ORACIÓN

¿POR QUÉ DIOS QUIERE QUE OREMOS? ¿CÓMO PODEMOS ORAR EFICAZMENTE?

EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
El carácter de Dios y su relación con el mundo, según se ha discutido en capítulos previos, conduce naturalmente a una consideración de la doctrina de la oración.
La oración se puede definir como sigue: La oración es comunicación personal con Dios.
Esta definición es muy amplia. Lo que podemos llamar «oración» incluye oraciones de petición por nosotros mismos y por otros (a veces llamadas oraciones de petición o intercesión), confesión de pecado, adoración, alabanza y acción de gracias, y también comunicaciones de Dios para indicarnos su respuesta.

A. ¿POR QUÉ DIOS QUIERE QUE OREMOS?

La oración no está hecha para que Dios pueda enterarse de lo que necesitamos, Porque Jesús nos dice: «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan» (Mt 6: 8). Dios quiere que oremos porque la oración expresa nuestra confianza en Dios y es un medio por el cual nuestra confianza en él puede aumentar.
De hecho, tal vez el énfasis primordial de la enseñanza de la Biblia sobre la oración es que debemos orar con fe, lo que quiere decir confianza o dependencia en Dios.
Dios, como nuestro Creador, se deleita en que confiemos en él cómo sus criaturas, porque una actitud de dependencia es la más apropiada para las relaciones entre el Creador y la criatura. Orar en humilde dependencia también indica que estamos genuinamente convencidos de la sabiduría, amor, bondad y poder de Dios, y ciertamente de todos los atributos que forman su excelente carácter.
Cuando oramos verdaderamente, como personas, en la totalidad de nuestro carácter, nos relacionamos a Dios como persona, en la totalidad de su carácter. Por tanto, todo lo que pensamos o sentimos en cuanto a Dios se vuelve expresión en nuestra oración. Es solo natural que Dios se deleite en tal actividad y ponga tanto énfasis en ella en su relación con nosotros.
Las primeras palabras del Padre Nuestro: «Padre nuestro que estás en el cielo» (Mt 6: 9), reconocen nuestra dependencia en Dios como Padre amante y sabio, y también reconoce que él lo gobierna todo desde su trono celestial.
La Biblia muchas veces enfatiza la necesidad que tenemos de confiar en Dios al orar. Por ejemplo, Jesús compara nuestra oración con un hijo que pide a su padre un pescado o un huevo (Lc 11: 9-12) y luego concluye: «Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lc 11:13). Así como los hijos esperan que sus padres provean para ellos, Dios espera que miremos a él en oración.
Puesto que Dios es nuestro Padre, debemos pedirle con fe. Jesús dice: «Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración» (Mt 21: 22; d. Mr 11: 24; Stg 1: 6-8; 5: 14-15).
Pero Dios no sólo quiere que confiemos en él. También quiere que le amemos y tengamos comunión con él. Esto, entonces, es una segunda razón por la que Dios quiere que oremos: la oración nos lleva a una comunión más honda con Dios, y a él le encanta y se deleita en nuestra comunión con él.
Una tercera razón por la que Dios quiere que oremos es que en la oración Dios nos permite, como criaturas, participar en actividades que son de importancia eterna. Cuando oramos, la obra del reino avanza. De esta manera, la oración nos da la oportunidad de intervenir de una manera significativa en la obra del reino, y así dar expresión a nuestra grandeza como criaturas hechas a imagen de Dios.

B. LA EFICACIA DE LA ORACIÓN

¿Cómo funciona la oración? ¿Acaso la oración no solamente nos hace bien sino que también afecta a Dios y al mundo?
1. LA ORACIÓN CAMBIA LA MANERA EN QUE DIOS ACTÚA.
Santiago nos dice: «No tienen, porque no piden» (Stg 4: 2). Él implica que el no pedir nos priva de lo que Dios nos daría si lo hacemos. Oramos, y Dios responde. Jesús también dice: «Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre» (Lc 11: 9-10). Jesús hace una conexión clara entre buscar cosas de Dios y recibirlas. Cuando pedimos, Dios responde.
Vemos cómo esto sucede muchas veces en el Antiguo Testamento. El Señor le declara a Moisés que va a destruir al pueblo de Israel por su pecado (Éx 32: 9-10): «Moisés intentó apaciguar al Señor su Dios, y le suplicó: "Señor, ¡Calma ya tu enojo! ¡Aplácate y no traigas sobre tu pueblo esa desgracia!"» (Éx 32: 11-12). Después leemos: «Entonces el Señor se calmó y desistió de hacerle a su pueblo el daño que le había sentenciado» (Éx 32: 14).
Cuando Dios amenaza con castigar a su pueblo por su pecado declara: «Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra» (2ª Cr 7: 14). Cuando el pueblo de Dios ora (con humildad y arrepentimiento), entonces él oye y perdona. Las oraciones de su pueblo claramente afectan cómo actúa Dios. De modo similar, «si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1ª Jn 1:9). Nosotros confesamos, y entonces él perdona.
Si estuviéramos realmente convencidos de que la oración cambia la manera en que Dios actúa, y que Dios en efecto produce cambios asombrosos en el mundo en respuesta a la oración, como la Biblia repetidamente enseña que lo hace, oraríamos mucho más de lo que oramos. Si oramos poco es probablemente porque en realidad no creemos que la oración logre gran cosa.
NOTA: Otros ejemplos de Dios contestando la oración en la Biblia son muy numerosos para comentarlos (Gen 18: 22-33; 32: 26; Dn 10:12; Am 7:1-6; Hch 4: 29-31; 10:31; 12: 5-11;).
2. LA ORACIÓN EFICAZ ES POSIBLE GRACIAS A NUESTRO MEDIADOR, JESUCRISTO.
Debido a que somos pecadores y Dios es santo, no tenemos derecho a entrar a su presencia.
Necesitamos un mediador que intervenga entre nosotros y Dios, y que nos lleve a la presencia de Dios. La Biblia enseña claramente: «Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª Ti 2: 5).
Pero si Jesús es el único mediador entre Dios y el hombre, ¿oye Dios las oraciones de los que no confian en Jesús? La respuesta depende de lo que queremos decir por «oye». Puesto que Dios es omnisciente, él siempre «oye» en el sentido de que tiene conocimiento de las oraciones que hacen los inconversos que no acuden a él a través de Cristo. Dios puede incluso, de tiempo en tiempo, contestar sus oraciones debido a su misericordia yen un deseo de llevarlos a la salvación en Cristo. Sin embargo, en ninguna parte Dios ha prometido responder a las oraciones de los que no creen.
Las únicas oraciones que ha prometido «oír» en el sentido de escuchar con un oído compasivo y responderlas cuando son hechas conforme a su voluntad, son las oraciones que los cristianos elevan a través del único mediador: Jesucristo (Jn 14: 6).
Entonces, ¿qué de los creyentes del Antiguo Testamento? ¿Cómo pudieron ellos acudir a Dios a través de Jesús el mediador? La respuesta es que la obra de Jesús como nuestro mediador estaba prefigurada en el sistema de sacrificios y ofrendas que los sacerdotes hacían en el templo (Heb 7: 23-28; 8: 1-6; 9: 1-14; et al.). No había ningún mérito salvador inherente en ese sistema de sacrificios (Heb 10: 1-4); sin embargo, mediante el sistema de sacrificios Dios aceptaba a los creyentes en base a la obra futura de Cristo que estaba prefigurada por ese sistema (Ro 3: 23-26).
La actividad de Jesús como mediador se ve especialmente en su obra como sacerdote: él es nuestro «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos», que «ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (Heb 4: 14-15).
Como receptores del nuevo pacto, no necesitamos quedamos «fuera del templo», como todos los creyentes excepto los sacerdotes debían hacerlo bajo el viejo pacto. Tampoco tenemos que quedamos fuera del «Lugar Santísimo» (Heb 9:3), el salón interior del templo en donde Dios mismo estaba en el trono sobre el arca del pacto y adonde solamente el sumo sacerdote podía entrar, y él solamente una vez al año. Pero ahora, desde que Cristo ha muerto como nuestro Sumo Sacerdote mediador (Heb 7: 26-27), él ha adquirido para nosotros plena seguridad y acceso a la misma presencia de Dios.
Por consiguiente «tenemos libertad para entrar en los lugares santos por la sangre de Jesús» (Heb 10: 19, traducción literal del autor), es decir, en el Lugar Santo y en el Lugar Santísimo, ¡la misma presencia de Dios! Entramos «por el camino nuevo y vivo» (Heb 10: 20) que Cristo abrió para nosotros. El autor de Hebreos concluye que puesto que estas cosas son verdad, «tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios, acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe» (Heb 10: 21-22). Así que la obra mediadora de Cristo nos da confianza para acercamos a Dios en oración.
No venimos a la presencia de Dios simplemente como extraños, ni como visitantes, ni como laicos, sino como sacerdotes; como personas que pertenecen al templo y tienen derecho e incluso el deber de estar en los lugares más sagrados del templo. Usando imágenes de la ceremonia de ordenación de sacerdotes (vea Éx 29: 4,21), el autor de Hebreos presenta a todos los creyentes como ordenados para ser sacerdotes para Dios y por consiguiente capaces de entrar a su presencia, porque dice que nos acercamos «con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura» (Heb 10: 22; d. 1ª P 2: 9).
¿Tiene sentido todo esto para el cristiano moderno? Nadie hoy va a Jerusalén para entrar en el templo y allí «acercarse» a Dios. Aunque fuéramos a Jerusalén, no hallaríamos ningún templo levantado, puesto que quedó destruido en el año 70 d.C. ¿Qué, entonces, quiere decir el autor de Hebreos cuando dice que entramos en el «Lugar Santísimo»? Está hablando de una realidad en el ámbito espiritual invisible: con Cristo como nuestro mediador, entramos no al templo terrenal de Jerusalén, sino al verdadero santuario, al «cielo mismo», adonde Cristo ha ido «para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro» (Heb 9: 24).
3. QUÉ ES ORAR «EN EL NOMBRE DE JESÚS»?
Jesús dice: «Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré» Gn 14: 13-14). También dice que él escogió a sus discípulos, y que «el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre» Gn 15: 16).
De modo similar, dice: «Ciertamente les aseguro que mi Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa» Gn 16: 23-24; cf. Ef. 5: 20). Pero, ¿qué significa esto?
Claramente esto no significa simplemente añadir la frase «en el nombre de Jesús» después de cada oración, porque Jesús no dijo: «Si piden algo y añaden las palabras" en el nombre de Jesús" después de su oración, yo lo haré». Jesús no está hablando de añadir ciertas palabras como si fueran una especie de fórmula mágica que imprimiría poder a nuestras oraciones. En verdad, ninguna de las oraciones anotadas en la Biblia tiene la frase «en el nombre de Jesús» al final (vea Mt 6: 9-13; Hch 1: 24-25; 4: 24-30;2 7: 59; 9:1 3-14; 10: 14; Ap 6: 10; 22: 20).
Acercarse en el nombre de alguien quiere decir que otra persona nos ha autorizado para acercarse en base a su autoridad, y no en la nuestra. Cuando Pedro le ordena al cojo: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y andad (Hch 3: 6), está hablando en la autoridad de Jesús, y no en la suya propia. Cuando el sanedrín les preguntó a los discípulos: «¿Con qué poder, o en nombre de quién, hicieron ustedes esto?» (Hch 4: 7), están preguntándoles: «¿Por autoridad de quién hicieron esto?»
Cuando Pablo reprendió a un espíritu inmundo «en el nombre de Jesucristo» (Hch 16: 18), deja bien claro que está haciéndolo con la autoridad de Jesús, y no la suya propia. Cuando Pablo pronuncia juicio «en el nombre de nuestro Señor Jesús» (1ª Co 5: 4) sobre el miembro de la iglesia que es culpable de inmoralidad, está actuando con la autoridad del Señor Jesús. Orar en el nombre de Jesús, por consiguiente, es la oración que se hace por autorización de Jesús.
En un sentido más amplio el «nombre» de una persona en el mundo antiguo representaba a la persona misma y, por consiguiente, todo su carácter. Tener un «buen nombre» (Pr 22:1; Ec 7:1) era tener una buena reputación.
Por tanto, el nombre de Jesús representa todo lo que él es, su carácter total. Esto quiere decir que orar «en el nombre de Jesús» no es sólo orar en su autoridad, sino también orar de una manera que concuerda con su carácter, que verdaderamente le representa y refleja su manera de vivir y su voluntad santa. En este sentido, orar en el nombre de Jesús se acerca mucho a la idea de orar «conforme a su voluntad» (1ª Jn 5: 14-15): ¿Quiere decir esto que no está bien añadir «en el nombre de Jesús» al final de nuestras oraciones? Ciertamente no está mal, siempre y cuando entendamos lo que eso quiere decir, y que no es imprescindible hacerlo.
Puede haber algún peligro, sin embargo, si añadimos esta frase a toda oración pública o privada que hacemos, porque pronto para muchos se convertirá en una simple fórmula que adjuntan con escaso significado y que expresan sin pensarla. Puede incluso empezar a ser vista, por lo menos por creyentes más jóvenes, como una especie de fórmula mágica que hace más efectiva la oración.
Para prevenir tales malos entendidos, probablemente, sería sabio no usar la fórmula frecuentemente y expresar el mismo pensamiento en otras palabras, o simplemente en la actitud global y enfoque que tenemos hacia la oración. Por ejemplo, las oraciones pudieran empezar:
«Padre, venimos a ti en la autoridad de nuestro Señor Jesús, tu Hijo», o, «Padre, no venimos en nuestros propios méritos sino en los méritos de Jesucristo, que nos ha invitado a venir ante ti », o: «Padre, te agradecemos por perdonamos nuestros pecados y damos acceso a tu trono por la obra de Jesucristo tu Hijo».
En otras ocasiones, incluso no se debe pensar que estos reconocimientos formales sean necesarios, en tanto y en cuanto nuestros corazones continuamente se den cuenta de que es nuestro Salvador el que nos permite orar al Padre.
La oración genuina es conversación con una persona que conocemos bien y que nos conoce. Tal conversación genuina entre personas que se conocen nunca depende del uso de ciertas fórmulas o palabras, sino que es una cuestión de sinceridad en nuestra habla y en nuestro corazón, una cuestión de actitudes debidas, y una cuestión de condición de espíritu nuestro.
NOTA: En Hechos 4:30 la frase: «mediante el nombre de tu santo siervo Jesús», que aparece al final de la oración, modifica la cláusula principal inmediatamente precedente: «para sanar y hacer señales y prodigios», No es una afirmación general en cuanto a la manera en que se hace toda la oración.
Es más. Pablo dice que no solamente nuestras oraciones sino todo lo que hacemos debemos hacerlo en el nombre de Jesús: «y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él» (Col 3: 1).
León Morris dice de Juan 14: 13: «Esto no quiere decir simplemente usar el nombre como fórmula. Quiere decir que la oración debe ser de acuerdo a todo lo que ese nombre representa. Es oración que procede de la fe en Cristo, oración da expresión a una unidad con todo lo que Cristo representa, oración que busca exaltar a Cristo mismo. Y el propósito de todo es la gloria de Dios» (The Gospel According to John, p. 646).
4. DEBEMOS ORAR A JESÚS O AL ESPÍRITU SANTO?
Un estudio de las oraciones del Nuevo Testamento indican que por lo general se dirigen no a Dios Hijo ni al Espíritu Santo, sino a Dios Padre. Sin embargo un simple conteo de tales oraciones puede ser desorientador, porque la mayoría de las oraciones que se anotan en el Nuevo Testamento son las de Jesús mismo, que constantemente oraba a Dios Padre y, por supuesto, no se oraba a sí mismo como Dios Hijo.
Además, en el Antiguo Testamento, la naturaleza trinitaria de Dios no estaba tan claramente revelada, y no es sorprendente que no hallemos mucha evidencia de oración dirigida directamente a Dios Hijo o a Dios Espíritu Santo antes el tiempo de Cristo.
Aunque hay un patrón claro de oración dirigidas directamente a Dios Padre a través del Hijo (Mt 6: 9; Jn 16: 23; Ef. 5: 20), hay indicaciones de que la oración dirigida directamente a Jesús también es apropiada. El hecho de que fue Jesús mismo quien nombró a todos los apóstoles sugiere que la oración de Hechos 1: 24 se dirige a él: «Señor, tú que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido». Al morir Esteban ora: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7: 59).
La conversación entre Ananías y «el Señor» en Hechos 9:10-16 es con Jesús, porque en el versículo 17 Ananías le dice a Saulo: «El Señor Jesús me ha enviado para que recobres la vista». La oración: «Maranata!» (1 Co 16: 22) se dirige a Jesús, así como también la oración de Apocalipsis 22:20: «Ven, Señor Jesús!». y Pablo también oraba al «Señor» en 2 Corintios 12:8 respecto a su espina en el cuerpo.'
Todavía más, el hecho de que Jesús es «un sumo sacerdote fiel y misericordioso»
(He 2: 17) que puede «compadecerse de nuestras debilidades» (He 4: 15) se ve como un estímulo para que nos acerquemos confiadamente «al trono de la gracia» en oración ara recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (He 4: 16). Estos versículos deben alentarnos a acercarnos directamente a Jesús en oración, y esperar que él se compadezca de nuestra debilidad al orar.
Hay, por consiguiente, clara garantía bíblica suficiente para animarnos a orar no solamente a Dios Padre (que parece ser el patrón primordial, y ciertamente sigue el ejemplo que Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro), sino también a orar directamente a Dios Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Ambas cosas son correctas, y podemos orar bien sea al Padre o al Hijo.
Pero, ¿debemos orar al Espíritu Santo? Aunque en el Nuevo Testamento no se registra ninguna oración dirigida directamente al Espíritu Santo, no hay nada que prohíba tal oración, porque el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo, es plenamente
Dios y es digno de oración, y es poderoso para responder nuestras oraciones. (Note también la invitación de Ezequiel al «aliento de vida» o «espíritu» en Ez 37:9.) Decir que no podemos orar al Espíritu Santo es decir que no podemos hablar con él ni relacionarnos personalmente con él, 10 que no parece muy correcto.
El Espíritu Santo también se relaciona con nosotros de una manera personal puesto que es un «Consolador» Gn 14: 16, 26), los creyentes «le conocen» Gn 14: 17), y él nos enseña (Jn 14: 26), nos da testimonio de que somos hijos de Dios (Ro 8: 16), y nuestro pecado lo entristece (Ef 4:30). Es más, el Espíritu Santo ejerce voluntad personal en la distribución de los dones espirituales, porque él «continuamente distribuye individualmente a cada uno como él quiere» (1ª Co 12: 11, traducción del autor).
Por consiguiente, no parece ser errado orar a veces al Espíritu Santo directamente, sobre todo cuando estamos pidiéndole que haga algo que se relaciona con sus esferas especiales de ministerio o responsabilidad.6 De hecho, en toda la historia de la iglesia varios himnos bien conocidos han sido oraciones al Espíritu Santo. Pero éste no es el patrón del Nuevo Testamento, y no debe convertirse en el énfasis dominante en nuestra vida de oración.
NOTA: El nombre Señor (gr. kurios), se usa en Hechos y las Epístolas primordialmente para referirse al Señor Jesucristo.
l. Packer dice: «¿Es apropiado orar al Espíritu? No hay ningún ejemplo de hacer esto en ninguna parte de la Biblia, pero puesto que el Espíritu es Dios, no puede ser errado invocar y dirigirse a él si hay buen razón para hacerlo
5. EL PAPEL DEL ESPÍRITU SANTO EN NUESTRA ORACIÓN. EN ROMANOS 8: 26-27 PABLO DICE:
Así Mismo, En Nuestra Debilidad El Espíritu Acude A Ayudarnos. No Sabemos Qué Pedir, Pero El Espíritu Mismo Intercede Por Nosotros Con Gemidos Que No Pueden Expresarse Con Palabras. Y Dios, Que Examina Los Corazones, Sabe Cuál Es La Intención Del Espíritu, Porque El Espíritu Intercede Por Los Creyentes Conforme A La Voluntad De Dios.
Los intérpretes difieren en cuanto a si los «gemidos que no pueden expresarse con palabras» son gemidos que el Espíritu Santo mismo emite o son nuestros propios gemidos y suspiros en oración, que el Espíritu Santo convierte en oraciones eficaces delante de Dios. Parece ser más probable que los «gemidos» o «suspiros» sean nuestros propios gemidos. Cuando Pablo dice que «en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudamos» (v. 26), la palabra que se traduce «ayudar» (gr. sunantilambanomai) es la misma palabra que se usa en Lucas 10: 40, en donde Marta quiere que María vaya a ayudarle.
La palabra no indica que el Espíritu Santo ora en lugar de nosotros, sino que el Espíritu Santo toma parte con nosotros y hace eficaces nuestras oraciones débiles. Así, tales suspiros o gemidos en la oración se entiende mejor como los suspiros o gemidos que nosotros emitimos, expresando los deseos de nuestro corazón y espíritu, que entonces el Espíritu Santo los convierte en oración eficaz.
Relativo a esto es la pregunta de lo que significa orar «en el Espíritu». Pablo dice: «Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos» (Ef 6: 18), y Judas habla de orar «en el Espíritu Santo» (Jud 20). A fin de entender esta frase debemos damos cuenta de que el Nuevo Testamento nos dice que muchas actividades se pueden hacer «en el Espíritu Santo». Es posible simplemente estar «en el Espíritu» como Juan lo estuvo en el dia del Señor (Ap 1: 10; 4: 2).
Y es posible regocijarse en el Espíritu Santo (Lc 10: 21), resolver o decidir algo en el Espíritu Santo (Hch 19: 21), que la conciencia de uno dé testimonio en el Espíritu Santo (Ro 9:1), tener entrada a Dios en el Espíritu Santo (Ef. 2: 18), y amar en el Espíritu Santo (Col 1: 8). Como explicaremos más completamente en el capítulo 30, más adelante (vea pp. 674-78, 680), estas expresiones parecen referirse a morar conscientemente en la presencia del mismo Espíritu Santo, una presencia que se caracteriza por cualidades semejantes a las de Dios de poder, amor, gozo, verdad, santidad, justicia y paz. Orar «en el Espíritu Santo», entonces, es orar en plena consciencia de la presencia de Dios a nuestro alrededor que nos santifica a nosotros y a nuestras oraciones.
NOTA: Otras razones por las que es mejor entender esos suspiros o gemidos como nuestros «gemidos» en la oración son:
(1) El v. 23 dice que «nosotros mismos gemimos», usando un verbo (stenázo) que es cognado del sustantivo que se traduce «gemidos» (stenagmos) en el v. 26;
(2) Tales «gemidos», que parecen implicar un grado de aflicción o angustia, son apropiados para las criaturas (vv. 22, 23) pero no para el Creador; y:
(3) V. 26b, que menciona «gemidos que no pueden expresarse en palabra», explica la primera cláusula del v. 26, que dice que el Espíritu nos «ayuda », no que el Espíritu reemplace nuestras oraciones. La frase «que no pueden expresarse en palabras» no necesariamente quiere decir «silenciosa o sin ruido», sino más bien puede querer decir «que no es posible poner en palabras».
8Para una consideración adicional de Ro 8:26-27, vea capítulo 53, 9Algunos han pensado que eso se refiere a hablar en lenguas, puesto que Pablo llama a hablar en lenguas orar «con el espíritu» (1ª Co 14: 15). Pero eso no es una comprensión correcta, puesto que en 1Co 14:15, «el espíritu» no se refiere al Espíritu Santo sino al propio espíritu humano de Pablo; note el contraste entre «mi espíritu» y «mi entendimiento» en él v. 14.

C. ALGUNAS CONSIDERACIONES IMPORTANTES EN LA ORACIÓN EFICAZ

La Biblia indica algunas consideraciones que hay que tomar en cuenta para ofrecer la clase de oración que Dios desea de nosotros.
1: HAY QUE ORAR CONFORME A LA VOLUNTAD DE DIOS.
Juan nos dice: «Ésta es la confianza que tenemos al acercamos a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido» (1ª Jn 5: 14-15).Jesús nos enseña a orar: «Hágase tu voluntad» (Mt 6: 10), y él mismo nos da un ejemplo, al orar en el jardín del Getsemaní: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mt 26: 39).
Pero, ¿cómo sabemos cuál es la voluntad de Dios cuando oramos? Si el asunto por el que estamos orando se menciona en algún pasaje de la Biblia en el que Dios nos da un mandamiento o una declaración directa de su voluntad, la respuesta a esta pregunta es fácil: su voluntad es que obedezcamos su palabra y guardemos sus mandamientos. Debemos procurar obediencia perfecta a la voluntad moral de Dios en la tierra para que se haga la voluntad de Dios «en la tierra como en el cielo» (Mt 6: 10).
Por esto el conocimiento de la Biblia es una ayuda tremenda en la oración, pues nos capacita para seguir el patrón de los primeros cristianos que citaban la Biblia al orar (vea Hch 4: 25-26). La lectura regular y memorización de la Biblia, cultivada a través de muchos años de vida cristiana, aumentará la profundidad, poder y sabiduría de nuestras oraciones. Jesús nos animó a tener sus palabras en nosotros cuando oramos, porque dice: «Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en Ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá» Gn 15: 7).
Esto quiere decir, por ejemplo, que si estamos buscando sabiduría para tomar una decisión importante, no tenemos que preguntamos si es la voluntad de Dios que recibamos sabiduría para actuar como es debido. La Biblia ya ha resuelto ese asunto por nosotros, porque hay una promesa de la Biblia que se aplica:
Si A Alguno De Ustedes Le Falta Sabiduría, Pídasela A Dios, Y Él Se La Dará,  Pues Dios Da A Todos Generosamente Sin Menospreciar A Nadie. Pero Que Pida Con Fe, Sin Dudar, Porque Quien Duda Es Como Las Olas Del Mar, Agitadas Y Llevadas De Un Lado A Otro Por El Viento. Quien Es Así No Piense Que Va A Recibir Cosa Alguna Del Señor; Es Indeciso E Inconstante En Todo Lo Que Hace (Stg 1:5-8).
Debemos tener gran confianza de que Dios responderá nuestra oración si pedimos algo que está conforme a una promesa o mandato específicos de la Biblia como este. En tales casos, sabemos cuál es la voluntad de Dios, porque él nos la ha dicho, y solo tenemos que orar creyendo que él va a responder.
No obstante, hay muchas otras situaciones en la vida en donde no sabemos cuál es la voluntad de Dios. Tal vez no estemos seguros, porque ninguna promesa o mandato de la Biblia se aplica, si es la voluntad de Dios que obtengamos el trabajo que hemos solicitado, o que ganemos una competencia atlética en la que estamos participando (oración común entre los niños, especialmente), o que se nos elija para algún cargo en la iglesia, y cosas por el estilo.
En todos estos casos debemos echar mano a todos los pasajes de la Biblia que comprendamos, tal vez para que nos den algunos principios generales dentro de los cuales podemos hacer nuestra oración. Pero más allá de esto a menudo debemos reconocer que simplemente no sabemos cuál es la voluntad de Dios. En tales casos, debemos pedirle una mayor comprensión y luego orar por lo que nos parezca mejor, e indicarle al Señor por qué, según lo que entendemos de la situación en ese momento, lo que estamos orando nos parece lo mejor.
Pero siempre está bien añadir, bien sea explícitamente o por lo menos en actitud de corazón: «No obstante, si estoy equivocado al pedir esto, y si esto no te agrada, haz lo que a tu parecer sea mejor», o, más sencillamente: «Si es tu voluntad». A veces Dios nos concederá lo que hemos pedido.
A veces nos dará una comprensión más honda o cambiará nuestro parecer de modo que seremos guiados a pedir algo diferente. A veces no nos concederá nuestra petición, y simplemente nos indicará que debemos sometemos a su voluntad (vea 2ª Co 12: 9-10).
Algunos cristianos objetan que añadir la frase «si es tu voluntad» a nuestras oraciones «destruye nuestra fe». Lo que en realidad expresa es incertidumbre en cuanto a si lo que estamos pidiendo en oración es la voluntad de Dios o no. Es apropiado cuando de veras no sabemos cuál es la voluntad de Dios.
Pero en otras ocasiones esto no sería apropiado. Pedir que Dios nos dé sabiduría para tomar una decisión y luego decir: «Si es tu voluntad darme sabiduría en esto» sería inapropiado, porque sería decir que no creemos lo que Dios quiso decir cuando dijo en Santiago 1:5-8 que pidamos con fe y que él concedería nuestra petición.
Incluso cuando se aplica un mandamiento o promesa de la Biblia, puede haber matices de aplicación que al principio no entendemos plenamente. Por consiguiente, es importante que en nuestra oración que no sólo le hablemos a Dios sino también que le escuchemos. Debemos frecuentemente traer una petición a Dios y luego esperar en silencio ante él.
En esos tiempos de espera en el Señor (Sal 27: 14; 38: 15; 130: 5-6), Dios puede cambiar los deseos de nuestro corazón, damos mayor comprensión de la situación que estamos orando, concedemos más comprensión de su palabra, traer a nuestra mente un pasaje de la Biblia que nos permita orar más eficazmente, impartimos un sentido de seguridad de lo que es su voluntad, o aumentar grandemente nuestra fe para que podamos orar con mucha mayor confianza.
NOTA: Añadir: «si es tu voluntad» a una oración es con todo muy diferente de no pedir para nada. Si mis hijos vienen y me preguntan si quiero llevarlos ra comprar helados, pero entonces (sintiéndose en un modo cooperativo) añaden: «pero sólo si piensas que está bien, papá», eso con todo sería muy distante de no pedírmelo. Si no me lo hubieran pedido, yo no hubiera considerado llevarlos a comprar helados. Una vez que lo piden, incluso con la calificación, a menudo decido llevarlos.
2. CÓMO ORAR CON FE.
Jesús dice: «Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán» (Mr 11 :24). Algunas traducciones varían, pero el texto griego en efecto dice: «Crean que lo han recibido». Más adelante los escribas que copiaron los manuscritos griegos y algunos comentaristas posteriores lo han tomado como que quiere decir «crean que lo recibirán».
Sin embargo, si aceptamos el texto como consta en los manuscritos más antiguos y mejores (crean que ya lo han recibido), Jesús evidentemente está diciendo que cuando pedimos algo, la fe que producirá resultados es una seguridad resuelta de que cuando oramos por algo (o tal vez después de que hemos estado orando por un período de tiempo), Dios acuerda concedernos nuestra petición específica.
En la comunión personal con Dios que tiene lugar en la oración genuina, esta clase de fe de nuestra parte puede resultar sólo conforme Dios nos da cierto sentido de seguridad de que él ha acordado conceder nuestra petición. Por supuesto, no podemos «desarrollar» esta clase de fe genuina mediante una oración frenética o un gran esfuerzo emocional para tratar de obligarnos a creer, ni podemos imponerla sobre nosotros mismos diciendo palabras que no pensamos que sean verdad. Esto es algo que sólo Dios puede damos, y que nos dará o tal vez no nos dará cada vez que oramos.
Esta fe confiada a menudo llega cuando le pedimos a Dios algo y luego calladamente esperamos delante de él una respuesta.
Es más, Hebreos 11: 1 nos dice que «la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve». La fe bíblica nunca es una ilusión vana ni una esperanza vaga que no tiene cimiento seguro sobre el cual apoyarse. Es más bien confianza en una persona, Dios mismo, basada en el hecho de que creemos en su palabra y creemos lo que él ha dicho.
Esta confianza o dependencia en Dios, cuando tiene un elemento de seguridad o confianza, es fe bíblica genuina. Varios otros pasajes nos animan a ejercer fe cuando oramos. «Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración» (Mt 21: 22). Santiago nos dice que debemos pedir «con fe, sin dudar» (Stg 1: 6). La oración nunca es una ilusión vana, porque brota de la confianza en un Dios personal que quiere que le tomemos la palabra.
3. OBEDIENCIA.
Puesto que la oración es una relación con Dios como persona, cualquier cosa en nuestras vidas que le desagrada será un estorbo en la oración. El salmista dice: «Si en mi corazón hubiera yo abrigado maldad, el Señor no me habría escuchado» (Sal 66: 18). Aunque «el Señor aborrece las ofrendas de los malvados», por contraste, «se complace en la oración de los justos» (Pr 15: 8).
También leemos que «el Señor escucha las oraciones de los justos» (Pr 15: 29). Pero Dios no se inclina a favor de los que rechazan sus leyes: «Dios aborrece hasta la oración del que se niega a obedecer la ley» (Pr 28: 9).
El apóstol Pedro cita el Salmo 34 para afirmar que «los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones» (1ª P 3: 12). Puesto que el versículo anterior estimula la buena conducta en la vida diaria, al hablar y alejarse del mal, y hacer el bien, Pedro está diciendo que Dios de buen grado oye las oraciones de los que viven la vida en obediencia a él. De modo similar, Pedro advierte a los esposos a ser «comprensivos» con sus esposas, pues «así nada estorbará las oraciones de ustedes» (1ª P 3: 7).
De manera similar, Juan nos recuerda la necesidad de una conciencia clara ante Dios cuando oramos, porque dice: «Si el corazón no nos condena, tenemos confianza delante de Dios, y recibimos todo lo que le pedimos porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada» (1ª Jn 3: 21-22).
Ahora bien, no se debe malentender esta enseñanza. No necesitamos estar libres por completo del pecado antes de que podamos esperar que Dios conteste nuestras oraciones. Si Dios contestara solamente las oraciones de personas que no pecan, nadie en toda la Biblia, excepto Jesús, jamás hubiera recibido respuesta a sus oraciones. Cuando venimos ante Dios mediante su gracia, venimos limpios por la sangre de Cristo (Ro 3: 25; 5:9; Ef 2: 13; He 9: 14; 1ª P 1: 2).
Pero no debemos descuidar el énfasis bíblico en la santidad personal de la vida. La oración y una vida santa van juntas. Hay mucha gracia en la vida cristiana, pero el crecimiento en santidad personal es también una ruta a una bendición mucho mayor, y eso es verdad también con respecto a la oración. Los pasajes citados enseñan que, siendo iguales todas las demás cosas, una obediencia más exacta conducirá a una mayor eficacia en la oración (Hebreos 12: 14; Stg 4: 3-4).
4. CONFESIÓN DE PECADOS.
Debido a que nuestra obediencia a Dios nunca es perfecta en esta vida, continuamente dependemos de que nos perdone nuestros pecados.
La confesión de pecados es necesaria a fin de que Dios «nos perdone» en el sentido de restaurar su relación diaria con nosotros (vea Mt 6: 12; 1ª Jn 1: 9). Es bueno al orar confesarle al Señor todo pecado conocido y pedirle su perdón. A veces cuando esperamos en él, él traerá a nuestra mente otros pecados que debemos confesar. Respecto a esos pecados que no recordamos o de los que no nos damos cuenta, es apropiado orar la oración general de David: «¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente) (Sal 19: 12).
A veces el confesar nuestros pecados a otros creyentes de confianza nos traerá seguridad de perdón y también estímulo para vencer el pecado. Santiago relaciona la confesión mutua con la oración, porque en un pasaje en que habla de la oración poderosa Santiago nos anima: «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados» (Stg 5: 16).
5. PERDONAR A OTROS.
Jesús dice: «Si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas» (Mt 6: 14-15). De modo similar, Jesús dice: «y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados» (Mr 11: 25).
Nuestro Señor no tiene en mente la experiencia inicial de perdón que conocemos cuando somos justificados por fe, porque eso no pertenecería a la oración que elevamos día tras día (vea Mt 6: 12 con vv. 14-15). Más bien se refiere a la relación con Dios día tras día que necesitamos que sea restaurada cuando hemos pecado y lo hemos ofendido.
De hecho, Jesús nos ordena integrar en nuestras oraciones una petición de que Dios nos perdone de la misma manera que nosotros hemos perdonado a otros que nos han hecho daño (en el mismo sentido de «relación personal» de «perdonar»; es decir, no guardar rencor ni sentir amargura contra otra persona ni albergar ningún deseo de hacerles daño): «Perdónanos nuestros pecados, como también nosotros hemos perdonado a los que pecan contra nosotros» (Mt 6:12, traducción del autor).
Si hay alguien a quien no hemos perdonado cuando elevamos esta oración, estamos pidiéndole a Dios que no nos restaure a una buena relación con él cuando hemos pecado, que es lo que nosotros nos hemos rehusado a hacer con otros.
Puesto que la oración da por sentada una relación con Dios como persona, esto no es extraño. Si hemos pecado contra él y hemos entristecido al Espíritu Santo (Ef. 4: 30), y el pecado no ha sido perdonado, nuestra relación con Dios se interrumpe (Is 59: 1-2). Mientras el pecado no sea perdonado y las relaciones restaurada, la oración será, por supuesto, dificil. Es más, si tenemos falta de perdón contra alguien, no estamos actuando de una manera que agrada a Dios o que nos beneficie. Por eso Dios declara (Mt 6: 12,14-15) que él se alejará de nosotros hasta que perdonemos a los demás.
6. HUMILDAD.
Santiago nos dice que «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes» (Stg 4:6; también 1ª P 5: 5). Por consiguiente dice: «Humíllense delante del Señor, y él los exaltará» (Stg 4: 10). La humildad es, por tanto, la actitud apropiada que hay que tener al orar a Dios, en tanto que el orgullo es totalmente inapropiado.
La parábola que relató Jesús en cuanto al fariseo y al recaudador de impuestos ilustra esto. Cuando el fariseo se levantó a orar, se jactaba: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres -ladrones, malhechores, adú1teros- ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo 10 que recibo» (Lc 18: 11-12).
Al contrario, el humilde recaudador de impuestos «ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: "Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador” (Lc 18: 13). Jesús dijo que éste «volvió a su casa justificado», y no el fariseo, «pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 18: 14).
Por eso Jesús condenó a los que «hacen largas plegarias para impresionar a los demás» (Lc 20:47) y a los hipócritas a los que «les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea» (Mt 6:5).
Dios con todo derecho es celoso de su honor.11 Por consiguiente, no se agrada en responder a las oraciones de los orgullosos que se irrogan honor para sí mismos antes de dárselo a él. La verdadera humildad ante Dios, que también se refleja en la genuina humildad ante otros, es necesaria para la oración eficaz.
7. HAY QUE PERSEVERAR EN ORACIÓN POR UN LARGO PERÍODO DE TIEMPO.
Así como Moisés estuvo dos veces en el monte cuarenta días ante Dios por el pueblo de Israel (Dt 9: 25-26; 10: 10-11), y tal como Jacob le dijo a Dios: «¡No te soltaré hasta que me bendigas!» (Gn 32: 26), vemos en la vida de Jesús un patrón de mucho tiempo dedicado a la oración. Cuando le seguían grandes multitudes, «él mismo a menudo se alejaba regiones desiertas y oraba» (Lc 5: 16, traducción del autor).
En otra ocasión, «pasó toda la noche en oración a Dios» (Lc 6: 12). A veces, como en el caso de Moisés y Jacob, la oración por un largo período de tiempo debe ser oración por un asunto específico Lc 18: 1-8). Cuando fervientemente estamos buscando de Dios una respuesta a una oración específica, podemos repetir la misma petición varias veces. Pablo le pidió al Señor «tres veces» (2ª Co 12:8) que le quitara la espina que tenía en su carne.
Jesús mismo, cuando estuvo en el jardín del Getsemaní, le pidió al Padre: «No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mr 14: 36). Luego, después de haber vuelto y hallado a sus discípulos durmiendo, Jesús oró de nuevo y elevó la misma petición con las mismas palabras: «Una vez más se retiró e hizo la misma oración» (Mr 14: 39).
Estas son instancias de repetición ferviente en la oración por una necesidad que se siente hondamente. No son ejemplos de lo que Jesús prohíbe; la acumulación de «frases vacías» en la creencia errónea de que las «muchas palabras» lograrán que sean oídas (Mt 6: 7).
Hay también un elemento de comunión continua con Dios al orar por un largo tiempo. Pablo nos llama a orar sin cesar (1ª Ts 5: 17), y anima a los Colosenses a hacer lo mismo: «Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento» (Co14: 2). Tal devoción continua a la oración incluso mientras estamos dedicados a los quehaceres diarios debe caracterizar la vida de todo creyente.
Los apóstoles son un ejemplo aleccionador. Ellos se desembarazaron de otra responsabilidades a fin de dedicar tiempo a la oración: «Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch 6: 4).
8. HAY QUE ORAR FERVIENTEMENTE.
Jesús mismo, que es nuestro modelo de oración, oraba fervientemente. «En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión» (He 5: 7). En algunas de las oraciones de la Biblia casi podemos oír la gran intensidad con que los santos derramaban su corazón delante de Dios.
Daniel clamaba: «¡Señor, escúchanos! ¡Señor, perdónanos! ¡Señor, atiéndenos y actúa! Dios mío, haz honor a tu nombre y no tardes más; ¡tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu pueblo!» (Dn 9: 19). Cuando Dios le mostró a Amós el castigo que iba a derramar sobre su pueblo, Amós suplicó: «¡Señor mi Dios, te ruego que perdones a Jacob! ¿Cómo va a sobrevivir, si es tan pequeño?» (Am 7: 2).
En las relaciones personales, si intentamos fingir intensidad emocional y ponemos una máscara de emoción que no concuerda con lo que de veras sentimos, los demás por lo general percibirán nuestra hipocresía al instante yeso los desilusionará.
Cuánto mucho más es esto verdadero en cuanto a Dios, que conoce plenamente nuestros corazones. Por consiguiente, la intensidad y profundidad de la emoción en la oración nunca debe ser fingida; no podemos engañar a Dios. Sin embargo, si verdaderamente empezamos a ver las circunstancias como Dios las ve, y empezamos a ver las necesidades de un mundo que sufre y que se muere tal como realmente son, será natural orar con intensa participación emocional y esperar que Dios, como Padre misericordioso, responda a una oración sincera.
Cuando una oración tan intensamente sentida halla expresión en reuniones de oración, los cristianos ciertamente deben aceptar y dar gracias por ella, porque a menudo indica una profunda obra del Espíritu Santo en el corazón de la persona que está orando.
9. HAY QUE ESPERAR EN EL SEÑOR.
Después de clamar a Dios por ayuda en su aflicción David dice: «Pon tu esperanza en el Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor!» (Sal 27: 14). De modo similar, dice: «Yo, Señor, espero en ti; tú, Señor y Dios mío, serás quien responda» (Sal 38: 15). El salmista de igual manera dice:
Espero al Señor, lo espero con toda el alma; en su palabra he puesto mi esperanza.
Espero al Señor con toda el alma, más que los centinelas la mañana.
Como esperan los centinelas la mañana (Sal 130: 5-6).
Una analogía de la experiencia humana puede ayudamos a apreciar el beneficio de esperar ante el Señor una respuesta a la oración. Si deseamos invitar a alguien a casa para cenar, hay varias maneras en que podemos hacerlo. Primero, podemos extender una invitación vaga y general: «Me encantaría que vinieras a casa a cenar algún día de estos». Casi nadie vendría a cenar basándose solo en ese tipo de invitación. Esto es como la oración vaga y general: «Dios, bendice a todas mis tía y tíos, y a todos los misioneros.
Amén». Segundo, podríamos hacer una invitación específica pero apresurada e impersonal: «Alfredo, ¿podrías venir a casa a cenar el viernes a la 6 de la tarde?»; pero tan pronto como las palabras salen de nuestra boca nos alejamos dejando a Alfredo con una expresión perpleja en su cara porque ni siquiera le dimos tiempo para que respondiera. Así son muchas de nuestras peticiones de oración. Le decimos palabras a
Dios como si el mismo hecho de expresarlas, sin ninguna intervención del corazón en lo que decimos, recabara una respuesta de Dios. Pero esta clase de petición olvida que la oración es una relación entre dos personas: uno mismo y Dios.
Hay una tercera clase de invitación, que es de corazón, personal y específica.
Después de esperar para cerciorarme de que cuento con toda la atención de Alfredo, puedo mirarle directamente a los ojos y decirle: «Alfredo, a Margarita y a mí nos encantaría que fueras a casa a cenar este viernes a la 6 de la tarde. ¿Podrías ir?»; y entonces, todavía mirándole directamente a los ojos, esperar en silencio y con paciencia hasta que él decida contestar.
Él sabe por mi expresión de la cara, el tono de mi voz, el momento y la ocasión en que le hablé que estoy poniendo todo mi ser en la petición, y que me estoy relacionado con él como persona y como amigo.
Esperar pacientemente una respuesta muestra mi anhelo, mi sentido de expectación, y mi respeto por él como persona. Esta tercera clase de petición es como la del cristiano ferviente que viene ante Dios, capta un sentido de estar en presencia de Dios, fervientemente le presenta una petición, y luego espera en silencio por algún sentido de seguridad de una respuesta de Dios.
Esto no quiere decir que todas nuestras peticiones deben ser de esta naturaleza, o incluso que las dos primeras clases de peticiones estén mal. En verdad, en algunos casos podemos orar rápidamente porque tenemos poco tiempo para hallar una respuesta (vea Neh 2: 4). Ya veces en efecto oramos en forma general porque no tenemos información más específica en cuanto a una situación, o porque está muy distante de nosotros, o debido al corto tiempo disponible.
Pero el material en la Biblia sobre la oración ferviente y en cuanto a esperar en el Señor, y el hecho de que la oración es una comunicación personal entre nosotros y Dios, en efecto indica que las oraciones tales como la tercera clase de petición son mucho más profundas y sin duda recabarán muchas más respuestas de Dios.
NOTA: Aunque los enemigos de Daniel le vieron orando, fue sólo porque ellos «se habían puesto de acuerdo» y evidentemente estaban espiándole.
10. LA ORACIÓN EN PRIVADO.
Daniel subía a su dormitorio y allí se arrodillaba y se ponía «a orar y alabar a Dios, pues tenía por costumbre orar tres veces al día» (Dn 6: 10). Jesús con frecuencia se iba a lugares solitarios para estar a solas y orar (Le 5:16;). También nos enseña: «Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto.
Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará» (Mt 6: 6). Esta afirmación está en el contexto de evitar el error de los hipócritas a quienes les encanta orar en las esquinas de las calles «para que la gente los vea» (Mt 6: 5). Hay sabiduría en la amonestación de Jesús de orar en secreto, no sólo para que evitemos la hipocresía, sino también para que no nos distraiga la presencia de otros, y por ello modifiquemos nuestra oración para amoldarla a lo que pensamos que ellos esperan oír. Cuando estamos verdaderamente a solas con Dios, en lo privado de un cuarto en donde hemos «cerrado la puerta» (Mt 6:6), entonces podemos derramar ante él nuestros corazones.
La necesidad de orar en privado también puede tener implicaciones para grupos pequeños o reuniones de oración en la iglesia; cuando los creyentes se reúnen para buscar fervientemente al Señor respecto a algún asunto específico, a menudo es útil si pueden estar en lo privado de un hogar donde se cierra la puerta y colectivamente pueden clamar a Dios.
Al parecer esta era la manera en que los primeros cristianos oraban cuando estaban suplicando fervientemente a Dios por la liberación de Pedro que estaba en la cárcel (vea Hch 12: 5, 12-16).
11. ORACIÓN CON OTROS.
Los creyentes hallan fortaleza al orar con otros. De hecho, Jesús nos enseña: «Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18: 19-20).
Hay muchos otros ejemplos en la Biblia de creyentes que oraron juntos, y en donde una persona guió a toda la congregación en oración (note la oración de Salomón «en presencia de toda la asamblea de Israel» en la dedicación del templo en 1ª R 8: 22-53, o la oración de la iglesia primitiva en Jerusalén cuando «alzaron unánimes la voz en oración a Dios» en Hch 4: 24).
Incluso el Padre Nuestro lo pone en plural. No dice: «Dame hoy mi pan cotidiano»; sino «Danos hoy nuestro pan cotidiano» y «Perdónanos nuestros pecados», y «No nos guíes a la tentación sino líbranos del mal» (Mt 6:11-13, traducción del autor). Orar con otros, entonces, es correcto y a menudo aumenta nuestra fe y la eficacia de nuestras oraciones.
NOTA: En este punto también podemos mencionar que Pablo habla un uso del don de hablar en lenguas durante la oración privada: «Porque si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento no se beneficia en nada.
¿Qué debo hacer entonces? Pues orar con el espíritu, pero también con el entendimiento; cantar con el espíritu, pero también con el entendimiento» (1ª Co 14: 14-15). Cuando Pablo dice «mi espíritu ora», no está refiriéndose al Espíritu Santo, sino a nuestro propio espíritu humano, porque el contraste que es con «mi entendimiento». Su propio espíritu está derramando nuestras peticiones ante Dios, y esas peticiones las entiende Dios y resultan en edificación personal: «El que habla en lenguas se edifica a sí mismo» (1ª Co 14: 4). Consideraremos este don más completamente en el capítulo 53, más adelante.
Aunque los cuatro versículos previos (vv. 15-18) tienen que ver con la disciplina de la iglesia, la expresión «otra vez» al principio del v. 19 marca un ligero cambio en el tema, y no es apropiado tomar los vv. 19-20 como una afirmación más amplia en cuanto a la oración en general en el contexto de la iglesia.
12. EL AYUNO.
En la Biblia a menudo se conecta la oración con el ayuno. A veces hay ocasiones de súplica intensa ante Dios, como cuando Nehemías, al oír de la ruina de Jerusalén, «por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo» (Neh 1: 4), o cuando los judíos se enteraron del decreto de Asuero para matarlos, y «había gran duelo entre los judíos, con ayuno, llanto y lamentos» (Est 4:3), o cuando Daniel buscó al Señor: «Además de orar, ayuné y me vestí de luto y me senté sobre cenizas» (Dn 9: 3).
En otras ocasiones se conecta el ayuno con el arrepentimiento, porque Dios le dice al pueblo que ha pecado contra él: «Ahora bien -afirma el Señor-, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos» G12: 12).
En el Nuevo Testamento, Ana «día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones» (Lc 2: 37) en el templo, y mientras en la iglesia de Antioquía (ayunaban y participaban en el culto al Señor) fue cuando el Espíritu Santo dijo: «Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado» (Hch 13:2). La iglesia respondió con más ayuno y oración antes de enviar a Bernabé y a Saulo en su primer viaje misionero: «Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron» (Hch 13: 3).
Es más, el ayuno era una parte de rutina para buscar la dirección del Señor con respecto a los oficiales de la iglesia, porque en el primer viaje misionero de Pablo leemos que él y Bernabé, al viajar de nuevo por las iglesias que había fundado, «en cada iglesia nombraron ancianos y, con oración y ayuno» (Hch 14: 23).
Así que el ayuno apropiadamente acompañó a la oración en muchas circunstancias: en tiempo de intercesión intensa, arrepentimiento, adoración y búsqueda de dirección. En cada una de estas situaciones surgen varios beneficios del ayuno, todos los cuales afectan nuestra relación con Dios:
(1) El ayuno aumenta nuestro sentido de humildad y dependencia en el Señor (porque nuestra hambre y debilidad fisica continuamente nos recuerdan que no somos realmente fuertes en nosotros mismos sino que necesitamos del Señor).
(2) El ayuno nos permite dedicar más atención a la oración (porque no gastamos tiempo en comer), y:
(3) es un recordatorio continuo de que, así como sacrificamos alguna comodidad personal para el Señor al no comer, debemos continuamente sacrificar todo nuestro ser a él. Es más:
(4) el ayuno es un buen ejercicio en disciplina propia, porque al abstenemos de ingerir alimentos, que sería el deseo ordinario, nuestra capacidad de abstenemos de pecar se fortalece, a lo cual de otra manera nos veríamos tentados a ceder. Si nos entrenamos para aceptar el pequeño «sufrimiento» de ayunar voluntariamente, seremos más capaces de aceptar otros sufrimientos por amor de la justicia (Heb 5: 8; 1ª P 4: 1-2).
(5) El ayuno también eleva nuestra actitud de alerta espiritual y mental y un sentido de la presencia de Dios al enfocamos menos en las cosas materiales de este mundo (como la comida) y conforme las energías de nuestro cuerpo quedan libres de digerir y de procesar la comida. Esto nos capacita para enfocar las realidades espirituales eternas que son mucho más importantes. Finalmente,
(6) ayunar expresa fervor y urgencia en nuestras oraciones; si persistimos en ayunar, moriremos. Por consiguiente, de una manera simbólica, el ayuno le dice a Dios que estamos preparados para poner nuestras vidas a fin de que la situación cambie antes que continuar en ella. En este sentido, el ayuno es especialmente apropiado cuando el estado espiritual de una iglesia está por el suelo.
«Ahora bien afirma el Señor, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Rásguense el corazón y no las vestiduras. (Jl 2: 12, 13 a)
Aunque el Nuevo Testamento no exige específicamente que ayunemos, ni que fijemos tiempos especiales en que debemos ayunar, Jesús ciertamente da por sentado que ayunaremos, porque les dice a los discípulos: «Cuando ayunen» (Mt 6: 16).
Aun más, Jesús también dice: «Llegará el día en que se les quitará el novio; entonces sí ayunarán» (Mt 9: 15). Él es el Novio, nosotros somos sus discípulos, y durante esta presente edad de la iglesia él ha sido «quitado» de nosotros hasta el día en que vuelva. La mayoría de los cristianos en Occidente no ayunan, pero, si estuviéramos dispuestos a ayunar más regularmente, incluso por una o dos comidas, nos sorprendería cuánto mucho más poder y fuerza espiritual tendríamos en nuestras vidas y en nuestras iglesias.
NOTA: Razones similares (dedicar más tiempo a la oración y dejar a un lado algún placer personal) probablemente explica el permiso de Pablo a los casados para dejar de lado las relaciones sexuales «de común acuerdo, y sólo por un tiempo, para dedicarse a la oración» (1ª Co 7:5).
En Mr 9:29, cuando los discípulos le preguntaron por qué no pudieron expulsar a cierto demonio, Jesús replicó: «Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de oración». Muchos de los manuscritos griegos más antiguos y muy confiables, y varios manuscritos tempranos en otros lenguajes dicen: «con oración y ayuno».
En cualquier caso, no puede querer decir la oración que se dice en el momento en que se está expulsando al demonio, porque Jesús simplemente echó fuera al demonio con una palabra y no se dedicó a un tiempo extenso de oración. Más bien debe querer decir que los discípulos no habían pasado previamente suficiente tiempo en oración y que su fortaleza espiritual era débil. Por consiguiente, el «ayuno» que se menciona en muchos manuscritos antiguos encaja en el patrón de una actividad que aumenta la fuerza y poder espiritual de uno.
13. ¿QUÉ DE LA ORACIÓN NO CONTESTADA?
Debemos empezar reconociendo que en tanto Dios es Dios y nosotros somos sus criaturas, debe haber algunas oraciones no contestadas. Esto se debe a que Dios mantiene oculto sus planes sabios para el futuro, y aunque la gente ora, muchos acontecimientos no se realizarán sino en el momento en que Dios haya decretado. Los Judíos oraron por siglos porque viniera el Mesías, y con razón, pero no fue sino cuando «se cumplió el plazo» que «Dios envió a su Hijo» (Gá 4:4).
Las almas de los mártires en el cielo, libres de pecado, claman que Dios juzgue la tierra (Ap 6: 10), pero Dios no responde de inmediato; más bien les dice que descansen por un tiempo más (Ap 6: 11). Es claro que puede haber largos períodos de demora durante los cuales las oraciones no reciben respuesta, porque los que oran no saben el tiempo sabio que Dios tiene determinado.
La oración también quedará sin respuesta porque no siempre sabemos cómo orar como debemos (Ro 8:26), no siempre oramos conforme a la voluntad de Dios (Stg 4:3), y no siempre pedimos con fe (Stg 1:6-8). Y a veces pensamos que cierta solución es mejor, pero Dios tiene un plan mejor, incluso realizar su propósito mediante el sufrimiento y la adversidad. Sin duda José oró fervientemente que lo rescataran de la cisterna o que no fuera llevado a Egipto como esclavo (Gn 37:23-36), pero muchos años más tarde halló cómo a pesar de aquellos acontecimientos, «Dios transformó ese mal en bien» (Gn 50: 20).
Cuando tenemos una oración no contestada, nos unimos a Jesús, que oró: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22:42). Nos unimos también a Pablo, que por «tres veces) le pidió al Señor que le quitara su espina en el cuerpo, pero no fue así; más bien el Señor le dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad) (2ª Co 12: 8-9). Nos unimos a David, que oró por la vida de su hijo, pero el niño murió, así que «luego se vistió y fue a la casa del Señor para adorad) y dijo de su hijo:
«Yo iré adonde él está, aunque él ya no volverá a mí (2ª S 12: 20,23). Nos unimos a los mártires de toda la historia que oraron pidiendo una liberación que no llegó, pero «no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte» (Ap 12:11).
Cuando la oración sigue sin contestar debemos continuar confiando en Dios, quien «dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Ro 8: 28), y echar sobre él nuestros cuidados, sabiendo que él continuamente se preocupa por nosotros (1ª P 5: 7). Debemos seguir recordando que él da fuerza suficiente para cada día (Dt 33: 25) y que ha prometido: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré» (Heb 13: 5; Ro 8: 35-39).
También debemos perseverar en la oración. A veces una respuesta largamente esperada se recibe de repente, como cuando Ana, que después de muchos años tuvo un hijo (1 S 1:19-20), o como cuando Simeón vio llegar al templo al Mesías largamente esperado (Lc 2: 25-35).
Pero a veces las oraciones quedan sin contestación en esta vida. A veces Dios responde esas oraciones después de que el creyente muere. En otras ocasiones no las contesta, pero incluso entonces la fe expresada en esas oraciones y las expresiones de sincero amor a Dios y a las personas que se han hecho ascenderán como incienso agradable ante el trono de Dios (Ap 5: 8; 8: 3-4) y resultará en «aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1ª P 1: 7).

D. ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS

La alabanza y acción de gracias a Dios, que se considerarán más completamente en el capítulo 51, son elementos esenciales de la oración. La oración modelo que Jesús nos dejó empieza con una alabanza: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6: 9). Y Pablo les dice a los filipenses: «En toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Flp 4:6), y a los colosenses: (Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento) (Col 4:2). La acción de gracias, como todo otro aspecto de la oración, no debe ser un repetir mecánico de un «gracias) a Dios, sino que deben ser palabras que reflejen el agradecimiento de nuestro corazón.
Es más, nunca debemos pensar que expresar agradecimiento anticipado a Dios por la respuesta a algo que le pedimos puede de cierta manera obligar a Dios a que nos lo dé, porque eso cambia la oración de una petición genuina y sincera a una exigencia que da por sentado que podemos obligar a Dios a hacer lo que queremos que haga. Oración en ese espíritu niega la naturaleza esencial de la oración como dependencia en Dios.
Al contrario, el tipo de agradecimiento que apropiadamente acompañe a la oración debe expresar gratitud a Dios por todas las circunstancias, por todos las cosas de la vida que él permite que nos pasen. Cuando «en toda circunstancias) unimos expresiones de agradecimiento humilde, casi infantil, a nuestras oraciones (1ª Ts 5: 18), estas serán aceptables a Dios.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Tiene a menudo dificultad con la oración? ¿Qué de este capítulo le ha sido útil respecto a esto?
2. ¿Cuándo ha tenido los tiempos de oración más eficaces de su vida? ¿Qué factores contribuyeron a hacer más efectivas esas ocasiones? ¿Qué otros factores necesitan más atención en su vida de oración? ¿Qué puede hacer usted para fortalecer cada uno de esos aspectos?
3. ¿Cómo le ayuda y le estimula (si es así) el orar con otros creyentes?
4. ¿Ha tratado alguna vez de esperar en silencio ante el Señor después de hacer una petición ferviente en oración? Si es así, ¿cuál ha sido el resultado?
5. ¿Tiene usted un tiempo regular cada día para la lectura privada de la Biblia y la oración? ¿Hay ocasiones cuando se distrae fácilmente y se desvía a otras actividades? Si es así, ¿cómo pudiera superar esas distracciones?
6. ¿Disfruta usted al orar? ¿Por qué sí o por qué no?
TÉRMINOS ESPECIALES
Fe, «en el nombre de Jesús», esperar en el Señor, oración
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

Hebreos 4:14-16: Por Lo Tanto, Ya Que En Jesús, El Hijo De Dios, Tenemos Un Gran Sumo Sacerdote Que Ha Atravesado Los Cielos, Aferrémonos A La Fe Que Profesamos. Porque No Tenemos Un Sumo Sacerdote Incapaz De Compadecerse De Nuestras Debilidades, Sino Uno Que Ha Sido Tentado En Todo De La Misma Manera Que Nosotros, Aunque Sin Pecado. Así Que Acerquémonos Confiadamente Al Trono De La Gracia Para Recibir Misericordia Y Hallar La Gracia Que Nos Ayude En El Momento Que Más La Necesitemos.