¿POR QUÉ DIOS QUIERE QUE OREMOS? ¿CÓMO PODEMOS ORAR EFICAZMENTE?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
El
carácter de Dios y su relación con el mundo, según se ha discutido en capítulos
previos, conduce naturalmente a una consideración de la doctrina de la oración.
La
oración se puede definir como sigue: La oración es comunicación personal con
Dios.
Esta
definición es muy amplia. Lo que podemos llamar «oración» incluye oraciones de
petición por nosotros mismos y por otros (a veces llamadas oraciones de
petición o intercesión), confesión de pecado, adoración, alabanza y acción de
gracias, y también comunicaciones de Dios para indicarnos su respuesta.
A. ¿POR QUÉ DIOS QUIERE QUE OREMOS?
La
oración no está hecha para que Dios pueda enterarse de lo que necesitamos,
Porque Jesús nos dice: «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se
lo pidan» (Mt 6: 8). Dios quiere que oremos porque la oración expresa nuestra
confianza en Dios y es un medio por el cual nuestra confianza en él puede
aumentar.
De
hecho, tal vez el énfasis primordial de la enseñanza de la Biblia sobre la
oración es que debemos orar con fe, lo que quiere decir confianza o dependencia
en Dios.
Dios, como
nuestro Creador, se deleita en que confiemos en él cómo sus criaturas, porque
una actitud de dependencia es la más apropiada para las relaciones entre el
Creador y la criatura. Orar en humilde dependencia también indica que estamos
genuinamente convencidos de la sabiduría, amor, bondad y poder de Dios, y
ciertamente de todos los atributos que forman su excelente carácter.
Cuando
oramos verdaderamente, como personas, en la totalidad de nuestro carácter, nos
relacionamos a Dios como persona, en la totalidad de su carácter. Por tanto,
todo lo que pensamos o sentimos en cuanto a Dios se vuelve expresión en nuestra
oración. Es solo natural que Dios se deleite en tal actividad y ponga tanto
énfasis en ella en su relación con nosotros.
Las
primeras palabras del Padre Nuestro: «Padre nuestro que estás en el cielo» (Mt
6: 9), reconocen nuestra dependencia en Dios como Padre amante y sabio, y
también reconoce que él lo gobierna todo desde su trono celestial.
La
Biblia muchas veces enfatiza la necesidad que tenemos de confiar en Dios al
orar. Por ejemplo, Jesús compara nuestra oración con un hijo que pide a su
padre un pescado o un huevo (Lc 11: 9-12) y luego concluye: «Pues si ustedes,
aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial
dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lc 11:13). Así como los hijos
esperan que sus padres provean para ellos, Dios espera que miremos a él en
oración.
Puesto
que Dios es nuestro Padre, debemos pedirle con fe. Jesús dice: «Si ustedes creen,
recibirán todo lo que pidan en oración» (Mt 21: 22; d. Mr 11: 24; Stg 1: 6-8;
5: 14-15).
Pero
Dios no sólo quiere que confiemos en él. También quiere que le amemos y
tengamos comunión con él. Esto, entonces, es una segunda razón por la que Dios
quiere que oremos: la oración nos lleva a una comunión más honda con Dios, y a
él le encanta y se deleita en nuestra comunión con él.
Una
tercera razón por la que Dios quiere que oremos es que en la oración Dios nos
permite, como criaturas, participar en actividades que son de importancia
eterna. Cuando oramos, la obra del reino avanza. De esta manera, la oración nos
da la oportunidad de intervenir de una manera significativa en la obra del
reino, y así dar expresión a nuestra grandeza como criaturas hechas a imagen de
Dios.
B. LA EFICACIA DE LA ORACIÓN
¿Cómo
funciona la oración? ¿Acaso la oración no solamente nos hace bien sino que
también afecta a Dios y al mundo?
1. LA ORACIÓN CAMBIA LA MANERA EN QUE
DIOS ACTÚA.
Santiago
nos dice: «No tienen, porque no piden» (Stg 4: 2). Él implica que el no pedir
nos priva de lo que Dios nos daría si lo hacemos. Oramos, y Dios responde.
Jesús también dice: «Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se
les abrirá la puerta. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra;
y al que llama, se le abre» (Lc 11: 9-10). Jesús hace una conexión clara entre
buscar cosas de Dios y recibirlas. Cuando pedimos, Dios responde.
Vemos
cómo esto sucede muchas veces en el Antiguo Testamento. El Señor le declara a
Moisés que va a destruir al pueblo de Israel por su pecado (Éx 32: 9-10):
«Moisés intentó apaciguar al Señor su Dios, y le suplicó: "Señor, ¡Calma
ya tu enojo! ¡Aplácate y no traigas sobre tu pueblo esa desgracia!"» (Éx
32: 11-12). Después leemos: «Entonces el Señor se calmó y desistió de hacerle a
su pueblo el daño que le había sentenciado» (Éx 32: 14).
Cuando
Dios amenaza con castigar a su pueblo por su pecado declara: «Si mi pueblo, que
lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo
escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra» (2ª Cr 7:
14). Cuando el pueblo de Dios ora (con humildad y arrepentimiento), entonces él
oye y perdona. Las oraciones de su pueblo claramente afectan cómo actúa Dios.
De modo similar, «si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo,
nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1ª Jn 1:9). Nosotros
confesamos, y entonces él perdona.
Si
estuviéramos realmente convencidos de que la oración cambia la manera en que
Dios actúa, y que Dios en efecto produce cambios asombrosos en el mundo en
respuesta a la oración, como la Biblia repetidamente enseña que lo hace,
oraríamos mucho más de lo que oramos. Si oramos poco es probablemente porque en
realidad no creemos que la oración logre gran cosa.
NOTA: Otros ejemplos de Dios contestando la oración
en la Biblia son muy numerosos para comentarlos (Gen 18: 22-33; 32: 26; Dn
10:12; Am 7:1-6; Hch 4: 29-31; 10:31; 12: 5-11;).
2. LA ORACIÓN EFICAZ ES POSIBLE GRACIAS A NUESTRO MEDIADOR, JESUCRISTO.
Debido
a que somos pecadores y Dios es santo, no tenemos derecho a entrar a su
presencia.
Necesitamos
un mediador que intervenga entre nosotros y Dios, y que nos lleve a la
presencia de Dios. La Biblia enseña claramente: «Porque hay un solo Dios y un
solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª Ti 2: 5).
Pero
si Jesús es el único mediador entre Dios y el hombre, ¿oye Dios las oraciones
de los que no confian en Jesús? La respuesta depende de lo que queremos decir
por «oye». Puesto que Dios es omnisciente, él siempre «oye» en el sentido de
que tiene conocimiento de las oraciones que hacen los inconversos que no acuden
a él a través de Cristo. Dios puede incluso, de tiempo en tiempo, contestar sus
oraciones debido a su misericordia yen un deseo de llevarlos a la salvación en
Cristo. Sin embargo, en ninguna parte Dios ha prometido responder a las
oraciones de los que no creen.
Las
únicas oraciones que ha prometido «oír» en el sentido de escuchar con un oído
compasivo y responderlas cuando son hechas conforme a su voluntad, son las
oraciones que los cristianos elevan a través del único mediador: Jesucristo (Jn
14: 6).
Entonces,
¿qué de los creyentes del Antiguo Testamento? ¿Cómo pudieron ellos acudir a
Dios a través de Jesús el mediador? La respuesta es que la obra de Jesús como
nuestro mediador estaba prefigurada en el sistema de sacrificios y ofrendas que
los sacerdotes hacían en el templo (Heb 7: 23-28; 8: 1-6; 9: 1-14; et al.). No
había ningún mérito salvador inherente en ese sistema de sacrificios (Heb 10:
1-4); sin embargo, mediante el sistema de sacrificios Dios aceptaba a los
creyentes en base a la obra futura de Cristo que estaba prefigurada por ese
sistema (Ro 3: 23-26).
La
actividad de Jesús como mediador se ve especialmente en su obra como sacerdote:
él es nuestro «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos», que «ha sido
tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (Heb 4:
14-15).
Como
receptores del nuevo pacto, no necesitamos quedamos «fuera del templo», como
todos los creyentes excepto los sacerdotes debían hacerlo bajo el viejo pacto.
Tampoco tenemos que quedamos fuera del «Lugar Santísimo» (Heb 9:3), el salón
interior del templo en donde Dios mismo estaba en el trono sobre el arca del
pacto y adonde solamente el sumo sacerdote podía entrar, y él solamente una vez
al año. Pero ahora, desde que Cristo ha muerto como nuestro Sumo Sacerdote
mediador (Heb 7: 26-27), él ha adquirido para nosotros plena seguridad y acceso
a la misma presencia de Dios.
Por
consiguiente «tenemos libertad para entrar en los lugares santos por la sangre
de Jesús» (Heb 10: 19, traducción literal del autor), es decir, en el Lugar
Santo y en el Lugar Santísimo, ¡la misma presencia de Dios! Entramos «por el
camino nuevo y vivo» (Heb 10: 20) que Cristo abrió para nosotros. El autor de
Hebreos concluye que puesto que estas cosas son verdad, «tenemos además un gran
sacerdote al frente de la familia de Dios, acerquémonos, pues, a Dios con
corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe» (Heb 10: 21-22). Así que
la obra mediadora de Cristo nos da confianza para acercamos a Dios en oración.
No
venimos a la presencia de Dios simplemente como extraños, ni como visitantes,
ni como laicos, sino como sacerdotes; como personas que pertenecen al templo y
tienen derecho e incluso el deber de estar en los lugares más sagrados del
templo. Usando imágenes de la ceremonia de ordenación de sacerdotes (vea Éx 29:
4,21), el autor de Hebreos presenta a todos los creyentes como ordenados para ser
sacerdotes para Dios y por consiguiente capaces de entrar a su presencia,
porque dice que nos acercamos «con corazón sincero y con la plena seguridad que
da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente
lavados con agua pura» (Heb 10: 22; d. 1ª P 2: 9).
¿Tiene
sentido todo esto para el cristiano moderno? Nadie hoy va a Jerusalén para
entrar en el templo y allí «acercarse» a Dios. Aunque fuéramos a Jerusalén, no
hallaríamos ningún templo levantado, puesto que quedó destruido en el año 70
d.C. ¿Qué, entonces, quiere decir el autor de Hebreos cuando dice que entramos
en el «Lugar Santísimo»? Está hablando de una realidad en el ámbito espiritual
invisible: con Cristo como nuestro mediador, entramos no al templo terrenal de
Jerusalén, sino al verdadero santuario, al «cielo mismo», adonde Cristo ha ido
«para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro» (Heb 9: 24).
3. QUÉ ES ORAR «EN EL NOMBRE DE JESÚS»?
Jesús
dice: «Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será
glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré» Gn 14:
13-14). También dice que él escogió a sus discípulos, y que «el Padre les dará
todo lo que le pidan en mi nombre» Gn 15: 16).
De
modo similar, dice: «Ciertamente les aseguro que mi Padre les dará todo lo que
le pidan en mi nombre. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y
recibirán, para que su alegría sea completa» Gn 16: 23-24; cf. Ef. 5: 20).
Pero, ¿qué significa esto?
Claramente
esto no significa simplemente añadir la frase «en el nombre de Jesús» después
de cada oración, porque Jesús no dijo: «Si piden algo y añaden las
palabras" en el nombre de Jesús" después de su oración, yo lo haré».
Jesús no está hablando de añadir ciertas palabras como si fueran una especie de
fórmula mágica que imprimiría poder a nuestras oraciones. En verdad, ninguna de
las oraciones anotadas en la Biblia tiene la frase «en el nombre de Jesús» al
final (vea Mt 6: 9-13; Hch 1: 24-25; 4: 24-30;2 7: 59; 9:1 3-14; 10: 14; Ap 6:
10; 22: 20).
Acercarse
en el nombre de alguien quiere decir que otra persona nos ha autorizado para
acercarse en base a su autoridad, y no en la nuestra. Cuando Pedro le ordena al
cojo: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y andad (Hch 3: 6),
está hablando en la autoridad de Jesús, y no en la suya propia. Cuando el
sanedrín les preguntó a los discípulos: «¿Con qué poder, o en nombre de quién,
hicieron ustedes esto?» (Hch 4: 7), están preguntándoles: «¿Por autoridad de
quién hicieron esto?»
Cuando
Pablo reprendió a un espíritu inmundo «en el nombre de Jesucristo» (Hch 16:
18), deja bien claro que está haciéndolo con la autoridad de Jesús, y no la
suya propia. Cuando Pablo pronuncia juicio «en el nombre de nuestro Señor
Jesús» (1ª Co 5: 4) sobre el miembro de la iglesia que es culpable de
inmoralidad, está actuando con la autoridad del Señor Jesús. Orar en el nombre
de Jesús, por consiguiente, es la oración que se hace por autorización de
Jesús.
En un
sentido más amplio el «nombre» de una persona en el mundo antiguo representaba
a la persona misma y, por consiguiente, todo su carácter. Tener un «buen
nombre» (Pr 22:1; Ec 7:1) era tener una buena reputación.
Por
tanto, el nombre de Jesús representa todo lo que él es, su carácter total. Esto
quiere decir que orar «en el nombre de Jesús» no es sólo orar en su autoridad,
sino también orar de una manera que concuerda con su carácter, que
verdaderamente le representa y refleja su manera de vivir y su voluntad santa.
En este sentido, orar en el nombre de Jesús se acerca mucho a la idea de orar
«conforme a su voluntad» (1ª Jn 5: 14-15): ¿Quiere decir esto que no está bien
añadir «en el nombre de Jesús» al final de nuestras oraciones? Ciertamente no
está mal, siempre y cuando entendamos lo que eso quiere decir, y que no es
imprescindible hacerlo.
Puede
haber algún peligro, sin embargo, si añadimos esta frase a toda oración pública
o privada que hacemos, porque pronto para muchos se convertirá en una simple
fórmula que adjuntan con escaso significado y que expresan sin pensarla. Puede
incluso empezar a ser vista, por lo menos por creyentes más jóvenes, como una
especie de fórmula mágica que hace más efectiva la oración.
Para
prevenir tales malos entendidos, probablemente, sería sabio no usar la fórmula
frecuentemente y expresar el mismo pensamiento en otras palabras, o simplemente
en la actitud global y enfoque que tenemos hacia la oración. Por ejemplo, las
oraciones pudieran empezar:
«Padre,
venimos a ti en la autoridad de nuestro Señor Jesús, tu Hijo», o, «Padre, no
venimos en nuestros propios méritos sino en los méritos de Jesucristo, que nos
ha invitado a venir ante ti », o: «Padre, te agradecemos por perdonamos
nuestros pecados y damos acceso a tu trono por la obra de Jesucristo tu Hijo».
En
otras ocasiones, incluso no se debe pensar que estos reconocimientos formales
sean necesarios, en tanto y en cuanto nuestros corazones continuamente se den
cuenta de que es nuestro Salvador el que nos permite orar al Padre.
La
oración genuina es conversación con una persona que conocemos bien y que nos
conoce. Tal conversación genuina entre personas que se conocen nunca depende
del uso de ciertas fórmulas o palabras, sino que es una cuestión de sinceridad
en nuestra habla y en nuestro corazón, una cuestión de actitudes debidas, y una
cuestión de condición de espíritu nuestro.
NOTA: En Hechos 4:30 la frase: «mediante el nombre
de tu santo siervo Jesús», que aparece al final de la oración, modifica la
cláusula principal inmediatamente precedente: «para sanar y hacer señales y
prodigios», No es una afirmación general en cuanto a la manera en que se hace
toda la oración.
Es más. Pablo dice que no solamente nuestras
oraciones sino todo lo que hacemos debemos hacerlo en el nombre de Jesús: «y
todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios el Padre por medio de él» (Col 3: 1).
León Morris dice de Juan 14: 13: «Esto no quiere
decir simplemente usar el nombre como fórmula. Quiere decir que la oración debe
ser de acuerdo a todo lo que ese nombre representa. Es oración que procede de
la fe en Cristo, oración da expresión a una unidad con todo lo que Cristo
representa, oración que busca exaltar a Cristo mismo. Y el propósito de todo es
la gloria de Dios» (The Gospel According to John, p. 646).
4. DEBEMOS ORAR A JESÚS O AL ESPÍRITU SANTO?
Un
estudio de las oraciones del Nuevo Testamento indican que por lo general se
dirigen no a Dios Hijo ni al Espíritu Santo, sino a Dios Padre. Sin embargo un
simple conteo de tales oraciones puede ser desorientador, porque la mayoría de
las oraciones que se anotan en el Nuevo Testamento son las de Jesús mismo, que
constantemente oraba a Dios Padre y, por supuesto, no se oraba a sí mismo como
Dios Hijo.
Además,
en el Antiguo Testamento, la naturaleza trinitaria de Dios no estaba tan
claramente revelada, y no es sorprendente que no hallemos mucha evidencia de
oración dirigida directamente a Dios Hijo o a Dios Espíritu Santo antes el
tiempo de Cristo.
Aunque
hay un patrón claro de oración dirigidas directamente a Dios Padre a través del
Hijo (Mt 6: 9; Jn 16: 23; Ef. 5: 20), hay indicaciones de que la oración
dirigida directamente a Jesús también es apropiada. El hecho de que fue Jesús
mismo quien nombró a todos los apóstoles sugiere que la oración de Hechos 1: 24
se dirige a él: «Señor, tú que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál
de estos dos has elegido». Al morir Esteban ora: «Señor Jesús, recibe mi
espíritu» (Hch 7: 59).
La
conversación entre Ananías y «el Señor» en Hechos 9:10-16 es con Jesús, porque
en el versículo 17 Ananías le dice a Saulo: «El Señor Jesús me ha enviado para
que recobres la vista». La oración: «Maranata!» (1 Co 16: 22) se dirige a
Jesús, así como también la oración de Apocalipsis 22:20: «Ven, Señor Jesús!». y
Pablo también oraba al «Señor» en 2 Corintios 12:8 respecto a su espina en el
cuerpo.'
Todavía
más, el hecho de que Jesús es «un sumo sacerdote fiel y misericordioso»
(He 2:
17) que puede «compadecerse de nuestras debilidades» (He 4: 15) se ve como un
estímulo para que nos acerquemos confiadamente «al trono de la gracia» en
oración ara recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento
que más la necesitemos» (He 4: 16). Estos versículos deben alentarnos a
acercarnos directamente a Jesús en oración, y esperar que él se compadezca de
nuestra debilidad al orar.
Hay,
por consiguiente, clara garantía bíblica suficiente para animarnos a orar no
solamente a Dios Padre (que parece ser el patrón primordial, y ciertamente
sigue el ejemplo que Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro), sino también a orar
directamente a Dios Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Ambas cosas son correctas,
y podemos orar bien sea al Padre o al Hijo.
Pero,
¿debemos orar al Espíritu Santo? Aunque en el Nuevo Testamento no se registra
ninguna oración dirigida directamente al Espíritu Santo, no hay nada que
prohíba tal oración, porque el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo, es
plenamente
Dios y
es digno de oración, y es poderoso para responder nuestras oraciones. (Note
también la invitación de Ezequiel al «aliento de vida» o «espíritu» en Ez
37:9.) Decir que no podemos orar al Espíritu Santo es decir que no podemos
hablar con él ni relacionarnos personalmente con él, 10 que no parece muy
correcto.
El
Espíritu Santo también se relaciona con nosotros de una manera personal puesto
que es un «Consolador» Gn 14: 16, 26), los creyentes «le conocen» Gn 14: 17), y
él nos enseña (Jn 14: 26), nos da testimonio de que somos hijos de Dios (Ro 8:
16), y nuestro pecado lo entristece (Ef 4:30). Es más, el Espíritu Santo ejerce
voluntad personal en la distribución de los dones espirituales, porque él
«continuamente distribuye individualmente a cada uno como él quiere» (1ª Co 12:
11, traducción del autor).
Por
consiguiente, no parece ser errado orar a veces al Espíritu Santo directamente,
sobre todo cuando estamos pidiéndole que haga algo que se relaciona con sus
esferas especiales de ministerio o responsabilidad.6 De hecho, en toda la historia
de la iglesia varios himnos bien conocidos han sido oraciones al Espíritu
Santo. Pero éste no es el patrón del Nuevo Testamento, y no debe convertirse en
el énfasis dominante en nuestra vida de oración.
NOTA: El nombre Señor (gr. kurios), se usa en
Hechos y las Epístolas primordialmente para referirse al Señor Jesucristo.
l. Packer dice: «¿Es apropiado orar al Espíritu? No
hay ningún ejemplo de hacer esto en ninguna parte de la Biblia, pero puesto que
el Espíritu es Dios, no puede ser errado invocar y dirigirse a él si hay buen
razón para hacerlo
5. EL PAPEL DEL ESPÍRITU SANTO EN NUESTRA ORACIÓN. EN ROMANOS 8: 26-27 PABLO DICE:
Así Mismo, En Nuestra Debilidad El Espíritu Acude A Ayudarnos. No
Sabemos Qué Pedir, Pero El Espíritu Mismo Intercede Por Nosotros Con Gemidos
Que No Pueden Expresarse Con Palabras. Y Dios, Que Examina Los Corazones, Sabe
Cuál Es La Intención Del Espíritu, Porque El Espíritu Intercede Por Los
Creyentes Conforme A La Voluntad De Dios.
Los
intérpretes difieren en cuanto a si los «gemidos que no pueden expresarse con
palabras» son gemidos que el Espíritu Santo mismo emite o son nuestros propios
gemidos y suspiros en oración, que el Espíritu Santo convierte en oraciones
eficaces delante de Dios. Parece ser más probable que los «gemidos» o
«suspiros» sean nuestros propios gemidos. Cuando Pablo dice que «en nuestra
debilidad el Espíritu acude a ayudamos» (v. 26), la palabra que se traduce
«ayudar» (gr. sunantilambanomai) es la misma palabra que se usa en Lucas 10:
40, en donde Marta quiere que María vaya a ayudarle.
La
palabra no indica que el Espíritu Santo ora en lugar de nosotros, sino que el
Espíritu Santo toma parte con nosotros y hace eficaces nuestras oraciones
débiles. Así, tales suspiros o gemidos en la oración se entiende mejor como los
suspiros o gemidos que nosotros emitimos, expresando los deseos de nuestro
corazón y espíritu, que entonces el Espíritu Santo los convierte en oración
eficaz.
Relativo
a esto es la pregunta de lo que significa orar «en el Espíritu». Pablo dice:
«Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos» (Ef 6: 18), y
Judas habla de orar «en el Espíritu Santo» (Jud 20). A fin de entender esta
frase debemos damos cuenta de que el Nuevo Testamento nos dice que muchas
actividades se pueden hacer «en el Espíritu Santo». Es posible simplemente
estar «en el Espíritu» como Juan lo estuvo en el dia del Señor (Ap 1: 10; 4:
2).
Y es
posible regocijarse en el Espíritu Santo (Lc 10: 21), resolver o decidir algo
en el Espíritu Santo (Hch 19: 21), que la conciencia de uno dé testimonio en el
Espíritu Santo (Ro 9:1), tener entrada a Dios en el Espíritu Santo (Ef. 2: 18),
y amar en el Espíritu Santo (Col 1: 8). Como explicaremos más completamente en
el capítulo 30, más adelante (vea pp. 674-78, 680), estas expresiones parecen
referirse a morar conscientemente en la presencia del mismo Espíritu Santo, una
presencia que se caracteriza por cualidades semejantes a las de Dios de poder,
amor, gozo, verdad, santidad, justicia y paz. Orar «en el Espíritu Santo», entonces,
es orar en plena consciencia de la presencia de Dios a nuestro alrededor que
nos santifica a nosotros y a nuestras oraciones.
NOTA: Otras razones por las que es mejor entender
esos suspiros o gemidos como nuestros «gemidos» en la oración son:
(1) El v. 23 dice que «nosotros mismos gemimos»,
usando un verbo (stenázo) que es cognado del sustantivo que se traduce
«gemidos» (stenagmos) en el v. 26;
(2) Tales «gemidos», que parecen implicar un grado
de aflicción o angustia, son apropiados para las criaturas (vv. 22, 23) pero no
para el Creador; y:
(3) V. 26b, que menciona «gemidos que no pueden
expresarse en palabra», explica la primera cláusula del v. 26, que dice que el
Espíritu nos «ayuda », no que el Espíritu reemplace nuestras oraciones. La
frase «que no pueden expresarse en palabras» no necesariamente quiere decir
«silenciosa o sin ruido», sino más bien puede querer decir «que no es posible
poner en palabras».
8Para una consideración adicional de Ro 8:26-27,
vea capítulo 53, 9Algunos han pensado que eso se refiere a hablar en lenguas,
puesto que Pablo llama a hablar en lenguas orar «con el espíritu» (1ª Co 14:
15). Pero eso no es una comprensión correcta, puesto que en 1Co 14:15, «el
espíritu» no se refiere al Espíritu Santo sino al propio espíritu humano de
Pablo; note el contraste entre «mi espíritu» y «mi entendimiento» en él v. 14.
C. ALGUNAS CONSIDERACIONES IMPORTANTES EN LA ORACIÓN EFICAZ
La
Biblia indica algunas consideraciones que hay que tomar en cuenta para ofrecer
la clase de oración que Dios desea de nosotros.
1: HAY QUE ORAR CONFORME A LA VOLUNTAD DE DIOS.
Juan
nos dice: «Ésta es la confianza que tenemos al acercamos a Dios: que si pedimos
conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras
oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido» (1ª
Jn 5: 14-15).Jesús nos enseña a orar: «Hágase tu voluntad» (Mt 6: 10), y él
mismo nos da un ejemplo, al orar en el jardín del Getsemaní: «Pero no sea lo
que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mt 26: 39).
Pero,
¿cómo sabemos cuál es la voluntad de Dios cuando oramos? Si el asunto por el
que estamos orando se menciona en algún pasaje de la Biblia en el que Dios nos
da un mandamiento o una declaración directa de su voluntad, la respuesta a esta
pregunta es fácil: su voluntad es que obedezcamos su palabra y guardemos sus
mandamientos. Debemos procurar obediencia perfecta a la voluntad moral de Dios
en la tierra para que se haga la voluntad de Dios «en la tierra como en el
cielo» (Mt 6: 10).
Por
esto el conocimiento de la Biblia es una ayuda tremenda en la oración, pues nos
capacita para seguir el patrón de los primeros cristianos que citaban la Biblia
al orar (vea Hch 4: 25-26). La lectura regular y memorización de la Biblia,
cultivada a través de muchos años de vida cristiana, aumentará la profundidad,
poder y sabiduría de nuestras oraciones. Jesús nos animó a tener sus palabras
en nosotros cuando oramos, porque dice: «Si permanecen en mí y mis palabras
permanecen en Ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá» Gn 15: 7).
Esto
quiere decir, por ejemplo, que si estamos buscando sabiduría para tomar una
decisión importante, no tenemos que preguntamos si es la voluntad de Dios que
recibamos sabiduría para actuar como es debido. La Biblia ya ha resuelto ese asunto
por nosotros, porque hay una promesa de la Biblia que se aplica:
Si A Alguno De Ustedes Le Falta Sabiduría, Pídasela A Dios, Y Él Se La
Dará, Pues Dios Da A Todos Generosamente
Sin Menospreciar A Nadie. Pero Que Pida Con Fe, Sin Dudar, Porque Quien Duda Es
Como Las Olas Del Mar, Agitadas Y Llevadas De Un Lado A Otro Por El Viento.
Quien Es Así No Piense Que Va A Recibir Cosa Alguna Del Señor; Es Indeciso E
Inconstante En Todo Lo Que Hace (Stg 1:5-8).
Debemos
tener gran confianza de que Dios responderá nuestra oración si pedimos algo que
está conforme a una promesa o mandato específicos de la Biblia como este. En
tales casos, sabemos cuál es la voluntad de Dios, porque él nos la ha dicho, y
solo tenemos que orar creyendo que él va a responder.
No
obstante, hay muchas otras situaciones en la vida en donde no sabemos cuál es
la voluntad de Dios. Tal vez no estemos seguros, porque ninguna promesa o
mandato de la Biblia se aplica, si es la voluntad de Dios que obtengamos el
trabajo que hemos solicitado, o que ganemos una competencia atlética en la que
estamos participando (oración común entre los niños, especialmente), o que se
nos elija para algún cargo en la iglesia, y cosas por el estilo.
En
todos estos casos debemos echar mano a todos los pasajes de la Biblia que
comprendamos, tal vez para que nos den algunos principios generales dentro de
los cuales podemos hacer nuestra oración. Pero más allá de esto a menudo
debemos reconocer que simplemente no sabemos cuál es la voluntad de Dios. En
tales casos, debemos pedirle una mayor comprensión y luego orar por lo que nos
parezca mejor, e indicarle al Señor por qué, según lo que entendemos de la
situación en ese momento, lo que estamos orando nos parece lo mejor.
Pero
siempre está bien añadir, bien sea explícitamente o por lo menos en actitud de
corazón: «No obstante, si estoy equivocado al pedir esto, y si esto no te
agrada, haz lo que a tu parecer sea mejor», o, más sencillamente: «Si es tu
voluntad». A veces Dios nos concederá lo que hemos pedido.
A
veces nos dará una comprensión más honda o cambiará nuestro parecer de modo que
seremos guiados a pedir algo diferente. A veces no nos concederá nuestra
petición, y simplemente nos indicará que debemos sometemos a su voluntad (vea
2ª Co 12: 9-10).
Algunos
cristianos objetan que añadir la frase «si es tu voluntad» a nuestras oraciones
«destruye nuestra fe». Lo que en realidad expresa es incertidumbre en cuanto a
si lo que estamos pidiendo en oración es la voluntad de Dios o no. Es apropiado
cuando de veras no sabemos cuál es la voluntad de Dios.
Pero
en otras ocasiones esto no sería apropiado. Pedir que Dios nos dé sabiduría
para tomar una decisión y luego decir: «Si es tu voluntad darme sabiduría en
esto» sería inapropiado, porque sería decir que no creemos lo que Dios quiso
decir cuando dijo en Santiago 1:5-8 que pidamos con fe y que él concedería
nuestra petición.
Incluso
cuando se aplica un mandamiento o promesa de la Biblia, puede haber matices de
aplicación que al principio no entendemos plenamente. Por consiguiente, es
importante que en nuestra oración que no sólo le hablemos a Dios sino también
que le escuchemos. Debemos frecuentemente traer una petición a Dios y luego
esperar en silencio ante él.
En
esos tiempos de espera en el Señor (Sal 27: 14; 38: 15; 130: 5-6), Dios puede
cambiar los deseos de nuestro corazón, damos mayor comprensión de la situación
que estamos orando, concedemos más comprensión de su palabra, traer a nuestra
mente un pasaje de la Biblia que nos permita orar más eficazmente, impartimos
un sentido de seguridad de lo que es su voluntad, o aumentar grandemente
nuestra fe para que podamos orar con mucha mayor confianza.
NOTA: Añadir: «si es tu voluntad» a una oración es
con todo muy diferente de no pedir para nada. Si mis hijos vienen y me preguntan
si quiero llevarlos ra comprar helados, pero entonces (sintiéndose en un modo
cooperativo) añaden: «pero sólo si piensas que está bien, papá», eso con todo
sería muy distante de no pedírmelo. Si no me lo hubieran pedido, yo no hubiera
considerado llevarlos a comprar helados. Una vez que lo piden, incluso con la
calificación, a menudo decido llevarlos.
2. CÓMO ORAR CON FE.
Jesús
dice: «Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo
en oración, y lo obtendrán» (Mr 11 :24). Algunas traducciones varían, pero el
texto griego en efecto dice: «Crean que lo han recibido». Más adelante los
escribas que copiaron los manuscritos griegos y algunos comentaristas
posteriores lo han tomado como que quiere decir «crean que lo recibirán».
Sin
embargo, si aceptamos el texto como consta en los manuscritos más antiguos y
mejores (crean que ya lo han recibido), Jesús evidentemente está diciendo que
cuando pedimos algo, la fe que producirá resultados es una seguridad resuelta
de que cuando oramos por algo (o tal vez después de que hemos estado orando por
un período de tiempo), Dios acuerda concedernos nuestra petición específica.
En la
comunión personal con Dios que tiene lugar en la oración genuina, esta clase de
fe de nuestra parte puede resultar sólo conforme Dios nos da cierto sentido de
seguridad de que él ha acordado conceder nuestra petición. Por supuesto, no
podemos «desarrollar» esta clase de fe genuina mediante una oración frenética o
un gran esfuerzo emocional para tratar de obligarnos a creer, ni podemos
imponerla sobre nosotros mismos diciendo palabras que no pensamos que sean
verdad. Esto es algo que sólo Dios puede damos, y que nos dará o tal vez no nos
dará cada vez que oramos.
Esta
fe confiada a menudo llega cuando le pedimos a Dios algo y luego calladamente
esperamos delante de él una respuesta.
Es
más, Hebreos 11: 1 nos dice que «la fe es la garantía de lo que se espera, la
certeza de lo que no se ve». La fe bíblica nunca es una ilusión vana ni una
esperanza vaga que no tiene cimiento seguro sobre el cual apoyarse. Es más bien
confianza en una persona, Dios mismo, basada en el hecho de que creemos en su
palabra y creemos lo que él ha dicho.
Esta
confianza o dependencia en Dios, cuando tiene un elemento de seguridad o
confianza, es fe bíblica genuina. Varios otros pasajes nos animan a ejercer fe
cuando oramos. «Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración» (Mt
21: 22). Santiago nos dice que debemos pedir «con fe, sin dudar» (Stg 1: 6). La
oración nunca es una ilusión vana, porque brota de la confianza en un Dios
personal que quiere que le tomemos la palabra.
3. OBEDIENCIA.
Puesto
que la oración es una relación con Dios como persona, cualquier cosa en
nuestras vidas que le desagrada será un estorbo en la oración. El salmista
dice: «Si en mi corazón hubiera yo abrigado maldad, el Señor no me habría
escuchado» (Sal 66: 18). Aunque «el Señor aborrece las ofrendas de los
malvados», por contraste, «se complace en la oración de los justos» (Pr 15: 8).
También
leemos que «el Señor escucha las oraciones de los justos» (Pr 15: 29). Pero
Dios no se inclina a favor de los que rechazan sus leyes: «Dios aborrece hasta
la oración del que se niega a obedecer la ley» (Pr 28: 9).
El
apóstol Pedro cita el Salmo 34 para afirmar que «los ojos del Señor están sobre
los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones» (1ª P 3: 12). Puesto que el
versículo anterior estimula la buena conducta en la vida diaria, al hablar y
alejarse del mal, y hacer el bien, Pedro está diciendo que Dios de buen grado
oye las oraciones de los que viven la vida en obediencia a él. De modo similar,
Pedro advierte a los esposos a ser «comprensivos» con sus esposas, pues «así
nada estorbará las oraciones de ustedes» (1ª P 3: 7).
De
manera similar, Juan nos recuerda la necesidad de una conciencia clara ante
Dios cuando oramos, porque dice: «Si el corazón no nos condena, tenemos
confianza delante de Dios, y recibimos todo lo que le pedimos porque obedecemos
sus mandamientos y hacemos lo que le agrada» (1ª Jn 3: 21-22).
Ahora
bien, no se debe malentender esta enseñanza. No necesitamos estar libres por
completo del pecado antes de que podamos esperar que Dios conteste nuestras
oraciones. Si Dios contestara solamente las oraciones de personas que no pecan,
nadie en toda la Biblia, excepto Jesús, jamás hubiera recibido respuesta a sus
oraciones. Cuando venimos ante Dios mediante su gracia, venimos limpios por la
sangre de Cristo (Ro 3: 25; 5:9; Ef 2: 13; He 9: 14; 1ª P 1: 2).
Pero
no debemos descuidar el énfasis bíblico en la santidad personal de la vida. La
oración y una vida santa van juntas. Hay mucha gracia en la vida cristiana, pero
el crecimiento en santidad personal es también una ruta a una bendición mucho
mayor, y eso es verdad también con respecto a la oración. Los pasajes citados
enseñan que, siendo iguales todas las demás cosas, una obediencia más exacta
conducirá a una mayor eficacia en la oración (Hebreos 12: 14; Stg 4: 3-4).
4. CONFESIÓN DE PECADOS.
Debido
a que nuestra obediencia a Dios nunca es perfecta en esta vida, continuamente
dependemos de que nos perdone nuestros pecados.
La
confesión de pecados es necesaria a fin de que Dios «nos perdone» en el sentido
de restaurar su relación diaria con nosotros (vea Mt 6: 12; 1ª Jn 1: 9). Es
bueno al orar confesarle al Señor todo pecado conocido y pedirle su perdón. A
veces cuando esperamos en él, él traerá a nuestra mente otros pecados que
debemos confesar. Respecto a esos pecados que no recordamos o de los que no nos
damos cuenta, es apropiado orar la oración general de David: «¡Perdóname
aquellos de los que no estoy consciente) (Sal 19: 12).
A
veces el confesar nuestros pecados a otros creyentes de confianza nos traerá
seguridad de perdón y también estímulo para vencer el pecado. Santiago
relaciona la confesión mutua con la oración, porque en un pasaje en que habla
de la oración poderosa Santiago nos anima: «Por eso, confiésense unos a otros
sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados» (Stg 5: 16).
5. PERDONAR A OTROS.
Jesús
dice: «Si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su
Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les
perdonará a ustedes las suyas» (Mt 6: 14-15). De modo similar, Jesús dice: «y
cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que
también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados» (Mr
11: 25).
Nuestro
Señor no tiene en mente la experiencia inicial de perdón que conocemos cuando
somos justificados por fe, porque eso no pertenecería a la oración que elevamos
día tras día (vea Mt 6: 12 con vv. 14-15). Más bien se refiere a la relación
con Dios día tras día que necesitamos que sea restaurada cuando hemos pecado y
lo hemos ofendido.
De
hecho, Jesús nos ordena integrar en nuestras oraciones una petición de que Dios
nos perdone de la misma manera que nosotros hemos perdonado a otros que nos han
hecho daño (en el mismo sentido de «relación personal» de «perdonar»; es decir,
no guardar rencor ni sentir amargura contra otra persona ni albergar ningún
deseo de hacerles daño): «Perdónanos nuestros pecados, como también nosotros
hemos perdonado a los que pecan contra nosotros» (Mt 6:12, traducción del
autor).
Si hay
alguien a quien no hemos perdonado cuando elevamos esta oración, estamos
pidiéndole a Dios que no nos restaure a una buena relación con él cuando hemos
pecado, que es lo que nosotros nos hemos rehusado a hacer con otros.
Puesto
que la oración da por sentada una relación con Dios como persona, esto no es
extraño. Si hemos pecado contra él y hemos entristecido al Espíritu Santo (Ef.
4: 30), y el pecado no ha sido perdonado, nuestra relación con Dios se interrumpe
(Is 59: 1-2). Mientras el pecado no sea perdonado y las relaciones restaurada,
la oración será, por supuesto, dificil. Es más, si tenemos falta de perdón
contra alguien, no estamos actuando de una manera que agrada a Dios o que nos
beneficie. Por eso Dios declara (Mt 6: 12,14-15) que él se alejará de nosotros
hasta que perdonemos a los demás.
6. HUMILDAD.
Santiago
nos dice que «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes»
(Stg 4:6; también 1ª P 5: 5). Por consiguiente dice: «Humíllense delante del
Señor, y él los exaltará» (Stg 4: 10). La humildad es, por tanto, la actitud
apropiada que hay que tener al orar a Dios, en tanto que el orgullo es
totalmente inapropiado.
La
parábola que relató Jesús en cuanto al fariseo y al recaudador de impuestos
ilustra esto. Cuando el fariseo se levantó a orar, se jactaba: «Oh Dios, te doy
gracias porque no soy como otros hombres -ladrones, malhechores, adú1teros- ni
mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy
la décima parte de todo 10 que recibo» (Lc 18: 11-12).
Al
contrario, el humilde recaudador de impuestos «ni siquiera se atrevía a alzar
la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: "Oh Dios, ten
compasión de mí, que soy pecador” (Lc 18: 13). Jesús dijo que éste «volvió a su
casa justificado», y no el fariseo, «pues todo el que a sí mismo se enaltece
será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 18: 14).
Por
eso Jesús condenó a los que «hacen largas plegarias para impresionar a los
demás» (Lc 20:47) y a los hipócritas a los que «les encanta orar de pie en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea» (Mt 6:5).
Dios
con todo derecho es celoso de su honor.11 Por consiguiente, no se agrada en
responder a las oraciones de los orgullosos que se irrogan honor para sí mismos
antes de dárselo a él. La verdadera humildad ante Dios, que también se refleja
en la genuina humildad ante otros, es necesaria para la oración eficaz.
7. HAY QUE PERSEVERAR EN ORACIÓN POR UN LARGO PERÍODO DE TIEMPO.
Así
como Moisés estuvo dos veces en el monte cuarenta días ante Dios por el pueblo
de Israel (Dt 9: 25-26; 10: 10-11), y tal como Jacob le dijo a Dios: «¡No te
soltaré hasta que me bendigas!» (Gn 32: 26), vemos en la vida de Jesús un patrón
de mucho tiempo dedicado a la oración. Cuando le seguían grandes multitudes,
«él mismo a menudo se alejaba regiones desiertas y oraba» (Lc 5: 16, traducción
del autor).
En
otra ocasión, «pasó toda la noche en oración a Dios» (Lc 6: 12). A veces, como
en el caso de Moisés y Jacob, la oración por un largo período de tiempo debe
ser oración por un asunto específico Lc 18: 1-8). Cuando fervientemente estamos
buscando de Dios una respuesta a una oración específica, podemos repetir la
misma petición varias veces. Pablo le pidió al Señor «tres veces» (2ª Co 12:8)
que le quitara la espina que tenía en su carne.
Jesús
mismo, cuando estuvo en el jardín del Getsemaní, le pidió al Padre: «No me
hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres
tú» (Mr 14: 36). Luego, después de haber vuelto y hallado a sus discípulos
durmiendo, Jesús oró de nuevo y elevó la misma petición con las mismas
palabras: «Una vez más se retiró e hizo la misma oración» (Mr 14: 39).
Estas
son instancias de repetición ferviente en la oración por una necesidad que se
siente hondamente. No son ejemplos de lo que Jesús prohíbe; la acumulación de
«frases vacías» en la creencia errónea de que las «muchas palabras» lograrán
que sean oídas (Mt 6: 7).
Hay
también un elemento de comunión continua con Dios al orar por un largo tiempo.
Pablo nos llama a orar sin cesar (1ª Ts 5: 17), y anima a los Colosenses a
hacer lo mismo: «Dedíquense a la oración: perseveren en ella con
agradecimiento» (Co14: 2). Tal devoción continua a la oración incluso mientras
estamos dedicados a los quehaceres diarios debe caracterizar la vida de todo
creyente.
Los
apóstoles son un ejemplo aleccionador. Ellos se desembarazaron de otra
responsabilidades a fin de dedicar tiempo a la oración: «Así nosotros nos
dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch 6: 4).
8. HAY QUE ORAR FERVIENTEMENTE.
Jesús
mismo, que es nuestro modelo de oración, oraba fervientemente. «En los días de
su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas
al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión»
(He 5: 7). En algunas de las oraciones de la Biblia casi podemos oír la gran
intensidad con que los santos derramaban su corazón delante de Dios.
Daniel
clamaba: «¡Señor, escúchanos! ¡Señor, perdónanos! ¡Señor, atiéndenos y actúa!
Dios mío, haz honor a tu nombre y no tardes más; ¡tu nombre se invoca sobre tu
ciudad y sobre tu pueblo!» (Dn 9: 19). Cuando Dios le mostró a Amós el castigo
que iba a derramar sobre su pueblo, Amós suplicó: «¡Señor mi Dios, te ruego que
perdones a Jacob! ¿Cómo va a sobrevivir, si es tan pequeño?» (Am 7: 2).
En las
relaciones personales, si intentamos fingir intensidad emocional y ponemos una
máscara de emoción que no concuerda con lo que de veras sentimos, los demás por
lo general percibirán nuestra hipocresía al instante yeso los desilusionará.
Cuánto
mucho más es esto verdadero en cuanto a Dios, que conoce plenamente nuestros
corazones. Por consiguiente, la intensidad y profundidad de la emoción en la
oración nunca debe ser fingida; no podemos engañar a Dios. Sin embargo, si
verdaderamente empezamos a ver las circunstancias como Dios las ve, y empezamos
a ver las necesidades de un mundo que sufre y que se muere tal como realmente
son, será natural orar con intensa participación emocional y esperar que Dios,
como Padre misericordioso, responda a una oración sincera.
Cuando
una oración tan intensamente sentida halla expresión en reuniones de oración,
los cristianos ciertamente deben aceptar y dar gracias por ella, porque a
menudo indica una profunda obra del Espíritu Santo en el corazón de la persona
que está orando.
9. HAY QUE ESPERAR EN EL SEÑOR.
Después
de clamar a Dios por ayuda en su aflicción David dice: «Pon tu esperanza en el
Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor!» (Sal 27: 14). De
modo similar, dice: «Yo, Señor, espero en ti; tú, Señor y Dios mío, serás quien
responda» (Sal 38: 15). El salmista de igual manera dice:
Espero
al Señor, lo espero con toda el alma; en su palabra he puesto mi esperanza.
Espero
al Señor con toda el alma, más que los centinelas la mañana.
Como
esperan los centinelas la mañana (Sal 130: 5-6).
Una
analogía de la experiencia humana puede ayudamos a apreciar el beneficio de esperar
ante el Señor una respuesta a la oración. Si deseamos invitar a alguien a casa
para cenar, hay varias maneras en que podemos hacerlo. Primero, podemos
extender una invitación vaga y general: «Me encantaría que vinieras a casa a
cenar algún día de estos». Casi nadie vendría a cenar basándose solo en ese
tipo de invitación. Esto es como la oración vaga y general: «Dios, bendice a
todas mis tía y tíos, y a todos los misioneros.
Amén».
Segundo, podríamos hacer una invitación específica pero apresurada e
impersonal: «Alfredo, ¿podrías venir a casa a cenar el viernes a la 6 de la
tarde?»; pero tan pronto como las palabras salen de nuestra boca nos alejamos
dejando a Alfredo con una expresión perpleja en su cara porque ni siquiera le
dimos tiempo para que respondiera. Así son muchas de nuestras peticiones de
oración. Le decimos palabras a
Dios
como si el mismo hecho de expresarlas, sin ninguna intervención del corazón en
lo que decimos, recabara una respuesta de Dios. Pero esta clase de petición
olvida que la oración es una relación entre dos personas: uno mismo y Dios.
Hay
una tercera clase de invitación, que es de corazón, personal y específica.
Después
de esperar para cerciorarme de que cuento con toda la atención de Alfredo,
puedo mirarle directamente a los ojos y decirle: «Alfredo, a Margarita y a mí
nos encantaría que fueras a casa a cenar este viernes a la 6 de la tarde.
¿Podrías ir?»; y entonces, todavía mirándole directamente a los ojos, esperar
en silencio y con paciencia hasta que él decida contestar.
Él
sabe por mi expresión de la cara, el tono de mi voz, el momento y la ocasión en
que le hablé que estoy poniendo todo mi ser en la petición, y que me estoy
relacionado con él como persona y como amigo.
Esperar
pacientemente una respuesta muestra mi anhelo, mi sentido de expectación, y mi
respeto por él como persona. Esta tercera clase de petición es como la del
cristiano ferviente que viene ante Dios, capta un sentido de estar en presencia
de Dios, fervientemente le presenta una petición, y luego espera en silencio
por algún sentido de seguridad de una respuesta de Dios.
Esto
no quiere decir que todas nuestras peticiones deben ser de esta naturaleza, o
incluso que las dos primeras clases de peticiones estén mal. En verdad, en
algunos casos podemos orar rápidamente porque tenemos poco tiempo para hallar
una respuesta (vea Neh 2: 4). Ya veces en efecto oramos en forma general porque
no tenemos información más específica en cuanto a una situación, o porque está
muy distante de nosotros, o debido al corto tiempo disponible.
Pero
el material en la Biblia sobre la oración ferviente y en cuanto a esperar en el
Señor, y el hecho de que la oración es una comunicación personal entre nosotros
y Dios, en efecto indica que las oraciones tales como la tercera clase de
petición son mucho más profundas y sin duda recabarán muchas más respuestas de
Dios.
NOTA: Aunque los enemigos de Daniel le vieron
orando, fue sólo porque ellos «se habían puesto de acuerdo» y evidentemente
estaban espiándole.
10. LA ORACIÓN EN PRIVADO.
Daniel
subía a su dormitorio y allí se arrodillaba y se ponía «a orar y alabar a Dios,
pues tenía por costumbre orar tres veces al día» (Dn 6: 10). Jesús con
frecuencia se iba a lugares solitarios para estar a solas y orar (Le 5:16;).
También nos enseña: «Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto,
cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto.
Así tu
Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará» (Mt 6: 6). Esta
afirmación está en el contexto de evitar el error de los hipócritas a quienes
les encanta orar en las esquinas de las calles «para que la gente los vea» (Mt
6: 5). Hay sabiduría en la amonestación de Jesús de orar en secreto, no sólo
para que evitemos la hipocresía, sino también para que no nos distraiga la
presencia de otros, y por ello modifiquemos nuestra oración para amoldarla a lo
que pensamos que ellos esperan oír. Cuando estamos verdaderamente a solas con
Dios, en lo privado de un cuarto en donde hemos «cerrado la puerta» (Mt 6:6),
entonces podemos derramar ante él nuestros corazones.
La
necesidad de orar en privado también puede tener implicaciones para grupos
pequeños o reuniones de oración en la iglesia; cuando los creyentes se reúnen
para buscar fervientemente al Señor respecto a algún asunto específico, a
menudo es útil si pueden estar en lo privado de un hogar donde se cierra la
puerta y colectivamente pueden clamar a Dios.
Al
parecer esta era la manera en que los primeros cristianos oraban cuando estaban
suplicando fervientemente a Dios por la liberación de Pedro que estaba en la
cárcel (vea Hch 12: 5, 12-16).
11. ORACIÓN CON OTROS.
Los
creyentes hallan fortaleza al orar con otros. De hecho, Jesús nos enseña:
«Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre
cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo.
Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos» (Mt 18: 19-20).
Hay
muchos otros ejemplos en la Biblia de creyentes que oraron juntos, y en donde
una persona guió a toda la congregación en oración (note la oración de Salomón
«en presencia de toda la asamblea de Israel» en la dedicación del templo en 1ª
R 8: 22-53, o la oración de la iglesia primitiva en Jerusalén cuando «alzaron
unánimes la voz en oración a Dios» en Hch 4: 24).
Incluso
el Padre Nuestro lo pone en plural. No dice: «Dame hoy mi pan cotidiano»; sino
«Danos hoy nuestro pan cotidiano» y «Perdónanos nuestros pecados», y «No nos
guíes a la tentación sino líbranos del mal» (Mt 6:11-13, traducción del autor).
Orar con otros, entonces, es correcto y a menudo aumenta nuestra fe y la
eficacia de nuestras oraciones.
NOTA: En este punto también podemos mencionar que
Pablo habla un uso del don de hablar en lenguas durante la oración privada:
«Porque si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento no se
beneficia en nada.
¿Qué debo hacer entonces? Pues orar con el
espíritu, pero también con el entendimiento; cantar con el espíritu, pero
también con el entendimiento» (1ª Co 14: 14-15). Cuando Pablo dice «mi espíritu
ora», no está refiriéndose al Espíritu Santo, sino a nuestro propio espíritu
humano, porque el contraste que es con «mi entendimiento». Su propio espíritu
está derramando nuestras peticiones ante Dios, y esas peticiones las entiende
Dios y resultan en edificación personal: «El que habla en lenguas se edifica a
sí mismo» (1ª Co 14: 4). Consideraremos este don más completamente en el
capítulo 53, más adelante.
Aunque los cuatro versículos previos (vv. 15-18)
tienen que ver con la disciplina de la iglesia, la expresión «otra vez» al
principio del v. 19 marca un ligero cambio en el tema, y no es apropiado tomar
los vv. 19-20 como una afirmación más amplia en cuanto a la oración en general
en el contexto de la iglesia.
12. EL AYUNO.
En la
Biblia a menudo se conecta la oración con el ayuno. A veces hay ocasiones de
súplica intensa ante Dios, como cuando Nehemías, al oír de la ruina de
Jerusalén, «por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo» (Neh 1: 4), o
cuando los judíos se enteraron del decreto de Asuero para matarlos, y «había
gran duelo entre los judíos, con ayuno, llanto y lamentos» (Est 4:3), o cuando
Daniel buscó al Señor: «Además de orar, ayuné y me vestí de luto y me senté
sobre cenizas» (Dn 9: 3).
En
otras ocasiones se conecta el ayuno con el arrepentimiento, porque Dios le dice
al pueblo que ha pecado contra él: «Ahora bien -afirma el Señor-, vuélvanse a
mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos» G12: 12).
En el
Nuevo Testamento, Ana «día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones» (Lc
2: 37) en el templo, y mientras en la iglesia de Antioquía (ayunaban y
participaban en el culto al Señor) fue cuando el Espíritu Santo dijo:
«Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado»
(Hch 13:2). La iglesia respondió con más ayuno y oración antes de enviar a
Bernabé y a Saulo en su primer viaje misionero: «Así que después de ayunar,
orar e imponerles las manos, los despidieron» (Hch 13: 3).
Es
más, el ayuno era una parte de rutina para buscar la dirección del Señor con
respecto a los oficiales de la iglesia, porque en el primer viaje misionero de
Pablo leemos que él y Bernabé, al viajar de nuevo por las iglesias que había
fundado, «en cada iglesia nombraron ancianos y, con oración y ayuno» (Hch 14:
23).
Así
que el ayuno apropiadamente acompañó a la oración en muchas circunstancias: en
tiempo de intercesión intensa, arrepentimiento, adoración y búsqueda de
dirección. En cada una de estas situaciones surgen varios beneficios del ayuno,
todos los cuales afectan nuestra relación con Dios:
(1) El ayuno aumenta nuestro sentido de humildad y dependencia en el Señor
(porque nuestra hambre y debilidad fisica continuamente nos recuerdan que no
somos realmente fuertes en nosotros mismos sino que necesitamos del Señor).
(2) El ayuno nos permite dedicar más atención a la oración (porque no
gastamos tiempo en comer), y:
(3) es un recordatorio continuo de que, así como sacrificamos alguna
comodidad personal para el Señor al no comer, debemos continuamente sacrificar
todo nuestro ser a él. Es más:
(4) el ayuno es un buen ejercicio en disciplina propia, porque al
abstenemos de ingerir alimentos, que sería el deseo ordinario, nuestra
capacidad de abstenemos de pecar se fortalece, a lo cual de otra manera nos
veríamos tentados a ceder. Si nos entrenamos para aceptar el pequeño
«sufrimiento» de ayunar voluntariamente, seremos más capaces de aceptar otros
sufrimientos por amor de la justicia (Heb 5: 8; 1ª P 4: 1-2).
(5) El ayuno también eleva nuestra actitud de alerta espiritual y mental y
un sentido de la presencia de Dios al enfocamos menos en las cosas materiales
de este mundo (como la comida) y conforme las energías de nuestro cuerpo quedan
libres de digerir y de procesar la comida. Esto nos capacita para enfocar las
realidades espirituales eternas que son mucho más importantes. Finalmente,
(6) ayunar expresa fervor y urgencia en nuestras oraciones; si persistimos
en ayunar, moriremos. Por consiguiente, de una manera simbólica, el ayuno le
dice a Dios que estamos preparados para poner nuestras vidas a fin de que la
situación cambie antes que continuar en ella. En este sentido, el ayuno es
especialmente apropiado cuando el estado espiritual de una iglesia está por el
suelo.
«Ahora
bien afirma el Señor, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos.
Rásguense el corazón y no las vestiduras. (Jl 2: 12, 13 a)
Aunque
el Nuevo Testamento no exige específicamente que ayunemos, ni que fijemos
tiempos especiales en que debemos ayunar, Jesús ciertamente da por sentado que
ayunaremos, porque les dice a los discípulos: «Cuando ayunen» (Mt 6: 16).
Aun
más, Jesús también dice: «Llegará el día en que se les quitará el novio;
entonces sí ayunarán» (Mt 9: 15). Él es el Novio, nosotros somos sus
discípulos, y durante esta presente edad de la iglesia él ha sido «quitado» de
nosotros hasta el día en que vuelva. La mayoría de los cristianos en Occidente
no ayunan, pero, si estuviéramos dispuestos a ayunar más regularmente, incluso
por una o dos comidas, nos sorprendería cuánto mucho más poder y fuerza
espiritual tendríamos en nuestras vidas y en nuestras iglesias.
NOTA: Razones similares (dedicar más tiempo a la
oración y dejar a un lado algún placer personal) probablemente explica el
permiso de Pablo a los casados para dejar de lado las relaciones sexuales «de
común acuerdo, y sólo por un tiempo, para dedicarse a la oración» (1ª Co 7:5).
En Mr 9:29, cuando los discípulos le preguntaron
por qué no pudieron expulsar a cierto demonio, Jesús replicó: «Esta clase de
demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de oración». Muchos de los
manuscritos griegos más antiguos y muy confiables, y varios manuscritos
tempranos en otros lenguajes dicen: «con oración y ayuno».
En cualquier caso, no puede querer decir la oración
que se dice en el momento en que se está expulsando al demonio, porque Jesús
simplemente echó fuera al demonio con una palabra y no se dedicó a un tiempo
extenso de oración. Más bien debe querer decir que los discípulos no habían
pasado previamente suficiente tiempo en oración y que su fortaleza espiritual
era débil. Por consiguiente, el «ayuno» que se menciona en muchos manuscritos
antiguos encaja en el patrón de una actividad que aumenta la fuerza y poder
espiritual de uno.
13. ¿QUÉ DE LA ORACIÓN NO CONTESTADA?
Debemos
empezar reconociendo que en tanto Dios es Dios y nosotros somos sus criaturas,
debe haber algunas oraciones no contestadas. Esto se debe a que Dios mantiene
oculto sus planes sabios para el futuro, y aunque la gente ora, muchos
acontecimientos no se realizarán sino en el momento en que Dios haya decretado.
Los Judíos oraron por siglos porque viniera el Mesías, y con razón, pero no fue
sino cuando «se cumplió el plazo» que «Dios envió a su Hijo» (Gá 4:4).
Las
almas de los mártires en el cielo, libres de pecado, claman que Dios juzgue la
tierra (Ap 6: 10), pero Dios no responde de inmediato; más bien les dice que
descansen por un tiempo más (Ap 6: 11). Es claro que puede haber largos
períodos de demora durante los cuales las oraciones no reciben respuesta,
porque los que oran no saben el tiempo sabio que Dios tiene determinado.
La
oración también quedará sin respuesta porque no siempre sabemos cómo orar como
debemos (Ro 8:26), no siempre oramos conforme a la voluntad de Dios (Stg 4:3),
y no siempre pedimos con fe (Stg 1:6-8). Y a veces pensamos que cierta solución
es mejor, pero Dios tiene un plan mejor, incluso realizar su propósito mediante
el sufrimiento y la adversidad. Sin duda José oró fervientemente que lo
rescataran de la cisterna o que no fuera llevado a Egipto como esclavo (Gn
37:23-36), pero muchos años más tarde halló cómo a pesar de aquellos
acontecimientos, «Dios transformó ese mal en bien» (Gn 50: 20).
Cuando
tenemos una oración no contestada, nos unimos a Jesús, que oró: «Padre, si
quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad,
sino la tuya» (Lc 22:42). Nos unimos también a Pablo, que por «tres veces) le
pidió al Señor que le quitara su espina en el cuerpo, pero no fue así; más bien
el Señor le dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la
debilidad) (2ª Co 12: 8-9). Nos unimos a David, que oró por la vida de su hijo,
pero el niño murió, así que «luego se vistió y fue a la casa del Señor para
adorad) y dijo de su hijo:
«Yo
iré adonde él está, aunque él ya no volverá a mí (2ª S 12: 20,23). Nos unimos a
los mártires de toda la historia que oraron pidiendo una liberación que no
llegó, pero «no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte» (Ap 12:11).
Cuando
la oración sigue sin contestar debemos continuar confiando en Dios, quien
«dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Ro 8: 28), y echar
sobre él nuestros cuidados, sabiendo que él continuamente se preocupa por
nosotros (1ª P 5: 7). Debemos seguir recordando que él da fuerza suficiente
para cada día (Dt 33: 25) y que ha prometido: «Nunca te dejaré; jamás te
abandonaré» (Heb 13: 5; Ro 8: 35-39).
También
debemos perseverar en la oración. A veces una respuesta largamente esperada se
recibe de repente, como cuando Ana, que después de muchos años tuvo un hijo (1
S 1:19-20), o como cuando Simeón vio llegar al templo al Mesías largamente
esperado (Lc 2: 25-35).
Pero a
veces las oraciones quedan sin contestación en esta vida. A veces Dios responde
esas oraciones después de que el creyente muere. En otras ocasiones no las
contesta, pero incluso entonces la fe expresada en esas oraciones y las
expresiones de sincero amor a Dios y a las personas que se han hecho ascenderán
como incienso agradable ante el trono de Dios (Ap 5: 8; 8: 3-4) y resultará en
«aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1ª P 1: 7).
D. ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS
La
alabanza y acción de gracias a Dios, que se considerarán más completamente en
el capítulo 51, son elementos esenciales de la oración. La oración modelo que
Jesús nos dejó empieza con una alabanza: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6: 9).
Y Pablo les dice a los filipenses: «En toda ocasión, con oración y ruego,
presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Flp 4:6), y a los colosenses:
(Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento) (Col 4:2). La
acción de gracias, como todo otro aspecto de la oración, no debe ser un repetir
mecánico de un «gracias) a Dios, sino que deben ser palabras que reflejen el
agradecimiento de nuestro corazón.
Es
más, nunca debemos pensar que expresar agradecimiento anticipado a Dios por la
respuesta a algo que le pedimos puede de cierta manera obligar a Dios a que nos
lo dé, porque eso cambia la oración de una petición genuina y sincera a una
exigencia que da por sentado que podemos obligar a Dios a hacer lo que queremos
que haga. Oración en ese espíritu niega la naturaleza esencial de la oración
como dependencia en Dios.
Al
contrario, el tipo de agradecimiento que apropiadamente acompañe a la oración
debe expresar gratitud a Dios por todas las circunstancias, por todos las cosas
de la vida que él permite que nos pasen. Cuando «en toda circunstancias) unimos
expresiones de agradecimiento humilde, casi infantil, a nuestras oraciones (1ª
Ts 5: 18), estas serán aceptables a Dios.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Tiene a menudo dificultad con la oración? ¿Qué de este capítulo le ha
sido útil respecto a esto?
2. ¿Cuándo ha tenido los tiempos de oración más eficaces de su vida? ¿Qué
factores contribuyeron a hacer más efectivas esas ocasiones? ¿Qué otros
factores necesitan más atención en su vida de oración? ¿Qué puede hacer usted
para fortalecer cada uno de esos aspectos?
3. ¿Cómo le ayuda y le estimula (si es así) el orar con otros creyentes?
4. ¿Ha tratado alguna vez de esperar en silencio ante el Señor después de
hacer una petición ferviente en oración? Si es así, ¿cuál ha sido el resultado?
5. ¿Tiene usted un tiempo regular cada día para la lectura privada de la
Biblia y la oración? ¿Hay ocasiones cuando se distrae fácilmente y se desvía a
otras actividades? Si es así, ¿cómo pudiera superar esas distracciones?
6. ¿Disfruta usted al orar? ¿Por qué sí o por qué no?
TÉRMINOS ESPECIALES
Fe,
«en el nombre de Jesús», esperar en el Señor, oración
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Hebreos 4:14-16: Por Lo Tanto, Ya Que En Jesús, El Hijo De Dios, Tenemos
Un Gran Sumo Sacerdote Que Ha Atravesado Los Cielos, Aferrémonos A La Fe Que
Profesamos. Porque No Tenemos Un Sumo Sacerdote Incapaz De Compadecerse De
Nuestras Debilidades, Sino Uno Que Ha Sido Tentado En Todo De La Misma Manera
Que Nosotros, Aunque Sin Pecado. Así Que Acerquémonos Confiadamente Al Trono De
La Gracia Para Recibir Misericordia Y Hallar La Gracia Que Nos Ayude En El
Momento Que Más La Necesitemos.