en su
plenitud en los tiempos bíblicos, el resultado fue terror en todos los que la
vieron. Pero esta nube de gloria no es la única manifestación de la presencia
de Dios en la Biblia. El apareció también en varias teofanías, tales como la
zarza ardiente, el pilar de fuego y las lenguas de fuego que cayeron en
Pentecostés. En un grado menor su gloria se manifiesta en todas partes, todo el
tiempo. No puede ser extinguida más de lo que se puede extinguir la luz del
sol. El sol puede ser oscurecido cuando una nube lo cubre o cuando hay algún
eclipse, pero tales fenómenos no extinguen su luz. Calvino usó la metáfora de
"larga vistas" o "lentes" para describir nuestra percepción
de la gloria de Dios. El habló de la larga vista de la fe por el cual los
creyentes miran más allá de la superficie de las cosas, para regocijar sus ojos
en la gloria que se ve allí claramente.
La Biblia habla de aquellos que tienen ojos
para ver y oídos para oír. Esta no es una referencia al poder ordinario de los
sentidos, sino al de la habilidad de penetrar las tinieblas y la confusión del
pecado para ver y escuchar la verdad. Con la regeneración, las escamas caen de
nuestros ojos para que verdaderamente podamos percibir lo que vemos y entender
lo que oímos (Marcos 4:12). Es una capacidad que crece a medida que maduramos
espiritualmente. Hace algunos años me puse a dibujar y a pintar al óleo como un
pasatiempo. Mi trabajo amateur jamás adornará las paredes de una galería de
arte seria. Lo que aprendí de este pasatiempo lo hice probando y fallando. Al
principio se me dijo que mirara el mundo en una manera diferente. Fui enseñado
a poner atención a las sutilezas de las sombras y claroscuros, a observar el
color y la textura. Antes de este ejercicio, cuando yo pasaba frente a los
árboles en el camino, yo solo veía árboles. Ahora cuando miro a los árboles,
noto la textura peculiar del tronco y los colores resaltantes de las hojas.
Estas sutilezas siempre estuvieron allí, sólo que yo nunca las notaba antes.
Cada una de ellas tiene su propio medio para anunciar la presencia de la gloria
de Dios.
Cuando nos involucramos en pintar o en otras
formas de arte, nos interesamos en la belleza. Sin embargo, el solo concepto de
la belleza es profundamente difícil de definir. Es elusivo y controversial. La
disciplina de la filosofía tiene su propia subcategoría de estética, la cual
busca determinar las normas para la belleza. Históricamente han existido varias
opiniones sobre la belleza. Mucha gente ha concluido que no hay reglas para la
belleza, que es puramente un asunto subjetivo. Otros, que datan desde
Aristóteles y más allá, han argumentado por un criterio objetivo para la
belleza. Los subjetivistas encuentran refugio en el lema, "La belleza está
en el ojo del que observa."
Esto tiende a reducir la belleza al gusto
personal o la preferencia, tal como se encuentra en los varios sabores de
helado. Aquí, la belleza de una persona es la fealdad de otra. Por otra parte,
otros han tratado de encontrar normas objetivas por las cuales juzgar la
belleza. Pensadores como Aristóteles, Aquino y Edwards, por ejemplo, han visto
la belleza basada en cosas como la proporción, la simetría, la complejidad, la
armonía, etc. Si bien se admite que lo simple puede ser hermoso, es más
frecuente la composición armoniosa de las partes complejas, lo que indica la
belleza.
Nosotros entendemos la diferencia entre la
presentación de figuras de ramas y la estructura de figuras humanas, como las
que vemos en el trabajo de Miguel Ángel. De la misma manera, notamos la
diferencia entre un niño tocando una cancioncita infantil en su piano con un
dedo, y un pianista en un concierto tocando el concierto no. 4 para piano de
Beethoven. Lo que brota en el arte y la música grande es una profundidad de
dimensión que no se hace tediosa o pasa de moda. Fíjese por ejemplo, en la
diferencia entre "Jesús, el Gozo del Deseo del Hombre" de Bach, y alguna
canción popular o tema de película que está de moda. Algunas canciones
populares duran algunos años, pero la mayoría dura poco.
Si por ejemplo, usted se sienta y escucha una
canción popular por seis horas seguidas, lo más probable es que se aburrirá.
Pero si usted escucha atenta y continuamente una de las obras maestras de Bach,
esta se hará más y más fascinante a medida que usted descubre sus más
intrincadas sutilezas. A veces la gente piensa que soy extraño cuando menciono
la belleza de los juegos profesionales de fútbol americano. ¿Cómo se puede
decir que algo tan primitivo y violento sea hermoso? Lo que yo disfruto es
mirar a los atletas tan excelentemente acondicionados quienes habiendo
alcanzado lo más elevado de su deporte, ejecutan unidos cada movimiento. Once
hombres de un lado de la pelota, cada uno con una función especifica para
lograr en una sola movida hacer avanzar la bola unos cuantos pies, mientras los
otros once en el otro lado de la bola trabajando unidos para evitar ese avance.
La ejecución de una jugada involucra una
clase de orquestación que requiere armonía más que disonancia. Cuando esa
armonía se pierde, se pierde el control de la pelota. En todo esto, sea arte o
deporte, se revela una clase de belleza que tiene profundas implicaciones
teológicas. El Antiguo Testamento se refiere frecuentemente a la belleza de la
santidad de Dios. Aun las vestiduras que Dios diseñó para Aarón y los
sacerdotes fueron designadas "para honra y hermosura" (Éxodo 28:2).
Estas referencias indican una significativa relación entre la santidad y la
hermosura.
Nosotros acostumbramos a pensar en términos
de una relación inherente entre la bondad y la santidad, o la verdad y la
santidad. Pero la verdad y la bondad son solamente dos patas de una banca de
tres patas. La tercera pata es la hermosura. En Biblia hay una triada de
virtudes que apuntan más allá de sí mismas hacia la santidad de Dios. Esta
triada esta compuesta de lo bueno, lo verdadero y lo hermoso. Expongamos cada
una de ellas. Los antiguos filósofos tales como Platón y Aristóteles buscaron
lo que ellos llamaron el Summum bonum, o el "bien supremo." Fue esta
búsqueda la que los impulsó a postular la existencia de Dios. A su manera,
ellos estaban declarando algo que es básico en la fe Bíblica - que el bien
supremo se encuentra en Dios mismo. El es la norma de las normas, y El no tiene
normas.
Todo lo bueno encuentra su raíz en El y en su
carácter. El es la fuente de todo lo bueno, y todo que es buen a su vez apunta
de regreso hacia El. Es solo cuando Dios es desechado del pensamiento humano
que una ética de relativismo es abrazada. Pero el relativismo no es tanto 'una
ética como una antiética, la cual es la base de la impiedad. Fue Dostoyevsky
quien declaró, "Si no hay Dios, entonces todas las cosas son permisibles.
El entendió que sin el bien supremo, no puede haber bien en absoluto.
Todas las cosas buenas se miden conforme a la
medida máxima de la bondad de Dios. Así como toda bondad encuentra su
definición en la base de la bondad de Dios, así toda verdad es juzgada de
acuerdo a la medida de la verdad de Dios. El es el supremo Autor de la verdad.
Todo lo que es verdad no sólo fluye de El, sino que también refleja su
carácter. Los antiguos teólogos entendieron que toda verdad es la verdad de
Dios, y que toda verdad "se encuentra en la cima." una frase que
indica que ninguna verdad independiente de Dios, ni contradice lo que El declara
como la verdad.
Los filósofos han ofrecido varias teorías de
la verdad. Una de las más persistentes es la así llamada teoría correspondiente
de la verdad. Este concepto define la verdad como aquello que corresponde a la
realidad. El problema con esta definición inadecuada es que la gente tiene
diferentes percepciones de lo que es verdad. Así que el argumento resulta en la
pregunta, "¿La verdad percibida por quien?" Para superar esta
dificultad debemos agregar a la definición básica, las palabras "como es
percibida por Dios." Con esta adición, la definición completa llega a ser
"La verdad es aquello que corresponde a la realidad como es percibida por
Dios." La percepción que Dios tiene de la verdad es perfecta. El ve todas
las cosas desde la perspectiva de la eternidad. El conoce la estructura de toda
realidad, tanto pequeña como grande. Lo que El revela en la Biblia siempre es
consistente con su auto-revelación en la naturaleza. Lo que nosotros aprendemos
del estudio de la naturaleza debe cuadrar con lo que aprendemos del estudio de
la gracia. Ambas esferas pertenecen a Dios. Dios no es autor de confusión. El
es incapaz de hablar mentiras o contradicciones.
Esto es lo que significa la idea de que toda
verdad se encuentra en la cima. No es que Dios de alguna manera pueda
reconciliar verdaderas contradicciones, sino que ninguna contradicción
verdadera infecta la claridad de su verdad. La verdad de Dios es una verdad
santa, es decir, su verdad expresa su propio carácter. Puesto que El es la
fuente de toda verdad, toda verdad apunta de regreso a El. Puesto que toda
verdad apunta a El, toda verdad es sagrada. Lo sagrado de la verdad es lo que
hace a la mentira tan diabólica, puesto que distorsiona nuestra percepción del
carácter de Dios. Tal como la verdad y la bondad están arraigadas en el
carácter de Dios, así sucede con la belleza. Dios mismo es la base de toda
unidad y diversidad, de la simplicidad y la complejidad. Su mismo ser es
internamente consistente, armonioso y proporcionado.
En El no hay distorsiones, desorden o
fealdad. Su voz no admite ruidos o cacofonía. Las obras de sus manos son
cosmos, no caos. El caos está marcado por el desorden y la confusión; es una
irracionalidad manifiesta. La belleza de Dios es sana y racional, puesto que su
Ser es de perfecta sanidad y orden. Tanto como lo hermoso da testimonio de
estas cualidades, ellas dan testimonio de El. Edgar Alan Poe entendió que en la
belleza uno encuentra la dimensión de lo sublime, una dimensión que no es
irracional pero que puede transcender lo racional. Es decir que la belleza,
aunque involucra la mente, se va mas allá de los límites del mero conocimiento.
Cuando nosotros somos conmovidos por las grandes obras de arte, somos cogidos
por una sensación afectiva que conmueve el alma así como la mente.
Cultivar una apreciación por la belleza es
encaminar nuestro rumbo para 'ir tras el sublime Autor de todo lo qué es
hermoso. Los teólogos medievales usaban la frase en latín ens perfectissimus
para referirse a Dios, la cual puede ser traducida como "el Ser más
perfecto." Esta frase sin embargo es un poco confusa. Pues, decir que algo
o alguien es el ser más perfecto es una redundancia. La perfección real no
admite grados. Algo que es verdaderamente perfecto en todo sentido, no puede
llegar a ser más ni menos perfecto. Nosotros hablamos así porque estamos
acostumbrados a lidiar con cosas que son imperfectas.
Las cosas imperfectas se pueden mejorar, pero
lo perfecto no. Debe ser suficiente decir que Dios es simplemente perfecto.
¿Por qué entonces los teólogos usaban el grado superlativo para hablar de la
perfección de Dios? La respuesta se encuentra en el deseo que ellos tenían de
enfatizar la realidad de la perfección de Dios tan claramente, que pudieran
eliminar cualquier posibilidad de sugerir la más mínima falta de perfección en
el carácter de Dios. Era el legítimo uso de la hipérbole, hablar de 10 más
perfecto.
La perfección de Dios se aplica a todos sus
atributos. Su poder es perfecto; no tiene debilidades o posibilidad de
debilidad. Su conocimiento no sólo es omnisciente, sino que refleja una
omnisciencia perfecta. No hay nada que Dios no conozca o que El pueda aprender.
Algunos teólogos modernos han tratado de declarar que Dio es omnisciente, pero
que su omnisciencia es limitada. Ellos aseguran que Dios conoce todo lo que El
pueda posiblemente conocer, pero que El no conoce ciertas cosas, especialmente
las decisiones futuras de los agentes libres. Pero una omnisciencia limitada
simplemente no es omnisciencia, y no es perfecta. Esta visión de una omnisciencia
limitada, le roba a Dios su santa omnisciencia, la cual es perfecta.
El amor de Dios, su ira, su misericordia -
todo lo que El es - es perfecto. Y no sólo eso, sino que El es eterna e
inmutablemente así. Jamás se encuentra un tiempo en que Dios haya sido menos
que perfecto, y no hay posibilidad de que en el futuro El pueda deslizarse en
alguna clase de imperfección. Lo que ha estado con Dios, estará así para
siempre. Su perfección es inmutable, no puede cambiar. Las sombras en una cueva
son dadas al cambio. Ellas danzan y fluctúan cambiando constantemente en forma
y brillantez. Para contemplar lo verdaderamente santo e ir más allá de la
superficie de las cosas creadas, nosotros necesitamos salirnos de la caverna
que nos hemos creado y caminar en la gloriosa luz de la santidad de Dios.
Permitiendo que la Santidad de Dios Toque Nuestras Vidas: A medida que
reflexiona sobre lo que ha aprendido y redescubierto sobre la santidad de Dios,
responda estas preguntas. Use un diario para registrar sus respuestas en lo
concerniente a la santidad de Dios, o discuta sus respuestas con un amigo.
1. Describa una experiencia reciente en la cual
Dios se haya revelado a sí mismo a usted a través de la naturaleza.
2. ¿De qué manera nosotros adoramos a la
creación en lugar de al Creador?
3. ¿Cómo las cosas que son buenas, verdaderas y
hermosas reflejan la santidad de Dios? ¿Cómo esta verdad le ayuda a dar forma a
sus prioridades?
4. ¿Cómo adorará usted a Dios por su santidad?
CAPITULO 11: LUGARES SANTOS Y
OCASIONES SANTAS.
¿Dónde, sino en el presente, se puede conocer
lo eterno? CS LEWIS Sin Salida. Esta famosa obra de" teatro
escrita por el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre refleja su
opinión de que el infierno es la gente ajena, una dimensión de la cual no hay
salida. Este mismo título podría ser usado para describir la visión
contemporánea de nuestro mundo. Nosotros somos una generación de gente que se
siente atrapada en el aquí y ahora. Sentimos que lo tenemos acceso a lo
celestial y trascendente, como si hubiese un infranqueable abismo que nos
separa de lo santo. Al parecer, estamos condenados a vivir nuestros días
encadenados a lo profano. Mientras escribo estas palabras, una nave cruza
nuestro espacio.
Los astronautas a bordo están viajando para
hacerle reparaciones y mejoras al telescopio Hubble el cual está transmitiendo
a la tierra imágenes nunca vistas de las partes más lejanas del universo. Como
resultado, los astrónomos se apresuran a ajustar sus teorías de la cosmología.
Incontables datos nuevos exigen nuevas explicaciones. Poco científicos
sostienen aún la anticuada opinión de un universo estático, una teoría que está
siendo descartada por la evidencia de que nuestro universo está siempre en
expansión. El siglo dieciocho vio la aparición de una nueva religión llamada
Deísmo, la cual representaba un compromiso entre el teísmo cristiano clásico y
el ateísmo naturalista.
El Deísmo usaba la metáfora de un relojero
divino. Dios era visto como la causa primera, quien creo el mundo tal como un
relojero diseña y construye un reloj, ajustándolo para luego darle cuerda y
dejarlo que funcione con su propio poder. Así, Dios, creo el mundo, luego se
hizo para atrás y lo dejo funcionando movido por sus propias leyes mecánicas.
Ellos creían que Dios hizo el mundo como un sistema cerrado y que El permanece
ajeno a su operación. Los deístas no veían una providencia diaria, una
intrusión sagrada de arriba, ni la posibilidad real de comunicarse
significativamente con El desde acá abajo.
El deísmo no duro mucho como una religión
viable. No fue satisfactorio para los deístas clásicos ni para los naturalistas
más radicales. Así, desapareció rápidamente de la escena. Sin embargo, su
importancia puede ser vista en dos formas. La primera es que aunque represento
un pequeño punto en el radar de la historia, el punto ocurrió en el momento
preciso cuando los Estados Unidos De América estaban en su periodo formativo.
El deísmo estaba de moda cuando se escribió la Declaración De Independencia y
la Constitución, y en cierto modo aun los cristianos tradicionales de la época
aceptaban el concepto deísta de la ley natural.
La segunda forma en que el Deísmo causó
impacto fue en su visión de un universo mecánico cerrado que no dejaba lugar
para la intervención divina. Si bien la religión del Deísmo ha quedado en el
pasado, su visión del mundo permanece en vigencia. Mucha gente en nuestra
cultura piensa que el mundo opera por leyes naturales fijas que funcionan como
un reloj de cuerda, que todas las causas para todos los eventos están
arraigados estrictamente en la naturaleza. Y a Dios se le deja sin nada para
hacer sino andar como un remoto y distante espectador de los eventos humanos.
En nuestra sociedad la religión se limita a una especie de terapia personal
para la gente que tiene problemas lidiando con las dificultades de la vida.
Pero la gente siempre ha buscado una ventana o una puerta hacia lo
trascendente.
Nosotros buscamos el umbral que nos guie de
lo profano hacia lo sagrado, porque si no tenemos conciencia de la presencia de
lo santo, nuestra existencia es profana. Esta es la búsqueda de la dimensión de
lo santo, la tierra santa. Mircea Eliade, uno de los principales historiadores
de la religión del siglo XX, ha escrito acerca de esta búsqueda en su libro,
“lo sagrado y lo profano”. Eliade insiste en que nosotros nunca hemos podido
vivir una vida totalmente profana. El dice, "Sea cual sea el grado en que
el hombre haya profanado el mundo, el hombre que ha escogido una vida profana
jamás ha logrado hacer desaparecer por completo sus tendencias religiosas.
La humanidad parece ser incurablemente homo religiosis. Aun dentro de los confines de un universo
cerrado, la gente busca algún espacio que le sirva como punto de acceso a lo
trascendente. Nosotros sentimos un doloroso vacio que clama llenarse por lo
santo. Anhelamos un espacio sagrado. En el encuentro Moisés con Dios en el
desierto, el experimento el umbral hacia ese terreno de lo sagrado: Jetro, el
suegro de Moisés, era el sacerdote de Madián. Una vez Moisés estaba cuidando
las ovejas de Jetro, las llevó hasta la parte occidental del desierto y llegó
hasta Horeb, el monte de Dios. Ahí se le apareció el ángel del Señor en un
arbusto que estaba ardiendo, pero no se consumía. Moisés se dijo: “Me detendré
a ver por qué el arbusto no se consume”.
Cuando el Señor vio que Moisés se estaba
acercando para observar mejor, lo llamó desde el arbusto: Moisés, Moisés. Aquí
estoy, respondió él. Dios le dijo: No te acerques más y quítate el calzado
porque el suelo que estás pisando es sagrado. Yo soy el Dios de tu padre, el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió la cara
porque tenía miedo de mirar a Dios. (Exo 3:1-6 PDT)
Cuando esto sucedió, Dios mandó a Moisés que
se guardara distante de su presencia inmediata, prohibiéndole acercase
demasiado. Dios le mandó quitarse sus sandalias. Nosotros hemos visto en
nuestra discusión sobre la visión de Isaías (capítulo 2), que hay una conexión
entre los serafines cubriéndose los pies en la presencia de Dios y Moisés
descalzándose en este evento. En ambos casos los pies apuntan a la condición de
ser criaturas. En cualquier caso, a Moisés se le mandó quitarse sus sandalias
porque él estaba parado en un terreno santo. En cierto momento, al caminar
hacia la zarza ardiente, cruzó la línea que divide lo santo de los profano.
Siendo una criatura caída en este mundo, Moisés era profano; sin embargo, aquí
él se estaba atreviendo a caminar sobre terreno sagrado.
El espacio santo que Moisés ocupó fue hecho
santo por la presencia de Dios. La composición de la tierra en este pedazo de
terreno no era diferente del resto en el desierto. El carácter sagrado de este
espacio no era intrínseco, sino extrínseco; es decir, fue hecho sagrado por una
presencia sobre impuesta. El evento que tuvo lugar aquí, le agregó una
dimensión extraordinaria a lo ordinario. Este espacio común dejó de ser común
en virtud de la aparición de Dios en este espacio.
Lo que Moisés experimentó en la zarza
ardiente no fue sólo una teofanía sino una hierofanÍa. La palabra teofanía se
refiere a una manifestación visible de Dios; hierofanía se refiere a una
manifestación visible de lo santo. Eliade comenta, "Todo espacio sagrado
implica una hierofanía, una irrupción de lo sagrado que hace que un territorio
sea separado de su ambiente físico, para adquirir cualidades distintas."
Vemos un segundo ejemplo bíblico del espacio sagrado en el relato de la
experiencia de Jacob en Betel. Comentando sobre esto, el historiador Eliade
dice: Después coloca las dos piedras en las hombreras del efod como piedras
recordatorios de los hijos de Israel. Aarón llevará esos nombres sobre sus
hombros delante del Señor como un recordatorio. Haz de oro los engastes y
también haz de oro puro dos cadenas, trenzadas a manera de cordones y luego
asegúralas a los engastes. Harás el pectoral del juicio, producto de manos
expertas, tal como se hizo con el efod. Se confeccionará con hilos de oro, lino
fino y tela azul, morada y roja. El pectoral será doble y cuadrado, de
veintidós centímetros de lado. Ponle cuatro hileras de piedras preciosas.
En la primera hilera coloca un rubí, un
topacio y un berilo. La segunda hilera tendrá una turquesa, un zafiro y una
esmeralda. La tercera tendrá un Jacinto, un ágata y una amatista. (Exo 28:12-19
PDT) El simbolismo implícito en la expresión "puerta del cielo" es
rico y complejo, pues el lugar donde ocurre una teofanía es consagrado,
convirtiéndose en una puerta hacia arriba; es decir, se pone en comunicación
con el cielo, y se convierte en el punto paradójico de transición de un modo de
existencia a otro.
Hay varias imágenes significativas en el
drama en este evento. La primera es una escalera por donde los ángeles suben y
bajan, conectando el cielo y la tierra, lo sagrado y lo profano. La escalara
muestra una salida de este universo aparentemente cerrado. La segunda imagen es
ese espacio santo que adquiere el nombre de Bet-El, precisamente porque es
considerado no sólo "la casa de Dios", sino también (quizás mas
importante aún) una puerta. No es casa con un portal; ella es el portal, una
puerta que provee acceso al cielo. La tercera imagen significativa (uso la
palabra significativa por su connotación de "que lleva una señal") es
la de la piedra. Originalmente la piedra era un pedazo de roca común que Jacob
usó como una almohada, como solían usarse en la antigüedad.
Después de la hierofanía, la piedra es usada
para un propósito diferente, fuera de lo común. La piedra es ungida con aceite
en una simple ceremonia de consagración, convirtiéndose en la señal sagrada de
un espacio sagrado. Como Eliade dice, marca un lugar de transición entre el
cielo y la tierra. Los espacios sagrados en los tiempos bíblicos son
frecuentemente marcados como un lugar de transición. Podemos ver esto en el
relato de Noé y su familia cuando sobrevivió el diluvio: En el día veintisiete
del segundo mes, la tierra ya estaba completamente seca. Entonces Dios le dijo
a Noé: “Salgan del barco, tú, tu esposa, tus hijos y sus esposas. Saca del
barco a todo ser viviente que se encuentre contigo, todo animal, ave y criatura
que se arrastre por el suelo, para que puedan tener hijos y multiplicarse sobre
la tierra”. Así, Noé, sus hijos, su esposa, y las esposas de sus hijos,
salieron del barco. Todos los animales, aves y criaturas que se arrastran por
el suelo, salieron en familias. Entonces Noé construyó un altar al Señor y tomó
algunos animales de cada animal puro y de cada ave pura y los quemó
ofreciéndolos como sacrificio en el altar. (Gen 8:14-20 PDT) Tan pronto como
las aguas cedieron y Noé y su familia pudieron dejar el arca, ellos edificaron
un altar.
El propósito inmediato del altar era proveer
una plataforma para hacer una ofrenda a Dios. Pero además serviría para marcar
el lugar de un nuevo comienzo, para delinear el lugar donde la transición tuvo
lugar de la destrucción a la redención. Vemos episodios similares esparcidos
por todo el Antiguo Testamento: El Señor se le apareció a Abram y le dijo: «Les
daré esta tierra a tus descendientes ». Abram le construyó ahí un altar al
Señor, que se le había aparecido. Luego se trasladó de un lugar a otro hasta
que llegó a la región montañosa al oriente de Betel. Ahí armó su carpa,
construyó un altar al Señor y adoró el nombre del Señor.
Betel estaba al occidente y Hai estaba al
oriente. Después de esto Abram viajó hacia el Néguev. (Gen 12:7-9 PDT) Isaac se
fue para Berseba. El Señor se le apareció esa noche y le dijo: «Yo soy el Dios
de tu papá Abraham. No tengas miedo que yo estoy contigo. Te daré mi bendición
y haré que tengas muchos descendientes por causa de mi siervo Abraham». Isaac
construyó ahí un altar y adoró al Señor. También estableció allí su campamento
y sus siervos construyeron un pozo. (Gen 26:23-25 PDT) Entonces Moisés vino y
le contó al pueblo lo que el Señor le dijo y cuáles eran sus órdenes. Entonces
todo el pueblo le dijo: ¡Haremos todo lo que el Señor ha ordenado! Moisés escribió
todo lo que el Señor había dicho. A la mañana siguiente, se levantó temprano y
construyó un altar al pie de la montaña. Colocó doce piedras sagradas, una por
cada tribu de Israel. (Exo 24:3-4 PDT)
Estos pasajes ilustran casos en los cuales un
altar marca un espacio sagrado, una transición crucial cada transición
demuestra un puente de lo terrenal y profano a lo santo, ya sea por medio de la
aparición de Dios a su pueblo, o a través de decisiones significativas que
distinguieron al pueblo como santo. Un contacto con lo santo no es un mero
encuentro con una dimensión diferente de la realidad; es la reunión con la
Realidad Absoluta, El cristianismo no es asunto de involucrarse en una
experiencia religiosa, algo adicional en la vida. Implica relacionarse con un
Dios santo, el mismo que es el centro y la esencia de la existencia humana.
La fe cristiana es teocéntrica. Dios no está
en una orilla de la vida de los cristianos, sino en el mismo centro. El define
totalmente nuestra vida y nuestra forma de ver el mundo. En nuestra experiencia
contemporánea, experimentamos esta reunión en los santuarios de las iglesias.
La palabra bíblica iglesia se refiere a la gente, no a los lugares. Pero cuando
la gente se reúne para adorar, necesitan un lugar físico donde reunirse. Puesto
que el templo de la iglesia es ese lugar, nosotros hemos abreviado el término
el edificio de la iglesia como la iglesia. En este sentido, las iglesias son
designadas y edificadas para servir como una especie de espacio sagrado,
reservado como un lugar de encuentro con lo santo.
La arquitectura de las iglesias varía. Cada
edificio transmite alguna clase de mensaje no-verbal. En el pasado, las
catedrales góticas se diseñaban para enfocar la atención en la trascendencia de
Dios. El uso de techos elevados, cúpulas, torres y e espirales, servían para
comunicar a la gente que en ese edificio ellos pretendían reunirse con lo
santo. Mientras algunos edificios religiosos contemporáneos aun usan espirales
y cúpulas para sugerir la asombrosa santidad de Dios, otros han sido diseñados
como salones de reunión. Algunos edificios lucen más bien como centros cívicos
o aun teatros, en que el santuario ha llegado a ser un escenario y la
congregación un auditorio. Esta tendencia puede indicar un deseo profano pura remover
la incomodidad que sugiere la presencia y el terror de nuestro Dios Santo. En
tales casos las personas se sienten confortables para disfrutar de su relación
unos con otros.
Lo que se pierde con estos funcionales
diseños es la profunda creencia de un umbral. Un umbral es un lugar de
transición. Significa un cambio de un territorio al otro. Una amiga me contó
recientemente de una experiencia que ella y su familia tuvieron con un umbral.
Estando en San Luis, mi amiga, su esposo y sus dos niños visitaron la catedral
de San Luis. Caminaban juntos desde el parque hacia el frente de la catedral,
bromeando y hablando sobre el clima caluroso y otras cosas ordinarias. Cuando
pasaron de la luz del sol hacia la catedral, la conversación se detuvo
abruptamente. Fueron sorprendidos por el silencio y el magnífico trabajo de
mosaicos que se arqueaba en el elevado techo arriba de ellos. Mi amiga se
sintió especialmente intrigada por la conducta de su hija, quien nunca había
estado en una catedral. La adolescente comenzó a caminar de puntillas, como si
el sonido de sus pasos, el mero toque de sus zapatos sobre el piso fuese a
perturbar algo.
La madre y la hija caminaron hacia el
santuario donde 43 millones de mosaicos, en ocho mil sombras de color
desplegaban historias de la Biblia. La hija emitió expresiones de asombro
mientras se detuvo por diez minutos mirando hacia arriba, al techo arqueado.
Luego, se sentó en una de las bancas volteando su cabeza lentamente para ver
las paredes a su alrededor. Mientras tanto, esta muchacha, normalmente
conversadora, no dijo nada. Estaba sobrecogida por la belleza, el silencio e
impresión de santidad. Deseando explorar cada rincón y las capillas que se
alineaban al frente de la catedral, la hija abandonó la banca y se dispuso a
mirar más de cerca. Pero después de unos pasos, regresó a la banca y preguntó a
su madre, "¿Está bien si camino aquí?"
La madre le explicó donde era aceptable
caminar y que lugares están fuera de los límites. Mientras mi amiga observaba a
su hija explorar la catedral, se dio cuenta de que sin que se le haya dicho
nada, esta jovencita había sentido que se encontraba en un lugar que dirige la
atención al Santo. Ella había cruzado un umbral. También, sin haberlo
discutido, esta jovencita sentía que ella, en su humanidad, era profana. El
sonido de su voz, el sonido de sus zapatillas, el toque de sus zapatos sobre el
piso era ofensivo a la santidad revelada en este lugar. Ella se sentía en
terreno santo.
Se puede argumentar que la idea del umbral
oscurece la verdad bíblica de que Dios es omnipresente y de que toda la
creación, siendo el centro de operaciones de Dios, es sagrada. Pero la Biblia
es mucho más positiva acerca de la idea del espacio. La consagración de
espacios sagrados no se limita sólo al antiguo testamento. Está arraigada y
basada en el acto mismo de la creación, y nuestro espíritu pierde algo profundo
cuando compromete esta verdad.
Nuestras vidas están marcadas por sitios
sagrados que guardamos en la memoria con aprecio. Yo tengo una extraña
sensación de respeto por el cuarto donde me convertí a Cristo. Yo bien se que
el cuarto no tiene ningún poder especial, y que no fue el cuarto que me
convirtió. Sin embargo, fue el lugar donde yo conocí a Cristo, y para mí es
sagrado y permanecerá siempre en mi vida como un lugar especial.
En 1996 guié una excursión a los sitios que
fueron significativos en la vida de Martín Lutero. Visité la iglesia de
Wittemburg en cuyas puertas él clavo sus noventa y cinco tesis. Estuve en
Erfurt, donde fue ordenado, y en el castillo de Wartburg donde tradujo la
Biblia. En estos lugares se hizo historia cristiana. Ellos tienen un cierto
significado sagrado para mí. Tuve una sensación similar cuando visité la
iglesia de Calvino en Ginebra y la de Knox en Escocia. Pero todo esto palidece
cuando se compara con un viaje a la Tierra Santa. Estando de pie en el Monte de
los Olivos o caminado por la Vía Dolorosa, sentí como si el lugar estuviese
encantado. Peregrinos de todo el mundo tienen la misma extraordinaria sensación
cuando entran a los lugares hechos "sagrados" por la visitación del
Dios encarnado. Estos sitios son "santos" sólo porque fueron tocados
por su presencia.
La santidad de Dios no sólo toca el espacio,
sino también el tiempo. El lenguaje griego del Nuevo Testamento tiene dos
palabras diferentes que se refieren al tiempo. La primera es cronos, la cual
usualmente se refiere al correr ordinario del tiempo. Palabras como crónica,
cronología y cronómetro son derivadas de esta palabra. En el castellano usamos
la palabra hora para llevar este sentido. La segunda palabra griega para tiempo
es kairos, la cual se refiere a momentos que tienen un significado particular.
No tenemos una palabra precisa para traducir al castellano, pero lo más cercano
es el término tiempo, que designa un momento histórico. Todo lo que sucede es
parte de la historia, pero técnicamente, reservamos el término histórico para
eventos de peculiar importancia, Los eventos históricos son momentos de
importancia que transformaron la historia' de allí en adelante. En la historia
bíblica, los eventos de orden kairotico suceden dentro del contexto del crono.
El cristianismo no es una religión que se basa simplemente en eventos
verticales que son extraídos fuera de todo contexto histórico. La fe bíblica
está arraigada y basada en el plano de la historia real.
Aunque la Biblia revela una clase especial de
historia llamada historia redentora, también comprende la idea de que la
redención que allí se revela, es revelada como una redención histórica - que
tuvo lugar en la historia. Los eventos kairoticos incluyen momentos cruciales:
la creación, la caída del hombre, el éxodo, la cautividad, la encarnación, la
cruz, la resurrección, la ascensión y el Pentecostés. Estos eventos son
momentos decisivos en la historia de la obra de Dios. Están llenos de
significado redentor.
Tales eventos kairoticos son frecuentemente
registrados por la Biblia como tiempos sagrados. Esos tiempos señalan momentos
extraordinarios donde lo santo interrumpió o se introdujo en este mundo, y
fueron señalados con fiestas y celebración. No todos los días festivales de hoy
tienen que ver con celebraciones religiosas, pues la mayoría de ellos no tienen
nada que ver con la santidad de Dios. Sin embargo, ellos son considerados
importantes puesto que señalan momentos memorables, y son "separados"
de los días comunes y corrientes del calendario.
Nosotros también conocemos lo que son los
"ritos de iniciación" que señalan momentos de transición en nuestras
vidas. Estos ritos no siempre están ligados a ocasiones religiosas. De hecho,
algunos de ellos pueden estar fuertemente asociados a la mitología. Pero estos
ritos son considerados importantes precisamente porque señalan un umbral o un
momento de transición de un estado a otro. Esas fechas las conmemoramos con
celebraciones, tarjetas, fiestas y otros símbolos culturales.
La fe cristiana consiste, en una medida
significativa, en ocasiones sagradas. Estas ocasiones sagradas, sin embargo,
provienen de momentos históricos reales, no de la mitología. La primera ocasión
sagrada fue protagonizada por Dios en la obra de la creación: Fueron, pues,
acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en
el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que
hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de
toda la obra que había hecho en la creación. (Génesis 2.1-3) Dios apartó el día
de reposo como un tiempo sagrado. Al dar los Diez Mandamientos en el Monte
Sinaí, El anunció de nuevo este día séptimo, el día de reposo, como un día
santo, un tiempo sagrado que sería integral en la vida y fe de Israel.
En la historia cristiana, el día de reposo
(ahora el domingo) tiene tres orientaciones. La primera es la conmemoración del
trabajo divino de la creación. La segunda es la celebración del trabajo divino
de la redención. La tercera es la celebración de la promesa de la consumación
futura de la redención cuando entraremos en nuestro reposo en el cielo. Así, la
extensión completa de la historia de la redención, de principio a fin, se hace
sagrada en la observancia del día cristiano de reposo.
Aun la gente profana trata de romper la
monotonía del ritmo cotidiano del tiempo. Ellos buscan un respiro de la fatiga
del trabajo. Pueden incluso decir, "Gracias a Dios es viernes." El
fin de semana es separado para romper con el ritmo del trabajo. La gente busca
los momentos especiales de fiesta o de tertulia, celebra sus días especiales
como los cumpleaños o los aniversarios de boda, busca alivio de la monotonía
actual. Pero esas celebraciones son totalmente diferentes a la ocasión sagrada
que celebran los cristianos. Eliade elabora acerca de esto:
Para el hombre religioso, por el contrario,
el afán temporal profano puede ser periódicamente suspendido por ciertos
rituales que tienen el poder para interrumpirlo por algún momento sagrado que
no tiene que ver con lo presente. Así como una iglesia rompe el plano de los
espacios profanos de una ciudad moderna, así el culto celebrado adentro marca
un rompimiento en el plano de las actividades profanas temporales. Así, ya no
es el momento de hoy, sino el tiempo en el cual la existencia histórica de
Cristo ocurrió, el tiempo santificado por su predicación, por su pasión, muerte
y resurrección. Cada día de reposo, los creyentes observan un tiempo sagrado en
el contexto de la adoración. Guardando santo el día de reposo, el cristiano
observa el tiempo señalado y sagrado, y el culto de adoración llega a ser un
tiempo santo y-conmemorativo. Conmemorando la realidad de la encarnación de
Cristo, aún la historia llega a ser sagrada para el cristiano. Nuestros
calendarios están marcados con referencia a las épocas que son A.C. o-D.C.
Tenemos una teología de la historia porque sabemos que hay un propósito santo
para la historia, el cual es nuestra salvación.
En "el, antiguo testamento, la principal
ocasión de un tiempo sagrado era la conmemoración de la salida de Egipto y la
fiesta de la pascua. Dios instituyó una fiesta anual para celebrar este acto de
redención: Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne
para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo
celebraréis. Siete días comeréis panes sin levadura; y así el primer día haréis
que no haya levadura en vuestras casas; porque cualquiera que comiere leudado
desde el primer día hasta el séptimo, será cortado de Israel. El primer día
habrá santa convocación, y asimismo en el séptimo día tendréis una santa
convocación; ninguna obra se hará en ellos, excepto solamente que preparéis lo
que cada cual haya de comer. Y guardaréis la fiesta de los panes sin levadura,
porque en este mismo día saqué vuestras huestes de la tierra de Egipto; por
tanto, guardaréis este mandamiento en vuestras generaciones por costumbre
perpetua. (Éxodo 12: 14-17)
Similarmente, en el nuevo testamento la
pascua se reemplaza por la conmemoración de la Cena del Señor. El sacramento de
la Cena del Señor fue iniciado por Cristo en el contexto de la celebración de
la Pascua. Durante la comida de la Pascua, Jesús cambió el significado de la
ceremonia, instituyendo el nuevo pacto, en donde los elementos que antes cran
utilizados para recordar el éxodo de Egipto, ahora son utilizados para expresar
el éxodo supremo que El realizó por su muerte en la cruz.
Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y
bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi
cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de
ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es
derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más
de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en
el reino de mi Padre. (Mateo 26:26-29)
La celebración de la Cena del Señor es una
ocasión sagrada en tres sentidos. Primero, mira hacia el pasado, instruyendo a
los creyentes a recordar y a mostrar su fe en la muerte de Cristo. Segundo, se
enfoca en el momento presente de celebración, en el cual Cristo se reúne con su
pueblo para nutrirlos y fortalecer su santificación. Tercero, mira hacia el
futuro, a la esperanza segura de su reunión con Cristo en el cielo, donde ellos
participarán en el banquete de las bodas del cordero y su esposa. En los
lugares sagrados y en las ocasiones sagradas los cristianos encuentran la
presencia de lo santo. Las barreras que tratan de cerrar lo trascendente son
derribadas, y el tiempo presente es definido por la incursión de lo santo.
Cuando nosotros levantamos barreras a esta incursión, como diques que le
impiden inundar a nuestras almas, estamos cambiando lo santo por lo profano y
robándole a Dios su gloria y a nosotros mismos su gracia. Soli Deo Gloria.
Permitiendo que la Santidad de Dios Toque Nuestras Vidas. A medida que
reflexiona sobre lo que a aprendido y redescubierto sobre la santidad de Dios,
responda estas preguntas. Use un diario para registrar sus respuestas en lo
concerniente a la santidad de Dios, o discuta sus respuestas con un amigo.
1. ¿Dónde ha experimentado usted la sensación
de un umbral, de un espacio sagrado?
2. ¿Cómo busca usted la puerta hacia el espacio
sagrado? ¿Regularmente asiste al culto de Dios en el día de reposo para buscar
la presencia de Dios?
3. ¿Qué ocasiones santas puede usted señalar en
su vida?
4. ¿Cómo puede usted cultivar la conciencia de
la presencia y la santidad de Dios en su vida?